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«EJERCICIOS NEGATIVOS» (y 5) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.


REHABILITACIÓN DE LA PERIFERIA
«La suma de verdades que podemos adquirir no tiene proporción alguna con las condiciones favorables para la prosperidad de nuestro ser. Lo que permite realmente la promoción del conocimiento es la cantidad de nuestras carencias: lo que no tenemos es lo que llena nuestra sabiduría. Así, un defecto del cuerpo constituye una excelencia del alma, una preeminencia en el espíritu. Por esta razón, un enfermo está siempre más avanzado —en el plano de la conciencia— que un hombre sano, aunque este último tenga genialidad, pues la conciencia de los órganos es la presuposición del despertar del espíritu, el fundamento fisiológico de la existencia lúcida. Cuando somos asimilados al ser, este ser se nos escapa; las cosas que están en nuestro poder no nos pertenecen, ya que no nos diferenciamos de ellas. Sólo para el mendigo todas las cosas existen, porque todas se le resisten. Y goza de ellas más que el que las toma, de la misma forma que sólo saborea la salud —como esencia diferente— el doliente. Sólo poseemos en espíritu aquello que nos falta de verdad; sólo sabemos lo que nos parece eternamente inaccesible; sólo disponemos conscientemente de los frutos prohibidos.
Los que han sido mimados por la vida, los que no han nacido con la revelación de lo imposible, siempre serán ajenos a esta avalancha de verdades que cubre y ahoga a aquellos que el azar o la suerte ha dejado al margen de todo. Es de sentido común que se dicen más verdades en un hospital, en una taberna o en un burdel que en todos los lugares respetables del mundo; que hay más realidad en la periferia de la vida que en su centro; que un fracasado ha llegado a profundidades más peligrosas que un artífice social. El espíritu sólo florece sobre los fracasos de cuerpo y alma; el conocimiento se alza desde una herida secreta o evidente; la visión clara de las cosas se amplifica por el fracaso en el combate con los hombres. Allá donde el espíritu reina sin restricciones, el ser es vencido en alguna medida. Toda derrota —sea cual fuere— representa una victoria filosófica, pues en toda derrota las cosas se desnudan a sí mismas ante el espíritu: la corteza de la rea1idad se rompe y el núcleo o la ficción que envolvía quedan al descubierto. Cualquier derrota plantea a la existencia la obligación de una exhibición ontológica. Así, todo fracaso tiene un aspecto positivo. Vamos encontrando en todas partes algo menos de realidad que antes; y la parte vacía de la realidad se convierte en el contenido del conocimiento».

«Y es que un espíritu sólo es fecundo en la medida en que no haya encontrado una solución a su vida, que se engañe sobre lo que desea, sobre lo que ama o lo que odia, que no pueda elegirse, pues es múltiple y no puede optar por sí mismo. Un pesimista que no adora secretamente la vida es un cadáver: sólo merece desprecio; un agitador de esperanzas que no se plantee refugiarse en la amargura es un débil mental. La embriaguez o la acritud de un espíritu solo es tolerable por lo opuesto que conoce o prevé».

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (4) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.

«Y me tumbé a la orilla de un río y, sediento sucesivamente de sombra y de sol, olvidé las horas: «Soy hijo del gran Descanso; aborrezco el tiempo bullicioso que zarandeó la inmensa y primordial Pereza. La inmovilidad fue anterior a los actos y sobrevivirá a ellos. He nacido para tumbarme indolente, al margen del torbellino, lejos del furor de los seres y de los astros. ¿Quién suspenderá el amplio circuito y congelará la trepidación de los instantes? Sueño con océanos como charcas, chopos resignados como sauces llorones, suspiro por una voluptuosidad de la inacción, por un infinito no desencadenado, por la atonía extática de los elementos. Sueño con una hibernación a pleno sol, con un sueño que envuelva a las criaturas, desde el cerdo a la libélula».


«Solo veo a mi alrededor osamentas gesticulantes. Quisiera averiguar el sentido de sus movimientos, pero no soy capaz. ¿La vida? Un compuesto de todo aquello que «no vale la pena». Y me repito: «Sólo eres un fanático de la futilidad universal. Por fin has encontrado tu obsesión, como tantos otros encontraron las suyas: el dinero, el amor, el poder, Dios. Ya has entrado en posesión de un absoluto, de un salvoconducto, ya has sentado la cabeza».

