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«CONVERSACIONES» (1) - EMIL CIORAN

Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.

Conversación con Sylvie Jaudeau:

«La delicada duda de la gente civilizada no es sino una forma de mantenerse a distancia respetable de los acontecimientos. En cambio, hay una duda devastadora que podemos asimilar a una enfermedad que roe al individuo, que puede incluso destruirlo. Esa duda excesiva no es en muchos casos sino una etapa. Es la que provoca el salto a la fe, pues esa duda vertiginosa no puede mantenerse por mucho tiempo. A menudo precede a las conversiones religiosas o de otra índole. Todos los místicos han conocido grandes extravíos, próximos al hundimiento. Así, no podemos por menos de formularnos la pregunta: «¿Hasta dónde puede llegarse con la duda?». La respuesta es sencilla: o nos estancamos en ella o salimos de ella. Es parálisis o trampolín»
(…)
¿Qué diría usted a quien descubra su obra? ¿Le aconsejaría que comenzara por una obra mejor que por otra?
Puede elegir cualquier de ellas, ya que no hay progresión en lo que escribo. Mi primer libro [En las cimas de la desesperación] contiene ya virtualmente todo lo que he dicho posteriormente. Sólo difiere el estilo.
¿Hay algún título por el que sienta un apego particular?
Sin lugar a dudas, Del inconveniente de haber nacido. Me adhiero a cada una de las palabras de ese libro, que se puede abrir por cualquier página y no es necesario leer enteramente.
También siento apego por los Silogismos de la amargura, por la simple razón de que todo el mundo ha hablado mal de él. Se ha afirmado que me había comprometido al escribirlo. En el momento de su publicación, sólo Jean Rostand atinó: «Este libro no será comprendido», dijo.
Pero aprecio muy en particular las siete últimas páginas de La caída en el tiempo, que representan lo más serio que yo he escrito. Me costaron mucho y en general no se han comprendido. Se ha hablado poco de ese libro, pese a que es, a mi juicio, el más personal y a que he expresado en él lo que estaba más próximo a mi corazón. En efecto, ¿acaso hay un drama mayor que el de caer del tiempo? Por desgracia, pocos lectores han advertido ese aspecto esencial de mi pensamiento.
Esos tres libros habrían bastado, desde luego, y no vacilo en repetir que he escrito demasiado»

Conversación con Branka Bogavac Le Compte:

«Después de una experiencia literaria muy larga, ¿puede usted decirme unas palabras sobre la condición de escritor?
Es una cuestión que se plantea todo el tiempo. Todo depende de la profundidad de tus convicciones, de si estás dispuesto a aceptar cualquier cosa, la humillación la falta de dinero en nombre de la escritura, a colocarla por encima de todo lo demás, a aceptar todas las posibles derrotas —y siempre las hay—, a obligarte a ser dueño de ti mismo. Hay que aceptarse y no depender de los demás: eres tu dueño, es un combate al que te entregas. Los otros no lo conocen, pero lo conocerán por mediación de tus libros. ¿Por qué se publica un libro? Para mostrar ese combate. No hay que dramatizar, es algo de ti mismo que proyectas al exterior, que debe salir, que no debes conservar, pues no sería bueno. Hay que considerarlo una terapéutica. Escribir es una forma de liberarte de tus complejos: si no, cobrarían un cariz trágico» 

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (y 6) - EMIL CIORAN

Fragmentos extraídos de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo. 

MISERIA DE LA SABIDURIA
«Odio a los sabios por su complacencia, su cobardía y su reserva. Amo infinitamente más las pasiones devastadoras que un talante uniforme que vuelve insensible al ser tanto respecto al placer como respecto al dolor. El sabio ignora lo trágico de la pasión y el temor a la muerte, de la misma manera que desconoce la fuerza y el riesgo, el heroísmo bárbaro, grotesco o sublime. El sabio se expresa con máximas y da consejos. No vive nada, no siente nada, no desea ni espera. Se complace en nivelar los diversos contenidos de la vida y asume todas sus consecuencias. Mucho más complejos me parecen aquellos seres que, a pesar de esa nivelación, no cesan sin embargo de atormentarse. La existencia del sabio es una existencia vacía y estéril, pues se halla desprovista de antinomias y de desesperación. Las existencias que se consumen a causa de contradicciones insuperables son mucho más fecundas. La resignación del sabio procede del vacío y no del fuego interior. Yo prefiero mil veces más morir a causa de ese fuego que a causa del vacío y de la resignación».


«El tiempo sólo puede anularse viviendo el instante íntegramente, abandonándose a sus encantos. Se realiza así el eterno presente: el sentimiento de la presencia eterna de las cosas. El tiempo, el devenir, a partir de entonces nos son indiferentes. El eterno presente es existencia, pues sólo durante esta experiencia radical la existencia adquiere evidencia y positividad. Arrancado a la sucesión de los instantes, el presente es producción de ser, superación del vacío».

«La injusticia constituye la esencia de la vida social. ¿Cómo adherirse entonces a alguna doctrina?» (…) «Yo no deseo una rebelión relativa contra la injusticia. No admito más que la rebelión eterna, puesto que eterna es la miseria de la humanidad».

«El criterio de la duda es el único que permite distinguir a los profetas de los maníacos» (…) «Así son los seres humanos: para que crean en nosotros, debemos renunciar a todo lo que poseemos y luego a nosotros mismos. Exigen nuestra muerte como garantía de la autenticidad de nuestra fe. ¿Por qué admiran las obras escritas con sangre? Porque ello les evita el sufrimiento, o les permite creerlo. Desean encontrar sangre y lágrimas detrás de nuestras palabras. En la admiración de la muchedumbre hay una gran parte de sadismo»  (…) «Los cristianos continúan sin comprender que Dios está más lejos aún de los hombres de lo que ellos lo están de él».

