En estos fragmentos extraídos de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, (publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo) se observa lo lírico que podía llegar a ser Cioran, al menos en esta primera parte de su carrera.
LA BELLEZA DE
LAS LLAMAS
«El encanto de
las llamas subyuga gracias a un movimiento extraño que se halla más allá de la
armonía, de las proporciones y de las medidas. Su ímpetu impalpable ¿no
simboliza acaso la tragedia y la gracia, la desesperación y la ingenuidad, la
tristeza y la voluptuosidad? ¿No encontramos en su devoradora transparencia y
su abrasadora inmaterialidad el vuelo y la levedad de las grandes
purificaciones y de los incendios interiores? Me gustaría ser levantado por la
transcendencia de las llamas, ser zarandeado por sus ondas delicadas e
insinuantes, flotar sobre un mar de fuego, consumirme en una muerte de sueño.
La belleza de las llamas produce la ilusión de una muerte pura y sublime,
semejante a una aurora. Inmaterial, la muerte en las llamas evoca alas
incandescentes. ¿Es posible que sólo las mariposas mueran así? ¿Y quienes
mueren a causa de sus propias llamas?»
EL RETORNO AL
CAOS
«¡Marcha atrás
hacia el caos inicial, retorno a la confusión primordial, al maelstrom
originario! ¡Lancémonos hacia el torbellino anterior a la aparición de las
formas! Que nuestros sentidos palpiten gracias a ese esfuerzo, a esa demencia,
a ese arrebato, a esos abismos. Que desaparezca todo lo que existe, para que en
esa confusión y ese desequilibrio podamos alcanzar plenamente el vértigo total,
remontándonos desde el cosmos hasta el caos, desde la naturaleza hasta la
indivisión original, desde la forma hasta el torbellino. La desintegración del
mundo obedece a un proceso contrario a la evolución: un apocalipsis invertido,
pero brotando de las mismas aspiraciones. Porque nadie desea el regreso al caos
si no ha experimentado plenamente los vértigos del apocalipsis. Qué inmensos
son mi terror y mi alegría cuando imagino que soy atrapado bruscamente por el
tumulto del caos primigenio, por su confusión y su paradójica geometría —la
única geometría caótica, sin excelencia formal ni de sentido. El vértigo, sin
embargo, aspira a la forma, de la misma manera que el caos posee virtualidades cósmicas.
Me gustaría vivir en el comienzo del mundo, en el torbellino demoníaco de las
turbulencias primordiales; que nada de lo que en mí es veleidad de forma se
realizase; que todo vibrase con un estremecimiento primitivo, como un despertar
de la nada. Yo sólo puedo vivir en el comienzo o en el fin del mundo».
«Todo el mundo
ve incendios, tempestades, derrumbamientos o paisajes; pero ¿cuántas personas
ven en ellos llamas, relámpagos, vértigos o armonías? ¿Cuántas piensan en la
gracia y en la muerte viendo un incendio? ¿Cuántas poseen en ellas mismas una
belleza lejana que su melancolía matiza? Para los indiferentes, a quienes la
naturaleza no ofrece más que una imagen insulsa y glacial, la vida es, y ello
incluso si les colma de favores, una suma de ocasiones desaprovechadas.
Por muy
profundos que hayan sido mis tormentos, por grande que haya sido mi soledad, la
distancia que me ha separado del mundo no ha conseguido sino hacérmelo más
accesible. A pesar de que no pueda encontrarle ni un sentido objetivo ni una
finalidad transcendente, la multiplicidad de las formas de la existencia ha
constituido sin embargo para mí una ocasión permanente tanto de tristeza como
de fascinación. He vivido momentos en los que la belleza de una flor
justificaba para mí la idea de una finalidad universal, de la misma manera que
una mínima nube ha maravillado mi visión sombría de las cosas. Los fanáticos de
la interiorización son capaces de extraer del aspecto más insignificante de la
naturaleza una revelación simbólica».
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