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"LA CANCIÓN DEL FIN DEL MUNDO" -(CUT-UP #1) - JAVIER SERRANO

Esta madrugada pasada, bajo el prolongado efecto de la cafeína, se me ocurrió emplear por primera vez la técnica del cut-up, cortar y pegar, tomando un texto cualquiera de un periódico cualquiera, recortando frases y luego volviendo a cortar para buscar estructuras más cortas, purgando palabras que difícilmente tendrían lugar en un poema ("economía", "web", o porcentajes varios), revolviéndolo todo y luego dejando que el azar recompusiera el orden secreto que guardaba aquel pasaje, texto que, en honor a la verdad, ni me había tomado la molestia de leer, si bien intuía que el orden en que habían sido dispuestas aquellas palabras era mejorable, como todo en esta vida. En el peor de los casos, nunca podría considerar el tiempo empleado como perdido, pues siempre es agradable pasar un rato, una hora para ser exactos, entregado al juego, a la creación...
Lo primero que me llamó la atención fue que el primer fragmento encontrado fuera uno que venía en cursiva y que constituía en sí mismo -juro que fue como lo cuento- el título perfecto de la futura composición: "La canción del fin del mundo". Cuál no sería mi sorpresa cuando al ir avanzando surgió el primer verso, producto de la unión de dos partes diferentes: "Cualquier camino es arrepentirse al instante", verso este que es toda una sentencia, quizá incluso de muerte.
El proceso continuó, de una manera irregular, con más hallazgos y alguna que otra pequeña trampa por mi parte (en forma de encabalgamiento o superposición) para hacer encajar el puzzle. Descubrí así que algunas partes parecían haber estado siempre unidas: "¿Cuál es el mejor antídoto contra mí? / Así, contado en frío: una pausa / y estar de mal humor". O "cinco minutos de vida / y a destiempo, en realidad". Material este que por sí solo podría incrustarse, a su vez, en otro poema.
El cometido no estaba exento de obstáculos: ciertas piezas del rompecabezas eran difícilmente encajables, como esa que decía "cantante panameño" (referida en el original sin cortar a Rubén Blades). Veamos cómo el azar resuelve la cuestión: "curiosa es / cantante panameño / practicar tantra, toca danzar capoeira". Otros versos recién nacidos resultan enigmáticos, así: "los solteros, que beben y se agitan / hacer el amor / del estómago, malditos". ¿A qué se referirá el poeta-montador?
En líneas generales, la impresión que me queda es bastante satisfactoria, como cada vez que uno juega -recuperar el juego-, pues sin haber buscado un texto fuente que fuera poético he obtenido un poema cargado de fuerza y con suficiente ambigüedad.
El final es mejorable, cierto es, y podría haberlo hecho mejor si me hubiera saltado mis propias reglas (las impuestas por el azar).

"ASUNTO RESUELTO" - JAVIER SERRANO

Villar de Cañas (Cuenca),
436 habitantes
tres bares
una sucursal de la Caja Rural
cinco cuadrillas de albañiles
un A.T.C.
esto es
un centro de Almacenamiento Temporal Centralizado
esto es
un cementerio nuclear que nadie quería
una patata caliente
muy caliente
solución temporal
60 años, dicen
con derecho
a prórroga (no dicen)
descartes
chalaneos de políticos
750 millones de euros de inversión
300 puestos de trabajo durante
5 años
6 millones de euros anuales
para la buchaca del ayuntamiento.

Y de propina
un vivero de empresas
esto es
un parque empresarial
y un Centro Tecnológico Asociado
esto es
un centro de experimentación nuclear
esto es
un reactor nuclear, otro
más basura radiactiva.

Un pueblo valiente
tanto que él solito
se enfrentará al riesgo de los residuos
radiactivos de todos los españoles:
7.000 toneladas
de alta actividad
Siniestros cilindros de acero
cruzando el país
en tren o
por carretera
¡Viva Villar de Cañas!
¡Y vivan los héroes de Villar de Cañas!

Cambiarán los políticos
pasará esta generación
y luego habrá otras
pero la herencia nuclear
seguirá ahí
semilla oscura
482.000 años para que el plutonio-239
deje de ser radiactivo,
34.000 años para el radio-226,
112.000 años el carbono-14,
y etcétera.

Villar de Cañas (Cuenca)
Asunto resuelto.

«SPACESHIP BLUES BAND» (HIGHER T.V.) - JAVIER SERRANO

Lo que sigue es un fragmento de Spaceship Blues Band, novela en fase de corrección:

HIGHER T.V. - 5' 10''
Performed by Jim Morrison

ANNE BARLOW
(regidora de programas de televisión)

En aquellos años no había MTV. El único programa de televisión donde se actuaba en directo era el nuestro; es decir, el suyo, el del señor Ed Sullivan, The Ed Sullivan Show, los domingos por la noche. Al señor Sullivan no le importaba que tocaran grupos como The Doors; de hecho ya había pasado por el programa gente como los Rolling Stones y el señor Jagger había aceptado cambiar ciertas frases que podían resultar hirientes para el departamento de censura de la CBS. Lo que ocurrió aquel domingo 17 de septiembre de 1967 —nunca lo olvidaré— es que alguien del programa les sugirió a The Doors, y más concretamente al señor Morrison, su cantante, que no dijera la palabra "higher" (1). Ellos no entendían muy bien el porqué de aquella petición, pero el caso es que aceptaron. Desde el momento en que salieron a tocar tuve la impresión de que el ambiente que se respiraba en el set era mas bien de tensión; supongo que era debido al hecho de que el señor Morrison estaba borracho, lo cual no auguraba nada bueno. Empezaron tocando People Are Strange; luego, siguiendo el guión establecido, interpretaron Light My Fire, la canción donde supuestamente el señor Morrison, de acuerdo a lo pactado, no debería decir "higher". El hecho es que en un momento determinado de su actuación el señor Morrison dijo esa palabra, y no una sino dos veces, delante de todo el país, para desesperación de todos nosotros, y en especial del señor Ed Sullivan, que antes de que empezara el show incluso había hablado de contratarlos para hacer seis programas más. Son los riesgos del directo. The Doors no volvieron a aparecer jamás en el programa del señor Ed Sullivan. 

