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«ME ACUERDO (I REMEMBER)» (y 3) - JOE BRAINARD

Joe Brainard
Fragmentos extraídos de «Me acuerdo», la obra de Joe Brainard publicada por Sexto Piso y traducida por Julia Osuna Aguilar.


Me acuerdo de mujeres rubias a las que, si les está dando el sol de lleno, no puedes ni mirarlas.

Me acuerdo de los vestuarios. Y del olor de los vestuarios.

Me acuerdo de que me preguntaba si las niñas también se tiraban pedos.

Me acuerdo de cuando los negros empezaron a mudarse a barrios de blancos. De cómo todo el mundo se echaba a temblar si un negro se mudaba a su vecindario porque el valor de las propiedades bajaba.

Me acuerdo de la «mujer de los gatos», que siempre iba vestida de negro. Y con varias capas de medias. Una encima de otra encima de otra. Le llamaban la «mujer de los gatos» porque por la noche iba por ahí dándole de comer a los gatos. Tenía el pelo tan enmarañado que no creo que pudiese pasarse un peine. Se pasaba el día dando vueltas por las calles haciendo no sé muy bien qué. Nunca iba sin su carrito lleno de bolsas de papel llenas de sólo Dios sabe qué. Según ella, había otras mujeres de los gatos que cuidaban de los gatos de otras zonas del Lower East Side. Hasta qué punto estaban organizadas estas mujeres eso ya no lo sé.

Me acuerdo de arcoíris que me defraudaron.

Me acuerdo de intentar no quedarme mirando a la gente que tenía audífono. (O intentar mirarlos con naturalidad)

Me acuerdo de una vez que me miré minuciosamente la polla y los huevos y de lo asquerosos que me parecieron.

Me acuerdo de que Rock Hudson, Charlie Chaplin y Lyndon Johnson tenían pollas enormes.

Me acuerdo del derecho parlamentario. De las preguntas tipo test. Y de las cortinas de papel.

Me acuerdo de que un año le compré un frasco pequeño de Chanel número 5 a mi madre pero mi padre se enteró de lo que me había costado y tuve que devolverlo.

Me acuerdo de que me daban lástima los niños de la escuela, o de la iglesia, que tenían madres feas.

Me acuerdo de varias veces en las que me pusieron el termómetro en el culo y del miedo que tenía a que se colase y se perdiese dentro, o se rompiese.

Me acuerdo de que Georges Washington tenía los dientes de madera.

Me acuerdo de los castillos de barras de los columpios y de las niñas a las que les daba igual que se les viesen las bragas.

Me acuerdo de una caja de ceras Crayola de auténtico lujo que tenía los colores dorado, plata y bronce.

Me acuerdo de ese trozo de carne blanca que se ve entre el dobladillo de los pantalones y los calcetines cuando los hombres mayores cruzan las piernas.

Me acuerdo de un hombre gordo que vendía seguros. Un caluroso día de verano fuimos a visitarle y llevaba puestos unos pantalones cortos y cuando se sentó se le salió un huevo. Me acuerdo de que era igual de difícil mirarlo que no mirarlo.

Me acuerdo de uno de mis primeros recuerdos, con una niña mayor que yo en una tienda de chucherías. El hombre le preguntó que qué quería, así que ella eligió algunas cosas y cuando el hombre le pidió el dinero ella le contestó: «Ah, pero si no tengo dinero. Usted me ha preguntado que qué quería y se lo he dicho». Se me quedó grabado.

«ME ACUERDO (I REMEMBER)» (2) – JOE BRAINARD


Joe Brainard
Fragmentos extraídos de «Me acuerdo», la obra de Joe Brainard publicada por Sexto Piso y traducida por Julia Osuna Aguilar.

Me acuerdo de cuando vendía sangre cada tres meses en la Segunda Avenida.

Me acuerdo de haber intentado imaginarme a mi madre y a mi padre follando.

Me acuerdo de pasar la mano por debajo de las mesas de los bares y notar todos los chicles.

Me acuerdo de la silla detrás de la que solía pegar los mocos.

Me acuerdo de fantasear con morir y con lo triste que estaría todo el mundo.

Me acuerdo de que la vida era tan seria entonces como lo es ahora.

Me acuerdo de un niño más pequeño que yo que vivía al final de la calle. A veces me escondía uno de sus juguetes en los calzoncillos y hacía que él lo cogiese.

Me acuerdo de «Los negros tienen la polla enorme».

Me acuerdo de «Los chinos tienen la polla chica».

Me acuerdo de que mi padre se rascaba las pelotas un montón.

Me acuerdo de decir «gracias» en ocasiones que no lo requieren.

