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«MANIFIESTO ANIMALISTA» - CORINNE PELLUCHON (Y II)

Manifiesto animalista (Reservoir Narrativa) : Pelluchon, Corine, Vivanco  Gefaell, Juan: Amazon.es: Libros
«Lo que tienen en común todos los espectáculos que implican el amaestramiento del animal es la humillación. Ningún tigre saltaría a través de un círculo de fuego si no lo hubieran obligado durante largas sesiones para que reprimiera sus instintos y obedeciera a un amo que a cambio le dará comida o un latigazo para anular su voluntad. Durante la doma en cautividad no siempre se golpea a los animales, y en Francia, por lo general, reciben una alimentación correcta, pero las frustraciones y la obligación de exhibirse en números que, a veces, los ridiculizan, son un ultraje a su dignidad. La doma de animales de circo y la cautividad son contrarias al respeto a la dignidad del animal.
La doma es violencia también por otro motivo: revela el deseo humano de apropiarse de la fuerza salvaje, reduciendo a la fiera a la esclavitud. Esta violencia es compartida por el espectador que acude a admirar la belleza apresada, la fuerza domada, el animal vencido por el humano que ha sabido dominarle. Ir al circo para ver espectáculos con animales es consagrar la dominación, hacer de ella un arte. Los animales, aunque se diga que «trabajan», están ahí para poner en evidencia el poder humano. El precio que pagan estos animales carismáticos es una vida de privaciones, de aburrimiento, a veces de golpes, y la sensación constante de estar desnaturalizados, de deber su supervivencia y su comida a la voluntad de unos humanos que vulneran el derecho natural de todo ser sintiente: la libertad».

(...)

«El placer que sienten los visitantes del zoo se debe a que tienen unos animales salvajes a su disposición, a que pueden observarlos sin correr ningún riesgo. Este espectáculo alienta la escisión, que impide sentir piedad. Es más, supone dicha escisión: solo quien está escindido puede gozar con el cautiverio de otro ser sintiente. Todo el dispositivo de los zoos obedece a este esquema dualista: el otro está encerrado y yo lo estoy viendo, sin ningún peligro, en un recinto de donde no puede escapar y donde no puede dar rienda suelta a sus instintos. El zoo expresa y refuerza el sentimiento de superioridad de los humanos sobre los animales. Un sentimiento semejante al que tuvieron antaño frente a otros humanos convertidos en fenómenos de feria y expuestos a la curiosidad pública, como Saartjie Baartman, apodada la Venus Hotentote debido a su figura, caracterizada por la hipertrofia de las caderas y las nalgas prominentes».

(...)

«A diferencia de los espectáculos de delfines o de los circos, a los que acude un público que desconoce los sufrimientos de un animal querido, los aficionados pagan por disfrutar con el suplicio de un animal al que, además, consideran malvado. La corrida transmite una imagen equivocada de los toros, que no tienen una inclinación natural a atacar, sino a huir, como todos los herbívoros.
El arte de los toreros también es una mentira, pues es sabido que este animal, que goza de una amplia visión panorámica gracias a sus ojos separados a ambos lados de la cara, tiene una visión binocular frontal reducida. Las imágenes que percibe son borrosas y calcula mal las distancias. Su aparato ocular no está hecho para centrar su atención en un objeto concreto sino para discernir las formas y los movimientos. Cuando el torero mueve la capa y se pone de lado, juega con las características del toro, que solo embiste contra lo que está en movimiento. Asustado por las formas imprecisas y por sus movimientos, que lo desorientan, el animal embiste bajando la cabeza para llevar los cuernos por delante y luego la levanta para observar la situación.
El ardid del torero consiste en matarle lentamente: obligándolo a mantener la cabeza baja, secciona sus músculos dorsales con puyazos, lo debilita para limitar sus reacciones y lo sangra cortando con la espada las grandes venas del cuello. La desventaja de los toros es aún mayor cuando sufren mutilaciones antes de salir al ruedo, como el afeitado de los cuernos. Esta práctica consiste en serrarlos en vivo, sobre la materia inervada, para acortarlos varios centímetros. Para disimular esta mutilación, dirigida a minimizar el riesgo del torero y alterar la percepción espacial del toro, cuya embestida será imprecisa, se reconstruye la punta del cuerno con resina.
El placer que sienten los aficionados también se explica por el hecho de que la corrida ilustra el combate con un animal que simboliza la fuerza y la bravura. Al matarlo con «arte», el humano simula que se enfrenta a la muerte y vence a la animalidad. Una vez más, la belleza y majestuosidad de los animales son su perdición. Es difícil no ver en el placer por la aniquilación de un ser vivo con semejante presencia física la marca de un esquema viriloide que gobierna la expresión de la fuerza bruta y el dominio del cuerpo del otro.
Por todos estos motivos la abolición de las corridas de toros se impondrá en todos los países, y con ella la prohibición de las peleas entre animales. Cuando los animales no sirven para resaltar la fuerza de los humanos, su sufrimiento también produce grandes ganancias, como en el caso de animales criados en condiciones miserables, domados de manera violenta, salvajemente heridos y sacrificados de manera lamentable. Todo este sufrimiento solo aprovecha a un reducido número de personas.
El dinero que se gasta en organizar espectáculos de tauromaquia podría servir, durante algún tiempo, para ayudar a reciclarse a los ganaderos de reses bravas y a los toreros. Hay quien propone autorizar solo las corridas en las que el animal no muere, como en Portugal. Esta solución es inadecuada, porque esta práctica, que consagra el dominio del humano sobre el animal, también es muy violenta. La corrida portuguesa se hace a caballo (sin engualdrapar ni proteger) y sin picador. El jinete clava unas farpas (banderillas de arpón doble) en la cruz del toro. Cuando el animal está agotado por la sangre que ha perdido, ocho hombres (forcados) a pie entran en el ruedo y lo inmovilizan para el número final. El último de ellos le agarra la cola y lo sujeta. El toro es sacrificado fuera del ruedo con cuchillos. O le arrancan las banderillas sin anestesia y lo dejan agonizando hasta que abra el matadero, al día siguiente o a los dos días».