RECUERDO
«Hubo un tiempo en el que en cada morada veía alzarse una horca, de la que colgaba un cadáver, que se balanceaba nauseabundo antes de expirar. Y recorría las calles, perseguido por ejecuciones invisibles: los instantes se desgranaban como ataúdes y saboreaba el tormento de sentirme único superviviente de una ejecución universal en la horca.
Hubo otro tiempo en el que cada persona con la que me cruzaba me parecía un asesino, en el que sólo esperaba la cuchillada fría entrando en mi carne. ¡Cuántas veces debí renacer tras la prueba del puñal imaginario y temido! O también, en otros momentos, abrumado por la sensación de ser la hez, el veneno se convertía en mi único alimento, mientras la turbamulta de las criaturas, rumiando una dosis inagotable de hostia, ascendía al nivel de los ángeles y los santos, entre los que arrastraba mi envilecimiento gracias a un descuido del Altísimo: una piltrafa en medio del rebaño santificado.
Pero, por encima de estos pánicos, reinaba otro, más acuciante, del que me quería deshacer: interrogaba a los filósofos y a los poetas: no encontraba respuesta en sus razonamientos o sus cánticos. Tal es así que un día, abrumado por una exasperación mórbida, me abalancé sobre un policía cualquiera: «Agente, ¿usted me sabría decir si el mundo existe, si yo existo?». Y mataba mi pánico con el ridículo; pero no sé por qué milagro, todavía subsiste...»

TÉRMINO DE GLORIA
«Todo sentimiento representa una experiencia filosófica completa. Veamos el amor. En sus comienzos, te hace dueño del universo; llevas una corona invisible: el tiempo yace a tus pies, como la eternidad; los místicos te parecen demasiado tibios, los poetas demasiado renuentes: vives en una angustia de luz, nada existe salvo tú —y el otro—: diríase que la realidad ha dejado de merecer el esfuerzo de tu percepción, la atención de tu mirada. Se sosiega, la vida se reanuda alrededor: los objetos se delimitan, vuelven a tener una existencia independiente; los contemplas con dulzura e indulgencia; la amada vuelve a ser mujer, como tu yo: individuo; el éxtasis se va apagando; lo sustituye la felicidad. Y esta felicidad está amenazada: sometida al tiempo, se marchita; ya no hay «eternidad» —simple palabra patética—. La felicidad se degrada: todo se te resiste, estás más solo de lo que nunca estuviste; ajeno a los instantes, eres libre, pero en el vacío: sufrimiento incoloro, alma evaporada. Una vez desaparecida la locura, ya sólo queda la indiferencia o el conocimiento. Al cabo de todo sentimiento, el espíritu vuelve por sus fueros: vuelve a descubrir el objeto. El amante que ha dejado de amar es filósofo: se analiza y todo lo que fue le asombra. ¿De dónde vuelve? ¿De qué maravillas fue dueño? Lo fue todo sin saberlo; no es nada y es consciente de ello. Un encanto que se rompe ya es una posibilidad de conocer: el espíritu se ensancha a medida que los sentimientos se desintegran; su reinado se extiende a las agonías del amor y sólo prospera sobre los delirios raídos. Se venga de todas las humillaciones que le ha hecho sufrir la embriaguez; pulveriza los sueños; ve claro a expensas de nosotros; le dejamos actuar: nos moldea a su gusto. Y, frustrados de todos nuestros sueños, nos convertimos en fantasmas clarividentes».

