Mostrando entradas con la etiqueta BRAY MARK. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta BRAY MARK. Mostrar todas las entradas

«ANTIFA» - MARK BRAY (y V)

«Si el objetivo de unos planteamientos políticos antifascistas normales es lograr que los nazis no puedan presentarse en público sin oposición, entonces el del antifascismo cotidiano es aumentar el coste social del comportamiento represivo. Hasta el punto de que quienes lo defienden no tengan otra opción más que ocultar sus puntos de vista».
 
«Los sentimientos y las opiniones no se pueden cambiar sin un contexto. Son productos de los mundos que los rodean y de las estructuras discursivas que les otorgan sentido. Cada vez que alguien actúa contra los fundamentalistas racistas y tránsfobos — sea denunciándolos, boicoteando sus negocios, avergonzándolos por sus opiniones represivas o dando por terminada la amistad, a no ser que esa persona cambie—, está llevando a la práctica una perspectiva antifascista que contribuye a un antifascismo cotidiano de mayor calado» (...) «Puede que no siempre sea posible cambiar las opiniones de alguien, pero desde luego que se puede hacer que expresarlas tenga un coste político, social, económico y, a veces, también físico».

«Por supuesto, de ningún modo quiere esto decir que haya que exterminar a las personas que actualmente se califican como blancas, sino abolir el esquema de clasificación racial que las hace ser así. W. E. B. Du Bois en «The souls of white folk», de 1920, reflexiona sobre los horrores de la Primera Guerra Mundial. Señala lo que las víctimas del colonialismo y del imperialismo habían sabido durante generaciones. «No se trata de que Europa se haya vuelto demente. No es una aberración ni una locura. Esto es Europa. Esto que parece terrible es el alma verdadera de la cultura blanca, desnuda hoy y visible». El advenimiento del fascismo no hizo sino exacerbar ese horror.
Muchos comentaristas europeos y estadounidenses vieron en el Holocausto y en el ascenso del fascismo una lamentable desviación de las tradiciones ilustradas de la «civilización occidental». En cambio, Aimé Césaire concluyó correctamente que «Europa es insostenible». Del mismo modo, también nosotros debemos concluir que, como identidad forjada a través de la esclavitud y del sistema de clases, la supremacía de la condición blanca es indefendible. La única solución a largo plazo ante la amenaza fascista es minar los pilares sobre los que se cimienta en la sociedad. Están anclados no solo en la supremacía blanca, sino también en la discriminación a los discapacitados. En la heteronormatividad. En el patriarcado. En el nacionalismo. En la transfobia. En el dominio de clase y muchos otros conceptos similares. Este objetivo a largo plazo remite a las tensiones que existen a la hora de definir el antifascismo. Porque, a partir de un cierto punto, destruir el fascismo consiste realmente en promover una alternativa socialista revolucionaria (en mi opinión, una que sea antiautoritaria y no jerárquica) ante un mundo en crisis. Un mundo con pobreza, hambrunas y guerras, en el que medra la reacción fascista».

«No cabe duda de que las acciones en la calle y otras formas de oposición frontal pueden ser muy útiles contra cualquier oponente político. Pero una vez que las organizaciones de extrema derecha han conseguido difundir su mensaje xenófobo y distópico, nos corresponde a todos nosotros anegarlas en alternativas mejores que la austeridad y la incompetencia de los partidos de derecha e izquierda que hay en los diferentes Gobiernos. Por sí solo, el antifascismo militante es necesario pero no suficiente para construir un mundo nuevo sobre las ruinas del viejo».

«ANTIFA» - MARK BRAY (IV)

 
«A pesar de las aspiraciones racionalistas que impulsaban a Mill y a sus coetáneos, la mayoría de las personas sostienen siempre sus creencias «a la manera de un prejuicio», como dice el propio Mill. Muy pocas se paran a examinar realmente las connotaciones filosóficas, políticas y sociológicas de los valores que les son más importantes. Incluso en el caso de que lo hagan, la mayoría son mucho menos autoconscientes de lo que les gusta imaginar. Las normas sociales no se cambian mediante procesos racionales de análisis. Se transforman gradualmente a través de una lucha constante entre intereses enfrentados. A su vez, estos son moldeados de forma continua por factores económicos y sociales cambiantes. Aunque desde luego hay formas diversas de entenderla, la opinión generalizada de que «el racismo es malo» solo surgió después de que las personas de razas diferentes a la blanca lucharan durante generaciones. Hoy en día, esta opinión se ha difundido ampliamente en la sociedad. Junto con el consenso histórico de que la esclavitud y el Holocausto fueron atrocidades inenarrables. Idealmente, todo el mundo debería dedicar una buena cantidad de tiempo y de energía mental a interiorizar las razones de estas tragedias y su impacto en la historia. Pero la mayoría de las personas no van a realizar esta reflexión. Por ello, el éxito de los movimientos sociales a la hora de fijar unos niveles básicos de sentimiento antirracista en los «prejuicios» irracionales de la sociedad constituye una defensa muy importante frente a los intentos de la derecha alternativa de desplazar el centro de gravedad hacia un prejuicio irracional más cercano a la supremacía blanca. El antirracismo «irracional» es preferible al supremacismo blanco razonado».

