... para España 1992 fue el año de las olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla. Por fin España se situaba en el panorama internacional como una nación fuerte, desarrollada y moderna, como sucediera cinco siglos antes. Esa era al menos la idea que nos vendían los políticos y las televisiones. Y sin embargo ese mismo año, 1992, en Cartagena (Murcia) los conflictos derivados de la reconversión industrial, en forma de cierre de fábricas y cientos de despidos, impulsada por Europa y con el beneplácito de nuestro presidente, terminaron con el incendio de la Asamblea Regional de Murcia por parte de los manifestantes que se enfrentaban en la calle a la policía. Un hecho gravísimo, sí, pero ¿alguien lo recuerda? Ni siquiera en Murcia, donde tuvieron lugar aquellos hechos, casi nadie se acuerda de ellos.
El año del descubrimiento es un documental de presupuesto limitado pero al mismo tiempo es una película grande, en extensión (200 minutos), pero grande también en su ambición: radiografiar la clase obrera. El filme se estructura en tres partes: «Aunque no lo recuerde, sí que lo he vivido», «Y el mundo te come a ti», «Quemar un parlamento» y un epílogo. La acción transcurre en Cartagena, en el interior de un bar. A través de una pantalla partida en dos vemos desfilar por ese bar a personas de clase obrera de ambos sexos, desde jóvenes hasta jubilados. Fuman, beben, comen, charlan entre ellos, bromean, nos cuentan sus batallitas de cuando eran jóvenes, hablan de sus problemas, se interrumpen, se pisan unos a otros... El tema de conversación que más se repite es el trabajo (o la carencia de trabajo), al fin y al cabo una parte esencial de nuestras vidas. Cartagena tiene un 20% de desempleo, una cifra alta pero no muy diferente del resto del país.
Los más jóvenes parecen un poco perdidos, abrumados ante la responsabilidad que se les viene encima. Sin ideas claras sobre su futuro, algunos tienen los estudios básicos y empiezan a descubrir que son carne de cañón, condenados a ir empalmando un currillo tras otro sin alcanzar nunca una mínima estabilidad económica. Otros, con carreras universitarias y a priori mejor preparados, tampoco lo tienen mucho mejor y en sus caras se refleja la decepción al comprobar que todo su esfuerzo va a servir de poco. La mayoría de esos jóvenes no tiene una conciencia de clase, que es una de las tesis de la película. Van a lo suyo, sálvese quien pueda.
Por el otro lado están los jubilados, con una mayor conciencia social. Reconocen que la situación está mal pero ellos al menos cobran su pensión. Cuando se juntan rememoran aquella época de 1992 y hablan de cómo se enfrentaban a la policía sin miedo, pues no tenían nada que perder, salvo su trabajo, y precisamente por ello estaban luchando, por no perderlo. No era solo un problema de los trabajadores directamente afectados por los despidos, sino que era un problema también de sus familias y de todos los demás negocios de la ciudad. La solidaridad entre todos ellos los impulsaba a echarse a las calles a manifestarse, a cortar carreteras... como podemos apreciar a través de imágenes de la época tomadas de las televisiones.
Entre ambos grupos podríamos hablar de un grupo intermedio: personas de mediana edad en situación de precariedad laboral. Esa precariedad se percibe en sus rostros prematuramente envejecidos, en su gesto serio... en ese afán por autodestruirse a base de tabaco y alcohol. Son los daños colaterales por pertenecer a la clase obrera y estar cada vez más condicionado por la inestabilidad económica: enfermedades, accidentes laborales, depresiones...
Un aspecto que se ha cuidado mucho en El año del descubrimiento es el del vestuario y el peinado. Aunque se rodó en el año 2019, la apariencia de los protagonistas es tal que podría ser de ahora o de 1992. Con el bar en que se rodó, La Tana, pasa otro tanto, parece anclado en el tiempo. De aquellos polvos, estos lodos, sin solución de continuidad; los problemas siguen siendo los mismos ayer y hoy. Es más, aunque El año del descubrimiento es un filme muy localizado geográficamente, lo que nos está contando tienen una dimensión universal, es una película que se puede entender perfectamente en cualquier otro país.
Algunos sindicalistas y trabajadores jubilados nos hablan, entre emocionados, orgullosos y decepcionados, sobre cómo vivieron aquellos días de 1992 que culminaron con la quema de la asamblea regional. ¿Sirven para algo los sindicatos?, ¿no se han quedado un poco anticuados en un mundo tan moderno y globalizado? En el epílogo de la película, después de ser testigos de tanta desolación y frustración, un sindicalista (que sufrió su primer accidente laboral a los 14 años) hace todo un discurso hablando de ese tema y de otros relacionados. Reconoce que tal vez están un poco anticuados, pero un sindicato siempre debe existir, asegura, siquiera como muro de contención. Pero sobre todo, continúa, la solución ha de ser política, tiene que haber un partido político que canalice toda esa lucha y que trate de poner freno a los excesos del capitalismo y a esa excrecencia fascista que recorre el mundo...