(...)

«En cuanto al foie gras, consiste en un hígado enfermo obtenido cebando durante tres semanas patos mulares o gansos. Estas aves acumulan grasa de forma natural antes de la migración, pero lo hacen moderadamente, para tener buena salud durante el vuelo. En las granjas los obligan a tragar en pocos segundos 450 gramos de comida con un tubo de metal de 20 a 30 centímetros introducido en la garganta hasta el buche. Su hígado acaba alcanzando un tamaño diez veces mayor que el normal y desarrolla una enfermedad, la esteatosis hepática. Al debatirse cuando el tubo se hunde en su garganta o por la contracción de su esófago provocada por las ganas de vomitar, se ahogan, jadean y a menudo sufren perforaciones mortales en el cuello. Al final de la ceba son incapaces de andar y respiran a duras penas, porque los pulmones están comprimidos por el hígado. Si no los sacrificaran morirían igual. Muchos ni siquiera llegan a esta fase: el índice de mortalidad de los patos es de diez a veinte veces mayor durante la ceba»

«MANIFIESTO ANIMALISTA» - CORINNE PELLUCHON (I)

 Manifiesto animalista (Reservoir Narrativa) : Pelluchon, Corine, Vivanco  Gefaell, Juan: Amazon.es: Libros
Los tres niveles de la lucha política
En política hay tres niveles en los que conviene apoyarse para reformar una sociedad.
El primer nivel es normativo, y tiene que ver con los fundamentos éticos y filosóficos de la sociedad.
El principio de tener en cuenta los intereses de los animales en la definición del bien común no recibe una adhesión inmediata, pues no solo choca con muchos intereses humanos sino que, además, nuestras pasiones nos dividen y, como decía Hobbes, no estamos seguros de que mañana querremos lo que queremos hoy. Ni siquiera un interés obvio que debería exhortarnos a evitar la guerra basta para poner de acuerdo a los individuos. A diferencia de los animales gregarios, como las abejas y las hormigas, que ven inmediatamente dónde está el bien común, nosotros necesitamos la institución política y la fuerza imperativa de la ley para crear las condiciones de una paz duradera y aplicar la justicia.
Esto ha ocurrido siempre con todos los principios de la justicia y todas las grandes luchas, como la abolición de la pena de muerte, que no ha sido el resultado de una suma de opiniones ni de un referéndum, sino el fruto de una decisión racional y argumentada que, hundiendo sus raíces en la tradición, actualizaba lo más noble de nuestra civilización. La justicia no es una pasión. Sus principios no se aplican de forma arbitraria. Se basan en una filosofía que explica el sentido de la existencia humana y de la asociación política, como hemos mostrado en un libro anterior, Les nourritures. Nadie se los ha sacado de la manga, como si no tuvieran nada objetivo, sino que se han reconocido al término de un proceso deliberativo.
Por todos estos motivos, el marco del contrato social es pertinente. Porque designa un convenio entre los humanos: el bien común no es algo que viene dado, hay que buscarlo e instaurarlo. El contrato social, que es una norma y no un hecho, y subraya el carácter artificial del Estado, es un acuerdo entre humanos. Se trata de lograr que entre las finalidades de la política se mencione explícitamente la defensa de los intereses de los animales. Cuando los principios en que se basa la justicia de una comunidad política están consignados en su constitución, adquieren una fuerza y una visibilidad que facilitan su cumplimiento.
El segundo nivel en el que conviene apoyarse para reformar la sociedad es el representativo. Para que los intereses de los animales lleguen a ser una finalidad del Estado y un principio constitucional que se aplique realmente, y para que la cuestión animal se examine de manera transversal en todas las políticas públicas, es preciso completar la democracia representativa.
Los representantes, como es natural, están más preocupados por los intereses de los humanos que les han dado su mandato que por la suerte de los animales. Para que la cuestión animal no quede eclipsada por nuestras preocupaciones inmediatas conviene designar a unas personas encargadas de velar, dentro de las instancias deliberativas y no al margen de ellas, por la inclusión de los intereses de los animales en las políticas públicas. Su control consistiría no tanto en proponer nuevas leyes como en exigir la revisión o el rechazo de las que contradigan el principio constitucional que establece la integración de los intereses de los animales en el bien común.
La primera etapa consistiría en lograr que la mejora de la condición animal, y no el fin de la explotación, sea un deber explícito del Estado. Los humanos encargados de verificar que no se olvide a los animales en todas las políticas públicas (de agricultura, ganadería, deporte, cultura, educación, transporte y comercio) podrían pedir la supresión de algunas prácticas que supongan un claro maltrato. Su cometido también consistiría en promover mejoras significativas en la utilización de animales y convencer a los agentes económicos y los ciudadanos para que poco a poco cambien sus formas de producir y consumir.
Este cometido sería el de censores, porque tendrían sobre todo poder de veto,pero no se reduciría a él. Su presencia en las instancias deliberativas instalaría progresivamente la cuestión animal en la sociedad, la economía y la cultura, y promovería la transición democrática a una sociedad justa con los animales.
El nombramiento de estos representantes que ocuparían escaños junto a los diputados y senadores podría hacerse por sorteo a partir de una lista de personas que hubieran dado muestras de compromiso con la causa animal. Estas personas también deberían ser capaces de intervenir de manera pertinente y elocuente, respetando las reglas de la ética de la discusión: tolerancia, escucha, pero también argumentación, transparencia, capacidad de ampliar su punto de vista pensando en lo que puede tener sentido para la comunidad, y de revisarlo de acuerdo con los datos que vayan apareciendo.
En esta lista también habría etólogos y personas capaces de presentar alternativas a la experimentación animal y a la alimentación con carne, a condición de que posean las cualidades antes mencionadas y no tengan ningún conflicto de intereses con los grupos de presión. Estos representantes se nombrarían por sorteo y para un periodo determinado, evitando así el desgaste y la corrupción que produce el ejercicio del poder. Durante su mandato, las y los que fueran docentes o investigadores obtendrían la excedencia, y los profesionales liberales recibirían una compensación económica por la suspensión de sus actividades.
El tercer nivel de la acción política es el espacio público. Se trata de hacer todo lo posible para que los individuos, simples ciudadanos, representantes políticos y agentes económicos, integren a los animales en la esfera de la consideración moral, y para que estén dispuestos a promover la justicia con los animales. Un movimiento cultural, filosófico y artístico que explique la importancia y la universalidad de la causa animal es la clave de esta evolución social y política. También puede pasar por la creación de un partido animalista abanderado de la causa animal, que recuerde a los demás partidos su carácter insoslayable y contribuya a la formación de la opinión pública.

