«Hoy todos somos clase media, aunque algunos lo son más que otros. La cajera de Zara que cobra 800 euros al mes cree pertenecer a la clase media, porque así se lo dicen por la tele, porque la clase trabajadora es algo de lo que avergonzarse y escapar, y porque, quizá, puede acceder a tal bien de consumo que considera de lujo. El consultor de Zara que cobra 3.000 euros al mes es también clase media, aunque dependa de un salario, apenas vea a sus hijos y se medique por la tensión que le crea su empleo. Él se lo ha ganado, él lo vale, él aspira a más
y esos vagos de clase «baja» que viven de sus impuestos no se lo van a arrebatar. Y Amancio Ortega, uno de los hombres más ricos del mundo, casi también es clase media, porque los periódicos nos cuentan que lleva una frugal vida, practica la filantropía y viste con la ropa de su empresa. La cuestión no es lo que realmente se es, lo que se tiene, por qué se tiene, sino lo que se cree ser, lo que se aspira a ser. La realidad es que entre la cajera y el consultor hay muchas menos diferencias reales que de ambos frente al multimillonario, que esencialmente lo es por esa parte del valor que cajera, consultor y los esclavos orientales crean con su trabajo y del que Amancio se apropia. Lo peor no es que la cajera y el consultor admiren a Amancio, lo peor es que ambos, pese a creerse de clase media, se perciben absolutamente solos en un mundo implacable, por lo que necesitan rellenar su débil identidad con un competitivo, meritocrático y diverso individualismo».
«Las políticas simbólicas o representativas funcionan, y de hecho tuvieron gran éxito cuando surgieron a finales de los sesenta. Nombrar y reconocer a los demás como querían ser nombrados y reconocidos, otorgarles los mismos derechos, fue percibido como algo positivo por parte de casi todos. Fueron su sobreexplotación y, sobre todo, su divorcio de las políticas materiales, junto con el cambio de mentalidad hacia el individualismo, los que han hecho de ellas algo negativo. El resultado es que el racismo, la homofobia y el machismo se están constituyendo como parte de la identidad general del que quiere ser diferente, no correcto, rebelde y no pertenece a ninguno de estos grupos. O cómo la diversidad simbólica bajo el neoliberalismo, operando en el mercado de la diversidad, engendra un contrarrelato terrorífico».
«La posibilidad material para que este cambio cultural aspiracional, este ingreso en el mercado de la diversidad, fuera operativo vino de la desindustrialización, de la externalización, de la atomización laboral de los trabajadores. Es mucho más sencillo percibir a tu clase cuando trabajas en una factoría rodeado de 5.000 personas como tú que cuando tu vinculación con la producción es a través de la figura del falso autónomo».
y esos vagos de clase «baja» que viven de sus impuestos no se lo van a arrebatar. Y Amancio Ortega, uno de los hombres más ricos del mundo, casi también es clase media, porque los periódicos nos cuentan que lleva una frugal vida, practica la filantropía y viste con la ropa de su empresa. La cuestión no es lo que realmente se es, lo que se tiene, por qué se tiene, sino lo que se cree ser, lo que se aspira a ser. La realidad es que entre la cajera y el consultor hay muchas menos diferencias reales que de ambos frente al multimillonario, que esencialmente lo es por esa parte del valor que cajera, consultor y los esclavos orientales crean con su trabajo y del que Amancio se apropia. Lo peor no es que la cajera y el consultor admiren a Amancio, lo peor es que ambos, pese a creerse de clase media, se perciben absolutamente solos en un mundo implacable, por lo que necesitan rellenar su débil identidad con un competitivo, meritocrático y diverso individualismo».
«Las políticas simbólicas o representativas funcionan, y de hecho tuvieron gran éxito cuando surgieron a finales de los sesenta. Nombrar y reconocer a los demás como querían ser nombrados y reconocidos, otorgarles los mismos derechos, fue percibido como algo positivo por parte de casi todos. Fueron su sobreexplotación y, sobre todo, su divorcio de las políticas materiales, junto con el cambio de mentalidad hacia el individualismo, los que han hecho de ellas algo negativo. El resultado es que el racismo, la homofobia y el machismo se están constituyendo como parte de la identidad general del que quiere ser diferente, no correcto, rebelde y no pertenece a ninguno de estos grupos. O cómo la diversidad simbólica bajo el neoliberalismo, operando en el mercado de la diversidad, engendra un contrarrelato terrorífico».
«La posibilidad material para que este cambio cultural aspiracional, este ingreso en el mercado de la diversidad, fuera operativo vino de la desindustrialización, de la externalización, de la atomización laboral de los trabajadores. Es mucho más sencillo percibir a tu clase cuando trabajas en una factoría rodeado de 5.000 personas como tú que cuando tu vinculación con la producción es a través de la figura del falso autónomo».
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