1"Higher": Colocado, -a, en jerga

"LEPIDÓPTEROS" - JAVIER SERRANO



LEPIDÓPTEROS
por Javier Serrano

El día de su cumpleaños Genoveva tuvo dos certezas: cumplía cuarenta años y su marido ya no la amaba. Tras la ducha y frente al espejo, extendía la crema corporal por toda su piel, recordando cómo aquella mañana su marido había salido de viaje sin darle un beso de despedida. Aquel detalle, en apariencia insignificante, había hecho reflexionar a Genoveva. En quince años de matrimonio, siempre que él se marchaba de viaje, le había dado aquel beso, una parte importante de su liturgia conyugal. Además, ¿cómo era posible que lo hubiera olvidado el día de su cumpleaños? ¿No habría otra? Genoveva observó la imagen desnuda que le devolvía el espejo. Aquel cuerpo, el suyo, era el producto de su lucha diaria por mantenerlo joven. Tan sólo aquella arruga en la frente, descubierta meses atrás, única pero perceptible, delataba su edad. Si Vidal tenía otra, desde luego sería más joven que ella, de eso podía estar segura. Siguió contemplando el cuerpo, recreándose, como si no le perteneciera, acariciándolo con la crema. La verdad es que en los últimos tiempos echaba en falta hacer el amor con más frecuencia; con más pasión, también. Evocaba, con añoranza, los primeros años de novios, aquellos días en que se enganchaban en cualquier lugar, a hurtadillas. Recordó también que hacía dos meses se había comprado un picardías, en raso negro, que había pasado totalmente desapercibido. Como no era derrotista, Genoveva concluyó que, en el peor de los casos, sólo había empezado a perderlo. Todavía estaba a tiempo, bastaría con esforzarse un poco más.
Aquella noche su marido telefoneó, como era habitual, desde Bruselas. Le habló de aburridas reuniones de trabajo, pero no la felicitó. Incluso lo encontró más distante que en otras ocasiones. Aquella noche tuvo problemas para conciliar el sueño.
Al día siguiente, tras la ducha, volvió a ver su imagen reflejada en el espejo. Mientras se daba la crema hidratante, le pareció que aquel espejo deformaba de un modo grotesco su cuerpo. Y, sin embargo, había de reconocer que aquella mujer de cuerpo ancho y bajo era ella misma. Horas más tarde, en la clase de natación, nadó cinco largos más de lo que era habitual en ella.
De nuevo en casa, alguien llamó a la puerta. Un mensajero. Abrió una cajita que venía desde Estados Unidos, empaquetada de un modo especial. Una mariposa muerta con olor a naftalina. Un ejemplar hermoso de mariposa monarca. Ámbar y negro. Una mancha en el centro de sus alas traseras indicaba que se trataba de un macho. Por aquella mancha liberaba sus feromonas. Un texto, en inglés, acompañaba al lepidóptero. Prefería comprarlas muertas a tener que ser ella quien las sacrificara con éter. Recordó que mariposas como aquella fueron liberadas, a puñados, el día de su boda, en la iglesia. Genoveva tomó una caja de madera que tenía preparada y, con minuciosidad, procedió a clavar alfileres a ambos lados de la cabeza, del tórax y del abdomen del insecto. Después, con la ayuda de una pinza, acomodó las alas y colocó nuevos alfileres alrededor, con cuidado de no lastimarlas. Aquella alas eran capaces de llevar al animal, si los vientos eran favorables, desde Estados Unidos hasta Gran Bretaña. Situó el montaje en la pared, junto al resto de mariposas -más de un centenar- y luego estuvo un rato contemplándolo. Las alas desplegadas se asemejaban, en miniatura, a las vidrieras de una catedral. Mientras sus manos y su cabeza habían estado ocupadas, se había olvidado de su marido; ahora, finalizado el proceso, Vidal regresaba a su cabeza.
Algunos días después, al regresar de la clase de baile, encontró un folleto en el buzón. Era la publicidad de un centro de cirugía estética. Como no tenía otra cosa que hacer y la clínica no estaba lejos, decidió acercarse hasta allí. No fue fácil encontrarla. Finalmente, una placa dorada y discreta le indicó que la clínica del Doctor Morello estaba en el segundo derecha. Un diploma acreditaba que aquel hombre de cabeza calva, ojos de crótalo y barba caprina, era un especialista en Cirugía Plástica, Estética y Reparadora. Claro que, por lo inquietante de su aspecto, bien podía ser un echador de cartas o un asesino en serie. Mientras hablaba, sus dedos alargados se entretenían acariciando una masa de silicona transparente. Una hora más tarde, seducida por la oratoria y el tono convincente de la voz de Morello, Genoveva se entregaba a aquellas manos delicadas y recibía la primera dosis de botoína. Una aguja se clavó en su frente, sin demasiado dolor, y Genoveva se acordó de su colección de mariposas disecadas. “Arrugas como esta –explicó Morello- se deben a una gesticulación exagerada o bien a una preocupación excesiva”.
Tal y como prometía la publicidad, a los cinco días la arruga desapareció de la frente de Genoveva. Cuando su marido regresó de Bruselas, se disculpó por el error imperdonable de haber olvidado la fecha de su cumpleaños. Copularon de una manera que a Genoveva le pareció fría –Vidal venía cansado del viaje-, y no hubo ni una sola palabra sobre la arruga.
La vida siguió su curso. Hubo otros viajes y llegaron más lepidópteros. Cierto día, al terminar la clase de natación, una compañera se fijó en el abdomen de Genoveva, justo en la zona donde la piel aparecía flácida. Genoveva aparentó no darle mayor importancia, pero en las clases siguientes sustituyó el bikini por un bañador. La noche en que, como cada semana, Vidal volvió de Bruselas, hicieron el amor y, a petición de ella, lo hicieron completamente a oscuras.
La semana siguiente, él voló otra vez y Genoveva acudió de nuevo a visitar al Doctor Morello. Se cruzó con una mujer con la que había coincidido en la visita anterior: una anciana con el cutis de una adolescente. Un nuevo pinchazo –para la anestesia epidural- hizo que Genoveva se acordara de la mariposa cristal que había disecado la tarde anterior. Después, la grasa fue saliendo, lentamente, por una cánula, y se preguntó qué harían con todo aquel material sobrante. ¿Sería verdad la noticia que un dia dieron por la tele sobre una empresa holandesa que fabricaba alimentos a partir de grasa humana procedente de liposucciones? ¿O más bien se destinaría a la fabricación de cosméticos que luego otras mujeres utilizarían para aparecer más bellas?
Cuando abandonara la clínica, le esperaba un mes con una faja, algo de ejercicio, masajes y cambio de dieta. Genoveva hubiera deseado que Vidal se quejara por la presencia de la faja, eso implicaría que se fijaba en ella, que la amaba. Nada de eso ocurrió.
Cuatro meses después de la primera visita, la arruga reapareció y Genoveva se vio obligada a recurrir otra vez al doctor. Mientras esperaba en una sala, se fijó que casi todos los pacientes de Morello eran mujeres. No sólo eso, los rostros de aquellas mujeres, sin excepción, tenían un cierto parecido, una impronta. Sus nervios faciales, paralizados, conferían intemporalidad a las caras. Nada más entrar en su despacho, Morello se percató de la mirada triste y cansada de Genoveva. Como empezaba a haber confianza, ella le confesó que era por desamor. “Si yo fuera usted, me buscaría un amante”, le propuso el médico, mientras le inyectaba una nueva dosis de bótox. Al cabo de una hora, Morello empezó a extraer la grasa de los párpados de la mujer. Genoveva abandonó la clínica con bolsas de hielo sobre sus ojos. Tampoco en esta ocasión consiguió que, días después, Vidal se fijara en su nueva mirada, mucho más resplandeciente. “Debería seguir los consejos de Morello”, pensó para sus adentros.
Una noche soñó que era una preciosa mariposa, con enormes alas verdosas y de nervios marrones. Volaba entre la noche, sin detenerse. Al final, llegaba otra mariposa, idéntica pero con llamativas colas, que la montaba. Despertó, empapada, abrazada a Vidal, que seguía roncando. Al día siguiente, con su marido ya en Bruselas, cuando regresaba de la piscina le pareció que todas las mujeres que encontraba por la calle eran idénticas. A la vuelta de cada esquina, se topaba con el inevitable toque Morello. Fue en ese momento cuando decidió que debía ir más allá.
Al día siguiente, regresó a la consulta. Morello se tomó como un reto la proposición de la mujer: “Quiero una boca como ésta”, le dijo, mostrándole una foto de la Gioconda. Morello hizo lo que pudo y transcurrido un mes Genoveva tenía una sonrisa, si no giocondina, sí al menos enigmática. En aquella ocasión, ni siquiera se preocupó de la reacción de su marido. Éste, por su parte, tampoco protestaba ni preguntaba sobre el destino de los talones que le eran cargados puntualmente en el banco.
No había pasado un mes y Genoveva volvía a entrar en la clínica. Rinoplastia. Quería una rinoplastia. “Quiero la nariz de una Diana”, le explicó a Morello. “Una Diana de la escuela de Fontainebleau”, precisó. Como de costumbre, Vidal no dijo ni una palabra, a pesar de lo aparatoso del vendaje nasal. Semanas después, cuando desapareció completamente la hinchazón, Genoveva respiró mucho mejor y se sintió más cercana a aquella mariposa ideal que se le aparecía en sueños.
El siguiente retoque tuvo lugar no mucho tiempo después, aprovechando la estancia de Vidal en un Congreso en Chicago. A pesar de que los suyos todavía eran bonitos, Genoveva buscaba ahora los pechos de la Venus de Milo. Morello, que no era ningún especialista en arte, se limitó a remodelar sus tetas. Esa noche la tuvo que pasar allí, ingresada. Por la mañana, el doctor le informó de que el talón que le había extendido no era válido por no haber fondos en el banco. Como no tenía otra posibilidad, la mujer se vio obligada a pagarle en carne allí mismo, sobre la mesa del quirófano. Cuando regresó de Chicago, Vidal le hizo el amor, aferrándose a aquellos pechos, pequeños pero con una pujanza inusitada. Tampoco hubo comentarios esta vez. Todo lo que ocurría entre ellos se daba por sobreentendido, incluido el problema de los fondos bancarios. Genoveva se quedó dormida y volvió a soñar con mariposas y atardeceres.
La mañana en que disecó un ejemplar de macaón, amarillo y negro, volvió a pasarse por la clínica de Morello. Después de que su frente recibiera su habitual aporte de botulina, le expresó su deseo al facultativo. Estaba contenta con su nueva nariz, pero percibía que su rostro estaba algo descompensado. Le mostró una foto de Ava Gardner, donde “el animal más bello del mundo” posaba con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, desafiante. “Quiero un mentón como ese”, añadió. Sin mediar más palabras, se agachó, abriendo la bata del cirujano y poniendo su boca y todo su empeño en el pago por adelantado. A la vuelta de Bruselas, su esposo le preguntó si se había hecho algo en el pelo, pues la notaba cambiada.
La siguiente intervención debería haberse llevado a cabo una mañana de abril. Cuando Genoveva apareció por la consulta de Morello, lo único que encontró fue un precinto policial prohibiendo el paso. Lástima, ya no podría tener la mirada de Jeanne Moreau. Caminó hasta su casa y luego enmarcó una hembra de Morpho rethenor, azul cobalto, que le había llegado esa misma tarde. Hasta que su marido regresara del viaje, le quedaban todavía algunas horas. Se desnudó y observó el cuerpo magnífico que reflejaba el espejo. No eran necesarias más metamorfosis, ahora era un imago perfecto. Impregnó un pañuelo de seda con el éter que en alguna ocasión había utilizado para sacrificar mariposas. Lo acercó hasta su nariz de Diana. Aquella fragancia deletérea no sólo no le parecía un olor desagradable, sino que la excitaba. Se tumbó y volvió a humedecer el pañuelo. Después, sintió que su nariz se quedaba fría. Luego fue el resto de su cara, más tarde su sexo, y finalmente todo el cuerpo. La habitación empezó a llenarse de mariposas de todos los colores que copulaban entre sí, frenéticas, a veces en pleno vuelo.
Vidal llegó de madrugada, el avión había sufrido un retraso. Erotizado por la visión del cuerpo desnudo de su mujer, deseó hacerle el amor, pero se quedó dormido.