LA MUERTE VIVIFICANTE
«Sin la idea de suicidio me hubiera matado hace tiempo. Sólo vivo porque puedo morir cuando quiera. Y me asombro de que no se hayan vuelto locos los que viven ajenos a esta idea. ¿De qué fuerza disponen para soportarse, cómo toleran tanta aflicción sin la obsesión del término que le podrían poner? Darse muerte me parece el acto más natural, el consuelo más positivo que se pueda encontrar; el resto no es sino extravagancia y divagar... Cuando preparamos al niño para que haga frente a los males y desengaños de la vida, habría que hacerle sentir, antes de atiborrarlo de preceptos e ilusiones, que ha sido propulsado a un universo diabólico, que le triturará si él no consigue triturarlo con la idea de la nada. ¡Tantos desórdenes psíquicos se deben a que el individuo no ve ninguna salida a la existencia! ¡Tanta gente se mata porque no ha pensado suficientemente en la posibilidad de matarse! ¿Podemos vivir realmente sin manejar la idea de morir? Si hubiera podido concebir el suicidio desde siempre, nunca habría conocido la desesperación. La educación debería hacérnoslo concebir antes de que tropecemos con la desgracia, que nos sorprende sin que la podamos combatir o menospreciar. Ya que la idea de la muerte lo permite todo, incluso vivir, seamos cadáveres dignos: ¿habrá existencia más honorable que la que reivindica sólo el suicidio?»

EL DESPRECIO
«Cuando las nimiedades y las plagas te causan la misma intensidad de sufrimiento, cuando todo te alarma —el paso de una mosca o la demencia del planeta—, estás perdido si no apelas a la única arma de que dispone el hombre herido por los instantes y por los seres: el desprecio. Coloca las criaturas al mismo nivel: una mujer, lepra maquillada como las otras; un amigo, caricatura adosada a un alma; unos transeúntes, enemigos desconocidos. En cada corazón circula una sangre de indeseable, en todos los ojos centellea el crimen, todas las manos están crispadas de no poder estrangular. Elévate por encima de la esperanza, mira la vida como un recuerdo y las dimensiones del tiempo como otras tantas calamidades. En ti se agita la misma ferocidad que en los demás; que al menos te sirva para alcanzar las alturas a las que se eleva un asesino que, considerando todos los crímenes que no ha cometido, desdeñase demasiado a los hombres como para rematarlos... ¡Que ningún vínculo te siga atando a los seres vivos, que ninguna pasión te convierta en esclavo martirizado de una mortal! ¡Que nunca más te aparees con ninguna de ellas! Y cuando hayas agotado toda la gama de la desesperación y de la rabia, cuando, para enternecerte o para rebelarte, ya no te queden sentimientos ni fuerzas, purificado de las taras de la existencia, siempre tendrás un cielo en el que hacer resonar tu exclamación: «¡Señor, cuánto he odiado este mundo!».

INCOHERENCIAS SOBRE EL MATRIMONIO
«No hay institución de la que se puedan decir más cosas malas y buenas. Lo tiene todo, la eternidad y el bidé. Contrato entre dos impudicias; espasmo bendecido por el alcalde y el cura; regularización de los suspiros; gruñido común hasta la agonía...
Admiro a todos los casados: su coraje o su inconsciencia me asustan. Vincularse oficialmente hasta la muerte es cosa que me llena de vértigo: es la aventura mayor que se pueda emprender y, comparada con ella, la exploración de los polos no pasa de divertimento. La vida en pareja es seguramente más glacial...
El absurdo de semejante empresa debería corregirse: hay que reconocer que la idea más sensata, más razonable, que el hombre ha concebido es la del divorcio. Sólo esta idea hace soportable el matrimonio, como la idea del suicidio hace soportable la vida. Dos escapatorias sin las cuales cada instante sería un martirio.
El soltero es un ser sin misterio, ha comprendido, es prudente, no ha osado; pero todo marido es un jugador: lo apuesta todo en la aventura más cotidiana y más aterradora, en la imbecilidad y el heroísmo del lecho común, de la tumba común. El espectáculo de una pareja da miedo, como lo dan todas las mezclas de abyección y audacia. Llevar una alianza es convertirse en presidiario aplaudido que exhibe triunfalmente sus vergüenzas, es la aceptación más terrible del engaño.
—Pero frente a ese engaño, el soltero se desespera: no es capaz de ignorar el amplio aliento sórdido que anima los matrimonios».

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (3) - EMIL CIORAN

Fragmentos de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.