«¿Acaso todos los seres a los que fascina lo infinito no se hallan en camino hacia el delirio? La normalidad o la anormalidad nos importan un bledo. Vivamos en el éxtasis de lo ilimitado, amemos todo lo que no tiene límites, destruyamos las formas y creemos el único culto que carece de ellas: el de lo infinito».

«Lo que experimento ¿es la vida o algún sueño extravagante?ۚ»

EL ANIMAL INDIRECTO
«Todos los seres humanos tienen el mismo defecto: esperan vivir en lugar de vivir realmente, pues no tienen el valor de afrontar cada segundo. ¿Por qué no desplegar en cada instante suficiente pasión y ardor para convertirlo en una eternidad? Sólo aprendemos a vivir, todos, en el momento en que ya no esperamos nada; mientras se espera, no se puede aprender nada, pues no se habita un presente concreto y vivo, sino un futuro lejano e insípido. No deberíamos esperar nada, salvo las sugestiones inmediatas del instante, esperar sin la conciencia del tiempo. Fuera de lo inmediato, la salvación es imposible. Porque el ser humano es una criatura que ha perdido lo inmediato. De ahí que sea un animal indirecto».

¡QUE MAS DA!
«Todo es posible y nada lo es; todo está permitido y nada lo está. Cualquiera que sea la dirección que tomemos, no será mejor que las demás. Realicemos algo o nada, creamos en algo o no, es todo uno, igual que es lo mismo gritar que callarse. Se puede encontrar una justificación a todo, como también ninguna. Todo es a la vez real e irreal, lógico y absurdo, glorioso y anodino. Nada vale más que otra cosa, como tampoco ninguna idea es superior a otra. ¿Por qué entristecernos a causa de nuestra tristeza y regocijarnos a causa de nuestro regocijo? ¿Qué más da que nuestras lágrimas sean lágrimas de placer o de dolor? ¡Amad vuestras desgracias y detestad vuestra felicidad, mezcladlo todo, confundidlo todo! Sed como un copo de nieve bamboleado por el viento o como una flor arrastrada por las olas. Resistid cuando no debáis hacerlo y sed cobardes cuando haya que resistir. ¿Quién sabe? —quizá ganéis con ello... Y, de todas formas, ¿qué importa si, por el contrario, perdéis? ¿Hay realmente algo que ganar o que perder en este mundo? Toda ganancia es una pérdida y toda pérdida una ganancia. ¿Por qué esperar siempre una actitud clara, ideas precisas y palabras sensatas? Siento que debería escupir fuego a guisa de respuesta a todas las preguntas que me han sido hechas o que no me lo han sido».

«Huid de los individuos impermeables al vicio, pues su presencia insípida puede sólo aburrir» (…) «Para alcanzar ciertas alturas, la vida íntima no puede prescindir de las inquietudes del vicio».

FRENTE AL SILENCIO
«Llegar a no apreciar más que el silencio equivale a realizar la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundas de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos.

«La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías; los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenúa, toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad. Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o impresionar a alguien; el ruido al que hemos renunciado se suma al tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras haber desplegado una energía loca para intentar resolver todos los problemas y afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el silencio la única realidad, la única forma de expresión».

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (5) - EMIL CIORAN

En estos fragmentos extraídos de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, (publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo) se observa lo lírico que podía llegar a ser Cioran, al menos en esta primera parte de su carrera.

LA BELLEZA DE LAS LLAMAS
«El encanto de las llamas subyuga gracias a un movimiento extraño que se halla más allá de la armonía, de las proporciones y de las medidas. Su ímpetu impalpable ¿no simboliza acaso la tragedia y la gracia, la desesperación y la ingenuidad, la tristeza y la voluptuosidad? ¿No encontramos en su devoradora transparencia y su abrasadora inmaterialidad el vuelo y la levedad de las grandes purificaciones y de los incendios interiores? Me gustaría ser levantado por la transcendencia de las llamas, ser zarandeado por sus ondas delicadas e insinuantes, flotar sobre un mar de fuego, consumirme en una muerte de sueño. La belleza de las llamas produce la ilusión de una muerte pura y sublime, semejante a una aurora. Inmaterial, la muerte en las llamas evoca alas incandescentes. ¿Es posible que sólo las mariposas mueran así? ¿Y quienes mueren a causa de sus propias llamas?»


EL RETORNO AL CAOS
«¡Marcha atrás hacia el caos inicial, retorno a la confusión primordial, al maelstrom originario! ¡Lancémonos hacia el torbellino anterior a la aparición de las formas! Que nuestros sentidos palpiten gracias a ese esfuerzo, a esa demencia, a ese arrebato, a esos abismos. Que desaparezca todo lo que existe, para que en esa confusión y ese desequilibrio podamos alcanzar plenamente el vértigo total, remontándonos desde el cosmos hasta el caos, desde la naturaleza hasta la indivisión original, desde la forma hasta el torbellino. La desintegración del mundo obedece a un proceso contrario a la evolución: un apocalipsis invertido, pero brotando de las mismas aspiraciones. Porque nadie desea el regreso al caos si no ha experimentado plenamente los vértigos del apocalipsis. Qué inmensos son mi terror y mi alegría cuando imagino que soy atrapado bruscamente por el tumulto del caos primigenio, por su confusión y su paradójica geometría —la única geometría caótica, sin excelencia formal ni de sentido. El vértigo, sin embargo, aspira a la forma, de la misma manera que el caos posee virtualidades cósmicas. Me gustaría vivir en el comienzo del mundo, en el torbellino demoníaco de las turbulencias primordiales; que nada de lo que en mí es veleidad de forma se realizase; que todo vibrase con un estremecimiento primitivo, como un despertar de la nada. Yo sólo puedo vivir en el comienzo o en el fin del mundo».

