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«COW» (2021) - ANDREA ARNOLD

Documental británico de la realizadora Andrea Arnold (Red Road, Fish Tank) que sigue la vida de una vaca lechera en una granja británica.
La película comienza con Luma, que así se llama la vaca protagonista, dando a luz un ternero, con la ayuda de algunos empleados de la granja. Como pasara con ella misma, pronto ese simpático ternero empezará a ser amamantado con un sustituto de la leche materna (que será utilizada como alimento humano dentro del circuito comercial) y a los pocos días será separado de su madre, entre mugidos lastimeros, lo que constituye un verdadero trauma para ambos. 
Los días pasan y el pequeño va ingiriendo su alimento a través de tetinas de plástico. Luego vendrá el marcado, colocando una etiqueta de plástico identificativa en la oreja del pequeño, y posteriormente se procederá al quemado de los incipientes cuernos, lo que impedirá que estos crezcan. Como se ve, la iniciación al dolor de estas criaturas empieza a una edad temprana. En esta primera parte de la película, la directora se centra en esa maternidad frustrada y sigue en paralelo las vidas separadas de Luma y de su hijo.
Tras la separación definitiva, Cow se centra en la vida de Luma, en lo que la directora denomina la «salvaje, invisible belleza». La cercanía de la cámara muestra su capacidad de sentir, reflejada sobre todo a través de la mirada, que lejos de ser inexpresiva revela una sintiencia que todavía a día de hoy algunos niegan (reconocerla implicaría remover incómodas cuestiones éticas). Impresiona ver el cuerpo de Luma con la ubre hinchada como un globo enorme rozando el suelo embarrado de la granja. Una máquina es conectada a cada uno de sus cuatro pezones y le extrae la leche. 
No mucho tiempo después Luma será encerrada en un redil junto a un toro. De fondo suena «Tyrant» de Kali Uchis. Asistimos a algo parecido a un juego de seducción, no exento de sensualidad, entre ambos animales, que poco a poco se van acercando y empiezan a darse lametones, hasta que finalmente la secuencia culmina con la monta de Luma por parte del macho, mientras en el exterior se ven y escuchan fuegos artificiales. Se inicia ahí un nuevo ciclo de producción, uno más. 
Esta es básicamente la vida de Luma y las demás vacas lecheras en una granja británica. Los únicos momentos de alegría son esos periodos en que se les permite salir de los establos —y lo hacen de manera atropella, corriendo, dando brincos de alegría— y pastar en las praderas cercanas bajo un cielo azul y un sol radiante.
La cámara filma muy cerca de los animales, convertida en uno más, de hecho se lleva algún testarazo de vez en cuando. Los únicos sonidos que escuchamos son los mugidos, las respiraciones a menudo nerviosas de los animales, canciones de música pop que se cuelan desde los altavoces de las instalaciones y que hablan sobre amor, deseo..., algunos diálogos de empleados de la granja, a veces cariñosos («girlies!»), alguna frase del veterinario que examina regularmente a los mamíferos, convertidos en auténticas máquinas de parir y de dar leche... En otros momentos, la directora opta por incorporar canciones pop de un estilo similar al que se escucha por los altavoces (Garbage, The Pogues, Billie Eilish, SOAK...). En Cow no hay una voz en off o alguien que explique lo que estamos viendo. Tampoco es necesario: la cercanía a esas vacas hace que de inmediato sintamos empatía por ellas. Hay otros documentales de naturaleza parecida que inciden más en el dolor que padecen, pero no es el caso de Cow, que opta por reflejar esa vida rutinaria y anodina que llevan las vacas en la granja, más cercana a lo que sería la vida en una prisión.
La última etapa del documental refleja los últimos días de Luma, cuando ya su ciclo reproductivo no da más de sí y el único rendimiento económico que se le puede extraer precisa una muerte fulminante.