«LA TRAMPA DE LA DIVERSIDAD» - DANIEL BERNABÉ (y II)

«Hoy somos incapaces de imaginar un mundo alternativo a este, de distinguir el neoliberalismo de fenómenos como los amaneceres o la lluvia. La política ha perdido por completo su autonomía, quedando relegada a un juego de seducción frente a unos ciudadanos que compiten identitariamente por verse representados en ella, que compiten en sus trabajos, que compiten en su vida cotidiana contra otras personas y contra ellos mismos, en una carrera angustiosa y desesperada. La izquierda, presa de este mercado, cosificada también como una mercancía, presenta su seducción a través de las políticas de la diversidad. Una vez que se ha visto incapaz de alterar el sistema, de cambiar las reglas del juego, las acepta y, creyendo aún desempeñar un papel transformador, su única función es resaltar lo minoritario, lo específico, exagerar las diferencias, proporcionar una representación no sólo a mujeres, homosexuales o minorías raciales, sino a toda la clase media aspiracional. Terry Eagleton hace un buen resumen de la situación, de lo que en este libro hemos llamado la trampa de la diversidad y de las consecuencias que ha tenido para la política de izquierda: 
 
En lo cultural se nos debe tratar a todos con el mismo respeto, pero en lo económico la distancia entre los clientes de los bancos de alimentos y los clientes de los bancos de inversión no deja de crecer. [La izquierda] habla el lenguaje del género, la identidad, la marginalidad, la diversidad y la opresión, pero con mucha menos frecuencia el idioma del Estado, de la propiedad, la lucha de clases, la ideología o la explotación [...] Como señala Marx, ningún modo de producción en la historia humana ha sido tan híbrido, diverso, inclusivo y heterogéneo como el capitalismo, que ha borrado fronteras, derrumbado polaridades, mezclado categorías fijas y reunido promiscuamente una diversidad de formas de vida. Nada es más generosamente inclusivo que la mercancía, que, con su desdén por las distinciones de rango, clase, raza y género, no desprecia a nadie siempre que tenga con qué comprarla».

«Lo aspiracional es el combustible para que esta trampa funcione».

«Si la izquierda, hasta los años setenta, no fue especialmente cuidadosa con las políticas de representación, con notables excepciones en el aspecto del feminismo en los países socialistas, ahora padece, como hemos visto a lo largo del libro, una sobrerrepresentación de la diversidad. Mientras que los movimientos sociales revolucionarios intentaron durante el siglo XX buscar qué era lo que relacionaba a grupos diferentes, el activismo del siglo XXI es adicto a exagerar las diferencias entre los individuos. ¿Qué era pues lo que relacionaba a grupos diferentes? La clase social, la construcción de una identidad sobre algo existente que tomaba conciencia de sí misma. Basándose en el papel que desempeñaban los trabajadores en el sistema productivo, se construía una potencialidad revolucionaria que atravesaba transversalmente nacionalidades, géneros, orientaciones sexuales y razas. Y esto, cabe recordarlo, no fue una simple proposición teórica, sino una mecanismo que dio resultados tangibles. No hubo una década en todo el siglo XX que no contara con una revolución, a menudo varias. Además esta ola no se circunscribió a un territorio o una cultura, sino que encontró eco, más allá de especificidades culturales, en los lugares más diversos y distantes del mundo».

«Toda lucha por la diversidad que no tenga un pie en lo material, que no piense cómo articular sus reivindicaciones hacia cuestiones económicas, es susceptible de ser apropiada por socioliberales, utilizada como cuña y parapeto por los ultras y, sobre todo, ser manejada por el neoliberalismo para sus intereses».

«Durante el siglo XX la política era un acontecimiento social transversal a todas las clases, a todas las nacionalidades, a todos los géneros y las razas. La llevaba a cabo el senador desde su tribuna legislando, la ponía en práctica el gran industrial comprando voluntades, pero también era propiedad del sindicalista, del estudiante, del último cuadro del partido en el pueblo más recóndito. Hacía política la profesora, la escritora, la madre educando a sus hijos. La política no era algo ajeno a la vida cotidiana, algo puntual que se daba en la jornada electoral, algo esotérico que sólo comprendía un conciliábulo de expertos.
El gran triunfo del neoliberalismo no fue ni siquiera poner a hablar a la izquierda en su lenguaje, a pensar en sus términos. Fue lograr que el hecho político desapareciera de la vida cotidiana de la gente, conseguir que se viera como algo indigno practicado por unos profesionales decadentes entre el susurro y la componenda, conseguir envasarla, transformarla en un producto que consumiríamos como otro estilo de vida, como otro entretenimiento».

«La política de izquierdas hoy no compite contra la política de derechas, sino contra todo un sistema de ocio planificado que coloniza cualquier tiempo muerto del que los trabajadores disponen. La política de izquierdas compite contra una idea que se repite desde hace más de 40 años y que ha calado profundo hasta en ella misma, la de no hay alternativa. Ser de izquierdas es, entre otras cosas, una identidad. Pero no puede quedar reducida tan sólo a eso. Si no ser de izquierdas entrará, como ya lo hace de hecho, en la misma categoría que ser aficionado al aeromodelismo, la filatelia o la repostería creativa. Y ahí, cuando la acción política colectiva queda reducida a una mera actitud personal, a un Value & Lifestyle tiene su derrota asegurada.
La política no puede quedar confinada en un edificio, de la misma forma que no puede ser un objeto amable y consumible que el votante, cada cierto tiempo, compra en un mercado electoral»
«La izquierda no puede ganar al neoliberalismo en su propio terreno de juego, con sus reglas, mediante atajos del lenguaje, fantasías tecnoutopistas y análisis de datos. Ahí es donde llevamos desde mediados de los noventa y es algo que sólo ha servido para vaciar los partidos, los sindicatos y los programas ideológicos. Para dejar nuestra identidad tiritando o, peor aún, sustituida por un doble funcional al sentido común dominante».