«Todo el mundo ve incendios, tempestades, derrumbamientos o paisajes; pero ¿cuántas personas ven en ellos llamas, relámpagos, vértigos o armonías? ¿Cuántas piensan en la gracia y en la muerte viendo un incendio? ¿Cuántas poseen en ellas mismas una belleza lejana que su melancolía matiza? Para los indiferentes, a quienes la naturaleza no ofrece más que una imagen insulsa y glacial, la vida es, y ello incluso si les colma de favores, una suma de ocasiones desaprovechadas.
Por muy profundos que hayan sido mis tormentos, por grande que haya sido mi soledad, la distancia que me ha separado del mundo no ha conseguido sino hacérmelo más accesible. A pesar de que no pueda encontrarle ni un sentido objetivo ni una finalidad transcendente, la multiplicidad de las formas de la existencia ha constituido sin embargo para mí una ocasión permanente tanto de tristeza como de fascinación. He vivido momentos en los que la belleza de una flor justificaba para mí la idea de una finalidad universal, de la misma manera que una mínima nube ha maravillado mi visión sombría de las cosas. Los fanáticos de la interiorización son capaces de extraer del aspecto más insignificante de la naturaleza una revelación simbólica».

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (4) - EMIL CIORAN - APOCALIPSIS

Fragmento extraído de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo. 

APOCALIPSIS

«¡Cuánto me gustaría que todas las personas ocupadas o investidas de una misión, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, seres superficiales o serios, alegres o tristes, abandonasen un buen día sus tareas, renunciando a todo deber u obligación, y saliesen a pasear a la calle cesando toda actividad! Todos esos imbéciles que trabajan sin motivo o se complacen en su contribución al bien de la humanidad, ajetreándose —víctimas de la ilusión más funesta— para las generaciones futuras, se vengarían entonces de la mediocridad de una vida nula y estéril, de ese absurdo derroche de energía tan ajeno al progreso espiritual. ¡Cómo saborearía yo esos instantes en los que ya nadie se dejaría embaucar por un ideal ni seducir por ninguna de las satisfacciones que ofrece la vida, esos momentos en los que toda resignación sería ilusoria, en los que los límites de una vida normal estallarían definitivamente! Todos aquellos que sufren en silencio, sin atreverse a expresar su amargura mediante el mínimo suspiro, gritarían entonces formando un coro siniestro cuyos clamores horrendos harían temblar la Tierra entera. ¡Ojalá las aguas se desencadenasen y las montañas se pusieran a moverse, los árboles a exhibir sus raíces como un odioso y eterno reproche, los pájaros a graznar como los cuervos, los animales espantados a deambular hasta el agotamiento...! Que todos los ideales sean declarados nulos; las creencias, bagatelas; el arte, una mentira, y la filosofía, pura chirigota. Que todo sea erupción y desmoronamiento. Que vastos trozos de suelo vuelen y, cayendo, sean destrozados; que las plantas compongan en el firmamento arabescos insólitos, hagan contorsiones grotescas, figuras mutiladas y aterradoras. Ojalá torbellinos de llamas se eleven con un ímpetu salvaje e invadan el mundo entero para que el menor ser vivo sepa que el final está cerca. Ojalá toda forma se vuelva informe y el caos devore en un vértigo universal todo lo que en este mundo posee estructura y consistencia. Que todo sea estrépito demente, estertor colosal, terror y explosión, seguidos de un silencio eterno y de un olvido definitivo. Ojalá en esos momentos últimos los hombres vivan a tal temperatura que toda la nostalgia, las aspiraciones, el amor, el odio y la desesperación que la humanidad ha sentido desde siempre estalle en ellos gracias a una explosión devastadora. En semejante conmoción, en la que ya nadie encontraría un sentido a la mediocridad del deber, en la que la existencia se desintegraría bajo la presión de sus contradicciones internas, ¿qué quedaría, salvo el triunfo de la Nada y la apoteosis del no-ser?»

«¿Por qué yo no me suicido? Porque la muerte me repugna tanto como la vida. No tengo la mínima idea de por qué me encuentro en este mundo. Experimento en este momento una imperiosa necesidad de gritar, de dar un aullido que horrorice al universo. Siento que asciende en mí un fragor sin precedentes y me pregunto por qué no estalla para aniquilar a este mundo, que yo sepultaría con mi nada. Me considero el ser más terrible que haya existido nunca en la historia, un salvaje apocalíptico repleto de llamas y de tinieblas. Soy una fiera de sonrisa grotesca que se contrae y se dilata infinitamente, que muere y crece al mismo tiempo, exaltada entre la esperanza de la nada y la desesperación del todo, alimentada con fragancias y venenos, abrasada por el amor y el odio, aniquilada por las luces y las sombras. Mi símbolo es la muerte de la luz y la llama de la muerte. En mí todo destello se apaga para resucitar convertido en trueno y relámpago. ¿Acaso no arden hasta las tinieblas dentro de mí?»