«MANIFIESTO ANIMALISTA» - CORINNE PELLUCHON (Y II)

Manifiesto animalista (Reservoir Narrativa) : Pelluchon, Corine, Vivanco  Gefaell, Juan: Amazon.es: Libros
«Lo que tienen en común todos los espectáculos que implican el amaestramiento del animal es la humillación. Ningún tigre saltaría a través de un círculo de fuego si no lo hubieran obligado durante largas sesiones para que reprimiera sus instintos y obedeciera a un amo que a cambio le dará comida o un latigazo para anular su voluntad. Durante la doma en cautividad no siempre se golpea a los animales, y en Francia, por lo general, reciben una alimentación correcta, pero las frustraciones y la obligación de exhibirse en números que, a veces, los ridiculizan, son un ultraje a su dignidad. La doma de animales de circo y la cautividad son contrarias al respeto a la dignidad del animal.
La doma es violencia también por otro motivo: revela el deseo humano de apropiarse de la fuerza salvaje, reduciendo a la fiera a la esclavitud. Esta violencia es compartida por el espectador que acude a admirar la belleza apresada, la fuerza domada, el animal vencido por el humano que ha sabido dominarle. Ir al circo para ver espectáculos con animales es consagrar la dominación, hacer de ella un arte. Los animales, aunque se diga que «trabajan», están ahí para poner en evidencia el poder humano. El precio que pagan estos animales carismáticos es una vida de privaciones, de aburrimiento, a veces de golpes, y la sensación constante de estar desnaturalizados, de deber su supervivencia y su comida a la voluntad de unos humanos que vulneran el derecho natural de todo ser sintiente: la libertad».

(...)

«El placer que sienten los visitantes del zoo se debe a que tienen unos animales salvajes a su disposición, a que pueden observarlos sin correr ningún riesgo. Este espectáculo alienta la escisión, que impide sentir piedad. Es más, supone dicha escisión: solo quien está escindido puede gozar con el cautiverio de otro ser sintiente. Todo el dispositivo de los zoos obedece a este esquema dualista: el otro está encerrado y yo lo estoy viendo, sin ningún peligro, en un recinto de donde no puede escapar y donde no puede dar rienda suelta a sus instintos. El zoo expresa y refuerza el sentimiento de superioridad de los humanos sobre los animales. Un sentimiento semejante al que tuvieron antaño frente a otros humanos convertidos en fenómenos de feria y expuestos a la curiosidad pública, como Saartjie Baartman, apodada la Venus Hotentote debido a su figura, caracterizada por la hipertrofia de las caderas y las nalgas prominentes».

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«A diferencia de los espectáculos de delfines o de los circos, a los que acude un público que desconoce los sufrimientos de un animal querido, los aficionados pagan por disfrutar con el suplicio de un animal al que, además, consideran malvado. La corrida transmite una imagen equivocada de los toros, que no tienen una inclinación natural a atacar, sino a huir, como todos los herbívoros.
El arte de los toreros también es una mentira, pues es sabido que este animal, que goza de una amplia visión panorámica gracias a sus ojos separados a ambos lados de la cara, tiene una visión binocular frontal reducida. Las imágenes que percibe son borrosas y calcula mal las distancias. Su aparato ocular no está hecho para centrar su atención en un objeto concreto sino para discernir las formas y los movimientos. Cuando el torero mueve la capa y se pone de lado, juega con las características del toro, que solo embiste contra lo que está en movimiento. Asustado por las formas imprecisas y por sus movimientos, que lo desorientan, el animal embiste bajando la cabeza para llevar los cuernos por delante y luego la levanta para observar la situación.
El ardid del torero consiste en matarle lentamente: obligándolo a mantener la cabeza baja, secciona sus músculos dorsales con puyazos, lo debilita para limitar sus reacciones y lo sangra cortando con la espada las grandes venas del cuello. La desventaja de los toros es aún mayor cuando sufren mutilaciones antes de salir al ruedo, como el afeitado de los cuernos. Esta práctica consiste en serrarlos en vivo, sobre la materia inervada, para acortarlos varios centímetros. Para disimular esta mutilación, dirigida a minimizar el riesgo del torero y alterar la percepción espacial del toro, cuya embestida será imprecisa, se reconstruye la punta del cuerno con resina.
El placer que sienten los aficionados también se explica por el hecho de que la corrida ilustra el combate con un animal que simboliza la fuerza y la bravura. Al matarlo con «arte», el humano simula que se enfrenta a la muerte y vence a la animalidad. Una vez más, la belleza y majestuosidad de los animales son su perdición. Es difícil no ver en el placer por la aniquilación de un ser vivo con semejante presencia física la marca de un esquema viriloide que gobierna la expresión de la fuerza bruta y el dominio del cuerpo del otro.
Por todos estos motivos la abolición de las corridas de toros se impondrá en todos los países, y con ella la prohibición de las peleas entre animales. Cuando los animales no sirven para resaltar la fuerza de los humanos, su sufrimiento también produce grandes ganancias, como en el caso de animales criados en condiciones miserables, domados de manera violenta, salvajemente heridos y sacrificados de manera lamentable. Todo este sufrimiento solo aprovecha a un reducido número de personas.
El dinero que se gasta en organizar espectáculos de tauromaquia podría servir, durante algún tiempo, para ayudar a reciclarse a los ganaderos de reses bravas y a los toreros. Hay quien propone autorizar solo las corridas en las que el animal no muere, como en Portugal. Esta solución es inadecuada, porque esta práctica, que consagra el dominio del humano sobre el animal, también es muy violenta. La corrida portuguesa se hace a caballo (sin engualdrapar ni proteger) y sin picador. El jinete clava unas farpas (banderillas de arpón doble) en la cruz del toro. Cuando el animal está agotado por la sangre que ha perdido, ocho hombres (forcados) a pie entran en el ruedo y lo inmovilizan para el número final. El último de ellos le agarra la cola y lo sujeta. El toro es sacrificado fuera del ruedo con cuchillos. O le arrancan las banderillas sin anestesia y lo dejan agonizando hasta que abra el matadero, al día siguiente o a los dos días».