«LA TRAMPA DE LA DIVERSIDAD» - DANIEL BERNABÉ (I)

 «Hoy todos somos clase media, aunque algunos lo son más que otros. La cajera de Zara que cobra 800 euros al mes cree pertenecer a la clase media, porque así se lo dicen por la tele, porque la clase trabajadora es algo de lo que avergonzarse y escapar, y porque, quizá, puede acceder a tal bien de consumo que considera de lujo. El consultor de Zara que cobra 3.000 euros al mes es también clase media, aunque dependa de un salario, apenas vea a sus hijos y se medique por la tensión que le crea su empleo. Él se lo ha ganado, él lo vale, él aspira a más
y esos vagos de clase «baja» que viven de sus impuestos no se lo van a arrebatar. Y Amancio Ortega, uno de los hombres más ricos del mundo, casi también es clase media, porque los periódicos nos cuentan que lleva una frugal vida, practica la filantropía y viste con la ropa de su empresa. La cuestión no es lo que realmente se es, lo que se tiene, por qué se tiene, sino lo que se cree ser, lo que se aspira a ser. La realidad es que entre la cajera y el consultor hay muchas menos diferencias reales que de ambos frente al multimillonario, que esencialmente lo es por esa parte del valor que cajera, consultor y los esclavos orientales crean con su trabajo y del que Amancio se apropia. Lo peor no es que la cajera y el consultor admiren a Amancio, lo peor es que ambos, pese a creerse de clase media, se perciben absolutamente solos en un mundo implacable, por lo que necesitan rellenar su débil identidad con un competitivo, meritocrático y diverso individualismo».

«Las políticas simbólicas o representativas funcionan, y de hecho tuvieron gran éxito cuando surgieron a finales de los sesenta. Nombrar y reconocer a los demás como querían ser nombrados y reconocidos, otorgarles los mismos derechos, fue percibido como algo positivo por parte de casi todos. Fueron su sobreexplotación y, sobre todo, su divorcio de las políticas materiales, junto con el cambio de mentalidad hacia el individualismo, los que han hecho de ellas algo negativo. El resultado es que el racismo, la homofobia y el machismo se están constituyendo como parte de la identidad general del que quiere ser diferente, no correcto, rebelde y no pertenece a ninguno de estos grupos. O cómo la diversidad simbólica bajo el neoliberalismo, operando en el mercado de la diversidad, engendra un contrarrelato terrorífico».

«La posibilidad material para que este cambio cultural aspiracional, este ingreso en el mercado de la diversidad, fuera operativo vino de la desindustrialización, de la externalización, de la atomización laboral de los trabajadores. Es mucho más sencillo percibir a tu clase cuando trabajas en una factoría rodeado de 5.000 personas como tú que cuando tu vinculación con la producción es a través de la figura del falso autónomo».

«ANTIFA» - MARK BRAY (y V)

«Si el objetivo de unos planteamientos políticos antifascistas normales es lograr que los nazis no puedan presentarse en público sin oposición, entonces el del antifascismo cotidiano es aumentar el coste social del comportamiento represivo. Hasta el punto de que quienes lo defienden no tengan otra opción más que ocultar sus puntos de vista».
 
«Los sentimientos y las opiniones no se pueden cambiar sin un contexto. Son productos de los mundos que los rodean y de las estructuras discursivas que les otorgan sentido. Cada vez que alguien actúa contra los fundamentalistas racistas y tránsfobos — sea denunciándolos, boicoteando sus negocios, avergonzándolos por sus opiniones represivas o dando por terminada la amistad, a no ser que esa persona cambie—, está llevando a la práctica una perspectiva antifascista que contribuye a un antifascismo cotidiano de mayor calado» (...) «Puede que no siempre sea posible cambiar las opiniones de alguien, pero desde luego que se puede hacer que expresarlas tenga un coste político, social, económico y, a veces, también físico».

«Por supuesto, de ningún modo quiere esto decir que haya que exterminar a las personas que actualmente se califican como blancas, sino abolir el esquema de clasificación racial que las hace ser así. W. E. B. Du Bois en «The souls of white folk», de 1920, reflexiona sobre los horrores de la Primera Guerra Mundial. Señala lo que las víctimas del colonialismo y del imperialismo habían sabido durante generaciones. «No se trata de que Europa se haya vuelto demente. No es una aberración ni una locura. Esto es Europa. Esto que parece terrible es el alma verdadera de la cultura blanca, desnuda hoy y visible». El advenimiento del fascismo no hizo sino exacerbar ese horror.
Muchos comentaristas europeos y estadounidenses vieron en el Holocausto y en el ascenso del fascismo una lamentable desviación de las tradiciones ilustradas de la «civilización occidental». En cambio, Aimé Césaire concluyó correctamente que «Europa es insostenible». Del mismo modo, también nosotros debemos concluir que, como identidad forjada a través de la esclavitud y del sistema de clases, la supremacía de la condición blanca es indefendible. La única solución a largo plazo ante la amenaza fascista es minar los pilares sobre los que se cimienta en la sociedad. Están anclados no solo en la supremacía blanca, sino también en la discriminación a los discapacitados. En la heteronormatividad. En el patriarcado. En el nacionalismo. En la transfobia. En el dominio de clase y muchos otros conceptos similares. Este objetivo a largo plazo remite a las tensiones que existen a la hora de definir el antifascismo. Porque, a partir de un cierto punto, destruir el fascismo consiste realmente en promover una alternativa socialista revolucionaria (en mi opinión, una que sea antiautoritaria y no jerárquica) ante un mundo en crisis. Un mundo con pobreza, hambrunas y guerras, en el que medra la reacción fascista».