"ME ACUERDO" - JAVIER SERRANO


156-Me acuerdo de que en cierta ocasión me estaba limpiando el oído con un bastoncillo y sin que me diera cuenta en ese momento se me coló dentro el algodón. Tiempo después me quedé temporalmente sordo de ese lado, por lo que tuve que ir al médico de cabecera. Este, pese a poder ver el algodoncillo desde fuera, fue incapaz de extraerlo y hubo de remitirme a las urgencias del Hospital de la Princesa. El espectáculo allí era de lo más deprimente, sin un orden claro entre los que esperábamos a ser atendidos y con personas que llegaban con problemas realmente urgentes. Al final el sentido común dictó que el orden que debía prevalecer era el de la gravedad del dolor o de las heridas, por lo que mi caso fue relegado a los últimos lugares. Cuando por fin me llegó el turno una doctora muy agradable procedió a sacar el algodoncillo de mi oreja. Desde entonces no he vuelto a utilizar tales artefactos.

157-Me acuerdo de cuando murió Antonio Vega, a los cincuenta años. A pesar de sus adicciones, Antonio siempre me ha parecido un hombre admirable, uno de los mejores letristas españoles y un tío coherente con su forma de pensar, incorruptible en la medida en que se puede ser incorruptible dentro del mercado musical español. Ese día, los de Radio Nacional de España, Radio-3, le dedicaron un monográfico que duró toda la jornada, algo insólito en Radio-3 y, huelga decirlo, en la radio española. Ese día también derramé unas lágrimas bajo mis gafas de sol. Supongo que las gafas de sol se hicieron para eso, ¿no?

158-Me acuerdo de cuando estuve en Tíbet. El gobierno chino tenía tan controlada la situación que solo permitía el acceso a un puñado de lugares contados; además, para conseguir el billete de avión era necesario haberlo comprado previamente en una agencia de viajes china, la cual se encargaba de integrarte dentro de un grupo de turistas a los que no conocías; una situación bastante forzada, la verdad. Una vez en suelo tibetano te olvidabas de aquel grupo artificial y continuabas a tu aire. El caso es que conseguí llegar hasta una ciudad llamada Sigatsé, hermosa dentro del paisaje desolado típicamente tibetano, con una lamasería que atraía a cientos de peregrinos y con una vida nocturna de lo más animada, con discotecas y decenas de pequeñas peluquerías donde se ejercía la prostitución. Recuerdo que en una de esas discotecas ponían bailes agarrados y podías ver a hombres bailando juntos (aclaro que no era un garito de ambiente, sino abierto al público en general). Mi intención era continuar viaje desde Sigatsé hacia Katmandú, en Nepal, a través de la denominada Friendship Highway (Autopista de la amistad), una carretera bastante espectacular, incluso peligrosa —dicen—, que atraviesa la cordillera del Himalaya. Busqué autobuses que hicieran la ruta, algún coche particular, pensé en hacer autoestop... Nada. Pese a que lo intenté por todos los medios a mi alcance fue completamente imposible seguir adelante. Se respetaba a rajatabla la consigna del gobierno chino de no permitir a nadie, salvo que se formara parte de un grupo organizado —otro—, proseguir el viaje más allá de Sigatsé. Decepcionado, tuve que regresar a Lasa, la capital.

"MISERERE" - JAVIER SERRANO


Cuento publicado por Javier Serrano en www.babab.com:
http://www.babab.com/?p=2058

La anciana de las dos bolsas buscaba un taxi en la parada. Lo hacía de un modo torpe, como si no pensara en lo que estaba haciendo. Habló con varios taxistas que le indicaron que debía coger el primero de la fila. Entró con cierta dificultad en el coche. Saludó.
-Quiero ir a Arganda –dijo la anciana de las dos bolsas, con una voz apenas perceptible.
El taxista, un hombre que frisaba la cuarentena, se fijó en la mujer, a través del espejo. Su piel era apergaminada y muy pálida, su cuerpo extremadamente delgado y de aspecto quebradizo. Por lo demás, se trataba de una buena carrera, el único inconveniente era que no conocía bien Arganda.
-¿A qué calle va? –preguntó, dispuesto a buscar en su libro-guía.
-No se preocupe, ya le indicaré yo –aseguró la mujer, con un hilo de voz.
El del taxi giró la llave de contacto, arrancó el vehículo y emprendió el itinerario trazado en su mente. En Radio Clásica estaban programando un especial de Gregorio Allegri y en aquel preciso instante sonaba su enigmático Miserere, en una versión a nueve voces y con ornamentaciones barrocas. Aquella música -poco habitual en los taxis de la ciudad-, la luz del sol que entraba por el lado izquierdo del coche y una ligera y repentina brisa que se colaba por la ventanilla hacían menos ingrato el trabajo de aquel hombre. La anciana, sin soltar ninguna de sus dos bolsas, parecía haber enmudecido. El taxista la miraba de vez en cuando, a través de sus gafas de sol y del retrovisor. Le pareció una mujer cansada o, tal vez, una mujer que había sufrido mucho. Quizás ambas cosas. La presentadora de la radio informó, con una voz neutra despojada de todo sentimiento, que aquel Miserere había sido durante mucho tiempo propiedad, en exclusiva, del Papado. Mandaba la tradición que se escuchara una sola vez al año en el interior de una capilla en la que se iban apagando uno tras otro los cirios; mientras, el Papa y los cardenales se iban poniendo de rodillas.
El trayecto continuó por la M-30 y luego por la carretera de Valencia, en medio de una polifonía de voces en latín que parecía hacer levitar al taxi y a sus ocupantes. Veintidós kilómetros y un cambio de tarifa después, el taxista vio el primer indicativo de Arganda: “Salida 22. Arganda del Rey. Polígonos Industriales”.
-¿Por esta salida? –preguntó.
La anciana de las dos bolsas salió de su letargo. Durante unos instantes, dudó.
-No lo sé –contestó con voz lejana.
En ese momento, el taxista, que llevaba más de una década conduciendo, comprendió que tenía un problema con la mujer. A falta de más tiempo para decidir optó por tomar esa salida 22. Tras varias curvas, fueron a desembocar en una recta, con vías de servicio, que atravesaba una zona de polígonos industriales.
-¿Le suena algo de esto? –volvió a preguntar el taxista, esta vez ligeramente nervioso.
-No, por aquí no es.
-¿Por dónde es entonces?
-Otras veces he venido en el autobús y vine muy bien.
“Pues coño, haber tomado el autobús”, pensó el hombre, cuya intuición de taxista le decía que no cobraría jamás aquella carrera.
-¿A qué calle vamos, exactamente?
-Vamos a un cementerio. Ya he venido otras veces. En autobús.
-Ya. Pero -el taxista estaba visiblemente enojado ahora-, ¿sabe en qué calle está?
La anciana, aferrada a sus dos bolsas, negó con la cabeza y luego bajó su mirada. Hubo un momento de silencio durante el cual los ojos del hombre se dirigieron, alternativamente, de la carretera a la mujer. Se fijó de nuevo en ella, en su aspecto desarrapado, en su rostro otoñal. Ahora le parecía, si cabe, más vulnerable. Se compadeció.
-En ese caso, continuo de frente.
-Es un cementerio de animales –añadió la anciana de las dos bolsas.
Aquella información nueva era un punto de inflexión en el problema. Un cementerio de animales es una referencia precisa.
-Oiga, perdone –preguntó el conductor en cuanto tuvo oportunidad de cruzarse con un peatón-, ¿un cementerio de animales?
El peatón resultó ser extranjero y no conocer muy bien la localidad, situación ésta que se repetiría con otros peatones. Algunos incluso confundían la derecha con la izquierda.
-Vengo a enterrar a mi gato –continuó la anciana.
Al escuchar esto, el taxista sintió un escalofrío recorriéndole la espina dorsal, y su imaginación se disparó. Imaginó un gato de color impreciso, escuálido, casi tanto como la mujer, la mandíbula entreabierta mostrando un poco los dientes, la mirada fatalmente perdida y el cuerpo entero salpicado de bichos que pululaban nerviosos. La escena tenía lugar dentro de una de las dos bolsas que portaba la anciana. El taxista no pudo disimular una mueca de asco que se dibujó en su boca.
-¿Le suena esta calle? –volvió a preguntar.
-No, por aquí no es. Las otras veces he venido en autobús. Menuda vuelta que está dando usted –respondió la anciana, amarrada a sus dos bolsas y al razonamiento del autobús.
La ira volvió a instalarse en el rostro del taxista y ya ni siquiera Allegri conseguía apaciguarlo. Volvió a preguntar y alguien, tras meditar durante unos segundos en los que no paró de rascarse la cabeza, le informó que debía atravesar toda Arganda.
-Vengo a enterrar a mi gato –decía la mujer de las bolsas, hablando para sí misma-. Toda la vida juntos y ahora…
Su discurso, repetitivo e inconexo, se difuminaba para luego reaparecer.
-… el cementerio se llama El Último Parque –añadió.
El Último Parque. Un nombre muy evocador, pensó el del taxi mientras bajaba el volumen de la radio por si decía algo más. Tampoco podía fiarse demasiado, tal vez sólo fuera un nombre inventado por ella.
-Perdone, ¿El Último Parque? –preguntó a varias personas más, pero nadie conocía aquel lugar-. ¿Un cementerio de animales?
Atravesaron Arganda entera. Entre tanto, las misas, los motetes, las Lamentaciones… se seguían sucediendo en la emisora. Hubo hasta un Himno de Vísperas, aunque el hombre lo que escuchó, sin prestar demasiada atención, fue algo relativo a vísceras. Su cabeza se disparó de nuevo. Sopranos, contraltos, tenores, barítonos… cantando alrededor del cuerpo ya descompuesto del gato.