«El lirismo absoluto es el lirismo de los últimos instantes»

«El proceso de transformación del filósofo en poeta es esencialmente dramático. Desde la cumbre del mundo definitivo de las formas y de las interrogaciones abstractas, se hunde uno, en pleno vértigo de los sentidos, en la confusión de los elementos del alma, que se entretejen para engendrar construcciones extrañas y caóticas. ¿Cómo consagrarse a la filosofía abstracta a partir del momento en que se siente en sí mismo el desarrollo de un drama complejo en el cual se amalgaman un presentimiento erótico y una inquietud metafísica torturadora, el miedo a la muerte y una aspiración a la ingenuidad, la renuncia total y un heroísmo paradójico, la desesperación y el orgullo, la premonición de la locura y el deseo de anonimato, el grito y el silencio, y el entusiasmo y la nada? Además, esas tendencias se amalgaman y evolucionan en una efervescencia suprema y una locura interior, hasta la confusión total. Ello excluye toda filosofía sistemática, toda construcción precisa. Hay muchos seres que han comenzado por el mundo de las formas y han acabado en la confusión; esos seres no pueden ya filosofar más que de manera poética. Pero cuando se alcanza ese grado de confusión, sólo importan los suplicios y las voluptuosidades de la locura»

«Quien no ha experimentado el miedo a todo, el terror del mundo, la ansiedad universal, la inquietud suprema, el suplicio de cada instante, no sabrá nunca lo que significan la tensión física, la demencia de la carne y la locura de la muerte. Todo lo profundo surge de la enfermedad; todo lo que no procede de ella no tiene más que un valor estético y formal. Estar enfermo es vivir, quiérase o no, sobre cimas, las cuales, sin embargo, no representan únicamente alturas, sino también abismos y profundidades. Sólo existen cimas abismales, puesto que de ellas puede uno despeñarse en cualquier instante; y son precisamente esas caídas las que permiten alcanzar las cumbres»

«Cuando tratamos de la vida, hablamos de instantes; cuando tratamos de la eternidad, del instante. ¿No hay una ausencia de vida en la experiencia de la eternidad, en esa victoria sobre el tiempo, en esa transcendencia de los momentos?»

«¿Se dan cuenta quienes proponen la alegría a cada momento de lo que significa el temor de un hundimiento inminente, el suplicio constante de ese terrible presentimiento? A ello se añade la conciencia de la muerte, más persistente aún que la de la locura»

«Mi admiración sin límites por los entusiastas proviene de mi incapacidad para comprender su existencia en un mundo donde la muerte, la nada, la tristeza y la desesperación componen un séquito siniestro. Que existan personas incapacitadas para la desesperación es algo que turba e impresiona»

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (3) - EMIL CIORAN

Fragmento extraído de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo. 

«Solo quienes perseveran en una insensibilidad escandalosa permanecen indiferentes frente a la enfermedad, la cual produce siempre un ahondamiento íntimo».

«Quienes viven sin preocuparse por lo esencial se hallan salvados desde el principio; pero ¿tienen algo que salvar ellos, que no conocen el mínimo peligro?»

«La creación es una preservación temporal de las garras de la muerte».

«¿Qué podrían, pues, esperar aún de este mundo aquellos que se sienten más allá de la normalidad, de la vida, de la soledad, de la desesperación y de la muerte?» 

«¿Qué sucedería si el rostro humano expresara con fidelidad el sufrimiento interior, si todo el suplicio interno se manifestara en la expresión? ¿Podríamos conversar aún? ¿Podríamos intercambiar palabras sin ocultar nuestro rostro con las manos? La vida sería realmente imposible si la intensidad de nuestros sentimientos pudiera leerse sobre nuestra cara».


«Los hombres atormentados, aquellos cuya dinámica interior alcanza el paroxismo y que no pueden adaptarse a la apatía habitual, están condenados al hundimiento».

«El presentimiento de la locura va acompañado del miedo a la lucidez durante la locura, el miedo a los momentos de regreso a sí mismo, en los que la intuición del desastre podría engendrar una locura aún mayor. De ahí que no exista salvación a través de la locura. Deseamos el caos, pero tememos sus revelaciones». 

«En las cimas de la desesperación nadie tiene ya derecho a dormir».

«La nostalgia expresa en un nivel afectivo un fenómeno profundo: el progreso hacia la muerte mediante el hecho de vivir. Siento nostalgia de lo que ha muerto en mí, de la parte muerta de mí mismo».

«Solamente son felices quienes no piensan nunca, es decir, quienes no piensan más que lo estrictamente necesario para vivir. El pensamiento verdadero se parece a un demonio que perturba los orígenes de la vida, o a una enfermedad que ataca sus raíces mismas. Pensar continuamente, plantearnos problemas capitales a cada momento y experimentar una duda permanente respecto a nuestro destino; estar cansado de vivir, agotado hasta lo imaginable a causa de nuestros propios pensamientos y de nuestra propia existencia; dejar tras de sí una estela de sangre y de humo como símbolo del drama y de la muerte de nuestro ser –equivale a ser desgraciado hasta el punto de que el problema del pensamiento nos da ganas de vomitar y la reflexión nos parece una condena».

«Los seres humanos más desgraciados son los que no tienen derecho a la inconsciencia. Poseer una conciencia permanentemente despierta, definir de nuevo sin cesar nuestra relación con el mundo, vivir en la tensión perpetua del conocimiento, equivale a estar perdido para la vida».

