En la pág. 244 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, se puede leer lo siguiente, extraído de la obra "Los intelectuales en el drama de España" de María Zambrano:
"El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces imposible que sean "otros"; "los otros" o "los demás". Y hasta el agresor parece que podría ser traído a la razón, que bastaría una sola palabra para que se identificara a su vez. "Identifícate compañero" o "camarada", decían las patrullas, formadas a veces por un solo hombre, que en las esquinas de mayor tránsito ciudadano salieron como por sí mismas en las primeras semanas de la guerra en Madrid. Y por experiencia sé que no llevando documento alguno de afiliación política (y ni siquiera la cédula personal) se pasaba la temerosa barrera. Bastaba "dar la cara" sin descaro y mirar desde el fondo de esos ojos que nos miraban. La mirada era lo que más valía, pues que el documento, "el aval", podía suscitar sospecha o antipatía. Y sin decir palabra, con solo mirar desde el fondo, decían: "Está bien, pasa" [...]. Era, pues, como si me preguntaran: "¿Eres tú?", y respondiese: "Yo soy tú". Y valía, hasta en ocasiones extremadamente confusas, cuando se iba a salvar a algún enemigo al menos en potencia, y se tropezaba con alguien dispuesto a morir y en fatal consecuencia a matar, con tal de cerrar el paso a lo que percibía, desde esa su inocencia, como una traición. Hubo de imponérsele entonces la identificación con ese su ir a morir que de mí emanaba. La identificación completa se abre desde el morir. El morir, mas no el género de la muerte. Y en ese filo se desliza la confusión. Que la inocencia solo llega a matar muriendo, muriéndose".
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