Por fin, arribaron a un pinar. Una mujer que corría les indicó que continuaran hacia adelante, por la pista forestal, después a la izquierda y el segundo camino a la derecha.
-Por aquí no es –replicó, obstinada, la de las dos bolsas.
Y de repente allí estaba. La mujer que corría no se había equivocado. “El Último Parque”, rezaba un cartel situado a la entrada de aquel recinto casi mítico ya. La puerta de hierro estaba cerrada.
-Qué raro… –apuntó la anciana- El hombre me dijo que lo encontraría abierto.
El taxista tocó el claxon. Un hombre vestido con un mono apareció y abrió la puerta.
-¿Qué hago? ¿Le pago ya o me espera? –preguntó la anciana.
El taxista dudó.
-Yo no tardo nada -interrumpió el empleado del cementerio, un hombre afable-. Diez minutos.
Poco había de perder ya, debió de pensar el conductor, pues optó por esperarla, preguntándose si, en el peor de los casos, sería la Guardia Civil la autoridad competente a la que dirigirse. La mujer salió del coche con ambas bolsas, ante la mirada atenta del taxista. Una de ellas parecía más pesada y tenía varias puntadas de hilo en la parte superior. ¡Cómo si el pobre animal fuese a escapar! Anciana y empleado desaparecieron en el interior del camposanto. Entre tanto, mientras el taxímetro continuaba con su avance inexorable, el conductor se dejó llevar por la curiosidad y entró también en el recinto. Un paseo no le iría mal para reactivar la circulación de la sangre.
El cementerio estaba situado en lo alto de una pequeña loma y los pinos ocupaban el lugar de los cipreses. Eran pinos altos que tamizaban la luz solar y que se erguían entre lápidas que parecían alfombras blancas. En el punto más elevado, una estatua de Francisco de Asís convocaba con su gesto a todas las criaturas. Tras ella había una especie de pequeño puente japonés, cruzando lo que en otro tiempo debía de haber sido un riachuelo. Por todas partes aparecían tumbas pequeñas, sin alinear, con fotos de perros, sobre todo; como la de aquel héroe, Gar-Goris, el pastor alemán encaramado en lo más alto de un panteón y que había defendido a su dueño en un atraco para morir después por las heridas recibidas. Tampoco faltaban sepulcros donde yacían gatos, tortugas, conejos… Junto a las fotos desgastadas podían leerse inscripciones que pretendían ser poéticas: “Amanda, la más dulce y ladrona” o aquella otra referida a una iguana, “Para Vecky, que siempre supo escuchar”. En otros casos, las frases cariñosas de algunas sepulturas contradecían el estado lamentable en que se hallaban, como aquella con la estatua en alabastro de un mono al que habían partido un brazo. “Jerónimo. Que creyó ser un niño”. No había un epitafio más original en todo el cementerio, tampoco una tumba más desprovista de flores.
El olor a pino, la indiferencia de la piedra, el silencio sepulcral… hacían que el recinto irradiara tranquilidad, provocando que el taxista se relajara por primera vez en toda la mañana. Vio a la anciana a lo lejos, más allá de la zona de columbarios, junto al enterrador, y tuvo la certeza de que no era el primer gato que traía. Continuó su paseo y descubrió que las flores le producían tristeza. No acertaba a comprender que el afecto pudiera ir destinado a un animal en lugar de a una persona. A su juicio, quienes visitaban el camposanto debían de ser como aquella pobre mujer a la que no le quedaba mucho; seres solitarios, de vidas vacías, que contemplaban con melancolía cómo un sepulturero afable hacía un hueco entre la tierra.
Cuando el empleado hubo terminado su trabajo, dejó sola a la anciana, por si quería rezar alguna oración o decir un último adiós. Se acercó hasta el taxista.
-¿Tiene usted animales? –preguntó, con la pala todavía caliente sobre su hombro.
-No, que luego se mueren y da pena.
-¿Y familia? –volvió a preguntar el enterrador, ávido sin duda de conversación, ofreciendo un pitillo.
-Tampoco. Pero, bueno… siempre hay tiempo –respondió el taxista, rechazando con su cabeza la invitación a fumar.
Continuaron hablando y luego el empleado le explicó cómo regresar hacia Madrid. También le dio un folleto. “Sus mascotas son parte de su familia. Su vida no tiene precio, su descanso muy poco”. El tríptico contenía información práctica sobre el “El Último Parque”. Había varios tipos de fosas: tierra, obra y preferente, e incluso se podía hacer una reserva de fosa “para cuando llegue el momento”. Se ofrecían también servicios de recogida para incineración colectiva de animales de compañía.
La anciana regresó, esta vez con una única bolsa. Parecía aliviada cuando entró en el coche. Se despidieron del empleado y, segundos después, el vehículo ya avanzaba por el sendero que había indicado el hombre. Al cabo de un rato, “El Último Parque” no era más que un diminuto punto blanco entre un pinar. Después, cuando entraron en Arganda, sólo un recuerdo.
-Creo que me voy a quedar por aquí –dijo la anciana de la bolsa-. Voy a hacer una visita a unos conocidos y luego cogeré el autobús. ¿Cuánto es?
-Cincuenta y cuatro con treinta –respondió el taxista, parando con su dedo el taxímetro. Al ver que la mujer tenía dinero, esbozó una sonrisa.
La anciana abandonó el coche y su silueta frágil desapareció entre las calles. El taxista subió el volumen de la radio y bajó los cristales de las ventanillas traseras. Sonaba ahora una nueva versión del Miserere de Allegri, esta vez sin ornamentación. Arganda quedó atrás. La luz del sol se colaba por el lado derecho. Cuando la pieza estuvo concluida, la presentadora de voz neutra informó que había sido Mozart quien, tras escuchar el Miserere y gracias a su memoria prodigiosa, había conseguido transcribir la partitura sobre un papel. El secreto, tan celosamente guardado durante más de un siglo, había quedado hecho trizas. Mozart tenía tan sólo catorce años.

"Miserere" resultó ganador del XIV Premio de Narración Breve “Julio Cortázar” (2008), de Murcia.