(...)

«En cuanto al foie gras, consiste en un hígado enfermo obtenido cebando durante tres semanas patos mulares o gansos. Estas aves acumulan grasa de forma natural antes de la migración, pero lo hacen moderadamente, para tener buena salud durante el vuelo. En las granjas los obligan a tragar en pocos segundos 450 gramos de comida con un tubo de metal de 20 a 30 centímetros introducido en la garganta hasta el buche. Su hígado acaba alcanzando un tamaño diez veces mayor que el normal y desarrolla una enfermedad, la esteatosis hepática. Al debatirse cuando el tubo se hunde en su garganta o por la contracción de su esófago provocada por las ganas de vomitar, se ahogan, jadean y a menudo sufren perforaciones mortales en el cuello. Al final de la ceba son incapaces de andar y respiran a duras penas, porque los pulmones están comprimidos por el hígado. Si no los sacrificaran morirían igual. Muchos ni siquiera llegan a esta fase: el índice de mortalidad de los patos es de diez a veinte veces mayor durante la ceba»

«MANIFIESTO ANIMALISTA» - CORINNE PELLUCHON (I)

 Manifiesto animalista (Reservoir Narrativa) : Pelluchon, Corine, Vivanco  Gefaell, Juan: Amazon.es: Libros
Los tres niveles de la lucha política
En política hay tres niveles en los que conviene apoyarse para reformar una sociedad.
El primer nivel es normativo, y tiene que ver con los fundamentos éticos y filosóficos de la sociedad.
El principio de tener en cuenta los intereses de los animales en la definición del bien común no recibe una adhesión inmediata, pues no solo choca con muchos intereses humanos sino que, además, nuestras pasiones nos dividen y, como decía Hobbes, no estamos seguros de que mañana querremos lo que queremos hoy. Ni siquiera un interés obvio que debería exhortarnos a evitar la guerra basta para poner de acuerdo a los individuos. A diferencia de los animales gregarios, como las abejas y las hormigas, que ven inmediatamente dónde está el bien común, nosotros necesitamos la institución política y la fuerza imperativa de la ley para crear las condiciones de una paz duradera y aplicar la justicia.
Esto ha ocurrido siempre con todos los principios de la justicia y todas las grandes luchas, como la abolición de la pena de muerte, que no ha sido el resultado de una suma de opiniones ni de un referéndum, sino el fruto de una decisión racional y argumentada que, hundiendo sus raíces en la tradición, actualizaba lo más noble de nuestra civilización. La justicia no es una pasión. Sus principios no se aplican de forma arbitraria. Se basan en una filosofía que explica el sentido de la existencia humana y de la asociación política, como hemos mostrado en un libro anterior, Les nourritures. Nadie se los ha sacado de la manga, como si no tuvieran nada objetivo, sino que se han reconocido al término de un proceso deliberativo.
Por todos estos motivos, el marco del contrato social es pertinente. Porque designa un convenio entre los humanos: el bien común no es algo que viene dado, hay que buscarlo e instaurarlo. El contrato social, que es una norma y no un hecho, y subraya el carácter artificial del Estado, es un acuerdo entre humanos. Se trata de lograr que entre las finalidades de la política se mencione explícitamente la defensa de los intereses de los animales. Cuando los principios en que se basa la justicia de una comunidad política están consignados en su constitución, adquieren una fuerza y una visibilidad que facilitan su cumplimiento.
El segundo nivel en el que conviene apoyarse para reformar la sociedad es el representativo. Para que los intereses de los animales lleguen a ser una finalidad del Estado y un principio constitucional que se aplique realmente, y para que la cuestión animal se examine de manera transversal en todas las políticas públicas, es preciso completar la democracia representativa.
