121-Me
acuerdo de todos los cines que había en mi barrio o cerca de él, a
una distancia que se podía recorrer a pie. En aquella época, todo
lo que no quedaba dentro de ese radio de acción, en la práctica no
existía. Me acuerdo del nombre de esos cines y en lo que se
convirtieron después: el Galaxia, que era el más cercano, en un
hipermercado de la cadena Lidl; el San Remo, que hacía esquina, pasó
a ser un salón de juego o un bingo, y luego un local de la cadena
VIP´S; el cine Voz se quedó sin voz, convertido en un salón de
bodas con mucho oropel en su fachada; y el Aragón, en una tienda de
la cadena de ropa Sfera. Basta echar un vistazo para darse cuenta de que
en mi barrio —en los barrios— ya no hay lugar para los sueños.
Cualquier intento de acercamiento a la magia ha sido susitutuido por
algo mucho más prosaico, también más banal, el consumo.
122-Me
acuerdo del pueblo y de mi tío Antonio. En cierta ocasión nos
enseñó —escena enternecedora— los gatitos que había parido una
gata que había en su cuadra, no paraban de maullar, con los ojos
todavía cerrados. Al día siguiente, o tal vez ese mismo día, cogió
todos esos gatitos, los metió en un saco y jamás volvieron a
maullar.
123-Me
acuerdo de que, en el pueblo, un tal Loreto, al que mi hermano
admiraba un montón, nos regaló un cachorro de perro, blanco y
negro, precioso. Por fin teníamos perro, algo a lo que creo que
aspira cualquier niño que se precie (no hacerlo supone haberse
convertido en un niño-viejo). Lo dejamos durmiendo en el interior de
una caja de zapatos. Al día siguiente amaneció muerto, con algo de
sangre en el hocico. La versión oficial fue que se había muerto
mientras dormía.
124-Me
acuerdo de una mañana en que estaba corriendo por el parque de Los
Pinos y un tipo, un adolescente con gafas, empezó a hacerme, a lo
lejos, proposiciones sexuales. Al final, el tipo vino hacia mí, con
paso muy decidido —en ese momento empecé a valorar seriamente la
posibilidad de soltarle una hostia— y me gritó aquello de
"¡Fóllame!". Sólo acerté a decirle, con una mezcla de
nerviosismo y desprecio, lo de "¡maricón!", y seguí
corriendo. Luego me enteré de que el parque de Los Pinos, como casi
todos los parques, al caer el sol se llenaba de merodeadores y de
mirones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario