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LAS ARMAS Y LAS LETRAS (24) - Ortega y Gasset vs. María Zambrano


En la pág. 89 del libro de Andrés Trapiello, "Las armas y las letras", se puede leer lo que sigue:

"Entre las actividades de la Alianza, apenas estalló la guerra, estuvo la de recabar firmas de intelectuales y escritores relevantes, para ponérselas en un comunicado de apoyo a la República.
Por muchas razones, una de las personalidades inexcusables con las que se contaba era Ortega y Gasset. Este era el nombre que la República podía oponer al de Unamuno, cuyo apoyo a los sublevados había sido propagado por toda la prensa nacional e internacional, ya que Unamuno era, con mucho, el intelectual español más conocido en el extranjero.
El manifiesto que redactaron los aliancistas resultaba muy sumario, de manera que pudieran firmarlo personas de ideas liberales y mesuradas.
"Nosotros -se decía en él-, escritores, artistas investigadores, hombres de actividad intelectual, en suma, agrupados para defender la cultura en todos sus valores nacionales y universales de tradición y creación constante, declaramos nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular defendiendo los verdaderos valores de la inteligencia al defender nuestra libertad y dignidad humanas, como siempre hizo... Los firmantes declaramos que ante la contienda que se está ventilando en España, estamos al lado del Gobierno de la República y del pueblo, que con heroísmo ejemplar lucha por sus libertades". Con este envío fue una comisión de la Alianza a ver a Ortega." [...]
"En julio de 1936, Ortega, según su propio testimonio posterior, se negó en un primer momento a poner su firma en el documento que le presentaron y que hemos visto más arriba, pero ante la cólera de los asociados terminó accediendo.
Su nombre apareció al día siguiente, 31 de julio de 1936, en Abc en la nota de adhesión a la República; y días después, en la prensa de todo el mundo junto al de Machado, Juan Ramón Jiménez, Pérez de Ayala, Marichalar, Menéndez Pidal, Marañón y otros científicos. Le pidieron también que hablara en Radio América, pero Ortega, que había cedido con la firma, se opuso enérgicamente a la nueva pretensión de aquellos milicianos amantes de las ondas herzianas."

Y en la pág. 94 de la misma obra:

"Al mismo tiempo circuló incluso por Madrid el nombre de la persona (María Zambrano) que presuntamente había desenfundado una pistola, obligando al filósofo a estampar su firma en el documento, lo cual entra en contradicción con el testimonio de Soledad Ortega, hija del filósofo, a este que hace ahora las veces de cronista. Según Soledad Ortega, ni su padre recibió amenaza ninguna, porque sería ella quien pactase la firma de don José en los jardines de la Residencia con los aliancistas, que no llegaron a subir a la habitación donde esperaba el viejo profesor, ni éste manifestó nada, cuando lo pudo hacer, ni ella reconoció a ninguno de los que fueron aquel día de julio a la Colina de los Chopos. Para su hija, aquel día al ilustre profesor, contra lo que él mismo escribió a los pocos días de aquellos hechos, solo le distrajeron los gorgoritos de los pájaros pintos. Pero lo cierto es que Bergamín, en una carta abierta al filósofo, escrita poco después de la guerra, confirma que firmó libremente la adhesión y que lo hizo ante Zambrano. Bergamín no dice nada de la pistola, pero sabemos también que Zambrano solía llevar una al cinto esos días." [...]
"Ortega y Zambrano volvieron a verse y a tratarse después, en el exilio. Y olvidaron, a lo que parece, el episodio. Zambrano guardó hacia su maestro el mayor de los respetos."

LAS ARMAS Y LAS LETRAS (5) - María Zambrano


En la pág. 244 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, se puede leer lo siguiente, extraído de la obra "Los intelectuales en el drama de España" de María Zambrano:

"El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces imposible que sean "otros"; "los otros" o "los demás". Y hasta el agresor parece que podría ser traído a la razón, que bastaría una sola palabra para que se identificara a su vez. "Identifícate compañero" o "camarada", decían las patrullas, formadas a veces por un solo hombre, que en las esquinas de mayor tránsito ciudadano salieron como por sí mismas en las primeras semanas de la guerra en Madrid. Y por experiencia sé que no llevando documento alguno de afiliación política (y ni siquiera la cédula personal) se pasaba la temerosa barrera. Bastaba "dar la cara" sin descaro y mirar desde el fondo de esos ojos que nos miraban. La mirada era lo que más valía, pues que el documento, "el aval", podía suscitar sospecha o antipatía. Y sin decir palabra, con solo mirar desde el fondo, decían: "Está bien, pasa" [...]. Era, pues, como si me preguntaran: "¿Eres tú?", y respondiese: "Yo soy tú". Y valía, hasta en ocasiones extremadamente confusas, cuando se iba a salvar a algún enemigo al menos en potencia, y se tropezaba con alguien dispuesto a morir y en fatal consecuencia a matar, con tal de cerrar el paso a lo que percibía, desde esa su inocencia, como una traición. Hubo de imponérsele entonces la identificación con ese su ir a morir que de mí emanaba. La identificación completa se abre desde el morir. El morir, mas no el género de la muerte. Y en ese filo se desliza la confusión. Que la inocencia solo llega a matar muriendo, muriéndose".