«ANTIFA» - MARK BRAY (III)

«5. No hacen falta tantos fascistas para que haya fascismo
En 1919, los fasci de Mussolini no tenían más que 100 integrantes. Cuando le nombraron primer ministro, en 1922, solo un 7 % o un 8 % de la población de Italia se había unido a su partido, el PNF. De hecho, solo tenía 35 escaños, de los más de 500 que había en el Parlamento. Cuando Hitler fue a la primera reunión del Partido Obrero Alemán, este solo contaba con 54 miembros. Y en el momento en que le nombraron canciller, en 1933, solo el 1,3 % de la población alemana estaba afiliado al NSDAP. Por toda Europa, en el periodo de entreguerras, los partidos fascistas de masas surgieron a partir de lo que habían sido núcleos inicialmente muy pequeños. Más recientemente, antes de la crisis financiera de 2008 y de la llegada de los refugiados, muchos partidos fascistas o cercanos a esta ideología eran minúsculos. Sus posteriores éxitos electorales demuestran que la extrema derecha tiene el potencial de crecer muy rápidamente cuando las circunstancias le son favorables.
Es indudable que estas organizaciones crecieron y sus regímenes se consolidaron en el poder cuando obtuvieron el apoyo de las élites conservadoras. Y de empresarios asustados, de dueños de pequeños negocios preocupados, de nacionalistas en paro y otros. Después de la guerra se popularizaron unas narrativas triunfales de la resistencia. Vienen a decir que nadie, aparte de los ideólogos fascistas más comprometidos, apoyaba a Mussolini o a Hitler. Pero lo cierto es que los regímenes de ambos consiguieron un amplio apoyo popular. Ese discurso nubla nuestra comprensión de lo que significaba ser un fascista o un nazi en la década de 1930. En ese sentido, hicieron falta muchos fascistas para que hubiese fascismo. Lo que quiero decir aquí es que, antes de lograr ese apoyo popular, no eran más que pequeños grupos de fanáticos.
Es importante señalar que, mientras Mussolini reunía a su variopinto grupo de unos cientos de excombatientes amargados y escasos socialistas nacionalistas, o Hitler intentaba hacerse con el liderazgo del minúsculo Partido Obrero Alemán, Italia y Alemania parecían estar al borde de la revolución social. No había motivo alguno por el que la izquierda tuviese siquiera que pestañear ante ambos acontecimientos. Esos grupos minúsculos no podían parecer más irrelevantes.
Teniendo en cuenta lo que sabían en ese momento anarquistas, comunistas y socialistas, ninguno tenía motivos para dedicar tiempo o atención al fascismo en sus inicios. Sin embargo, es imposible dejar de preguntarse lo que podría haber ocurrido si lo hubiesen hecho. No podemos saberlo, desde luego. Gastar demasiado tiempo en ello pasa por alto otros factores sociales más amplios que abonaron el terreno para la irrupción del fascismo. En todo caso, el futuro no está escrito. A menudo el fascismo ha surgido a partir de grupos pequeños y marginales. Por eso los antifascistas llegan a la conclusión de que toda presencia fascista o supremacista blanca debe tratarse como si fuesen los 100 fasci de Mussolini o los 54 miembros iniciales del Partido Obrero Alemán de los Trabajadores, el primer peldaño de Hitler en su ascenso al poder.
La trágica ironía del antifascismo moderno es que, cuanto más éxito tiene, más se pone en duda su necesidad. Sus mayores triunfos quedan siempre en un limbo hipotético: ¿cuántos movimientos genocidas han cortado de raíz los antifascistas a lo largo de los últimos 70 años de lucha, antes de que su violencia pudiese hacer metástasis en el resto de la sociedad? Nunca lo sabremos. Y eso es algo verdaderamente bueno».

«ANTIFA» - MARK BRAY (II)

 «La segunda connotación es la de cultura «alternativa». Como se pregunta Yiannopoulos: «¿Qué puedes hacer si quieres ir contra la sociedad de lo correcto? ¿Cabrear a tus padres? Para lograr eso, en los años setenta hubieses tenido que escuchar a los Sex Pistols, en los años ochenta, a Madonna. Ahora se consigue votando a Trump y eso mola». «Esas gorras de MAGA (Make America Great Again) son de lo más punk», añade» (...)

«La derecha alternativa presenta el feminismo, la liberación gay y el antirracismo como aspectos de una hegemonía contranatural e idiotizante de lo políticamente correcto. Con ello, ha otorgado a muchas personas blancas racistas, especialmente hombres, una formulación «rebelde» con la que dar rienda suelta a lo que venían pensando todo este tiempo. Los fascistas y los supremacistas blancos han aprovechado este filón de reclutas».