MILAGRO VERTICAL
«Haber conocido la tentación de todas las dudas, haber sentido cómo te corroen los huesos y la carne lívida, complacerse en su infiltración mortífera y beber en ella delicias depravadas. ¡Y a pesar de todo, permanecer en pie, y llevar a cabo cada uno lo que le toque! La hazaña más osada y la menos previsible del espíritu liberado de todo es su posición vertical, cuando el amasijo de incertidumbre con el que carga su osamenta debería llevarlo a soñar con todas las camas y todas las tumbas. Cuando todo invita a la caída, perseverar sobre dos piernas, obstinarse en la postura ordinaria, implica un esfuerzo que va más allá del heroísmo. Llegar al cabo de todas las dudas y no caer: ¿habrá algún reto más temerario, cuando el suelo no es más seguro para nosotros que el cable para el funambulista? Una vez alcanzado un punto dado, la vida no es más que una acrobacia peligrosa y la posición habitual es una cuestión de equilibrio, y todo acto no horizontal es un vértigo inminente. Y así es como un nuevo milagro apunta en el horizonte de cada día: el milagro vertical».

«Un ser vivo que solo se alimenta de la vida es un ser monstruoso, obtuso e impenetrable. Abarrotado de esperanza, víctima de la salud, devorado por el futuro, le falta la incertidumbre, que es el acervo de los que han convertido en mérito su tránsito por los caminos entre las zonas irreductibles de existencia, ciudadanos de la vida y de la muerte, buscadores de un único equilibrio: el equilibrio que existe entre la piedad y el desprecio hacia todo lo que es… y hacia sí mismos».

EL HASTÍO INTERROGADO
«Nuestra experiencia temporal se despliega entre el Hastío y el Éxtasis, dos modalidades diferentes entre las cuales, una como punto de partida y otra como punto de arribo, se desarrolla nuestra percepción del instante. Es la gama que va del desasosiego a la felicidad, de una suspensión fría del tiempo a una suspensión ardiente. Sin embargo, el desasosiego, por su frecuencia, por su estabilidad, por su cualidad de fundamento de todos nuestros estados, se enseñorea de nuestra atención y se impone en significado a los estremecimientos insólitos de la felicidad.
Nuestras enfermedades se asientan en nuestros órganos, y buscan en ellos el punto de menor resistencia. Sabemos dónde están. Sin embargo, ¿dónde reside el hastío, cuál es su lugar favorito y como predestinado? No tiene espacio local; el cuerpo entero le pertenece, con todas las regiones del alma. Un vacío infinitesimal bosteza en cada célula, una caverna invisible se abre en cada parcela de nuestro ser, como si la materia de la que estamos hechos hubiera sido insuficiente y estuviera mezclada con la nada para colmar sus deficiencias. Desprovistos de densidad, arrastramos una herencia de Nada: somos nosotros mismos y no somos nadie. Por la colección de todas estas vacuidades que se dilatan en nuestra sustancia percibimos la ineficacia del tiempo. Un péndulo que se detiene y que es consciente de que se ha detenido: tal es nuestra condición de objetos incurablemente lúcidos. Y como la fatalidad de la vida afectiva no permite imaginar que se pueda experimentar más estado que aquel que se ha enseñorea-do de nosotros, o que existan seres ajenos al tormento que nos aflige, llegamos a ver las cosas y los hechos únicamente a través de las luces y las sombras cuya dosis fijó la visión deformante de un solo sentimiento. Así es como el Hastío sólo se concibe a sí mismo, así es como dispone de una visión sencilla y de una fórmula inteligible del sinsentido temporal, de una filosofía que le parece la única válida, pero que sólo es un caso más entre la diversidad de los puntos de vista. El júbilo exclama: ¿por qué los hombres no se estremecen de júbilo? —¿Por qué no aúllan de desesperación?, replica la desesperación. Y el quebranto más terrible rumia su interrogante, su evidencia: ¿Por qué milagro no se mueren de Aburrimiento?»

«Sólo Dios —y el gusano— tienen una posición clara: uno crea y el otro devora la creación».