"YA ESTÁN AQUÍ..." - JAVIER SERRANO



Acojonado todavía por la caída inminente de un pedazo de satélite sobre mi cabeza, y con los toldos y las persianas bajadas, me topo con la prensa, con el perturbador descubrimiento de esas criaturas inquietantes a las que han dado en llamar neutrinos. Dice El País: "los neutrinos apenas interaccionan con la materia, son como partículas fantasma que atraviesan la Tierra -y las personas- sin inmutarse. Por ello también interceptarlos y detectarlos es muy difícil", y algo más abajo: "una extraña propiedad de los neutrinos: cuando viajan a largas distancias los de un tipo se convierten en otro". Con los fotones en entredicho, ya se empieza a especular con viajes en el tiempo, hacia el pasado o hacia el futuro, algo que lejos de interesarme no hace más que provocarme más desasosiego. Por aquello de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, prefiero quedarme aquí, en este presente algo anodino. Definitivamente, por culpa de la Física, hoy no saldré de casa, me quedaré en la cama, tapado con las mantas.
Ahora, desde el interior de mi piso, oigo a mis vecinas chismorrear. Para mi asombro, descubro que los neutrinos ya están ahí, en mi escalera. No me refiero a mis vecinas ni a sus inefables batas, tampoco a sus turbadores peinados a rulos, no. Me refiero al habla popular de la gente, donde ya se escuchan expresiones del tipo: "voy rápido como un neutrino", "tardo lo que tarda un neutrino". El cuerpo empieza a picarme ahora por todas partes. Es inútil correr, los neutrinos son más rápidos que la luz.

"ME ACUERDO" - JAVIER SERRANO


121-Me acuerdo de todos los cines que había en mi barrio o cerca de él, a una distancia que se podía recorrer a pie. En aquella época, todo lo que no quedaba dentro de ese radio de acción, en la práctica no existía. Me acuerdo del nombre de esos cines y en lo que se convirtieron después: el Galaxia, que era el más cercano, en un hipermercado de la cadena Lidl; el San Remo, que hacía esquina, pasó a ser un salón de juego o un bingo, y luego un local de la cadena VIP´S; el cine Voz se quedó sin voz, convertido en un salón de bodas con mucho oropel en su fachada; y el Aragón, en una tienda de la cadena de ropa Sfera. Basta echar un vistazo para darse cuenta de que en mi barrio —en los barrios— ya no hay lugar para los sueños. Cualquier intento de acercamiento a la magia ha sido susitutuido por algo mucho más prosaico, también más banal, el consumo.

122-Me acuerdo del pueblo y de mi tío Antonio. En cierta ocasión nos enseñó —escena enternecedora— los gatitos que había parido una gata que había en su cuadra, no paraban de maullar, con los ojos todavía cerrados. Al día siguiente, o tal vez ese mismo día, cogió todos esos gatitos, los metió en un saco y jamás volvieron a maullar.

123-Me acuerdo de que, en el pueblo, un tal Loreto, al que mi hermano admiraba un montón, nos regaló un cachorro de perro, blanco y negro, precioso. Por fin teníamos perro, algo a lo que creo que aspira cualquier niño que se precie (no hacerlo supone haberse convertido en un niño-viejo). Lo dejamos durmiendo en el interior de una caja de zapatos. Al día siguiente amaneció muerto, con algo de sangre en el hocico. La versión oficial fue que se había muerto mientras dormía.

124-Me acuerdo de una mañana en que estaba corriendo por el parque de Los Pinos y un tipo, un adolescente con gafas, empezó a hacerme, a lo lejos, proposiciones sexuales. Al final, el tipo vino hacia mí, con paso muy decidido —en ese momento empecé a valorar seriamente la posibilidad de soltarle una hostia— y me gritó aquello de "¡Fóllame!". Sólo acerté a decirle, con una mezcla de nerviosismo y desprecio, lo de "¡maricón!", y seguí corriendo. Luego me enteré de que el parque de Los Pinos, como casi todos los parques, al caer el sol se llenaba de merodeadores y de mirones.

«SPACESHIP BLUES BAND» (THIRST & HUNGER & MUD) - JAVIER SERRANO

Fragmento de la novela Spaceship Blues Band:


THIRST & HUNGER & MUD - 8' 23''

Performed by Janis Joplin, Jimi Hendrix & many others

"A Jimi y su poco conjuntado grupo les corresponde el honor de ser la banda que cierre el festival de Woodstock. Cuando él y sus músicos, alojados en las cercanías, intentan coger el helicóptero que ha de acercarles hasta el lugar del concierto, la lluvia se lo impide. Por carretera los accesos siguen bloqueados pero no hay otra opción posible. Para llegar habrán de compartir un camión junto a Crosby, Stills, Nash and Young. En principio, su salida a escena está prevista para el domingo a las 11 de la mañana, pero es tal el retraso que lleva el festival que finalmente será el lunes 18 de agosto, en torno a las ocho y media de la mañana, cuando se suban a las tablas. Uno de los inconvenientes de eventos como éste es que a esas horas muchos de los asistentes a Woodstok ya se han marchado, deben de quedar unos 40.000 del casi medio millón del primer día. Entre las ventajas está que ya es de día y las condiciones de luz son óptimas para la película que se está rodando y que habrá de inmortalizarlo a él y a su banda. Son presentados como la "Jimi Hendrix Experience", algo que el guitarrista se encarga de matizar después cuando dice que ahora la banda se llama "Gypsy, Sun and Rainbows". Ya no está Noel Redding, el bajista, sustituido por Billy Cox, un antiguo amigo de Jimi, pero sí continúa el batería John "Mitch" Mitchell. Además se han incorporado el guitarra rítmica Larry Lee, que cantará en algunas de las canciones, el percusionista Juma Sultan y el conguista Jerry Velez. La nueva formación durará poco más de lo que dura un arcoíris, apenas un mes. Su actuación en Woodstock se prolongará durante dos horas y será la más larga en la carrera de Jimi, sin contar las improvisaciones en clubes nocturnos, y eso a pesar de que el músico lleva tres días sin dormir. Como la banda no ha tenido tiempo de ensayar mucho, el guitarrista tiene que alargar sus solos, sus improvisaciones, con resultado desigual. Y es entonces, cuando parte del público ha comenzado a largarse, cuando se produce uno de esos acontecimientos que ponen el vello de punta: la interpretación que hace Hendrix de The Star Spangled Banner, el himno de Estados Unidos, ejecutado en forma de solo, tocado de una manera rabiosa, electrificada y distorsionada hasta la exasperación, mientras la evanescente luz del sol baña a una concurrencia sumergida entre los restos de lo que parece ser un campo de batalla. Los apenas cuatro minutos de esa canción y las circunstancias en que se produce resumen lo que ha sido Woodstock y el espítiru de toda una década, la de los sesenta. También son el símbolo de una nación en un momento concreto de su historia, envuelta todavía en una guerra sin sentido, inmersa en el peor de los viajes y atravesada por el odio de asesinatos, conflictos raciales y revueltas estudiantiles. Después el concierto continúa. Cuando finalmente Jimi abandona las tablas, cae desmayado, completamente extenuado".

"ME ACUERDO" - JAVIER SERRANO


6-Me acuerdo de jugar subidos a la verja del colegio. Me acuerdo del día en que el Bernárdez se cayó y perdió el sentido al estrellar su cabeza contra el suelo.

7-Me acuerdo de los coches de choque, de la música, de las luces y de los tipos duros.

8-Me acuerdo de las ferias y de los feriantes.“Qué alegría, qué alboroto, le ha tocado el perro piloto”.

9-Me acuerdo de las pastillas de calcio “Osopan”. Las tomaba cuando era pequeño, para crecer. Volví a ver esas pastillas amarillas años después, se las daban a “Rita”, la perra doberman de mi hermano.

10-Me acuerdo de cuando en el colegio hablábamos de la “mano negra” y de que si entrabas en el servicio te la encontrarías. Me acuerdo de haber salido en mitad de la clase para ir al baño (toda una ordalía) y haber pasado miedo mientras meaba.

11-Me acuerdo del día en que cayeron las Torres Gemelas. Hablaba con Manolo, por teléfono, y pensé que se trataba de una nueva película. Desde entonces nada ha vuelto a ser igual.