«Sólo existen dos actitudes fundamentales: la ingenua y la heroica; todas las demás no hacen más que diversificar los matices de ambas. Esa es la única alternativa posible si no se quiere sucumbir a la imbecilidad. Ahora bien, dado que para el ser humano confrontado a dicha disyuntiva la ingenuidad es un bien perdido, imposible de recuperar, no queda más que el heroísmo. La actitud heroica es el privilegio y la condena de los desintegrados, de los fracasados. Ser un héroe —en el sentido más universal de la palabra— significa desear un triunfo absoluto, triunfo que sólo puede obtenerse mediante la muerte. Todo heroísmo transciende la vida, implicando fatalmente un salto en la nada. Todo heroísmo es, pues, un heroísmo de la nada, y eso incluso en el caso de que el héroe no sea consciente de ello y no se dé cuenta de que su fuerza interior presente procede de una vida carente de su dinamismo habitual. Todo lo que no nace de la ingenuidad y no conduce a ella pertenece a la nada. ¿Ejercería ésta, pues, una atracción real? En ese caso, se trata de una atracción demasiado misteriosa para que podamos ser conscientes de ella».

«Afirmo aquí, para todos aquellos que me sucederán un día, que no hay nada sobre este planeta en lo que yo pueda creer y que la única salvación posible es el olvido. Me gustaría poder olvidarlo todo, olvidarme a mí mismo y olvidar el mundo entero. Las verdaderas confesiones se escriben con lágrimas únicamente. Pero mis lágrimas bastarían para anegar este mundo, como mi fuego interior para incendiarlo. No necesito ningún apoyo, ninguna exhortación ni ninguna compasión, pues, por muy bajo que haya caído, me siento poderoso, duro, feroz... Soy, en efecto, el único ser humano sin esperanza. Ese es el colmo del heroísmo, su paroxismo y su paradoja. ¡La locura suprema! Debería canalizar la pasión caótica e informe que me habita para olvidarlo todo, para no ser ya nada, para liberarme del saber y de la conciencia. Si me obligasen a tener una esperanza, sólo podría ser la del olvido absoluto. Pero entonces ¿no se trataría de una desesperanza? Semejante «esperanza» ¿no constituye acaso la negación de toda esperanza? No quiero saber ya nada, ni siquiera el hecho de no saber nada. ¿Por qué tantos problemas, tantas discusiones, tanta vehemencia? ¿Por qué semejante conciencia de la muerte? ¡Basta de filosofía y de pensamiento!»

LA PASIÓN POR LO ABSURDO

«Nada podría justificar el hecho de vivir. ¿Cómo, habiendo explorado nuestros propios extremos, seguir hablando de argumentos, causas, efectos o consideraciones morales? Es imposible, puesto que no quedan entonces para vivir más que razones carentes de todo fundamento. En el apogeo de la desesperación, sólo la pasión por lo absurdo orna aún el caos con un resplandor demoníaco. Cuando todos los ideales corrientes, sean morales, estéticos, religiosos, sociales o de cualquier otra clase, no logran imprimir a la vida una dirección y una finalidad, ¿cómo preservarla del vacío? La única manera de lograrlo consiste en aferrarse a lo absurdo y a la inutilidad absoluta, a esa nada fundamentalmente inconsistente cuya ficción es susceptible sin embargo de crear la ilusión de la vida.
Vivo porque las montañas no saben reír ni las lombrices cantar. La pasión por lo absurdo nace únicamente en el individuo que lo ha expiado todo pero que es capaz de soportar terribles transfiguraciones futuras. A quien lo ha perdido todo sólo le queda esa pasión. ¿Qué podría en adelante seducirle? Algunos responderán que el sacrificio en nombre de la humanidad o del bien público, el culto de lo bello, etc. Yo sólo soporto a aquellos seres humanos que han renunciado a experimentar, aunque no sea más que provisionalmente, todos esos sueños. Ellos son los únicos que han vivido de manera absoluta, los únicos habilitados para hablar de la vida. Si pueden hallarse de nuevo el amor y la serenidad, ello es posible mediante el heroísmo y no mediante la inconsciencia. Toda existencia que no contenga una gran locura carece de valor. ¿En qué se diferencia una existencia semejante de la de una piedra, un palo o una mala hierba? Lo afirmo con total honestidad: hay que ser objeto de una gran locura para querer ser piedra, palo o mala hierba». 

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (2) - EMIL CIORAN - SOBRE LA MUERTE

Fragmento extraído de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo. En él se habla sobre la inmanencia de la muerte en la vida, la enfermedad como medio de conocimiento, la vida como agonía prolongada, el miedo a la muerte, la imposibilidad de comprender el fenómeno de la muerte desde un punto de vista racional… (la negrita del texto es mía).