El año del descubrimiento es un documental de presupuesto limitado pero al mismo tiempo es una película grande, en extensión (200 minutos), pero grande también en su ambición: radiografiar la clase obrera. El filme se estructura en tres partes: «Aunque no lo recuerde, sí que lo he vivido», «Y el mundo te come a ti», «Quemar un parlamento» y un epílogo. La acción transcurre en Cartagena, en el interior de un bar. A través de una pantalla partida en dos vemos desfilar por ese bar a personas de clase obrera de ambos sexos, desde jóvenes hasta jubilados. Fuman, beben, comen, charlan entre ellos, bromean, nos cuentan sus batallitas de cuando eran jóvenes, hablan de sus problemas, se interrumpen, se pisan unos a otros... El tema de conversación que más se repite es el trabajo (o la carencia de trabajo), al fin y al cabo una parte esencial de nuestras vidas. Cartagena tiene un 20% de desempleo, una cifra alta pero no muy diferente del resto del país.
Los más jóvenes parecen un poco perdidos, abrumados ante la responsabilidad que se les viene encima. Sin ideas claras sobre su futuro, algunos tienen los estudios básicos y empiezan a descubrir que son carne de cañón, condenados a ir empalmando un currillo tras otro sin alcanzar nunca una mínima estabilidad económica. Otros, con carreras universitarias y a priori mejor preparados, tampoco lo tienen mucho mejor y en sus caras se refleja la decepción al comprobar que todo su esfuerzo va a servir de poco. La mayoría de esos jóvenes no tiene una conciencia de clase, que es una de las tesis de la película. Van a lo suyo, sálvese quien pueda.
Por el otro lado están los jubilados, con una mayor conciencia social. Reconocen que la situación está mal pero ellos al menos cobran su pensión. Cuando se juntan rememoran aquella época de 1992 y hablan de cómo se enfrentaban a la policía sin miedo, pues no tenían nada que perder, salvo su trabajo, y precisamente por ello estaban luchando, por no perderlo. No era solo un problema de los trabajadores directamente afectados por los despidos, sino que era un problema también de sus familias y de todos los demás negocios de la ciudad. La solidaridad entre todos ellos los impulsaba a echarse a las calles a manifestarse, a cortar carreteras... como podemos apreciar a través de imágenes de la época tomadas de las televisiones.
Entre ambos grupos podríamos hablar de un grupo intermedio: personas de mediana edad en situación de precariedad laboral. Esa precariedad se percibe en sus rostros prematuramente envejecidos, en su gesto serio... en ese afán por autodestruirse a base de tabaco y alcohol. Son los daños colaterales por pertenecer a la clase obrera y estar cada vez más condicionado por la inestabilidad económica: enfermedades, accidentes laborales, depresiones...
Un aspecto que se ha cuidado mucho en El año del descubrimiento es el del vestuario y el peinado. Aunque se rodó en el año 2019, la apariencia de los protagonistas es tal que podría ser de ahora o de 1992. Con el bar en que se rodó, La Tana, pasa otro tanto, parece anclado en el tiempo. De aquellos polvos, estos lodos, sin solución de continuidad; los problemas siguen siendo los mismos ayer y hoy. Es más, aunque El año del descubrimiento es un filme muy localizado geográficamente, lo que nos está contando tienen una dimensión universal, es una película que se puede entender perfectamente en cualquier otro país.
Algunos sindicalistas y trabajadores jubilados nos hablan, entre emocionados, orgullosos y decepcionados, sobre cómo vivieron aquellos días de 1992 que culminaron con la quema de la asamblea regional. ¿Sirven para algo los sindicatos?, ¿no se han quedado un poco anticuados en un mundo tan moderno y globalizado? En el epílogo de la película, después de ser testigos de tanta desolación y frustración, un sindicalista (que sufrió su primer accidente laboral a los 14 años) hace todo un discurso hablando de ese tema y de otros relacionados. Reconoce que tal vez están un poco anticuados, pero un sindicato siempre debe existir, asegura, siquiera como muro de contención. Pero sobre todo, continúa, la solución ha de ser política, tiene que haber un partido político que canalice toda esa lucha y que trate de poner freno a los excesos del capitalismo y a esa excrecencia fascista que recorre el mundo...