"EL SOLDADO RASO" - JAVIER SERRANO


EL SOLDADO RASO


El soldado Manning fue encarcelado,
no había matado a nadie,
tampoco robado,
su único crimen:
buscar la verdad,
robar el fuego sagrado de los dioses
y lo que es peor,
iluminar el mundo con él.
El soldado raso Manning,
un peón sobre un tablero
hostil, sangriento
fue llevado a Virginia
a una cárcel que era un
pedazo de Abu Ghraib,
una celda de Guantánamo,
el infierno de Irak,
el de Afganistán
o cualquier otro averno.
El soldado raso Manning
es un viejo de 23 años,
vive solo,
duerme desnudo,
pasa frío por las noches
y camina una hora al día,
haciendo ochos
en una habitación vacía.
Sus captores hablan de
Dios, de Patria, de Lealtad,
AMÉRICA,
también de traición
de revelación de secretos,
de suicidio.
La lectura de libros
era toda su evasión
pero alguien le arrebató las gafas,
ceguera total,
como el resto del mundo,
otro soldado raso más.
Al soldado raso Manning,
considerado un héroe por algunos
-muy pocos-,
se le permite ver televisión,
leer los periódicos,
saber lo que el mundo piensa de él:
Manning 
el chivato,
el judas,
el antipatriota,
el homosexual.

WEB DE APOYO AL SOLDADO BRADLEY MANNING: www.bradleymanning.org

«SPACESHIP BLUES BAND» (FLEETING LOVE) - JAVIER SERRANO


Fragmento de la novela Spaceship Blues Band:

FLEETING LOVE - 5'42''
Performed by Jim Morrison

Pienso en ese instante fugaz del 29 de junio de 1971 en que los destinos de Nico y de Jim Morrison se vuelven a cruzar en alguna calle de París, cerca de la Ópera. Nico está en el interior de un taxi, detenido ante un semáforo en rojo, cuando ve a Jim paseando por la calle. ¿Qué hace Jim en París? Parece un poco más gordo pero no tiene mal aspecto. Se ha afeitado la barba. Mientras duda entre bajar la ventanilla o no, su memoria se traslada cuatro años atrás, cuando ella era la gélida musa de Warhol y quería grabar un disco, y él era el icono rock de ajustados pantalones de cuero que la ayudaba en la composición de las letras. En aquellos días apasionados, recuerda Nico, viajaban juntos por el desierto alrededor de Los Ángeles; hacían equilibrios, desnudos y ante la luna, en el parapeto de la piscina; y luego, ya borrachos y entrada la noche, follaban como locos mientras se daban de hostias. Nico se tiñó el pelo de rojo por él, lo amaba, a su manera. Luego, con acento berlinés, le rogó a él que le pidiera en matrimonio. Lo suyo duró apenas unas semanas, luego Jim volvió con su novia de toda la vida.
El semáforo se abre y el taxi se pierde entre las calles de París. Ya no volverá a haber más encuentros entre ellos dos: Jim morirá el 3 de julio de ese mismo año.

«SPACESHIP BLUES BAND» (ALTA CIENEGA MOTEL ROOM 32) - JAVIER SERRANO

Lo que sigue es un fragmento de esa novela en gestación llamada Spaceship Blues Band, de Javier Serrano.


ALTA CIENEGA MOTEL ROOM 32
1005 N. La Cienega Ave, West Hollywood, California, 90069

Mentiría si dijera que el azar ha querido que esta noche yo esté aquí, enfrente de la habitación número 32 del motel Alta Cienega, en West Hollywood. Nada más lejos de la realidad. Todo, como un crimen que busca ser perfecto, está premeditado. El motel es uno de esos alojamientos baratos que vemos en las películas norteamericanas, uno de esos en los que el protagonista, que por alguna razón huye, termina ocultándose y en los que indefectiblemente, y al igual que haré yo, sólo pasa una noche. El Alta Cienega tiene un patio interior donde se pueden aparcar los coches. Las paredes de las instalaciones están pintadas de un modo arbitrario, basculando entre el blanco, el verde y un naranja oscuro. Subo las escaleras hasta el primer piso. Un corredor, protegido por una baranda verde, circunda el motel, casi cerrando el patio donde están los coches. Es evidente que no es el Chelsea Hotel y que no tiene su historia. Es evidente también que ha conocido tiempos mejores, pero al menos parece limpio. Extraigo del bolsillo la llave con una etiqueta de plástico donde aparece el nombre del motel y el número 32. Me acerco hasta una puerta de madera, ésa en la que se lee "32" y sobre la que, un poco más arriba, hay otro cartel que dice "Jim Morrison Room". En mi cara descubro la misma sonrisa, entre estúpida y satisfecha, de un investigador privado, un huelebraguetas que finalmente ha dado con su presa. Ahora ya es evidente que el azar no me trajo hasta aquí, sino más bien una suerte de fetichismo, o sería mejor decir devoción, curiosidad, no sé... algo que lo lleva a uno a querer alojarse, al menos durante una noche -como esos tipos de las películas que por alguna razón huyen- en la habitación donde durmió Jim Morrison. Después de leer varias biografías sobre Jim -permitidme tutearle-, y entre tanta paja, uno puede llegar a saber muchas cosas sobre su vida, por ejemplo, que vivió en este motel, el Alta Cienega, de manera intermitente entre 1968 y 1970. Digo de manera intermitente porque, desde que abandonara el hogar familiar, Jim no tuvo un domicilio fijo, a veces alquilaba una habitación, compartía piso en otras ocasiones, podía dormir en un sofá prestado, en la casa de alguna amante, en la playa... A decir verdad el único domicilio fijo que tuvo Jim fue un espacio reducido en el cementerio de Père Lachaise, bajo la tierra y el cielo de París. Y, ahora que lo pienso, tampoco pondría yo la mano sobre el fuego.
Abro la puerta, con cuidado, como si no quisiera molestar a alguien que está durmiendo o como si pretendiera pillar, in fraganti, a alguien, no sé, tal vez a alguna novia o al mismo Jim. Enciendo la luz. La habitación es amplia y ruidosa, también desoladora. Huele a ambientador barato y reciente. Por la ventana entra algo de brisa y el rumor procedente de la calle. El mobiliario es el imprescindible. El único detalle de lujo es un televisor sujeto a la pared por un brazo metálico y un viejo aparato de aire acondicionado, de esos de tipo industrial, que intuyo debe producir un ruido espantoso e industrial, uno de esos ruidos que provocan dilemas y que al final no te dejan pegar ojo: ruido o calor. La cama es grande y está cubierta con una colcha estampada, con un dibujo diferente al de las cortinas, también estampadas. Las paredes serían blancas, y el techo también, si no estuvieran cubiertas absolutamente por graffitis escritos a mano por gente de todo el mundo, como si de una cueva paleolítica se tratase, con todo su contenido mortuorio, ritual y artístico. La caligrafía lo cubre todo, incluso la tulipa de las lámparas. Dedicatorias a Jim, fragmentos de sus poemas, de sus canciones, dibujos con su imagen... como en su domicilio fijo lejos de aquí, en Père Lachaise, donde la gente acude a cantar, a fumar drogas o beber vino, a encender velas, a hacer el amor o a declamar. Por la mañana, sobre la piedra parisina aparecen porros, maquetas de canciones, encendedores, condones (usados o sin usar), flores, fetiches... Sobre una de las paredes de la habitación número 32 del Alta Cienega hay un mural con fotos de Jim (en algunas aparece con ese rostro entrado en kilos de sus últimos años, cuando residía en París y pretendía vivir de la poesía): alguien le desea feliz cumpleaños 2000. También hay un cuadro con un retrato suyo, pintado a lápiz, inspirado en una de esas fotografías de Jim que han llegado a convertirse en un icono de varias generaciones. Hay también un espejo bajo el que se lee una pintada: "I am the Lizard King, I can do anything". Soy el Rey Lagarto y puedo hacerlo todo. Más abajo hay un mueble de madera sobre el que descansan unos ceniceros y unos vasos de plástico. Miro en el cristal del espejo, temeroso de que la imagen reflejada no sea la mía sino la de otro hombre. No sucede nada. El interior del armario empotrado tiene la misma decoración: paredes blancas llenas de frases y de poemas sórdidos, y un par de perchas de plástico blanco, cimbreándose sobre el vacío.
Esta es la habitación donde, el 5 julio de 1968, Jim se encontró con Mick Jagger. Donde hablaron sin que el Stone, que se había presentado sin previo aviso, supiera que en el baño Tim Hardin, amigo de Jim, se estaba metiendo un pico. Donde se intercambiaron consejos sobre cómo comportarse sobre las tablas ante una multitud expectante. También se dice que fue esta la habitación en la que Jagger regaló un tripi a Jim, hedonista insaciable. Cuando Tim Hardin salió del baño no se creía nada de todo esto. Claro que, ¿quién puede creerlo?
Esta es la habitación donde Jim humillaba a algunas de sus amantes, a las que llamaba por teléfono para que cuando llegaran allí lo pillaran en la cama en brazos de otra.
¿Por qué prefería los moteles? La vida errante, anónima, la perpetua fuga; la ausencia de domicilio fijo, la desolación, los colores brillantes de los neones, la carencia de posesiones más allá de una tarjeta de crédito y un carné de conducir... En una palabra: desaparecer.
Entro en el cuarto de baño. Una ventana entreabierta permite colarse el murmullo del tráfico. La historia se repite. Incluso en la ducha, en la parte alta, la que queda más arriba de los azulejos blancos, se pueden leer las dedicatorias, los poemas. Miro hacia el suelo de la ducha, buscando, como si necesitara encontrar alguna prueba fehaciente, algún cabello, uno largo, ondulado, algún amasijo de pelos atrapado junto al desagüe... Mi mirada se posa sobre el lavabo, por si quedaran restos de las papelinas de heroína que se metían los amigos de Jim (quién sabe si él también lo hacía). No hay nada de todo eso y Jim no está. Tampoco hay restos de coca.
Regreso al dormitorio y descorro la colcha y luego la sábana. Tampoco allí. Sobre la funda blanca de la almohada encuentro un pelo, uno largo. ¿Será de él?, ¿o será de alguno de esos que firmaron sobre las paredes? La ropa de la cama huele a limpio, imposible que éstas fueran sus sábanas. Hace calor. Dudo entre encender el aparato de aire acondicionado -¿funcionará?- o esperar un poco. Estoy cansado. Me tumbo sobre la cama, como haría Jim. Vuelvo a mirar las paredes y me pregunto cuánta gente habrá repetido este ritual. Intuyo que mis sueños versarán sobre Jim y The Doors. Mañana buscaré un hueco entre esas paredes y trataré, como ellos, de escribir algo original.