SOBRE LA MUERTE

«Algunos problemas, cuando los meditamos, nos aíslan en la vida, nos destruyen incluso: no tenemos entonces ya nada que perder, ni nada que ganar. La aventura espiritual o el impulso indefinido hacia las formas múltiples de la vida, la tentación de una realidad inaccesible, no son más que simples manifestaciones de una sensibilidad exuberante, carente de la seriedad que caracteriza a quien se plantea interrogaciones vertiginosas. No me refiero a la gravedad superficial de aquellos que son considerados como personas serias, sino a una tensión cuya locura exacerbada nos eleva, en cualquier momento, al nivel de la eternidad. Vivir en la historia pierde entonces todo significado, pues el instante es sentido tan intensamente que el tiempo se eclipsa ante la eternidad. Algunos problemas puramente formales, por muy difíciles que sean, no exigen en absoluto una seriedad puesto que, lejos de surgir de las profundidades de nuestro ser, son únicamente producto de las incertidumbres de la inteligencia. Sólo el pensador visceral es capaz de ese tipo de seriedad, en la medida en que para él las verdades provienen de un suplicio interior más que de una especulación gratuita. Al ser que piensa por el placer de pensar se opone aquel que piensa bajo el efecto de un desequilibrio vital. Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de sangre y de carne, y a la abstracción vacía prefiero con mucho una reflexión que proceda de un arrebato sensual o de un desmoronamiento nervioso. Los seres humanos no han comprendido todavía que la época de los entusiasmos superficiales está superada, y que un grito de desesperación es mucho más revelador que la argucia más sutil, que una lágrima tiene un origen más profundo que una sonrisa. ¿Por qué nos negamos a aceptar el valor exclusivo de las verdades vivas que emanan de nosotros mismos? Sólo se comprende la muerte si se siente la vida como una agonía prolongada, en la cual la vida y la muerte se hallan mezcladas.
Los seres que gozan de buena salud no poseen ni la experiencia de la agonía ni la sensación de la muerte. Su vida se desarrolla como si tuviera un carácter definitivo. Es característico de las personas normales considerar la muerte como algo que procede del exterior, y no como una fatalidad inherente al ser. Una de las mayores ilusiones que existen consiste en olvidar que la vida se halla cautiva de la muerte. Las revelaciones de orden metafísico comienzan únicamente cuando el equilibrio superficial del hombre empieza a vacilar y la espontaneidad ingenua es sustituida entonces por un tormento profundo.
El hecho de que la sensación de la muerte sólo aparezca cuando la vida es trastornada en sus profundidades prueba de una manera evidente la inmanencia de la muerte en la vida. El examen de las profundidades de ésta muestra hasta qué punto es ilusoria la creencia en una pureza vital, y qué justificada está la convicción de que el carácter demoníaco de la vida implica un substrato metafísico.
Siendo la muerte inmanente a la vida, ¿por qué la conciencia de la muerte hace imposible el hecho de vivir? La existencia normal del hombre no es en absoluto turbada por ella, pues el proceso de entrada en la muerte sucede inocentemente mediante un ocaso de la intensidad vital. Para esa clase de seres humanos normales sólo existe la agonía última, y no la agonía duradera, inseparable de las primicias de lo vital. Profundamente, cada paso en la vida es un paso en la muerte, y el recuerdo una evocación de la nada. Desprovisto de sentido metafísico, el hombre ordinario no es consciente de la entrada progresiva en la muerte, a pesar de que tampoco él escapa a un destino inexorable. Cuando la conciencia se ha desapegado de la vida, la revelación de la muerte es tan intensa que destruye toda ingenuidad, todo arrebato de alegría y toda voluptuosidad natural. Hay una perversión, una degradación inigualada en la con-ciencia de la muerte. La cándida poesía de la vida y sus encantos parecen entonces vacíos de todo contenido, al igual que las tesis finalistas y las ilusiones teológicas.
Poseer la conciencia de una larga agonía equivale a arrancar la experiencia individual de su ámbito natural para desenmascarar su nulidad y su insignificancia, es atentar contra las raíces irracionales de la propia vida. Ver cómo la muerte se extiende, verla destruir un árbol e insinuarse en el sueño, ajar una flor o acabar con una civilización, nos conduce más allá de las lágrimas y de las decepciones, más allá de toda forma o categoría. Quien nunca ha experimentado el sentimiento de esa terrible agonía en la que la muerte nos invade como un aflujo de sangre, como una fuerza incontrolable que nos ahoga o nos estrangula, provocando alucinaciones horrorosas, ignora el carácter demoníaco de la vida y las efervescencias interiores creadoras de grandes transfiguraciones. Sólo esa sombría ebriedad puede explicar por qué deseamos tan ardientemente el fin de este mundo. No es en absoluto la ebriedad luminosa del éxtasis en la que, subyugados por visiones paradisíacas, nos elevamos hacia una esfera de pureza en la cual lo vital se sublima para volverse inmaterial. Un suplicio loco, peligroso y destructor caracteriza la tétrica ebriedad, en la que la muerte aparece engalanada con los encantos de pesadilla que poseen los ojos de serpiente. Semejantes visiones nos unen a la esencia de lo real: entonces las ilusiones de la vida y de la muerte se desenmascaran. Una agonía exaltada amalgamará, en un terrible vértigo, la vida con la muerte, mientras que un satanismo bestial adoptará las lágrimas de la voluptuosidad. La vida como agonía prolongada y camino hacia la muerte no es sino una versión suplementaria de la dialéctica demoníaca que la obliga a engendrar formas que ella destruye. La multiplicidad de las formas vitales engendra una dinámica demente en la que únicamente se reconoce el diabolismo del devenir y de la destrucción. La irracionalidad de la vida se manifiesta en ese desbordamiento de formas y de contenidos, en esa frenética tentación de renovar los aspectos desgastados. Una especie de felicidad podría obtener quien se entregara a ese devenir, dedicándose, más allá de toda problemática torturadora, a saborear todas las potencialidades del instante, sin la perpetua confrontación reveladora de una relatividad insuperable. La experiencia de la ingenuidad es la única posibilidad de salvación. Pero, para aquellos que sienten la vida como una larga agonía, la cuestión de la salvación no es más que una cuestión.
La revelación de la inmanencia de la muerte se lleva a cabo, en general, gracias a la enfermedad y a los estados depresivos. Existen otros caminos para lograrla, pero son estrictamente accidentales e individuales: su capacidad de revelación es mucho menor.
Danza Macabra de ClusoneBergamo (Italia)
Si las enfermedades tienen una misión filosófica, ésta no puede consistir más que en mostrar lo frágil que es el sueño de una vida realizada. La enfermedad convierte la muerte en algo siempre presente; los sufrimientos nos unen a realidades metafísicas que una persona normal y con buena salud no comprenderá nunca. Los jóvenes hablan de la muerte como de un acontecimiento exterior; en cuanto son víctimas de la enfermedad, pierden, sin embargo, todas las ilusiones de la juventud. Es evidente que las únicas experiencias auténticas son las producidas por la enfermedad. Todas las demás llevan fatalmente el sello de lo libresco, puesto que un equilibrio orgánico no permite más que estados sugeridos cuya complejidad procede de una imaginación exaltada. Sólo los verdaderos enfermos son capaces de una seriedad auténtica. Los demás están dispuestos a renunciar, en lo más íntimo de sí mismos, a las revelaciones metafísicas procedentes de la desesperación y de la agonía a cambio de un amor cándido o una voluptuosa inconsciencia.
