Publicado por Javier Serrano en La República Cultural.
Título original: Mercado de futuros, 2011
Directora: Mercedes Álvarez
Guión: Arturo Redin, Mercedes Álvarez
Fotografía: Alberto Rodríguez
Productora: IB Cinema
País: España
Duración: 113’
Directora: Mercedes Álvarez
Guión: Arturo Redin, Mercedes Álvarez
Fotografía: Alberto Rodríguez
Productora: IB Cinema
País: España
Duración: 113’
Fotograma de Mercado de futuros, de Mercedes Álvarez |
La última película de Mercedes Álvarez continúa en la senda trazada en El cielo gira. Como se recordará, su primera y multipremiada película entraba dentro del denominado documental creativo o de autor, y estaba grabada en formato de vídeo. La directora lograba concentrar el mundo entero en un solo pueblo, en el que ella había nacido, Aldealseñor, diminuto y casi despoblado, situado en algún lugar de Soria. Una voz en off hablaba en primera persona sobre el tema central de la película: el inexorable paso del tiempo (o dicho de otro modo, la memoria), cómo afectaba al pueblo, a sus gentes, a las cosas.
En Mercado de futuros, Álvarez repite la fórmula, pero esta vez trasladada a la ciudad. De nuevo el formato de vídeo y una voz en off, que no renuncia al tono literario, para hablarnos sobre el arte de la memoria, sobre la capacidad y también necesidad de recordar las cosas, pues son al final los objetos materiales los que nos remiten (como si fueran cajas que encierran tesoros) a esa otra sustancia mucho más valiosa: los sentimientos. Mercedes Álvarez es de la opinión de que en el mundo en que vivimos ese arte se ha ido perdiendo, como de forma metafórica nos muestra la primera secuencia de su película: una mudanza donde varios operarios van despojando (y casi parecen estar desnudándolo) a un inmueble de todas sus cosas materiales, perfectamente clasificadas hasta ese instante, despojadas ya de todo valor y encerradas ahora en cajas de cartón y en bolsas, y sin que esté claro dónde irán a parar. Esta parte de la película sería la de la Memoria, el pasado, las muñecas de la infancia, las ruinas sórdidas que encontramos entre los escombros de la ciudad (y que nos remite a En construcción, de José Luis Guerín), o esas otras ruinas de corte clásico que aparecen en el mundo del arte, a punto siempre de desaparecer y sin embargo ahí.
Por oposición a ella (e, inevitablemente, realzándola) está la otra parte de la película, como un yang que de manera ineluctable equilibrara a su correspondiente ying, la que se centra en el futuro y en lo inmaterial (que puede llegar a materializarse o no), la que rige nuestros presentes, el mundo de los mercaderes. Aquí asistimos al despliegue de medios de hombres y mujeres obcecados en su intención de vendernos un poco de seguridad frente a la incertidumbre del futuro, obteniendo a cambio su correspondiente parte del pastel, y vuelta a empezar. Mercedes Álvarez asegura que la idea originaria de la película era hablar sobre la ciudad y sobre el mundo de la construcción; el proyecto habría ido cobrando vida propia hasta adquirir su forma definitiva, distinta a la pensada en un primer momento.
Este mundo de futuro se desarrolla en varios escenarios. Así, una feria inmobiliaria donde charlatanes de aspecto inmaculado tratan de vender propiedades, casas, terrenos, sueños, cada vez más grandes y con más accesorios, que sólo existen sobre el plano o en forma de maqueta; bulliciosos agentes que compran y venden futuros financieros; convenciones donde seres humanos provistos de gafas especiales escuchan los consejos de algún prominente gurú que les asesora sobre cómo sacar tajada en estos tiempos de incertidumbre… El humo, en definitiva, lo efímero, lo especulativo. Aquí hay una mención especial al caso español, a su burbuja inmobiliaria, a cómo los mismos que se beneficiaron de ella pusieron pies en polvorosa al ver las primeras nubes oscuras, y se largaron con sus magros capitales a otro lugar para repetir la misma jugada.
Álvarez va alternando fragmentos de un mundo y de otro, aguzando el ojo de la cámara y el oído de los micrófonos para captar las conversaciones impagables de esos personajes involuntarios. Son diálogos repletos de mentiras y al mismo tiempo de sentido del humor; la risa del espectador (que está dentro de ese mundo de vendedores de humo) surge al contemplar la escena desde fuera, como si no fuera con él.
Frente al vértigo de lo que está por venir, Álvarez opta por la certeza de lo ya pasado, por el arte de la memoria, por el mundo de los sentimientos (como ya hiciera en El cielo gira). Esta toma de posición por parte de la autora es lo que hace que su película se pueda considerar dentro del denominado documental creativo o de autor, ése en que se nota la presencia y el punto de vista de su creador. Esta definición es discutible y de contornos lábiles, pues en toda película (sea documental o ficción) se percibe, de manera evidente o sutil, una intención, una visión del mundo por parte de su autor.
Dentro de la dicotomía descrita, Álvarez también habla del uso de la tecnología y del papel que juega en nuestra sociedad. Hay una secuencia de su película en la que vemos a un hombre mayor cultivando un pequeño huerto que está rodeado por ruidosas autopistas. La sofisticada tecnología al servicio de los prestidigitadores, de los mercachifles de ilusiones y certezas, o del capital, como vemos en esa secuencia de los brokers traficando con algo tan inmaterial como son los futuros financieros. Frente a ello, la tecnología más rudimentaria o la ausencia de ella: hombres que hacen una mudanza sin más ayuda que sus manos, almonedas, mercados callejeros, o como ese viejo anticuario a la entrada de su tienda repleta de objetos viejos e inservibles, y que apegado a ellos no parece estar por la labor de venderlos.
En su crítica humorística al desmesurado y ridículo uso de la tecnología, la película de Álvarez remite a ciertos momentos de las películas de Jacques Tati, con todos esos cachivaches que nos seducen pero que al mismo tiempo no dejan de putearnos. Descacharrante el plano de dos tipos tumbados en asientos que simulan la falta de gravedad.
Mercado de futuros es una película pequeña, de poco presupuesto, impulsada, como ya ocurriera con El cielo gira, por la Universidad Pompeu Fabra, más concretamente por el Máster de Documental Creativo, y grabada gracias al trabajo de sus alumnos. Es una de esas obras que han de triunfar primero en algún festival, en algún lugar lejano, para que en su propio país se le pueda reconocer todo su mérito.
Otros trabajos de Mercedes Álvarez: montadora del largometraje documental En Construcción, de José Luis Guerín; directora de El cielo gira.