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«DRUK (OTRA RONDA)» (2020) - THOMAS VINTERBERG

 
¿Que es la juventud? Un sueño
¿Qué es el amor? El contenido de ese sueño
Soren Kierkegaard


... con esas palabras de Soren Kierkegaard se abre Druk, la última película del danés Thomas Vinterberg, traducida al español por Otra ronda.
Los cuatro protagonistas conforman un grupo de amigos de mediana edad, dedicados a la docencia en un instituto de Copenhague. Martin, el protagonista principal (un convincente Mads Mikkelsen), es un profesor de Historia, casado y con dos hijos, que vive instalado en la incomunicación familiar y en un aburrimiento total en su puesto de trabajo; Tommy (Thomas Bo Larsen) es un profesor de Educación Física, soltero, que aprovecha los ejercicios de entrenamiento de sus jóvenes alumnos para echar un vistazo al periódico; Peter (Lars Ranthe), también soltero, es un profesor de Música que intenta enseñar canciones tradicionales a su desganada clase; y Nikolaj (Magnus Millang), profesor de Psicología, padre de tres hijos pequeños y con una mujer desbordada y gritona ante lo inútil e inmaduro que es Nikolaj como padre y compañero sentimental. De cara a los demás, todos ellos disfrutan de consideración social y de una buena posición económica, y parecen llevar una estable vida sentimental o una agradable soltería voluntaria. Y sin embargo deciden aceptar un reto, un extraño experimento, un aparentemente inocente juego: probar en sus propios cuerpos los efectos de la hipótesis de Skarderud, un psiquiatra noruego que afirma que el cuerpo humano carece de un 0.05 % de alcohol, lo cual le impide rendir correctamente. Los cuatro amigos llegan a la conclusión de que hay que ingerir ese 0.05 para incrementar la creatividad, desinhibirse, tener un mejor estado de ánimo y aumentar así su rendimiento laboral y su reconocimiento social. Durante un tiempo beberán a escondidas, desde temprana hora, e irán observando los cambios que se produzcan en su rutina diaria. 
Ahora imparten sus clases sin separarse de su botellita de agua mineral, previamente rellenada con vodka, ocultan sus provisiones espirituosas en lugares insospechados, se reúnen en alguna de sus casas y comentan los resultados del experimento mientras toman unos tragos, salen a cenar y a ponerse hasta arriba... La hipótesis parece funcionar y los cuatro profesores mejoran en su vida personal y laboral; su ración de «dopping» diario los vuelve más simpáticos y motivados en su tarea, con más capacidad para llegar al alumnado. La «lógica científica» indica que hay que incrementar la dosis y seguir observando los nuevos resultados. Como era previsible, el asunto se les acabará yendo de las manos. Es probablemente esta parte de la película, con las borracheras enormes que se pillan, la más cómica de esta tragicomedia, con algunas secuencias muy divertidas. 
Aunque Druk parece girar sobre la omnipresencia del alcohol en Dinamarca, un país que a diferencia de sus vecinos nórdicos (donde la venta de alcohol está muy restringida y controlada por el Estado mediante los Systembolaget) tiene liberalizada la venta de alcohol, y la esposa de Martin llega a decir que los daneses no son más que una banda de borrachos, el alcohol sería más bien la consecuencia, un efecto secundario, del fracaso en la vida y la imposibilidad de asumirlo. Aparentemente, esta banda de cuarentones lo tiene todo: familia, dinero, buena posición social... pero en el fondo, su vida se halla muy lejos de ese hygge tan típicamente danés, de esa situación de bienestar y felicidad. Sienten que son unos fracasados, unos mediocres profesores, como Martin que en plena clase de Historia llega a decir, por error y ante el pasmo de sus desmotivados alumnos, que Churchill era uno de los líderes en la Primera Guerra Mundial. Más sangrante aún es todo lo que atañe a la aburrida y monótona vida sentimental de Martin, con una familia que apenas se comunica entre sí y con un matrimonio sin apenas sexo y bordeando la ruptura.
Martin y sus colegas añoran su juventud, ese paraíso perdido al que hacía referencia el padre del existencialismo al inicio de Druk. Esa juventud en la que todo era posible y estaba al alcance de la mano, en la que nadie pensaba en la posibilidad de la caída. Es la misma edad que tienen ahora sus alumnos, esos jóvenes bebedores ocasionales que participan alborozados en una gincana en la que sí o sí terminarán borrachos, y cuya fiesta de graduación consiste en ir subidos en lo alto de un camión que va recorriendo la ciudad, disfrazados de marineros y poniéndose hasta arriba de alcohol de manera despreocupada. Es el alcohol como sinónimo de felicidad, de éxito, de eterna juventud... Lo que daría cualquiera de estos cuatro profesores por ser uno de sus alumnos. La figura de Soren Kierkegaard sobrevuela la película y aparece evidenciada en un examen al que someten a un alumno y en el que el tema sobre el que tiene que hablar es sobre el filósofo danés, su visión de la vida, la ansiedad, el fracaso...
Es ahí, en medio de todo ese hastío vital, donde entra en juego el alcohol, esa chispa que les hace sentir bien, eufóricos, siquiera durante unas horas. A medida que el licor se va haciendo cada vez más necesario en sus vidas, el caos va entrando en ellas. Conforme el proceso de autodestrucción va avanzando, Druk parece evocar a otras películas que también abordan un disgusto existencial parecido, como La Grande Bouffe, de Marco Ferreri (donde cuatro amigos a vuelta de todo quieren hincharse a comer hasta reventar), o Leaving Las Vegas, de Mike Figgis (con un Nicolas Cage que pretende suicidarse a base de tragos, en uno de sus mejores papeles).
¿Es el alcoholismo un problema individual o más bien el director se está refiriendo a un problema que afecta al conjunto de la sociedad? ¿Es el alcohol una parte consustancial de la sociedad danesa? ¿Forma parte de su cultura? ¿O tal vez se trata más bien de la necesidad de beber alcohol para poder sobrellevar la sensación de fracaso como individuo o como sociedad? Vinterberg no ofrece un final cerrado, no hay moralina...