«La derecha alternativa no ha creado a Trump. Pero es evidente que él ha considerado que el potencial político de esta es lo suficientemente alto como para hacerse eco de sus principales propuestas y para deshacerse en halagos hacia sus figuras más destacadas. Es el caso de Alex Jones, el virtuoso de las teorías de la conspiración, a quien elogió cuando fue invitado a su programa de radio, Infowars. Tanto Trump como la extrema derecha han sabido aprovechar la ansiedad generalizada entre los conservadores blancos ante el rápido declive de los valores «tradicionales» de Estados Unidos. Una preocupación que gira en torno al hecho de que están perdiendo la «batalla» demográfica (en el plazo de una generación ya no van a ser la mayoría de la población); de que están perdiendo la guerra cultural, con la legalización del matrimonio homosexual; de que se acepta cada vez más la noción de «privilegio blanco»; de que la lucha de las personas de raza negra está en alza; de que ya no se tolera la «cultura de la violación», o de que la identidad y los derechos de las personas transgénero ganan legitimidad continuamente. Es más, el elitismo liberal y el neoliberalismo han consolidado sentimientos reaccionarios entre muchas personas blancas de clase obrera. No obstante, no se puede pasar por alto el hecho de que la proporción del electorado de raza blanca que apoyó a Trump es casi idéntica a la que votó por Mitt Romney, cuatro años antes. Es decir, no hay que exagerar la idea de que su victoria se debe en exclusiva a una reacción de respuesta de estos votantes. En buena medida, no fue Trump el que ganó, sino Clinton la que perdió. Sea como sea, la campaña de Trump otorgó a la derecha alternativa una tribuna desde la que movilizar la ira blanca contra el feminismo, contra la campaña Black Lives Matter, contra los musulmanes y los inmigrantes latinoamericanos. Su victoria envalentonó a los supremacistas blancos, explícitos e implícitos. Dio nuevas energías a los racistas, más allá de los resultados en las urnas».

«ANTIFA» - MARK BRAY (I)

... «Para buena parte del público, fue el levantamiento de 2008 el que atrajo la atención internacional sobre el movimiento. En diciembre de ese año, la policía asesinó a Alexis Grigoropoulos, un anarquista de 15 años de edad. Este hecho fue el detonante de un mes de estallido insurreccional sin precedentes en Grecia. Anarquistas, estudiantes, ultras de fútbol, inmigrantes romaníes y otros sectores de la sociedad que se sentían frustrados salieron a la calle. Atacaron tiendas de lujo. Asediaron comisarías y dependencias del Gobierno. Destrozaron e incendiaron bancos. Expropiaron comida de los supermercados y okuparon escuelas, universidades y estudios de radio y televisión. Ni siquiera el enorme árbol de Navidad que se pone todos los años en la céntrica plaza Syntagma de Atenas pudo escapar a las llamas. Muchos trabajadores hicieron huelgas salvajes y surgieron asambleas de estudiantes, trabajadores y en los barrios de todo el país. La policía apenas podía controlar la situación. Reclutó de modo informal a matones fascistas para que les ayudaran. Sin duda, un anuncio premonitorio de lo que se avecinaba. Cuando se despejó el humo de los incendios, los daños ascendían a unos 200 millones de euros. Se había politizado toda una generación de jóvenes griegos»...
 
 ... «El antifascismo de calle (manifestaciones, concentraciones, etc.) se halla hoy en día en un impasse. O bien se enfrenta a grupos de extrema derecha que son políticamente insignificantes, pero físicamente peligrosos, o bien intenta oponerse a organizaciones que son políticamente significativas y entonces se encuentra no solo frente a partidos que están ausentes de las calles, sino que han llegado al punto de estar muy bien integrados en el juego político, apoyados por las fuerzas de la ley y percibidos como legítimos por la población […]. Uno de los efectos de la lepenización de la mentalidad es hacer que la acción antifascista se vuelva ilegítima a los ojos del poder y de la población»...
 
... «La amenaza de los cabezas rapadas descendió a mediados de la década de 1990, pero el fantasma del fascismo gubernamental se intensificó por culpa de Silvio Berlusconi. Este invitó al MSI, que poco después cambió su nombre a Alianza Nacional, a entrar en un ejecutivo de coalición en 1994. Fue «la primera vez en Europa, después de la guerra, que un partido de extrema derecha, todavía impregnado de nostalgia fascista, formaba parte de un Gobierno».Berlusconi también incluyó a la populista y xenófoba Liga Norte. En un principio, en su fundación en 1989, esta había defendido los intereses de la parte norte del país. Pero posteriormente se transformó en un partido más amplio, con aspiraciones nacionales. Con esta coalición, el primer ministro italiano dio legitimidad al MSI. Ahora se pasó a considerar, con benevolencia, que este era «posfascista». De esta forma, rehabilitó el legado de Mussolini. La simpatía de Berlusconi hacia el fascismo quedó en evidencia años después, cuando dijo: "Mussolini no mató a nadie. Mussolini mandaba a la gente de vacaciones, al exilio interno"»...