"ME ACUERDO" - JAVIER SERRANO


109-Me acuerdo de que cuando éramos pequeños casi todos nuestros problemas de tipo médico se resolvían por vía anal: bien con los siempre engorrosos supositorios, bien -en el peor de los casos- con inyecciones en la nalga administradas por un psicópata. Esto explica, al menos en cierta medida, la mala hostia de toda una generación.

110-Me acuerdo de que cuando era pequeño y tenía problemas médicos acudía con mi madre a una pequeña clínica llena de madres con niños pequeños con problemas médicos. En la clínica sólo había dos batas: la de don Jorge, el médico de cabecera, el poli bueno, el del fonendoscopio, el que te regalaba el palo de madera con que te acababa de examinar la lengua; y la de don Paco, el practicante (supongo que porque practicaba el genocidio de niños), el poli malo, el asesino de sonrisa siniestra, el... Cuando se entraba en aquella clínica se palpaba cierto nerviosismo en el ambiente, se olía el sudor propio de los mataderos...


«SPACESHIP BLUES BAND» (THE MIAMI´S INCIDENT (JIM ´S DICK)) - JAVIER SERRANO

Lo que sigue es un fragmento de una novela en construcción, Spaceship Blues Band. La obra se encuentra en una fase de work in progress, sujeta por tanto a cambios, reescrituras, o en el peor de los casos (Dios no lo quiera), a su total aniquilación.


THE MIAMI´S INCIDENT (JIM ´S DICK) - 5´45´´
Performed by Jim Morrison

TRILLIZOS JOHANSSON (Elmer, Frank y Devon, unos obesos enormes comiendo hamburguesas y bebiendo cerveza, junto a una fotografía en la que aparecen los tres, delgados adolescentes enfundados en camisetas de The Doors, mostrando unas entradas en sus manos)

ELMER
El de Miami, el de febrero del 69, fue el mejor concierto que dieron The Doors.

FRANK
¿Bromeas, Elmer?

ELMER
No. Te juro que ha sido el mejor concierto al que he ido en mi vida..

DEVON
Hombre, teniendo en cuenta que tampoco has ido a muchos... Pues yo creo que Jim Morrison se pasó un poco.

ELMER
Por qué, ¿porque iba borracho? Siempre iba borracho, y lo sabes, Devon.

DEVON
No es por eso.

ELMER
¿Por qué, entonces?, ¿porque se sacó la polla?

FRANK
Entre otras cosas. Sabía que eso podía acabar con la carrera de The Doors.

ELMER
Oh, vamos, Frank. No se sacó la polla.

FRANK
Sí que se la sacó. Yo estaba allí, en la primera fila.

DEVON
Estábamos todos, ¿recuerdas?

ELMER
¿Tú le vista la polla, Devon? Porque yo no. Hizo como que se la sacaba pero no le dio tiempo.

FRANK
Primero empezó enseñando el calzoncillo y luego...

ELMER
Eso es mentira. Jim no usaba ropa interior jamás.

FRANK
Y luego se la sacó. Era grande, peluda... repugnante.

ELMER
¡Que no se la sacó, Frank! La prensa dijo eso pero no es verdad. ¿Tú has encontrado alguna foto donde se vea?

FRANK
No. Pero vi con mis propios ojos cómo se la sacaba y luego se hacía una paja delante de todo el mundo. Apenas éramos estudiantes de bachillerato, Elmer. Además, luego le detuvieron, ¿no?

ELMER
Eso no tiene nada que ver. El FBI le tenía ganas por lo que había dicho en contra de Nixon.¿Tú también le viste la polla a Jim, Devon?

DEVON
Aquello no era su polla.

FRANK
¿Ah, no?, ¿qué era entonces aquello?

DEVON
Un fajo de billetes

(ELMER y FRANK se miran)

ELMER
Esta sí que es buena. Un fajo de billetes. ¿Para qué, Devon?

FRANK
Para simular un gran paquete bajo sus pantalones de cuero.

ELMER
¿Estás gilipollas o qué? ¿Estás diciendo que Jim era maricón o algo así? Jim no necesitaba de esas cosas.

FRANK
Pues dicen que hacía a pelo y a pluma. Recuerdo que aquella noche íbamos muy colocados, bueno, como todo el mundo allí. El escenario se tambaleaba.

DEVON
Ya os dije que aquel escenario estaba mal montado. ¿Os acordáis del cordero?, ¿o lo del cordero también es parte de la alucinación colectiva?

FRANK
¡Hostias, es verdad! ¿Qué hacía aquel cordero allí, en los brazos de Jim?

ELMER
Alguien se lo regaló. A ver, Frank, ¿cómo puede alguien salir al escenario con un cordero entre los brazos y luego sacarse la polla?

FRANK
Jim iba muy pedo. Estuvo todo el concierto provocando al público. Se notaba que la quería armar. Hubo gente que incluso subió al escenario. Le echaron champán encima de la cabeza.

DEVON
Eso es verdad, se veía venir. También dijo aquello de "¿No hay nadie que quiera adorar mi culo?"

ELMER
¿Y se lo adoraste, Devon?, ¿o fue Frank? (risas) No recuerdo nada de todo eso. Sólo me acuerdo de que alguien lanzó a Jim al público, y de que luego estuvo bailando entre la gente.

FRANK
No parecía él con esa barba. Además, estaba gordo.

ELMER
Bueno, Frank. No nos podemos quejar...

DEVON
Luego fue cuando el escenario se vino abajo (risas). Casi nos aplasta.

FRANK
¿Os dais cuenta? Ahora mismo podríamos estar muertos, por su culpa.

DEVON
Bueno, Frank, tampoco exageres.

FRANK
No exagero. Os digo que quiso acabar con su carrera y con todos nosotros. Si no, ¿a cuento de qué viene lo de enseñar la polla en el lugar que le vió nacer? ¿Qué dirían sus padres?

ELMER
¡Joder! ¡Que no la enseñó!

FRANK
"Rito orgásmico de depravación", dijo el Miami Herald.

DEVON
Supongo que era allí donde guardaba el dinero, junto a su polla.

ELMER (sacudiendo su cabeza)
Inolvidable aquel concierto...

EL PEQUEÑO GRAN DICTADOR: FRANCO Y EL CINE


Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:
http://www.larepublicacultural.es/article4579.html

Leo en el diario El País, de 21 de agosto, en un artículo titulado Sesión de tarde con Franco, que el dictador era un gran aficionado al cine y que varios días a la semana (un promedio de dos y en sesiones vespertinas) improvisaba un pequeño cine en su residencia en El Pardo. De lejos le venía al tirano su pasión por el cine. Se rumoreaba que había ejercido de crítico, con seudónimo, en alguna revista militar. También es sabido que en la película Raza, esa infumable exaltación a la España y al espíritu franquista, el argumento era obra de un tal Jaime de Andrade, que no era otro sino el mismísimo dictador. En el mismo artículo de El País, que firma Carles Geli, se insinúa que Orson Welles habría llegado a ver alguna película casera de dibujos animados realizada por el cinéfilo general.

