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«SPARTA» (2022) - ULRICH SEIDL

 ... Sparta forma parte, junto a Rimini, de lo que debería haber sido una trilogía (como ya ocurriera con su anterior tríptico llamado Paraíso: Amor-Fe-Esperanza). Esta otra trilogía no llegó a consumarse por la muerte de uno de sus actores principales, Hans-Michael Rehberg, que hace el papel de padre de los protagonistas de ambas cintas, un hombre con demencia senil que vive en una residencia de ancianos y del que se insinúa un oscuro pasado nazi.
En esta ocasión, Ulrich Seidl nos presenta a Ewald (Georg Friedrich), un austriaco que vive en Rumanía y que siente una especial atracción por los niños. Juega con ellos, como si fuera uno más, pero su cabeza estalla cuando se despierta un deseo sexual turbio que a duras penas logra reprimir. Es entonces cuando da marcha atrás y se retira, a sabiendas de que todo volverá a ocurrir, pues esa es su condición. Ese el motor de la película, que la impulsa hacia delante y que atrapa al espectador, que siente una curiosidad malsana por comprobar si finalmente la presa caerá abatida o no.
Seidl nos presenta un tema tan peliagudo como es la pederastia y lo hace de una manera inteligente, sin caer en lo morboso o en lo excesivamente explícito, haciendo que el espectador pueda sentir todo el dolor que siente Ewald, una mente enferma pero al mismo tiempo decidida a llevar a cabo sus planes. No sabemos si en el pasado tuvo ya alguna relación con algún crío, o tal vez él mismo sufrió abusos cuando era pequeño y ahora repite el mismo patrón.
Ewald rompe con su novia, abandona su trabajo y se marcha de la ciudad en que vive en Rumanía, en busca de un lugar donde montar una escuela de judo para niños. Ayudado por algunos críos del pueblo consigue rehabilitar una vieja escuela y crear una suerte de fortaleza, lejos de miradas indiscretas, donde los niños puedan jugar y aprender artes marciales mientras él les hace fotos, y al mismo tiempo forjarles un carácter fuerte, hacer de ellos "buenos soldados", como lo eran los soldados espartanos de la antigua Grecia (no en vano la escuela de judo recibe precisamente ese nombre, Sparta). Pretende también alejarlos de un ambiente familiar marcado por la violencia y el alcoholismo.
Ewald siente una especial atracción por Octavian, un niño tímido y sensible que guarda cierto parecido con el Tadzio de la película Muerte en Venecia de Visconti. La película da un giro cuando los vecinos del pueblo, y en especial el violento padre de Octavian, empiezan a intuir que algo raro puede estar ocurriendo.
Tanto aquí como en Rimini, ambas películas de ficción, se percibe un tono cercano al documental, género que conforma el grueso de la filmografía del director austriaco, ayudado también por una mezcla de actores profesionales y no profesionales.
La Rumanía que nos muestra Seidl es el paisaje más acorde a lo que pueda ser la mente del protagonista: un escenario decadente, sucio, pobre, feo... Adjetivos estos que suelen ser bastante habituales en el cine de Seidl, acostumbrado a poner el dedo en la llaga del espectador occidental, a mostrarle aquello que el cine mainstream se empeña en no enseñar o cuando lo hace le añade un final feliz o más o menos tolerable. Seidl parece sentirse cómodo, igual que su compatriota Michael Haneke, en sacudir al espectador, en mostrarle todo lo desagradable, turbio y contradictorio que hay en la cultura occidental, en unos países que se han forjado una imagen amable a fuerza de ocultar su lado oscuro, y todo ello con el objetivo último de hacerle reflexionar.
El guión de Sparta se construyó a partir de una historia real, la del alemán Markus Roth, un pedófilo que enseñaba judo en las áreas más deprimidas de Rumanía y que al mismo tiempo vendía fotos y vídeos de niños duchándose y jugando.
Como era previsible, Sparta ha estado acompañada de polémicas. El Festival Internacional de Cine de Toronto retiró la película a raíz de una noticia publicada por Der Spiegel en la que acusaba al cineasta de haber ocultado el argumento a sus jóvenes actores y a sus familias. Más cerca de nosotros, Seidl canceló su viaje a San Sebastián para presentar la cinta en el festival de cine...

"OBSESIÓN" - LUCHINO VISCONTI

Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:
http://www.larepublicacultural.es/article5113.html 

Título original: Ossessione, 1942
Director: Luchino Visconti
Guión: Luchino Visconti, Giuseppi De Santis, Mario Alicata, Gianni Puccini, Antonio Pietrangeli (basada en la novela de James M. Cain, El cartero siempre llama dos veces)
Intérpretes: Clara Calamai, Massimo Girotti, Juan De Landa, Dhia Cristiani, Vittorio Duse, Michele Riccardini, Elio Marcuzzo
Fotografía: Aldo Tonti, Domenico Scala (B&W)
Música: Giuseppe Rosati
Productora: Industrie Cinematografiche Italiane
País: Italia
Duración: 135 ’