«No cabe duda de que las acciones en la calle y otras formas de oposición frontal pueden ser muy útiles contra cualquier oponente político. Pero una vez que las organizaciones de extrema derecha han conseguido difundir su mensaje xenófobo y distópico, nos corresponde a todos nosotros anegarlas en alternativas mejores que la austeridad y la incompetencia de los partidos de derecha e izquierda que hay en los diferentes Gobiernos. Por sí solo, el antifascismo militante es necesario pero no suficiente para construir un mundo nuevo sobre las ruinas del viejo».

«ANTIFA» - MARK BRAY (IV)

 
«A pesar de las aspiraciones racionalistas que impulsaban a Mill y a sus coetáneos, la mayoría de las personas sostienen siempre sus creencias «a la manera de un prejuicio», como dice el propio Mill. Muy pocas se paran a examinar realmente las connotaciones filosóficas, políticas y sociológicas de los valores que les son más importantes. Incluso en el caso de que lo hagan, la mayoría son mucho menos autoconscientes de lo que les gusta imaginar. Las normas sociales no se cambian mediante procesos racionales de análisis. Se transforman gradualmente a través de una lucha constante entre intereses enfrentados. A su vez, estos son moldeados de forma continua por factores económicos y sociales cambiantes. Aunque desde luego hay formas diversas de entenderla, la opinión generalizada de que «el racismo es malo» solo surgió después de que las personas de razas diferentes a la blanca lucharan durante generaciones. Hoy en día, esta opinión se ha difundido ampliamente en la sociedad. Junto con el consenso histórico de que la esclavitud y el Holocausto fueron atrocidades inenarrables. Idealmente, todo el mundo debería dedicar una buena cantidad de tiempo y de energía mental a interiorizar las razones de estas tragedias y su impacto en la historia. Pero la mayoría de las personas no van a realizar esta reflexión. Por ello, el éxito de los movimientos sociales a la hora de fijar unos niveles básicos de sentimiento antirracista en los «prejuicios» irracionales de la sociedad constituye una defensa muy importante frente a los intentos de la derecha alternativa de desplazar el centro de gravedad hacia un prejuicio irracional más cercano a la supremacía blanca. El antirracismo «irracional» es preferible al supremacismo blanco razonado».

«ANTIFA» - MARK BRAY (III)

«5. No hacen falta tantos fascistas para que haya fascismo
En 1919, los fasci de Mussolini no tenían más que 100 integrantes. Cuando le nombraron primer ministro, en 1922, solo un 7 % o un 8 % de la población de Italia se había unido a su partido, el PNF. De hecho, solo tenía 35 escaños, de los más de 500 que había en el Parlamento. Cuando Hitler fue a la primera reunión del Partido Obrero Alemán, este solo contaba con 54 miembros. Y en el momento en que le nombraron canciller, en 1933, solo el 1,3 % de la población alemana estaba afiliado al NSDAP. Por toda Europa, en el periodo de entreguerras, los partidos fascistas de masas surgieron a partir de lo que habían sido núcleos inicialmente muy pequeños. Más recientemente, antes de la crisis financiera de 2008 y de la llegada de los refugiados, muchos partidos fascistas o cercanos a esta ideología eran minúsculos. Sus posteriores éxitos electorales demuestran que la extrema derecha tiene el potencial de crecer muy rápidamente cuando las circunstancias le son favorables.
Es indudable que estas organizaciones crecieron y sus regímenes se consolidaron en el poder cuando obtuvieron el apoyo de las élites conservadoras. Y de empresarios asustados, de dueños de pequeños negocios preocupados, de nacionalistas en paro y otros. Después de la guerra se popularizaron unas narrativas triunfales de la resistencia. Vienen a decir que nadie, aparte de los ideólogos fascistas más comprometidos, apoyaba a Mussolini o a Hitler. Pero lo cierto es que los regímenes de ambos consiguieron un amplio apoyo popular. Ese discurso nubla nuestra comprensión de lo que significaba ser un fascista o un nazi en la década de 1930. En ese sentido, hicieron falta muchos fascistas para que hubiese fascismo. Lo que quiero decir aquí es que, antes de lograr ese apoyo popular, no eran más que pequeños grupos de fanáticos.
Es importante señalar que, mientras Mussolini reunía a su variopinto grupo de unos cientos de excombatientes amargados y escasos socialistas nacionalistas, o Hitler intentaba hacerse con el liderazgo del minúsculo Partido Obrero Alemán, Italia y Alemania parecían estar al borde de la revolución social. No había motivo alguno por el que la izquierda tuviese siquiera que pestañear ante ambos acontecimientos. Esos grupos minúsculos no podían parecer más irrelevantes.
Teniendo en cuenta lo que sabían en ese momento anarquistas, comunistas y socialistas, ninguno tenía motivos para dedicar tiempo o atención al fascismo en sus inicios. Sin embargo, es imposible dejar de preguntarse lo que podría haber ocurrido si lo hubiesen hecho. No podemos saberlo, desde luego. Gastar demasiado tiempo en ello pasa por alto otros factores sociales más amplios que abonaron el terreno para la irrupción del fascismo. En todo caso, el futuro no está escrito. A menudo el fascismo ha surgido a partir de grupos pequeños y marginales. Por eso los antifascistas llegan a la conclusión de que toda presencia fascista o supremacista blanca debe tratarse como si fuesen los 100 fasci de Mussolini o los 54 miembros iniciales del Partido Obrero Alemán de los Trabajadores, el primer peldaño de Hitler en su ascenso al poder.
La trágica ironía del antifascismo moderno es que, cuanto más éxito tiene, más se pone en duda su necesidad. Sus mayores triunfos quedan siempre en un limbo hipotético: ¿cuántos movimientos genocidas han cortado de raíz los antifascistas a lo largo de los últimos 70 años de lucha, antes de que su violencia pudiese hacer metástasis en el resto de la sociedad? Nunca lo sabremos. Y eso es algo verdaderamente bueno».

