Fragmento extraído de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo.
APOCALIPSIS
«¿Por qué yo no me suicido? Porque la muerte me repugna tanto como la vida. No tengo la mínima idea de por qué me encuentro en este mundo. Experimento en este momento una imperiosa necesidad de gritar, de dar un aullido que horrorice al universo. Siento que asciende en mí un fragor sin precedentes y me pregunto por qué no estalla para aniquilar a este mundo, que yo sepultaría con mi nada. Me considero el ser más terrible que haya existido nunca en la historia, un salvaje apocalíptico repleto de llamas y de tinieblas. Soy una fiera de sonrisa grotesca que se contrae y se dilata infinitamente, que muere y crece al mismo tiempo, exaltada entre la esperanza de la nada y la desesperación del todo, alimentada con fragancias y venenos, abrasada por el amor y el odio, aniquilada por las luces y las sombras. Mi símbolo es la muerte de la luz y la llama de la muerte. En mí todo destello se apaga para resucitar convertido en trueno y relámpago. ¿Acaso no arden hasta las tinieblas dentro de mí?»
«El lirismo
absoluto es el lirismo de los últimos instantes»
«El proceso de
transformación del filósofo en poeta es esencialmente dramático. Desde la
cumbre del mundo definitivo de las formas y de las interrogaciones abstractas,
se hunde uno, en pleno vértigo de los sentidos, en la confusión de los
elementos del alma, que se entretejen para engendrar construcciones extrañas y
caóticas. ¿Cómo consagrarse a la filosofía abstracta a partir del momento en
que se siente en sí mismo el desarrollo de un drama complejo en el cual se
amalgaman un presentimiento erótico y una inquietud metafísica torturadora, el
miedo a la muerte y una aspiración a la ingenuidad, la renuncia total y un heroísmo
paradójico, la desesperación y el orgullo, la premonición de la locura y el
deseo de anonimato, el grito y el silencio, y el entusiasmo y la nada? Además,
esas tendencias se amalgaman y evolucionan en una efervescencia suprema y una
locura interior, hasta la confusión total. Ello excluye toda filosofía
sistemática, toda construcción precisa. Hay muchos seres que han comenzado por
el mundo de las formas y han acabado en la confusión; esos seres no pueden ya
filosofar más que de manera poética. Pero cuando se alcanza ese grado de confusión,
sólo importan los suplicios y las voluptuosidades de la locura»
«Quien no ha
experimentado el miedo a todo, el terror del mundo, la ansiedad universal, la inquietud
suprema, el suplicio de cada instante, no sabrá nunca lo que significan la
tensión física, la demencia de la carne y la locura de la muerte. Todo lo
profundo surge de la enfermedad; todo lo que no procede de ella no tiene más
que un valor estético y formal. Estar enfermo es vivir, quiérase o no, sobre
cimas, las cuales, sin embargo, no representan únicamente alturas, sino también
abismos y profundidades. Sólo existen cimas abismales, puesto que de ellas
puede uno despeñarse en cualquier instante; y son precisamente esas caídas las
que permiten alcanzar las cumbres»
«Cuando
tratamos de la vida, hablamos de instantes; cuando tratamos de la eternidad,
del instante. ¿No hay una ausencia de vida en la experiencia de la eternidad,
en esa victoria sobre el tiempo, en esa transcendencia de los momentos?»
«¿Se dan
cuenta quienes proponen la alegría a cada momento de lo que significa el temor
de un hundimiento inminente, el suplicio constante de ese terrible
presentimiento? A ello se añade la conciencia de la muerte, más persistente aún
que la de la locura»
«Mi admiración
sin límites por los entusiastas proviene de mi incapacidad para comprender su
existencia en un mundo donde la muerte, la nada, la tristeza y la desesperación
componen un séquito siniestro. Que existan personas incapacitadas para la
desesperación es algo que turba e impresiona»
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