Obsesión es una película en blanco y negro del director italiano Luchino Visconti. Fue rodada en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, y fue prohibida en Italia por el régimen de Mussolini, que llegó a destruir el negativo, si bien Visconti había podido guardar una copia.
Esta primera película del cineasta italiano está considerada una de las obras anticipatorias del Neorrealismo italiano, que habría de eclosionar después de la guerra con figuras tan sobresalientes como el propio Luchino Visconti, Roberto Rossellini o Vittorio de Sica.
Obesión es una adaptación libre de la novela El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain (quien se dice que no aprobó la película de Visconti), que también fue llevada al cine por Tay Garnett en 1946 (con Lana Turner y John Garfield como pareja protagonista) y por Bob Rafelson en 1981 (con Jack Nicholson y Jessica Lange).
La bella Giovanna (Clara Caramai) vive junto a su obeso y déspota marido, Giuseppe Bragana (Juan de Landa), que regenta un restaurante-gasolinera junto a una carretera. Es precisamente por esa carretera, por esa permanente y accesible posibilidad de escapar, por donde un día llega a bordo de un camión Gino Costa (Massimo Girotti), un atractivo y desastrado vagabundo. Nada más verlo, Giovanna comienza a amarlo casi tanto como odia a ese marido que la subyuga, y no tarda en caer en sus brazos. A partir de este momento los destinos de ambos personajes se atan, formando un nudo gordiano y lleno de tribulaciones, mientras intentan desafiar con todas sus fuerzas al hado fatal e inexorable que parece obrar sobre ellos.
Sobre el escenario descrito, en esa dualidad entre exteriores de una luminosidad hiriente e interiores plagados de sombras amenazantes, moviéndose a menudo entre grupos multitudinarios de personas de la calle convertidas en actores secundarios, deambulan los personajes de Obsesión. El opresor Bragana (caracterizado de gordo como no podía ser menos tratándose de un tirano), en su condición de privilegiado en el escalafón social, disfruta de los placeres de la carne, de la comida, de la bebida, de cantar ante un público que lo aplaude para que luego lo invite; no sospecha ni por un momento que ese recién llegado al que ha dado trabajo le robará su más preciado tesoro, su mujercita, subvirtiendo así el orden establecido. Su esposa, Giovanna, en su condición de oprimida (y de mujer en un país machista) ha ido acumulando resentimiento desde los tiempos en que se dejaba invitar por los hombres. Es cierto que su marido le sacó de esa vida, pero ella es lo suficientemente ambiciosa como para pretender conseguir la felicidad, que es casi como robar el oro de los dioses, junto a un hombre que la trate bien (¿por qué no el propio Gino?) y que la ayude a regentar el establecimiento. El buscavidas Gino Costa es un hombre en perpetua fuga, con un pasado que intuimos oscuro, que ha ido desempeñando trabajos alimenticios aquí y allá, y que lo único que parece tener claro, en su condición de desertor de la vida, es su permamente huida hacia delante, en un continuo desplazamiento hacia el siguiente lugar para empezar tal vez una nueva vida. En su primer desencuentro con Giovanna, Gino conoce a El Español, un feriante, un trotamundos como él, que le paga el billete de tren y le invita a dormir en su habitación en una lóbrega pensión. De una manera sutil, Luchino Visconti (conde de Mostrone y comunista por convicción) describe esta relación homosexual (no sabemos si consumada) entre ambos personajes.
El azar que vapulea a los personajes de Obsesión volverá a juntar a los protagonistas en Ancona. Poco después, la pasión entre Giovanna y Gino les llevará a simular un accidente en el que muere ese ogro llamado Giuseppe Bragana. Una vez desaparecido el obstáculo que se interponía entre sus cuerpos, la fortuna, en forma de indemnización por parte de la compañía de seguros, parece sonreírles, como si en el mundo capitalista en el que tienen lugar sus vidas fuera posible que los más desfavorecidos se libraran de sus verdugos y tomaran las riendas de su existencia. Acorde al tono sombrío de Obsesión, el cumplimiento de esta aspiración de la pareja no puede ser más que un espejismo. En la visión fatalista (y, como se aprecia, no exenta de mensaje político) que nos ofrece Visconti, en esa Italia costumbrista y provinciana (que todavía no muestra , como lo harán las películas neorrealistas posteriores, las heridas provocodas por la Guerra Mundial), se diría que no hay posibilidad de cambio para los de abajo. El siempre vacilante Gino (trasunto tal vez del propio Visconti, a caballo entre dos mundos contradictorios, entre el fascismo y el marxismo, entre su condición de mujeriego y la de homosexual, entre el neorrealismo descarnado y el romanticismo sobrecargado de sus últimas películas) empieza a sentirse agobiado por el sentimiento de culpa que le produce estar viviendo en la casa del hombre al que mataron; ya piensa en su siguiente huida, con una nueva mujer, en otro lugar. Entretanto, la policía, que nunca creyó esa versión tan llena de contradicciones que la pareja contaba, va estrechando su cerco sobre ella, cual jauría de perros que ya siente el aliento de su pieza, como si en su condición de garante del statu quo no permitiese el menor atisbo de subversión.
Nacido en una familia aristocrática, Visconti se aficionó en su juventud a disciplinas como el teatro, la ópera y la música, que tanto habrían de influirle posteriormente. También se dedicó a la cría y entrenamiento de caballos purasangre, además de frecuentar París y conocer a personajes como Jean Cocteau o Jean Renoir, del que sería su ayudante. Desde 1940 escribió en la revista Cinema, nido de intelectuales antifascistas. Su carrera cinematográfica está trufada de grandes obras, entre las que podemos destacar: Rocco y sus hermanos, El Gatopardo, Muerte en Venecia, Confidencias, La Caída de los Dioses, por citar solo algunas.