ESCATOLOGÍA
«El conocimiento se anula, la conciencia expira. Ahora el sol disipará sus ardores sobre la estupidez y sobre nuestros cadáveres. Ha llegado la era de las excavaciones. Esperemos que el Diablo sea un buen arqueólogo.
Y así, cuanto más avance el hombre por el tiempo, menos posibilidades tendrá de tararear ingenuamente un canto de vida. Multiplicará sus conquistas, someterá a la Vida, pero a cambio de la suya propia. Cuando sea materialmente el auténtico rey de la tierra, su corona irradiará con un brillo mortal. Comprenderá demasiado tarde que fue víctima de la voluntad y de la conciencia de vivir, que se hizo más grande de lo que le permitía su sustancia, que ha perdido sus propios límites abandonando la pasividad extática de las criaturas displicentes. La inmensidad inútil de la historia —su creación— se volverá contra él. Antes de apagarse, víctima del orgullo y del hastío, o de aniquilarse violentamente, el mismo Vacío le parecerá un mensaje.
Y para llenarlo, ya sólo será capaz de reflexionar sobre un punto, de sufrir una única obsesión: de todas las modalidades de destruirme, ¿cuál es la mejor? Y será su última sutileza».

EL FIN DEL VERBO
«Si en virtud de un prodigio las palabras se volatilizasen, nuestro estupor y nuestra angustia se volverían intolerables. El mutismo súbito nos reduciría al suplicio más cruel. El uso del concepto es lo que nos dispensa del contacto con los terrores que recorren la vida. Decimos: la muerte, y esta abstracción nos impide verla, ser conscientes de su infinitud y su horror. Bautizamos las cosas y los hechos para eludir lo Inexplicable intrínseco y terrorífico. La actividad del espíritu se convierte así en una trampa salutífera, un ejercicio sistemático de prestidigitación. Nos permite circular en una realidad suavizada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos es desaprender a mirar las cosas. La reflexión nace de un día de escapada. La pompa verbal es su resultado. Sin embargo, cuando volvemos a nosotros mismos y nos quedamos solos —sin la compañía de las palabras—redescubrimos el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento desnudo. ¿Dónde encontrar audacia suficiente para hacer frente a este mundo inmediato? En lugar de especular sobre la muerte, la contemplamos y somos la muerte; en lugar de adornar la vida y de asignarle objetivos, retiramos el ornato de nobles falsedades y vemos que sólo es un eufemismo para el mal. Las palabras imponentes: destino, infortunio, desgracia, pierden su esplendor y apercibimos la miserable criatura que lucha contra males concretos, órganos desfallecientes, vencida y sollozante sobre una materia postrada y atónita. Retiremos al hombre la mentira de la Desgracia, démosle el poder de mirar por encima de este vocablo consolador y huero: no podrá soportar ni un instante su propia desgracia. La abstracción impide que el hombre se hunda en la desesperación y la demencia; lo salvan las sonoridades sin contenido, dilapidadas y henchidas, no las religiones y los instintos».

«Cuando Adán fue expulsado del Paraíso, en lugar de maldecir de su verdugo, se apresuró a dar nombre a las cosas. Era la única forma de olvidarlas, el único acomodo posible con ellas. Se sentaron así las bases del idealismo. Ni Platón, ni Kant, ni Hegel inventaron nada; consagraron sutilmente el gesto del primer Balbuceador. Convertimos en entidad hasta nuestro propio nombre: un sistema para no estancarnos en nuestro accidente, en nuestra podredumbre. Desde el momento en que nos llamamos Pierre o Paul ya no podemos morir. Y así nos abandonamos a una ilusión de inmortalidad, porque al pensar en nuestro nombre nos olvidamos de nosotros mismos. El místico que renuncia a la palabra renuncia a todo: deja de ser criatura, es el final de una raza. Una vez desvanecida la articulación, el hombre queda totalmente solo. Imaginémoslo sin verbo y sin fe, místico nihilista, y tendremos el mejor ejemplo de culminación desastrosa de la aventura humana. Lo natural es pensar que el hombre se hartará de las palabras y, hastiado de manosear tiempos, desbautizará las cosas y arrojará sus nombres y el suyo propio a la gran hoguera que devorará sus esperanzas sonoras. Todos nos precipitamos hacia ese modelo final, hacia el hombre desvestido y asqueado, hacia el hombre mudo y desnudo». 

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (2) - EMIL CIORAN

Fragmento de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.