Soy de la opinión de que, en gran parte, uno es las películas que ha visto. La elección de unas determinadas cintas, y no de otras, dice mucho sobre nosotros, sobre nuestra forma de ser. Si esto es así, ¿qué tipo de filmes ve un dictador? O, más concretamente, ¿qué tipo de películas vería nuestro particular dictador? Por lo que dice el artículo, aparte de los inevitables documentales del NO-DO (que todos los que tenemos cierta edad vimos, obligados, cuando también acudíamos al cine), al general le molaba el cine de Hollywood, como al pueblo llano, vaya. Algo normal teniendo en cuenta que por aquellos tiempos, y dadas las circunstancias de aislamiento en que vivíamos, tampoco había mucho donde elegir. A lo largo de sus últimos 30 años (que, casualidades de la vida, son también los últimos 30 años de dictadura en España) se zampó la nada despreciable cifra de más de 2.000 películas. Cine comercial, en su mayoría, con profusión de comedias, westerns y pelis de aventuras, presumiblemente mucho cine bélico; evadirse en una palabra, escapar de la gris realidad del país a la que él mismo había conducido. No vio mucho cine de autor, algo razonable teniendo en cuenta que ese cine no es accesible a todo el mundo; tan sólo El manantial de la doncella, de Bergman; Las noches de Cabiria, de Fellini; El mensajero, de Joseph Losey; El gatopardo y Luis II de Baviera, de Visconti, y Rashomon, de Kurosawa. Imposible saber si se quedó dormido durante alguna de estas proyecciones. Me parece lógico que nuestro pequeño sátrapa viera pocas películas de autor, es más, no debería haber visto ninguna. Franco, que no era ningún tonto, era consciente de todo el poder subversivo oculto bajo la apariencia inocente de ese tipo de cine. Un filme que pueda hacer pensar, hacer sentir, es altamente peligroso, no ya para una nación (que no tenía acceso, ni de coña, a él) sino incluso para el propio dictador, que ha de velar por las almas (subyugadas) de sus compatriotas, y que ha de procurar, por tanto, que sus certezas sean las adecuadas y, a poder ser, inamovibles.

Nuestro general no vio ninguna película rusa (por motivos obvios) y unas 500 españolas. Se sospecha que entre tanta españolada se debió de colar alguna que otra buena, pues incluso en una España tan desaborida como aquella se hacía buen cine. Así, la magistral ¡Bienvenido Mr. Marshall! (que intuyo que no debió de gustarle), El Verdugo y Calabuig, las tres de Berlanga; Viridiana, del exiliado Buñuel; y también varias del comunista Juan Antonio Bardem: Muerte de un ciclista, Calle Mayor y Cómicos. Su Excelencia vio también un porcentaje mínimo de películas sin censurar, es decir, sin circuncidar por su propio equipo de censores. Quizás en éstas (y también en las otras) quería verlas con sus propios ojos por si había que meter tijera a la cinta (o al censor).

Para mí el cine siempre ha tenido dos vertientes: una lúdica, de escape, y otra de sensibilidad, de conocimiento. Como me cuesta imaginarlo en el segundo grupo, supongo que el interés del general por el cine habría que incluirlo en el primero. Y así, tras una dura jornada de trabajo, recién firmada alguna sentencia de muerte o alguna orden de encarcelamiento, o tras el agotador viaje (en la España de entonces todos los viajes lo eran) para asistir a la inauguración de algún pantano o similar, puedo ver a nuestro dictador particular retirarse, exhausto, a su particular cine privado y ponerse alguna peliculilla para relajarse. Huelga decir que por aquel entonces no había, al menos en España, reproductores de vídeo y el DVD debía de sonar a acrónimo de organización anarco-sindicalista. Tal vez, durante el transcurso de alguno de esos pases secretos, en algún momento especialmente emotivo, el general echó una lagrimita, sin que nadie lo viera claro, o al menos no hay constancia de un suceso tan poco viril como ése.

¿Cómo vería nuestro tirano las pelis? ¿Lo haría comiendo palomitas o tomándose una cerve? O acaso el dictador era uno de esos cinéfilos intolerantes, como yo, que no soporta las palomitas ni ningún ruido que distraiga la atención. En el cine como en la Iglesia. ¿Las vería solo o en compañía? La cuestión no es baladí. Cuando uno ve películas sin ninguna compañía el cine adquiere una dimensión de vicio, de perversión, de solitario placer onanista. En cambio, si la película se ve acompañado, y por lo visto a la Primera Dama también le iba el tema, el cine se convierte en una especie de rito de grupo (de iniciación, incluso), donde las emociones son compartidas. Me inclino a pensar que, como yo, prefería verlas solo, y este parecido sospechoso hace ya algunas líneas que empieza a inquietarme.

Me viene a la cabeza ahora el nombre de otro gran aficionado al séptimo arte: Alfonso XIII. En la década de los 20, Alfonso XIII, ese rey cinéfilo que tanto gusto le tenía al porno, encargaba, por medio del Conde de Romanones, el rodaje de algunas producciones de corte erótico para su particular uso y disfrute. ¿Qué hubiera ocurrido si el monarca viciosillo hubiera podido llegar reinando hasta nuestro días? No es disparatado pensar que Nacho Vidal, uno de nuestros actores más prominentes, hubiera sido nombrado Marqués de Verga o algo así.

LIU BOLIN, EL HOMBRE INVISIBLE


Liu Bolin es un joven artista chino especializado en invisibilizarse. Mediante agotadoras jornadas de body painting es capaz de mimetizarse con el entorno hasta desaparecer, como muestra en sus fotografías (lo único que permanece de su efímero arte). Puedo imaginar cómo Bolin descubrió su capacidad camaleónica, allá en la lejana China, jugando al escondite (y no es fácil ocultarse entre 1.400 millones de chinos). Liu Bolin me recuerda un poco a la película de Woody Allen, Zelig, ésa que narra la vida de Leonard Zelig, un tipo capaz de mimetizarse y convertirse en otros. He de confesar que precisamente eso, la idea de ser otros, el doble (Doppelgänger), etc. es un tema que siempre me ha fascinado, tanto en cine como en literatura. Hace poco vi Inseparables, una película de David Cronenberg, el siempre inquietante director de cine canadiense. Trata sobre dos hermanos, exactamente iguales, que lo comparten todo, piso y novias incluidas, y que funcionan como si en realidad se tratase de un único ser. Todo empieza a degenerar cuando aparecen las drogas en su (sus) vida. Otra de estas parejas fascinantes es la que describió Robert Louis Stevenson en la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que también fue adaptada al cine. Aquí el tema está tratado a partir de la dualidad Bien vs. Mal que todo hombre lleva dentro. Estos son sólo unos ejemplos ilustrativos de lo que puede dar de sí la cuestión. Sea bueno o malo, la mera posibilidad de encontrarme algún día con mi sosías es algo que no deja de inquietarme.
No sé si Liu Bolin es el modelo único de su propia obra o, por el contrario, cuenta con la ayuda de otros hombres-lienzo, de otros Liu Bolin, posibilidad ésta si cabe más perturbadora y que me lleva a una pregunta inevitable, ¿acaso no seremos todos Liu Bolin?

El trabajo del hombre invisible se puede ver en: http://www.ekfineart.com/html/home.asp

"NAFTALINA" - JAVIER SERRANO



Cierto día, mi mejor (y único) traje se descolgó de su percha en el armario y se marchó de casa, dejando la puerta entreabierta y un insoportable olor a naftalina...

"OJO VAGO" - JAVIER SERRANO


105-Me acuerdo de que cuando tenía unos cinco o seis años me diagnosticaron un ojo vago, el derecho, y me mandaron unas gafas correctoras. Por aquella época, y como parte también del tratamiento, me obligaban a ponerme un parche -un trozo de esparadrapo con algo de adhesivo- en el ojo contrario, para forzar así al ojo vago a trabajar. Me daba tal corte mi aspecto de pirata cegato que no salía a la calle durante la hora que duraba la penitencia. Con el tiempo el problema se fue corrigiendo, si bien no recuerdo cómo, pues al día de hoy no sé si el ojo derecho dejó de ser vago o la pereza se extendió al resto del cuerpo, en una suerte de metástasis holgazana.



"KAMIKAZE" - JAVIER SERRANO


KAMIKAZE

El zumbido de un kamikaze atravesando la oscuridad de la noche. Cuando amanece se hace visible el resultado del ataque: una roncha, enrojecida y enorme, en el brazo. Como daño colateral, un microrrelato.