Toda enfermedad implica heroísmo —un heroísmo de la resistencia y no de la conquista, que se manifiesta a través de la voluntad de mantenerse en las posiciones perdidas de la vida. Esas posiciones se hallan irremediablemente perdidas tanto para aquellos a los que la enfermedad afecta de manera fisiológica como para quienes soportan estados depresivos tan frecuentes que acaban determinando el carácter constitutivo de su ser. Esta es la razón por la cual las interpretaciones corrientes no encuentran ninguna justificación profunda del miedo a la muerte manifestado por ciertos depresivos. ¿Cómo es posible que en medio de una vitalidad a veces desbordante aparezca el miedo a la muerte o, al menos, el problema que ella plantea? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en la estructura misma de los estados depresivos: en ellos, cuando el abismo que nos separa del mundo va aumentando, el ser humano se observa a sí mismo y descubre la muerte en su propia subjetividad. Un proceso de interiorización atraviesa, una tras otra, todas las formas sociales que envuelven el núcleo de la subjetividad. Una vez alcanzado y sobrepasado ese núcleo, la interiorización, progresiva y paroxística, revela una región en la que la vida y la muerte se hallan indisolublemente unidas.
En el depresivo, el sentimiento de la inmanencia de la muerte se añade a la depresión para crear un clima de inquietud constante del que la paz y el equilibrio son definitivamente desterrados.
La irrupción de la muerte en la estructura misma de la vida introduce implícitamente la nada en la elaboración del ser. De la misma manera que la muerte es inconcebible sin la nada, la vida es inconcebible sin un principio de negatividad. La implicación de la nada en la idea de la muerte se lee en el miedo que se le tiene a ésta, el cual no es más que el miedo al Vacío. La inmanencia de la muerte revela el triunfo definitivo de la nada sobre la vida, probando así que la muerte existe únicamente para actualizar progresivamente el camino hacia la nada.
El desenlace de esta inmensa tragedia que es la vida —la del ser humano en particular— mostrará qué ilusoria es la fe en la eternidad de la vida; pero también que el sentimiento ingenuo de la eternidad constituye la única posibilidad de sosiego para el hombre histórico.
Todo se reduce, de hecho, al miedo a la muerte. Cuando vemos una serie de formas diferentes de miedo, no se trata en realidad más que de diferentes aspectos de una misma reacción ante una realidad fundamental; todos los temores individuales se hallan vinculados, mediante oscuras correspondencias, a ese miedo esencial. Quienes intentan liberarse de él utilizando razonamientos artificiales se equivocan, dado que es rigurosamente imposible anular un temor visceral mediante construcciones abstractas. Todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte no puede evitar el miedo. Y es el temor el que guía a los adeptos de la creencia en la inmortalidad. El hombre realiza un doloroso esfuerzo para salvar —incluso cuando no existe ninguna certeza— el mundo de los valores en medio de los cuales vive y a los cuales ha contribuido, tentativa de vencer el vacío de la dimensión temporal a fin de realizar lo universal. Ante la muerte, dejando aparte toda fe religiosa, no subsiste nada de lo que el mundo cree haber creado para la eternidad. Las formas y las categorías abstractas aparecen ante ella como insignificantes, mientras que su pretensión de universalidad se vuelve ilusoria frente al proceso de aniquilación irremediable. Nunca una forma o una categoría podrán aprehender la existencia en su estructura esencial, como tampoco podrán comprender el sentido profundo de la vida ni de la muerte. ¿Qué podrían, pues, oponerles a éstas el idealismo o el racionalismo? Nada. Las demás concepciones o doctrinas no nos enseñan tampoco casi nada sobre la muerte. La única actitud pertinente sería el silencio o un grito de desesperación.
Quienes pretenden que el miedo a la muerte no tiene ninguna justificación profunda en la medida en que la muerte no puede coexistir con el yo, dado que éste desaparece al mismo tiempo que el individuo, olvidan el extraño fenómeno que es la agonía progresiva.
En efecto, ¿qué alivio podría aportar la distinción artificial entre el yo y la muerte a quien siente la muerte con una intensidad real? ¿Qué sentido puede tener una sutilidad lógica o una argumentación para el individuo víctima de la obsesión de lo irremediable? Toda tentativa de considerar los problemas existenciales desde el punto de vista lógico está condenada al fracaso. Los filósofos son demasiado orgullosos para confesar su miedo a la muerte, y demasiado presuntuosos para reconocer que la enfermedad posee una fecundidad espiritual. Hay en sus consideraciones sobre la muerte una serenidad fingida: son ellos, en realidad, quienes más tiemblan ante ella. Pero no olvidemos que la filosofía es el arte de disimular los tormentos y los suplicios propios.
El sentimiento de lo irreparable que acompaña siempre a la conciencia y a la sensación de la agonía puede hacer comprender como máximo un consentimiento doloroso teñido de miedo, pero en ningún caso un amor o una simpatía ordinarias por el fenómeno de la muerte. El arte de morir no se aprende, puesto que no posee ninguna regla, ninguna técnica, ninguna norma. El individuo siente en su ser mismo el carácter irremediable de la agonía, en medio de sufrimientos y de tensiones ilimitados. La mayoría de los seres no son conscientes de la lenta agonía que se produce en ellos; sólo conocen la que precede al tránsito definitivo hacia la nada. Piensan que únicamente esa agonía última produce importantes revelaciones sobre la existencia. En lugar de aprehender el significado de una agonía lenta y reveladora, lo esperan todo del final. Pero el final no les revelará gran cosa: se extinguirán tan perplejos como han vivido.
Que la agonía se desarrolle en el tiempo prueba que la temporalidad no es sólo la condición de la creación, sino también la de la muerte, la de ese fenómeno dramático que es el morir. Volvemos a encontrar aquí el carácter demoníaco del tiempo, que atañe tanto al nacimiento como a la muerte, a la creación y a la destrucción, sin que pueda percibirse sin embargo en el seno de ese engranaje ninguna convergencia hacia una transcendencia.
El diabolismo del tiempo favorece el sentimiento de lo irremediable, que se impone a nosotros oponiéndose a la vez a nuestras tendencias más íntimas. Estar persuadido de no poder escapar a un destino amargo, hallarse sometido a la fatalidad, tener la certeza de que el tiempo se ensañará siempre en actualizar el trágico proceso de la destrucción, son expresiones de lo Implacable. ¿No constituiría la nada en ese caso la salvación? Pero ¿qué salvación puede haber en el vacío? Siendo casi imposible en la existencia, ¿cómo podría realizarse la salvación fuera de ella?
Y puesto que no hay salvación ni en la existencia ni en la nada, ¡que revienten entonces este mundo y sus leyes eternas!»