LA FACULTAD DE ESPERAR
«La clave de nuestro destino es esta propulsión indomable que nos empuja a creer en cualquier circunstancia que todo es aún posible, a pesar de los obstáculos infranqueables y de las evidencias irreparables. Aunque obtuviésemos certidumbres sin tacha y de fría nitidez en su oposición a nuestros deseos, nuestro corazón abriría en ellas una brecha por la que se infiltraría el dios de todas las almas: lo Posible. Es lo que nos impide ver las cosas como son; es lo que nos convierte en espectadores inexactos de nuestra suerte y de las sorpresas que nos damos a nosotros mismos».

«… esta esperanza que muere y renace cada día: producción infatigable de errores vitales que debilita a la larga nuestra capacidad de esperar, sin reprimir por ello la eclosión de esperanzas individuales y variopintas» (…) «Así, nuestra voluntad de ceguera sigue esperando, aferrada a una cosa o a todas, pero el manantial de los espejismos se va agostando»…

«El heroísmo sólo es desesperación que acaba en monumento público» (…) «… la mayor parte de los hombres no cree en la inmortalidad —sería un peso excesivo para la razón—, pero todos viven como si fueran inmortales. Esta inmortalidad inconsciente es de la misma naturaleza que la facultad de esperar. El hombre conoce la inevitabilidad de la muerte, pero actúa como si no la conociera; sabe que o es razonable esperar, pero se comporta como si le perteneciera el futuro. El auténtico milagro de la existencia no consiste en modo alguno en fenómenos insólitos, sino en esta saña de no aceptar lo imposible —y sin embargo normal, habitual—, en la contumacia de esperar del siguiente instante más de lo que nos trajo el anterior».

«¡Suprimirse parece un acto tan claro y sencillo! ¿Por qué lo evita todo el mundo? Porque cuando todas las razones niegan en teoría el ansia de vivir, esa nada que lleva a prolongar los actos tiene una fuerza infinitamente superior a todos los absolutos, no sólo es el símbolo de la existencia, sino la existencia misma; es el todo. Y esta nada, este todo, no puede dar un sentido a la vida, pero la lleva a perseverar en lo que es: un estado de no suicidio»

«Hay quien se mata mil veces en el pensamiento y mil veces comienza de nuevo a ser.
Éstos viven sus días como el día antes o el día después del suicidio. Y cada vez matan algo en su interior; lo que va quedando compone su «vida». Así, el acto más importante que un ser pueda ejecutar se convierte en ejercicio, en medio de conocimiento. Todo lo que se saben se lo deben a esos momentos de indeterminación y cobardía, a esas tentaciones geniales y frustradas. La percepción perentoria de las apariencias, bajo las que se agitan enigmas estúpidos y monstruosos, les ha hecho acumular tanta infelicidad nítida y turbia que pasan su vida gastándola, usándola, sin riqueza ni gloria al margen de ella»

MITOLOGÍA COTIDIANA
«Cada día, el hombre se ejercita refrescando una mentira trillada o forjando una nueva. La falsedad constituye una dimensión natural de la vitalidad. Toda biografía debería titularse «Historia de una ilusión», pues la calidez de la vida sólo son fuegos artificiales, un espectáculo irreal adaptado únicamente a los placeres de un ojo estafado.
No importa si un ser defiende sus intereses más viles o un dios cualquiera: una misma actividad fabuladora teje mi trama de deseos imaginados y de símbolos improbables. Sin embargo, la mirada que pasea una tristeza itinerante sobre el desarrollo de las intrigas vitales descubre fácilmente lo que tiene de irrealidad y de desierto.
Mientras puedas mentir, el sol brilla. Cuando te despiertas sin el recurso de mentira alguna, ningún rayo te acaricia. Y entonces, lo que queda de energía se concentra al acecho de un pretexto, ya sea una tarea vil o un sueño trascendente, siempre que te libere de esta mortificación lúcida que expolia a las horas y obliga al tiempo a mendigar a las puertas del alma. Cualquier falsa luminaria que irrite tus inclinaciones o tiente a tus pensamientos, la atrapas al vuelo, con la avidez de un prestigio frágil que se imponga al vacío invasor.
Una realidad que no esté embellecida por las fábulas es más difícil de soportar que un infierno revestido de mitos. El hombre siempre prefirió representaciones inciertas a la visión desnuda que desenmascara los días. El temor de afrontar la ausencia en su alma y en el tiempo le lleva a poblar de ilusiones el cielo y la tierra: el resultado son los dioses impalpables y los afanes cotidianos; el terror de contemplar en medio de la vida el silencio que la precede, y el que la sucede obliga a aceptar este estruendo que llamamos vivir, al que cada cual añade su voz, por miedo a escucharse a sí mismo y no oír nada más».