«EL TIEMPO DE LOS ASESINOS» (II) - HENRY MILLER

Fragmentos de El tiempo de los asesinos, de Henry Miller, obra traducida por Roberto Bixio y revisada por Mercedes Fernández.

«Un artista adquiere el derecho de llamarse creador sólo cuando admite que no es sino un instrumento».

«El mundo no quiere originalidad, quiere conformidad, esclavos, más esclavos. El lugar que corresponde al genio está en el albañal, cavando zanjas, o en las minas y canteras, donde su talento no será utilizado. Un genio en busca de empleo es uno de los espectáculos más tristes del mundo. No encaja en ninguna parte, nadie quiere saber nada de él. Es un inadaptado, dice el mundo. Y con esto le cierran violentamente la puerta en las narices. Pero, ¿es que no hay entonces sitio para él? Sí, siempre queda sitio en lo más bajo del fondo. ¿No lo habéis visto nunca en el puerto, cargando bolsas de café o algún otro artículo «de primera necesidad»? ¿No habéis observado qué bien lava los platos en la cocina de un inmundo restaurante? ¿No lo habéis visto cargando maletas en una estación de ferrocarril?».

«¡Qué memorables, qué proféticas parecen ahora las palabras que arrojó a su amigo Delahaye cuando éste exaltó la innegable superioridad de los conquistadores germanos!: "¡Imbéciles!, detrás de sus chillonas trompetas y sus monótonos tambores, se vuelven a su país a comer sus salchichas, creyendo que todo ha terminado. Pero aguarda un poco y los verás militarizados de pies a cabeza, y por mucho tiempo, bajo jefes hinchados de orgullo que no los soltarán más, van a tragar todas las inmundicias de la gloria... Veo desde aquí el régimen de hierro y locura que acuartelará la sociedad alemana. Y todo sólo para ser aplastados al final por cualquier coalición!"».

«Dado que toda palabra es idea», decía Rimbaud, «¡tiene que llegar el tiempo de un lenguaje universal!... Esa lengua nueva o universal hablará de alma a alma y lo resumirá todo, perfumes, sonidos, colores, uniendo todo pensamiento». La clave de este idioma, está de más decirlo, es el símbolo, que sólo el creador posee. Es el alfabeto del alma, prístino e indestructible. Gracias a él, el poeta, señor de la imaginación y gobernante anónimo del mundo, se comunica, comulga con sus camaradas. Con el fin de establecer este puente, el joven Rimbaud se entregó a sus experiencias. ¡Y con qué éxito, pese a su repentina y misteriosa renuncia! Desde más allá de la tumba sigue aún comunicándose, y cada vez más poderosamente con el correr de los arios. Cuanto más enigmático nos parece, más lúcida se hace su doctrina. ¿Paradójico? De ningún modo. Todo cuanto hay de profético sólo puede revelarse con el tiempo y la contingencia. En este medio vemos hacia atrás y hacia adelante con idéntica claridad; la comunicación se convierte en el arte de instaurar en cualquier momento en el tiempo una relación armónica entre pasado y futuro. Todos y cada uno de los materiales son de la misma utilidad, siempre y cuando puedan ser convertidos en la moneda eterna: la lengua del alma. En este reino no existen ni analfabetos ni gramáticos. Sólo es necesario abrir el corazón, desechar todo prejuicio literario... en otras palabras, revelarse. Lo que equivale, por supuesto, a una conversión. Se trata de una medida radical que presupone un estado de desesperación. Pero si todos los demás métodos fallan, como inevitablemente suele suceder, ¿por qué no recurrir a esa medida extrema, la conversión? Sólo en las puertas mismas del infierno asoma la salvación. Los hombres han fracasado, en todos los sentidos. Una y otra vez han tenido que volver sobre sus pasos, retomar la pesada carga y comenzar por enésima vez la empinada y ardua ascensión hacia la cumbre. ¿Por qué no aceptar el reto del espíritu y someterse? ¿Por qué no rendirse y hallar así acceso a una nueva vida? El Antiguo está siempre esperando. Unos lo llaman el Iniciador, otros el Gran Sacrificio…».

«No es extraño que el siglo XIX esté lleno de figuras demoniacas. Basta pensar en Blake, en Nerval, en Kierkegaard, Lautréamont, Strindberg, Nietzsche, Dostoyevski, todas figuras trágicas, y trágicas en un nuevo sentido. Todos ellos atraídos por el problema del alma, por la expansión de la conciencia y la creación de nuevos valores morales. En el eje de esta rueda que arroja luz sobre el vacío, Blake y Nietzsche reinan como dos deslumbrantes estrellas gemelas; su mensaje sigue siendo tan nuevo que vemos en ellos las huellas de la insania. Nietzsche reestructura todos los valores vigentes; Blake inventa una nueva cosmogonía. Rimbaud está en muchos sentidos próximo a ellos. Es como una estrella fugaz que aparece súbitamente, brilla en todo su esplendor y luego se precipita hacia la Tierra».