Me acuerdo de evitar mirar a los lisiados.

Me acuerdo de que cuando empecé a fumar les escribí una carta a mis padres contándoselo. Nunca mencionaron la carta y seguí fumando.

Me acuerdo de los pedos que huelen a huevo duro podrido.

Me acuerdo de un día muy caluroso de verano en el que se me ocurrió poner cubitos de hielo en el acuario y se me murieron todos los peces.

Me acuerdo del «pasado lila». (Él tiene un…).

Me acuerdo de que en todo autobús siempre hay un soldado.

Me acuerdo de una niña alemana muy guapa que, simplemente, no olía bien.

Me acuerdo de las lavanderías por la noche, con todas las luces encendidas y nadie dentro.

Me acuerdo de que me preguntaba por qué, si Jesús podía curar a los enfermos, no curaba a todos los enfermos.

Me acuerdo de comer túneles y ciudades construidos con sandía.

Me acuerdo del daño que puede hacer el rock & roll. Puede ser tan libre y sensual cuando tú no lo eres…

Me acuerdo de querer dormir en el patio de atrás y de que se riesen de mí diciendo que no iba a aguantar la noche entera y de, al final, dormir fuera y no aguantar la noche entera.

Me acuerdo de haber intentado chupármela una vez, pero no llegó a funcionar.

Me acuerdo de haberme deshecho de todo lo que tenía en dos ocasiones.

«ME ACUERDO (I REMEMBER)» (1) – JOE BRAINARD

«Ultra New-Realism Self-Portrait», Joe Brainard

Fragmentos extraídos de «Me acuerdo», la obra de Joe Brainard publicada por Sexto Piso y traducida por Julia Osuna Aguilar.

Me acuerdo de cuando, en el instituto, si vestías de verde y amarillo los jueves significaba que eras gay.

Me acuerdo de haber tirado las gafas al mar desde el ferry de la isla de Staten en una oscura noche de dramatismo y depresión.

Me acuerdo de la primera vez que vi a Frank O´Hara. Bajaba por la Segunda Avenida. Aunque era una fría tarde de principios de primavera, sólo llevaba una camiseta blanca arremangada hasta los hombros. Y vaqueros. Y mocasines. Me acuerdo de que me pareció de lo más mariquita. Muy teatrero. Decadente. Me acuerdo de que me gustó al instante.

Me acuerdo de que fui explorador de los demolay. Ojalá recordase el saludo secreto para poder revelároslo.

Me acuerdo de mi abuelo, que no creía en los médicos. No trabajaba porque tenía un tumor. Se pasaba el día jugando a las cartas. También escribía poemas. Tenía las uñas de los pies largas y feas. Hacia todo lo posible por no mirarle los pies.

Me acuerdo del hígado.

Me acuerdo de un día en que, yendo al centro en un autobús, en Tulsa, un chaval que me sonaba del colegio se sentó a mi lado y empezó a preguntarme cosas como «¿Te gustan las niñas?». Era un auténtico freak. Cuando llegamos al centro (donde estaban todas las tiendas), me siguió hasta que al final me convenció para que fuese con él al banco, tenía que guardar una cosa en una caja de seguridad. Me acuerdo de que por aquel entonces yo no sabía lo que era una caja de seguridad. Cuando llegamos al banco un banquero le dio una caja y nos llevó a una cabina con cortinas doradas. El chaval abrió la caja y sacó una pistola. Me la enseñó y me hice el sorprendido, la volvió a meter en la caja y me preguntó si me bajaría los pantalones. Dije que no. Me acuerdo de que me temblaban las rodillas. Cuando salimos del banco, le dije que tenía que ir al Brown-Dunkin´s (los mayores grandes almacenes de Tulsa) y me respondió que él también tenía que ir. Para ir al servicio. En el servicio de caballeros volvió a intentar algo (no me acuerdo de qué exactamente) pero salí corriendo por la puerta, y ahí se quedó la cosa. Es muy extraño que un niño de once o doce años tenga una caja de seguridad. Con una pistola dentro. Tenía una hermana mayor de la que se decía que era «una perdida».

Me acuerdo de muchos primeros días de colegio. Y de ese sentimiento de vacío.

Me acuerdo de cuando los chicos malos llevaban los vaqueros tan bajos que el director tuvo que fijar también un límite para eso. Creo que el máximo eran siete centímetros por debajo del ombligo.

Me acuerdo de muchos septiembres.

Me acuerdo de cuando mi padre decía «Las manos fuera del edredón», cuando venía a darnos las buenas noches. Pero lo decía de buenas.

Me acuerdo de cuando pensaba que si hacías algo malo, la policía te metía en la cárcel.