«Adorar y execrar la vida al mismo tiempo, estar escindido entre dos ardores contradictorios, sufrir esta predestinación de desmembrado en el espacio de cada instante, estos accesos de entusiasmo y de horror en el cielo y en el infierno de cada día... ¡Si al menos el alma tuviera un solo patrón, un dios de luz o de tinieblas, si su destino estuviera determinado de una vez por todas, irrevocablemente claro u oscuro! Todos los seres tienen un mundo propio, un medio ideal para sus alegrías y sus penas, una patria para su estupidez y sus raptos de lucidez. Nosotros no sabemos dónde estamos; nada nos pertenece, ni siquiera ese exilio entre la materia y el sueño. Hemos sido borrados de los registros de la vida y de la muerte; y sin embargo, arrastramos nuestra supervivencia ilegal, extraviada entre el tiempo y la eternidad, sin poder reivindicar uno ni otra, para siempre desahuciados de las cunas y de las tumbas»

«EJERCICIOS NEGATIVOS» (1) - EMIL CIORAN - LO IMPROBABLE COMO SALVACIÓN

Fragmento de Ejercicios negativos, de Emil Cioran, publicado por Taurus y traducido por Alicia Martorell.


LO IMPROBABLE COMO SALVACIÓN
«En el fondo, sólo vivimos porque no hay ningún argumento para vivir. La muerte es demasiado exacta; tiene todas las razones de su parte. Sólo resulta misteriosa para nuestros instintos. Sin embargo, para la tristeza que sigue a contrapelo las pendientes de la opinión, la inexistencia tiene una limpidez sin prestigios, sin el falso atractivo de lo desconocido. Sólo podemos tener realmente miedo de lo que es. Y por esta misma razón, la vida da más miedo que la muerte, porque ésta no significa nada, mientras que aquélla pretende significar algo. La vida es la gran incógnita, está cargada con un peso incalculable de sinsentido y con una masa aplastante de irracionalidad. ¿Quién puede escrutar sus elementos sin inmovilizarse en el asombro que paraliza? Basta con seguir la trayectoria de un solo ser para que un asco consciente nos libre a los efectos fosilizantes de una desidia muda. ¿Son posibles tanto vacío y tanta incomprensibilidad al mismo tiempo? ¿Dónde nos llevará tanto misterio insensato? Perseveramos en el ser porque el deseo de morir es demasiado lógico, y, por ende, demasiado poco eficaz. Si la vida tuviera un solo argumento a su favor —diferenciado, indiscutible—, se aniquilaría; los instintos y los prejuicios ya no tendrían nada que sostener; se relajarían, anegados por esta evidencia contra la que luchan y cuya ausencia es claramente su única razón de existir. Todo lo que respira se alimenta de lo inverificable; una gota más de lógica mataría a lo que se divierte viviendo. ¿Dónde va lo que parece ser? Sin esta incógnita todo se acabaría anulando. Demos un objetivo preciso a la vida y perderá instantáneamente su terrible encanto. La inexactitud suprema de sus fines la hace superior a la muerte. Un grano de precisión la reduce a la trivialidad de las tumbas. Porque una ciencia positiva del sentido de la vida despoblaría la tierra en un día, y si un insensato se obstinase, ni sus argucias ni su fuerza podrían reanimar, en el corazón del desierto, las improbabilidades fecundas del Deseo.
Todos estamos hasta el cuello de barro. Incluso un espíritu noble sólo es de un barro más pálido, una quintaesencia de miseria desvaída, de materia debilitada. Si no sucumbimos, es porque no sabemos lo que somos; nuestros problemas y los de los demás nos parecen igualmente imposibles de resolver. Si consiguiéramos enderezar, atenuar el punto de interrogación que planea sobre cada uno de nosotros, si lográsemos minimizar la perplejidad, si alcanzásemos la certidumbre de estar menos asombrados, disminuiría en nosotros la embriaguez de vivir y nuestros impulsos decaerían por el efecto de una locura permeable a la razón. Lo mejor que podríamos esperar al cabo de nuestras reflexiones sería suspender este punto al margen de nuestra vida; es lo que hace la mayor parte de los hombres, que sólo respiran para eludir sus propias incertidumbres. Pero los que insisten en ser ellos mismos no dudan en llevar hasta el límite las contradicciones que los surcan; y si la prueba resulta estar por encima de su capacidad de resistencia, hartos de tanto insoluble, ¡¿quién les impediría cortar el hilo de la espada, para anular, de una vez por todas, tanto el interrogante como el alma que interroga?!