Los representantes, como es natural, están más preocupados por los intereses de los humanos que les han dado su mandato que por la suerte de los animales. Para que la cuestión animal no quede eclipsada por nuestras preocupaciones inmediatas conviene designar a unas personas encargadas de velar, dentro de las instancias deliberativas y no al margen de ellas, por la inclusión de los intereses de los animales en las políticas públicas. Su control consistiría no tanto en proponer nuevas leyes como en exigir la revisión o el rechazo de las que contradigan el principio constitucional que establece la integración de los intereses de los animales en el bien común.
La primera etapa consistiría en lograr que la mejora de la condición animal, y no el fin de la explotación, sea un deber explícito del Estado. Los humanos encargados de verificar que no se olvide a los animales en todas las políticas públicas (de agricultura, ganadería, deporte, cultura, educación, transporte y comercio) podrían pedir la supresión de algunas prácticas que supongan un claro maltrato. Su cometido también consistiría en promover mejoras significativas en la utilización de animales y convencer a los agentes económicos y los ciudadanos para que poco a poco cambien sus formas de producir y consumir.
Este cometido sería el de censores, porque tendrían sobre todo poder de veto,pero no se reduciría a él. Su presencia en las instancias deliberativas instalaría progresivamente la cuestión animal en la sociedad, la economía y la cultura, y promovería la transición democrática a una sociedad justa con los animales.
El nombramiento de estos representantes que ocuparían escaños junto a los diputados y senadores podría hacerse por sorteo a partir de una lista de personas que hubieran dado muestras de compromiso con la causa animal. Estas personas también deberían ser capaces de intervenir de manera pertinente y elocuente, respetando las reglas de la ética de la discusión: tolerancia, escucha, pero también argumentación, transparencia, capacidad de ampliar su punto de vista pensando en lo que puede tener sentido para la comunidad, y de revisarlo de acuerdo con los datos que vayan apareciendo.
En esta lista también habría etólogos y personas capaces de presentar alternativas a la experimentación animal y a la alimentación con carne, a condición de que posean las cualidades antes mencionadas y no tengan ningún conflicto de intereses con los grupos de presión. Estos representantes se nombrarían por sorteo y para un periodo determinado, evitando así el desgaste y la corrupción que produce el ejercicio del poder. Durante su mandato, las y los que fueran docentes o investigadores obtendrían la excedencia, y los profesionales liberales recibirían una compensación económica por la suspensión de sus actividades.
El tercer nivel de la acción política es el espacio público. Se trata de hacer todo lo posible para que los individuos, simples ciudadanos, representantes políticos y agentes económicos, integren a los animales en la esfera de la consideración moral, y para que estén dispuestos a promover la justicia con los animales. Un movimiento cultural, filosófico y artístico que explique la importancia y la universalidad de la causa animal es la clave de esta evolución social y política. También puede pasar por la creación de un partido animalista abanderado de la causa animal, que recuerde a los demás partidos su carácter insoslayable y contribuya a la formación de la opinión pública.