«ANTIFA» - MARK BRAY (II)

 «La segunda connotación es la de cultura «alternativa». Como se pregunta Yiannopoulos: «¿Qué puedes hacer si quieres ir contra la sociedad de lo correcto? ¿Cabrear a tus padres? Para lograr eso, en los años setenta hubieses tenido que escuchar a los Sex Pistols, en los años ochenta, a Madonna. Ahora se consigue votando a Trump y eso mola». «Esas gorras de MAGA (Make America Great Again) son de lo más punk», añade» (...)

«La derecha alternativa presenta el feminismo, la liberación gay y el antirracismo como aspectos de una hegemonía contranatural e idiotizante de lo políticamente correcto. Con ello, ha otorgado a muchas personas blancas racistas, especialmente hombres, una formulación «rebelde» con la que dar rienda suelta a lo que venían pensando todo este tiempo. Los fascistas y los supremacistas blancos han aprovechado este filón de reclutas».

«La derecha alternativa no ha creado a Trump. Pero es evidente que él ha considerado que el potencial político de esta es lo suficientemente alto como para hacerse eco de sus principales propuestas y para deshacerse en halagos hacia sus figuras más destacadas. Es el caso de Alex Jones, el virtuoso de las teorías de la conspiración, a quien elogió cuando fue invitado a su programa de radio, Infowars. Tanto Trump como la extrema derecha han sabido aprovechar la ansiedad generalizada entre los conservadores blancos ante el rápido declive de los valores «tradicionales» de Estados Unidos. Una preocupación que gira en torno al hecho de que están perdiendo la «batalla» demográfica (en el plazo de una generación ya no van a ser la mayoría de la población); de que están perdiendo la guerra cultural, con la legalización del matrimonio homosexual; de que se acepta cada vez más la noción de «privilegio blanco»; de que la lucha de las personas de raza negra está en alza; de que ya no se tolera la «cultura de la violación», o de que la identidad y los derechos de las personas transgénero ganan legitimidad continuamente. Es más, el elitismo liberal y el neoliberalismo han consolidado sentimientos reaccionarios entre muchas personas blancas de clase obrera. No obstante, no se puede pasar por alto el hecho de que la proporción del electorado de raza blanca que apoyó a Trump es casi idéntica a la que votó por Mitt Romney, cuatro años antes. Es decir, no hay que exagerar la idea de que su victoria se debe en exclusiva a una reacción de respuesta de estos votantes. En buena medida, no fue Trump el que ganó, sino Clinton la que perdió. Sea como sea, la campaña de Trump otorgó a la derecha alternativa una tribuna desde la que movilizar la ira blanca contra el feminismo, contra la campaña Black Lives Matter, contra los musulmanes y los inmigrantes latinoamericanos. Su victoria envalentonó a los supremacistas blancos, explícitos e implícitos. Dio nuevas energías a los racistas, más allá de los resultados en las urnas».

«ANTIFA» - MARK BRAY (I)

... «Para buena parte del público, fue el levantamiento de 2008 el que atrajo la atención internacional sobre el movimiento. En diciembre de ese año, la policía asesinó a Alexis Grigoropoulos, un anarquista de 15 años de edad. Este hecho fue el detonante de un mes de estallido insurreccional sin precedentes en Grecia. Anarquistas, estudiantes, ultras de fútbol, inmigrantes romaníes y otros sectores de la sociedad que se sentían frustrados salieron a la calle. Atacaron tiendas de lujo. Asediaron comisarías y dependencias del Gobierno. Destrozaron e incendiaron bancos. Expropiaron comida de los supermercados y okuparon escuelas, universidades y estudios de radio y televisión. Ni siquiera el enorme árbol de Navidad que se pone todos los años en la céntrica plaza Syntagma de Atenas pudo escapar a las llamas. Muchos trabajadores hicieron huelgas salvajes y surgieron asambleas de estudiantes, trabajadores y en los barrios de todo el país. La policía apenas podía controlar la situación. Reclutó de modo informal a matones fascistas para que les ayudaran. Sin duda, un anuncio premonitorio de lo que se avecinaba. Cuando se despejó el humo de los incendios, los daños ascendían a unos 200 millones de euros. Se había politizado toda una generación de jóvenes griegos»...
 
 ... «El antifascismo de calle (manifestaciones, concentraciones, etc.) se halla hoy en día en un impasse. O bien se enfrenta a grupos de extrema derecha que son políticamente insignificantes, pero físicamente peligrosos, o bien intenta oponerse a organizaciones que son políticamente significativas y entonces se encuentra no solo frente a partidos que están ausentes de las calles, sino que han llegado al punto de estar muy bien integrados en el juego político, apoyados por las fuerzas de la ley y percibidos como legítimos por la población […]. Uno de los efectos de la lepenización de la mentalidad es hacer que la acción antifascista se vuelva ilegítima a los ojos del poder y de la población»...
 
... «La amenaza de los cabezas rapadas descendió a mediados de la década de 1990, pero el fantasma del fascismo gubernamental se intensificó por culpa de Silvio Berlusconi. Este invitó al MSI, que poco después cambió su nombre a Alianza Nacional, a entrar en un ejecutivo de coalición en 1994. Fue «la primera vez en Europa, después de la guerra, que un partido de extrema derecha, todavía impregnado de nostalgia fascista, formaba parte de un Gobierno».Berlusconi también incluyó a la populista y xenófoba Liga Norte. En un principio, en su fundación en 1989, esta había defendido los intereses de la parte norte del país. Pero posteriormente se transformó en un partido más amplio, con aspiraciones nacionales. Con esta coalición, el primer ministro italiano dio legitimidad al MSI. Ahora se pasó a considerar, con benevolencia, que este era «posfascista». De esta forma, rehabilitó el legado de Mussolini. La simpatía de Berlusconi hacia el fascismo quedó en evidencia años después, cuando dijo: "Mussolini no mató a nadie. Mussolini mandaba a la gente de vacaciones, al exilio interno"»...