Las diferencias entre las épocas sólo lo son de grado: más crueles o más clementes, más tumultuosas o más plácidas. Pero todas contienen virtualmente todas las posibilidades, como las naciones, como los individuos. Un sabio no es más libre ante la vida y la muerte que la criatura más ignara. Lo esencial es tan ajeno a uno como a otro. Los libros no han enseñado a nadie a sobrellevar con mayor ecuanimidad el estupor inefable de los instantes que pasan; las ideas no pueden incidir en los actos decisivos, pues no es posible contacto alguno entre sus naturalezas disímiles. ¿Cómo podría insertarse una idea en la sustancia irreductible de nuestra experiencia de la vida y de la muerte? Somos víctimas de fuerzas con las que sólo tenemos en común el viaje hacia una cosa que ya no es nosotros mismos. Lo que aprendemos no pone ningún remedio a nuestro estado. ¿Qué significa tener mil ideas para una sola muerte, para la propia muerte? Multiplicamos las palabras para una sola y misma realidad; bautizamos lo indefinible; hacemos brillar con un barniz sonoro una cosa innominada e innombrable. Estamos vulnerados y sufrimos en millares de fórmulas deslumbrantes y vanas. Porque toda la ciencia de la que disponemos no sirve más que para atemperar nuestras vehemencias y reducir nuestros gritos a una monotonía silenciosa, consoladora para el espíritu en medio de sus derrotas.
¿Quién se embarcaría en la sucesión de los actos sin arrogarse el derecho a la excepción y conceder a su tiempo superioridad sobre todo lo que ha sido o será? Esta doblez inconsciente, agresiva e irracional, explica el movimiento de la historia y la sucesión de las generaciones, que se sacrifican para enriquecer un tesoro improbable, resultado frágil de un esfuerzo en el que se entremezclan la audacia, la estupidez y el dolor.
Si los hombres están orgullosos de haberse embarcado en el devenir es porque desprecian más o menos conscientemente a todos aquellos que los precedieron en el naufragio temporal. Es cierto que cada época es una suma de naufragios, pero no seríamos capaces de explicar esta verdad a la época en la que vivimos. Los seres humanos sólo pueden embarcarse en la sucesión de los actos si se consideran una excepción a esta regla que, en su opinión, sólo es fatal antes de ellos o después de ellos: de modo que, bajo esta trampa lúcida u oscura, la historia cesaría, ella que se mueve gracias al acoplamiento infinitamente reversible del valor y de la estupidez. En efecto, hay que ser desesperadamente estúpido y valiente para añadir a la suma del devenir la ínfima cantidad de nuestro óbolo y nuestra ilusión. El tiempo nos mendiga un esfuerzo y nosotros desaparecemos en nuestra limosna. Así se sacrifican las generaciones, así enriquecen un tesoro improbable. Porque el sentido último de cada ser está en impedir que le sobreviva una sola gota de sudor. Y después la historia lo rechaza, para que no pueda tomarse el tiempo de pensar en la pereza que no soñó. ¿Cómo asistir a la gloria tan equívoca de esta marcha, sin desear salir del círculo de los actos humanos? ¿Cómo vivir junto a este cementerio febril —imposible alejarse—excavando la propia tumba en un instante idealmente neutral, mientras los hastíos silenciosos y las fatigas mudas olvidan sus antiguos acentos?»