«Ultra New-Realism Self-Portrait», Joe Brainard |
Fragmentos extraídos de «Me acuerdo», la obra de Joe Brainard publicada por Sexto Piso y traducida por Julia Osuna Aguilar.
Me acuerdo de cuando, en
el instituto, si vestías de verde y amarillo los jueves significaba que eras
gay.
Me acuerdo de haber
tirado las gafas al mar desde el ferry de la isla de Staten en una oscura noche
de dramatismo y depresión.
Me acuerdo de la primera vez
que vi a Frank O´Hara. Bajaba por la Segunda Avenida. Aunque era una fría tarde
de principios de primavera, sólo llevaba una camiseta blanca arremangada hasta
los hombros. Y vaqueros. Y mocasines. Me acuerdo de que me pareció de lo más
mariquita. Muy teatrero. Decadente. Me acuerdo de que me gustó al instante.
Me acuerdo de que fui
explorador de los demolay. Ojalá
recordase el saludo secreto para poder revelároslo.
Me acuerdo de mi abuelo,
que no creía en los médicos. No trabajaba porque tenía un tumor. Se pasaba el
día jugando a las cartas. También escribía poemas. Tenía las uñas de los pies
largas y feas. Hacia todo lo posible por no mirarle los pies.
Me acuerdo del hígado.
Me acuerdo de un día en
que, yendo al centro en un autobús, en Tulsa, un chaval que me sonaba del
colegio se sentó a mi lado y empezó a preguntarme cosas como «¿Te gustan las
niñas?». Era un auténtico freak.
Cuando llegamos al centro (donde estaban todas las tiendas), me siguió hasta
que al final me convenció para que fuese con él al banco, tenía que guardar una
cosa en una caja de seguridad. Me acuerdo de que por aquel entonces yo no sabía
lo que era una caja de seguridad. Cuando llegamos al banco un banquero le dio
una caja y nos llevó a una cabina con cortinas doradas. El chaval abrió la caja
y sacó una pistola. Me la enseñó y me hice el sorprendido, la volvió a meter en
la caja y me preguntó si me bajaría los pantalones. Dije que no. Me acuerdo de
que me temblaban las rodillas. Cuando salimos del banco, le dije que tenía que
ir al Brown-Dunkin´s (los mayores grandes almacenes de Tulsa) y me respondió
que él también tenía que ir. Para ir al servicio. En el servicio de caballeros
volvió a intentar algo (no me acuerdo de qué exactamente) pero salí corriendo
por la puerta, y ahí se quedó la cosa. Es muy extraño que un niño de once o
doce años tenga una caja de seguridad. Con una pistola dentro. Tenía una
hermana mayor de la que se decía que era «una perdida».
Me acuerdo de muchos
primeros días de colegio. Y de ese sentimiento de vacío.
Me acuerdo de cuando los
chicos malos llevaban los vaqueros tan bajos que el director tuvo que fijar
también un límite para eso. Creo que el máximo eran siete centímetros por
debajo del ombligo.
Me acuerdo de muchos
septiembres.
Me acuerdo de cuando mi
padre decía «Las manos fuera del edredón», cuando venía a darnos las buenas
noches. Pero lo decía de buenas.
Me acuerdo de cuando
pensaba que si hacías algo malo, la policía te metía en la cárcel.
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