«PORNOGRAFFITI. CUERPO Y DISIDENCIA» - JORGE FERNÁNDEZ GONZALO

Fragmentos del ensayo Pornograffiti. Cuerpo y disidencia, de Jorge Fernández Gonzalo, publicado por Libros de Itaca (www.librosdeitaca.com).

«Un cuerpo tiene sus pasajes, sus epicentros y desplomes, que poco o nada tienen que ver con la construcción cultural de lo somático, con sus zonas erógenas preestablecidas y totalitarias, con las letras ya diseñadas para cada curvatura, la línea de los hombros, la fina piel alrededor de la axila o las comisuras del labio; cada segmento o zonificación que, como si de un texto se tratara, se ha garabateado sobre la carne y puede, una y otra vez, borrarse y reescribirse con el tacto. Rasgar un libro como quien rasga un vestido. Cada instante de cuerpo que lleguemos a gozar, más allá de los códigos eróticos y sus predicados normativos, es un modo de revolución».

«La literatura es lo de ayer, con su prestigio y sus demarcaciones, su mercado, sus géneros y entrecruzamientos de obras, discursos, instituciones. La pornografía, por el contrario, carece de tiempo, con su ageneridad, su falta de basamentos institucionales, sus formas de no-discursividad, su condición de no-saber que aún no ha sido recodificado por un modelo científico-epistémico de configuración de marcos disciplinarios. Los signos del porno actúan como fuerzas de choque, signos flotantes que han esquivado el acoso de las disciplinas: no «disciplinemos», por tanto, la pornografía, no domestiquemos la espectacularidad de sus imágenes, no pretendamos legalizarlo. Su condición marginal o su carácter alternativo le permite reivindicar los espacios novedosos de la ruptura interdisciplinaria, frente a la potencia reguladora que constituye la literatura y el discurso literario con su aparato crítico, terminológico y archivístico. Cabría hablar, incluso, de utilizar el porno como una estrategia de recodificación, así como de la posibilidad delirante de ver porno en todo, incluso en la literatura misma. Las palabras, nuestros comportamientos, la cultura y el arte, los espacios urbanos, el dolor, los silencios. Cualquier cosa podría caer bajo una ingeniería pornotopizadora. El porno actúa como una partícula desestabilizadora que pone bajo cuestión los paradigmas de poder, las relaciones de dominación y las instituciones disciplinarias. Escribir porno, descodificar desde el porno: la noción de pornograffiti supondría al mismo tiempo una escritura y una desescritura, un resorte imagoverbal de subversión y sabotaje. Estaríamos ante una amenaza deconstructora, una tecnología de contrapoder, con un eslogan definido: piensa en porno. Piensa en porno las instituciones, las prácticas, las tradiciones, el poder, las disciplinas teóricas, las relaciones socioafectivas, los parámetros de la moda, la literatura. El porno como una gran corrida deconstructora sobre aquello que habíamos dado por sentado».

«Pregunta: ¿por qué no se ha dejado de producir porno?
Tal y como sugería George Steiner, ¿no hemos visto ya todas las combinaciones, todas las tipologías somáticas, las posturas, las perversiones, escenarios, disfraces, situaciones y fantasías? La representación de los cuerpos no puede estar más saturada a través del arte, el cine, la televisión, los cómics, la publicidad y los videojuegos. ¿Acaso no hemos escrito ya todas las sutilezas de la carne? ¿No hemos filmado todas las regionalidades, todos los ángulos, las intersecciones, tamaños y texturas posibles? Si el porno no consiste en una narración, no merece la pena compararlo con la literatura, que no ha dejado de producir libros durante milenios, a pesar de sus limitaciones combinatorias relativamente escasas. Quizá haya algo más en relación a los cuerpos, algo que no alcanzamos a ver y que define la pornografía. Quizá sus intereses no pasen por una exaltación de lo obsceno, ni de los propios cuerpos, del sexo o de las fantasías. Quizá se trate, como ya adelantábamos, de la propia estructura del deseo, que descubre en la repetición su fuente de goce, o más propiamente de una continua sensación de poder que hemos de reescribir a cada instante: a través del porno rompemos la fina gasa de la intimidad, entramos en el cuarto del otro, accedemos a la superficie de un cuerpo, a las prácticas privadas, a un territorio siempre vedado y siempre a la espera de ser nuevamente profanado. Del panóptico al voyeurismo: el que ve porno tiene el poder de ver, de ver más allá del espacio, del tiempo, del pudor. Sin embargo, hoy es la pornografía quien nos devuelve la mirada. Las pornostars no simulan gozar, sino que nos arrastran con el poder de sus cuerpos, con la exuberancia imposible de sus implantes, sus tatuajes o su fastuosidad obscena. El glamour de ciertas producciones pornográficas sitúa cara a cara dos poderes que no se tocan, que no acaban por superponerse o enfrentarse: el poder de aquel que mira y el poder de quien muestra».

«EL ERIZO Y LA ZORRA» (FRAGMENTO) - ISAIAH BERLIN

Así comienza el ensayo titulado El erizo y la zorra, de Isaiah Berlin, en el que propone una división entre escritores, pensadores, y el mundo en general, entre erizos y zorras, en función del modo en que afrontan la vida y perciben el mundo. El ensayo se centra en la figura del escritor ruso Tolstoi y su percepción de la Historia, y trata de dilucidar a qué grupo pertenece.


