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"ESTUPOR Y TEMBLORES" , FRAGMENTOS (y 2) - AMÉLIE NOTHOMB


Otro extracto del libro Estupor y temblores, de Amélie Thomb, publicado por Quinteto y traducido por Sergie Pàmies.


«Tienes la obligación de tener hijos, a los que tratarás como a dioses hasta los tres años, edad en la que, de repente, los expulsarás del paraíso para alistarlos al servicio militar, que durará desde los tres hasta los dieciocho años y, más tarde, desde los veinticinco años hasta el día de su muerte. Estás obligada atraer al mundo a seres que serán todavía más infelices en la medida en que en los tres primeros años de su vida les habrán inculcado la noción de felicidad. ¿Te parece horrible? No eres la única en opinar así. Tus semejantes piensan del mismo modo desde 1960. y ya ves de qué les ha servido. Muchas de ellas se rebelaron, y quizás tú también te rebeles durante el único periodo libre de tu vida, entre los dieciocho y los veinticinco años. Pero, a los veinticinco años, de repente de darás cuenta de que todavía no te has casado y te sentirás avergonzada. Cambiarás tu ropa excéntrica por un aseado vestido, medias blancas y grotescos zapatos de tacón, someterás tu espléndida y lisa cabellera a un lamentable peinado y te sentirás aliviada si alguien -marido o jefe- manifiesta algún deseo hacia ti. En el caso más que improbable de que te cases por amor, todavía serás más desgraciada, ya que verás sufrir a tu marido. Será mejor que no le ames: eso te permitirá asistir con indiferencia al naufragio de sus ideales, porque tu marido todavía los tendrá. Por ejemplo, le habrán hecho creer que sería amado por una mujer. No obstante, pronto se dará cuenta de que no le amas. ¿Cómo podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso en lugar de corazón? Te han inculcado un espíritu demasiado calculador para poder amar. Si amas a alguien, significa que no te han educado bien. Los primeros días de matrimonio, fingirás toda clase de cosas. Hay que admitir que ninguna mujer finge con tanto talento como tú. Tu obligación es sacrificarte por los demás. No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacrificio hará felices a aquellos por quienes te sacrificas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti. No tienes ninguna posibilidad ni de ser feliz ni de hacer feliz a nadie. Y si, extraordinariamente, tu destino se librara de estas prescripciones, sobre todo no deduzcas que has triunfado: deduce que algo has hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la cuenta de tu error, ya que el espejismo de tu victoria sólo puede ser provisional. Y no disfrutes del momento: deja ese error de cálculo para los occidentales. El momento no vale nada, tu vida no vale nada. Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno. Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie te considera menos inteligente que un hombre. Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vista de los que tan mal te tratan. Aunque, pensándolo bien, ¿de verdad te sirve de consuelo?

Por lo menos, si te considerasen inferior, tu infierno estaría justificado y podrías librarte de él demostrando, conforme a los preceptos de la lógica, la excelencia de tu cerebro. Sin embargo, te consideran igual, incluso superior: así pues, tu tormento resulta absurdo, y eso significa que no existe el camino para salir de él. Existe uno, sí. Un único camino al que tienes pleno derecho, a no ser que hayas cometido la estupidez de convertirte al cristianismo: tienes derecho a suicidarte. En Japón, es sabido que el suicidio constituye un acto de gran honor. Y no se te ocurra pensar que el más allá es uno de esos alegres paraísos descritos por los simpáticos occidentales. Nada es tan estupendo en el otro lado. Para compensar, piensa en lo que realmente merece la pena: tu reputación póstuma. Si te suicidas, tu reputación será deslumbrante y se convertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás un lugar de honor en el panteón familiar: ésa constituye la mayor esperanza que puede albergar un ser humano. También puedes no suicidarte, es cierto. Pero entonces, tarde o temprano, no lo resistirás y cometerás cualquier deshonor: tendrás un amante, o te harás bulímica, o te volverás perezosa, vete tú a saber. Hemos observado que los huma-nos en general y las mujeres en particular tienen dificultades para vivir durante mucho tiempo sin cometer alguno de esos pecados relacionados con los placeres carnales. Si desconfiamos de esto último, no es por puritanismo: lejos de nosotros esa obsesión americana. En realidad, vale más evitar el placer porque hace sudar. Y no existe nada más vergonzoso que el sudor. Si comes a grandes bocados tu tazón de pasta hirviendo, si te entregas al frenesí del sexo, si pasas el invierno dormitando junto a la estufa, sudarás. Y ya nadie podrá dudar de tu vulgaridad. Entre el suicidio y la transpiración, no lo dudes. Derramar tu sangre es tan admirable como innombrable resulta derramar tu sudor. Si te das muerte, no sudarás nunca más y tu angustia habrá terminado para siempre. No creo que la suerte de los japoneses resulte mucho más envidiable. En realidad, incluso opino lo contrario. La nipona, por lo menos, tiene la posibilidad de librarse del infierno de la empresa casándose. Y no trabajar en una empresa japonesa me parece un fin en sí mismo. Pero el nipón, en cambio, no es un ser asfixiado. No se ha destruido en él, desde su más tierna edad, todo rastro de ideal. Conserva uno de los derechos humanos más fundamentales: el derecho a soñar, a tener esperanzas. Y lo ejerce. Sueña con mundos quiméricos en los que es libre y dueño de sus actos.

La japonesa carece de semejante recurso, si ha sido bien educada -y la mayoría lo han sido-. Por decirlo de algún modo, esa facultad esencial le ha sido amputada. Ésta es la razón por la cual proclamo mi más profunda admiración por toda nipona que todavía no se haya suicidado. Por su parte, seguir con vida constituye un acto de resistencia de un valor tan desinteresado como sublime.»