«EN LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN» (1) - EMIL CIORAN - LA DEGRADACIÓN MEDIANTE EL TRABAJO

Fragmento extraído de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo.

LA DEGRADACIÓN MEDIANTE EL TRABAJO

«Los seres humanos trabajan en general demasiado para poder continuar siendo ellos mismos. El trabajo es una maldición que el ser humano ha transformado en voluptuosidad. Trabajar con todas nuestras fuerzas únicamente por amor al trabajo, regocijarnos de un esfuerzo que no conduce más que a resultados sin valor, estimar que sólo podemos realizarnos mediante una labor incesante, es algo escandaloso e incomprensible. El trabajo permanente y constante embrutece, trivializa y nos convierte en seres impersonales. El centro de interés del individuo se desplaza desde su ámbito subjetivo hacia una insulsa objetividad; el ser humano se desinteresa entonces por su propio destino, por su evolución interior, para apegarse a cualquier cosa: el trabajo verdadero, que debería ser una actividad de transfiguración permanente, se ha convertido en un medio de exteriorización que hace abandonar al hombre la intimidad de su ser. Es significativo que la palabra trabajo haya acabado designando una actividad puramente exterior en la cual el ser no se realiza: sólo realiza. Que todo el mundo deba ejercer una actividad y adoptar un modo de vida que, en la mayoría de los casos, no le conviene, es un hecho que ilustra la tendencia al embrutecimiento mediante el trabajo. El hombre ve en el conjunto de las formas del trabajo un beneficio considerable; pero el frenesí de la labor es signo en él de una propensión al mal. En el trabajo, el ser humano se olvida de sí mismo, lo cual, sin embargo, no produce en él una dulce ingenuidad, sino un estado próximo a la imbecilidad. El trabajo ha transformado al sujeto humano en objeto, y ha convertido al hombre en un animal que cometió el error de traicionar sus orígenes. En lugar de vivir para sí mismo —no en el sentido del egoísmo sino de una vida dedicada a la búsqueda de la plenitud—, el ser humano se ha convertido en un esclavo lamentable e impotente de la realidad exterior. ¿Dónde encontrar el éxtasis, la visión y la exaltación? ¿Dónde está la locura suprema, la voluptuosidad auténtica del mal? La voluptuosidad negativa que encontramos en el culto al trabajo es más un signo de miseria y de mediocridad, de mezquindad detestable, que de otra cosa. ¿Por qué los seres humanos no decidirían de repente abandonar su trabajo para comenzar uno nuevo totalmente diferente del que están ejerciendo inútilmente? ¿No basta con tener la conciencia subjetiva de la eternidad? Si la actividad frenética, el trabajo ininterrumpido y la trepidación han destruido algo, es sin duda el sentido de la eternidad, del cual el trabajo es la negación. Cuanto más aumentan la búsqueda de los bienes temporales y el trabajo cotidiano, más se vuelve la eternidad un bien lejano, inaccesible. De ahí que los espíritus demasiado emprendedores posean perspectivas tan limitadas, de ahí la mediocridad de su pensamiento y de sus actos. Y, a pesar de que yo no opongo al trabajo ni la contemplación pasiva ni el ensueño vaporoso, sino una transfiguración desgraciadamente irrealizable, prefiero sin embargo una pereza que lo comprende todo a una actividad frenética e intolerante. Para despertar al mundo hay que exaltar la pereza. Porque el perezoso tiene infinitamente más sentido metafísico que el agitado».