«Entre los fragmentos del poeta griego Arquíloco, hay un verso que reza: «Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola y grande». Los estudiosos han discrepado acerca de la correcta interpretación de estas oscuras palabras, que quizás sólo quieran decir que la zorra, pese a toda su astucia, se da por vencida ante la única defensa del erizo. Figuradamente, sin embargo, es posible extraer de ellas un significado que señala una de las diferencias más hondas entre escritores y pensadores y, quizás, entre los seres humanos en general. Porque media un gran abismo entre quienes, por un lado, relacionan todo con una única visión central, un sistema más o menos congruente o consistente, en función del cual comprenden, piensan y sienten —un único principio universal, organizador, que por sí solo da significado a todo lo que son y dicen—, y por otro, quienes persiguen muchos fines, a menudo inconexos y hasta contradictorios, ligados, si lo están, por alguna razón de facto, alguna causa psicológica o fisiológica, sin que intervenga ningún principio moral o estético; estos últimos viven vidas, realizan acciones y sostienen ideas centrífugas antes que centrípetas, su pensamiento es desparramado o difuso, ocupa muchos planos a la vez, aprehende la esencia misma de una vasta variedad de experiencias y objetos por lo que estos tienen de propio, sin pretender, consciente ni inconscientemente, integrarlos —o no integrarlos— en una única visión interna, inmutable, globalizadora, a veces contradictoria, incompleta y hasta fanática. El primer tipo de personalidad intelectual y artística es el de los erizos; el segundo, el de las zorras; y podemos decir, evitando una clasificación excesivamente rígida pero sin temor a contradecirnos, que, vistos así, Dante pertenece a la primera categoría, Shakespeare a la segunda; Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Ibsen y Proust son, en distinta medida, erizos; Herodoto, Aristóteles, Montaigne, Erasmo, Molière, Goethe, Pushkin, Balzac y Joyce son zorras».

"EL DECRECIMIENTO EXPLICADO CON SENCILLEZ" - CARLOS TAIBO

Publicado por Javier Serrano en La República Cultural:

Título: El decrecimiento explicado con sencillez
Autor: Carlos Taibo (Ilustraciones de Pepe Medina)
Editorial: Los Libros de la Catarata
Primera edición: 2011
Formato: 13,5x21 cm, 136 páginas
ISBN: 978-84-8319-593-2

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, firma este ensayo, una interesante y didáctica introducción al "decrecimiento", ilustrado con viñetas humorísticas de Pepe Medina. El concepto quizá suene nuevo para algunos, si bien es una idea sobre la que ya se lleva trabajando en otros países, y que ahora, debido a la crisis económica de una parte importante del planeta, no está de más recordar.
El sistema capitalista en el que nos hallamos inmersos (y cuyas reglas hemos interiorizado hasta el punto de hacerlas incuestionables) se caracteriza en esencia por ir siempre a más, a producir más, a consumir más, y asociándolo a la idea de que a mayor consumo, mayor felicidad. El decrecimiento parte justamente de la idea contraria: ir a menos, es decir, producir menos y consumir menos (solo lo que realmente se necesita).
Carlos Taibo desmonta una serie de falsos mitos sobre el capitalismo que mucha gente da por sentados. Así, afirma que el crecimiento económico no siempre genera cohesión social y no siempre crea puestos de trabajo. Por contra, el crecimiento tiene importantes "daños colaterales": daños sobre el medio ambiente muchas veces irreversibles; agotamiento progresivo de los recursos; desarrollo del Norte a partir del expolio del Sur; modo de vida esclavo y alienante: seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y más bienes podamos consumir.
Aparte de los ya mencionados, el autor nos habla de los grandes problemas de principios del siglo XXI: el endurecimiento de las condiciones laborales, con el beneplácito de los sindicatos y gobiernos de turno; la ampliación de la brecha Norte-Sur y, en general, de la brecha ricos-pobres; y el cambio climático.
Taibo nos muestras algunas propuestas de otros autores del decrecimiento, como el gurú Serge Latouche, Sonia Savioli, o John Zerzan y su anarcoprimitivismo. Proposiciones a nivel colectivo: reivindicación de una vida social en oposición a una vida competitiva; desarrollo de un ocio creativo; establecimiento de una renta básica de ciudadanía; reducción del tamaño de muchas de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte; recuperación de la vida local frente a la globalización; descentralización y descomplejización; vida rural frente a las megalópolis; democracia directa y autogestión; reducción del tiempo de trabajo y reparto de este; reducción del tiempo de consumo y rechazo de la dictadura consumista; reducción de la actividad de importantes sectores (aeronáutica, automóvil, construcción y publicidad)… El desempleo derivado de algunas de estas medidas se colocaría en nuevos sectores creados. El decrecimiento también es aplicable a lo personal, donde se preconiza la sobriedad y la sencillez voluntarias, y se reivindica la idea de "lentitud".
El autor hace un repaso a cómo el decrecimiento se ha venido aplicando ya a lo largo de la historia: en el movimiento obrero; en la economía de cuidados aplicada básicamente por mujeres sobre niños y ancianos; en la familia; en la vida rural de nuestros abuelos; y en muchos de los pueblos del Sur del planeta. El concepto formal de Decrecimiento habría que situarlo en Francia e Italia, aunque es en muchos países anglosajones donde se ha llevado a la práctica, a través de las transition towns, ciudades en transición, que se proponen reducir el consumo energético y propiciar el desarrollo local. El decrecimiento, en su rechazo frontal del capitalismo, reúne algunas de las ideas básicas de los movimientos de izquierda, del sindicalismo, del anarquismo y del ecologismo, y pretende ir más allá.
En cuanto a cómo llevarlo a la práctica, los decrecentistas dan algunos consejos: reducir los niveles de consumo; reducir los desplazamientos innecesarios (la bicicleta y el caminar frente al uso del automóvil); huir de la televisión y de la radio, y de su publicidad perniciosa; comprar productos generados en las cercanías; compartir ciertos bienes y servicios con los vecinos; fomentar el reciclaje; rehuir el sistema bancario y cualquier forma especulativa; abrir nuevos espacios de autonomía que reduzcan la dependencia…
Carlos Taibo también menciona (y lo hace de una manera didáctica donde menudean las pequeñas historias y los ejemplos) otros temas relacionados, como el de huella ecológica, o superficie (terrestre pero también marítima) necesaria para mantener las actividades económicas actuales, la falsedad de las grandes cifras y lo engañoso del PIB, una crítica a la tecnología salvadora, el aumento insostenible de la población en el futuro…
El libro incluye al final una bibliografía esencial en castellano sobre decrecimiento.