"ESTUPOR Y TEMBLORES" , FRAGMENTOS (1) - AMÉLIE NOTHOMB

A continuación unos fragmentos del libro Estupor y temblores, de Amélie Thomb, publicado por Quinteto y traducido por Sergie Pàmies.

«-Yo, cuando era pequeña, quería ser Dios. El dios de los cristianos, con D mayúscula. Hacia los cinco años, comprendí que mi ambición era irrealizable. Así que rebajé un poco mis pretensiones y decidí convertirme en Cristo. Imaginaba mi muerte sobre la cruz, ante toda la humanidad. A los siete años, tomé conciencia de que aquello no ocurriría. Decidí, más modestamente, convertirme en mártir. Durante años mantuve aquella decisión. Pero tampoco funcionó.
-¿Y después?
-Ya lo sabe: me hice contable en la empresa Yumimoto. Y creo que no podía caer más bajo.
-¿De verdad lo cree? -preguntó con una extraña sonrisa.»

«Aunque no lo parezca, existe una lógica en todo este asunto: los sistemas más autoritarios suscitan, en las naciones en los que se aplican, los casos más sorprendentes de desviaciones -y, por eso mismo, una relativa tolerancia respecto a las excentricidades humanas más apabullantes-. No sabemos lo que es un excéntrico hasta que conocemos a un excéntrico japonés. ¿Había dormido bajo los escombros? Estaban curados de espanto. Japón es un país que sabe lo que significa «volverse loco».

«La mayoría de las veces, el honor consiste en ser idiota. ¿Y acaso no vale más comportarse como un imbécil que deshonrarse?»

«Toda existencia conoce su día de traumatismo primario, que divide esta vida en un antes y un después y cuyo recuerdo, incluso furtivo, basta para paralizarte de un terror irracional, animal e incurable.»

"ESTUPOR Y TEMBLORES" - AMÉLIE NOTHOMB

Publicado por Javier Serrano en La República Cultural

Título: Estupor y temblores
Autor: Amélie Nothomb
Traducción: Sergi Pàmies
Editorial: Quinteto
Primera edición: 2004
Formato: 11 x 18 cm. 143 páginas
ISBN: 9788495971197



En la novela corta Estupor y temblores Amélie Nothomb describe unos meses en la vida de Amélie, una joven belga-japonesa (trasunto de la propia autora) contratada como traductora por la empresa tokiota Yumimoto.
El antiguo protocolo imperial nipón establece que uno deberá dirigirse al Emperador con “estupor y temblores”, por lo que Amélie deberá mostrarse sumisa y siempre solícita a las órdenes provenientes de los cuadros, hombres en su mayoría. En la jerarquizada cadena de mando tiene una especial importancia Fubuki Mori, la inmediata superior de Amélie, una mujer de una belleza extrema con la que mantendrá a lo largo de la novela una “relación paradójica”, un vínculo, como reconoce la propia autora, similar al que se establece entre David Bowie y Ryuichi Sakamoto en la película Feliz navidad, Mr. Lawrence.
Toda la acción transcurre en esa claustrofóbica planta 44 en que trabaja la protagonista. Solo al final de la novela sabremos algo más de su vida. Desde su incorporación todo se convierte en una concatenación de malentendidos, de linchamiento por parte de los mandos, que harán que la protagonista vaya cambiando de tareas dentro de la empresa, en un descenso continuado y kafkiano hacia el infierno laboral. Pese a todo, este proceso de humillación, de acoso y derribo al que someten a la protagonista debido a su doble condición de extranjera blanca y además mujer, está narrado con bastante humor e ironía, jugando con frecuencia a enfrentar los dos universos a que pertenece Amélie, Oriente y Occidente, y su diferente concepción del mundo. La disección que Nothomb hace del entorno laboral y empresarial de Japón, lleno de constricciones y de normas disparatadas, es brutal y no exenta de resentimiento.
La escritora también carga contra la situación de la mujer en el Japón actual, donde cada minuto de su vida está condicionado por rígidas normas sociales; esa diatriba aparece claramente expuesta en la mitad de la novela: a los 25 años la mujer nipona ha de estar casada, su rostro no debe expresar sentimientos, no debe tener ni un solo pelo sobre su cuerpo… Y lo que es peor, “no aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá”. En cuanto a los deberes, la mujer nipona ha de ser irreprochable, delgada, hermosa. “Si admiras tu propia belleza reflejada en el espejo, que sea por temor y no por placer: ya que tu belleza no te proporcionará más que el pánico a perderla. Si eres guapa, no serás gran cosa; si no eres guapa, serás menos que nada”. La única escapatoria en ese mundo asfixiante es el suicidio, una salida honorable en Japón, un país con una altísima tasa de suicidio; idea esta que no es ajena a Amélie, pues la posibilidad de una defenestración (en su acepción de arrojarse por una ventana), sobrevuela su cabeza durante todo el texto.
Por lo que respecta a los hombres, ellos todavía conservan el derecho a soñar, a tener esperanza, algo que no les sirve absolutamente para nada, por lo que su situación no es necesariamente mejor que la de la mujer (que al menos puede sortear el infierno de la empresa casándose).
El estilo de escritura de Nothomb es preciso, magro, con unos diálogos cortos pero muy trabajados. En 1992 vio la luz su primera novela, Higiene del asesino, donde describía la muerte de su hermano a manos de un borracho. Nothomb asegura escribir tres novelas por año, de las que solo sale publicada una, lo cual ya es una buena media; ello hace que pese a ser una autora relativamente joven ya tenga una producción literaria prolífica, tanto en novela como en teatro y relato.
Estupor y temblores fue llevada al cine con el mismo título por Alain Corneau en 2003.