Fragmento extraído de En las cimas de la desesperación, de Emil Cioran, publicada por Tusquets Editores y traducida por Rafael Panizo.
LA DEGRADACIÓN MEDIANTE EL TRABAJO
«Los seres
humanos trabajan en general demasiado para poder continuar siendo ellos mismos.
El trabajo es una maldición que el ser humano ha transformado en voluptuosidad.
Trabajar con todas nuestras fuerzas únicamente por amor al trabajo,
regocijarnos de un esfuerzo que no conduce más que a resultados sin valor,
estimar que sólo podemos realizarnos mediante una labor incesante, es algo
escandaloso e incomprensible. El trabajo permanente y constante embrutece,
trivializa y nos convierte en seres impersonales. El centro de interés del
individuo se desplaza desde su ámbito subjetivo hacia una insulsa objetividad;
el ser humano se desinteresa entonces por su propio destino, por su evolución
interior, para apegarse a cualquier cosa: el trabajo verdadero, que debería ser
una actividad de transfiguración permanente, se ha convertido en un medio de
exteriorización que hace abandonar al hombre la intimidad de su ser. Es
significativo que la palabra trabajo haya acabado designando una actividad
puramente exterior en la cual el ser no se realiza: sólo realiza. Que
todo el mundo deba ejercer una actividad y adoptar un modo de vida que, en la
mayoría de los casos, no le conviene, es un hecho que ilustra la tendencia al
embrutecimiento mediante el trabajo. El hombre ve en el conjunto de las formas
del trabajo un beneficio considerable; pero el frenesí de la labor es signo en
él de una propensión al mal. En el trabajo, el ser humano se olvida de sí
mismo, lo cual, sin embargo, no produce en él una dulce ingenuidad, sino un
estado próximo a la imbecilidad. El trabajo ha transformado al sujeto humano en
objeto, y ha convertido al hombre en un animal que cometió el error de
traicionar sus orígenes. En lugar de vivir para sí mismo —no en el sentido del
egoísmo sino de una vida dedicada a la búsqueda de la plenitud—, el ser humano
se ha convertido en un esclavo lamentable e impotente de la realidad exterior.
¿Dónde encontrar el éxtasis, la visión y la exaltación? ¿Dónde está la locura
suprema, la voluptuosidad auténtica del mal? La voluptuosidad negativa que
encontramos en el culto al trabajo es más un signo de miseria y de mediocridad,
de mezquindad detestable, que de otra cosa. ¿Por qué los seres humanos no decidirían
de repente abandonar su trabajo para comenzar uno nuevo totalmente diferente
del que están ejerciendo inútilmente? ¿No basta con tener la conciencia
subjetiva de la eternidad? Si la actividad frenética, el trabajo ininterrumpido
y la trepidación han destruido algo, es sin duda el sentido de la eternidad,
del cual el trabajo es la negación. Cuanto más aumentan la búsqueda de los
bienes temporales y el trabajo cotidiano, más se vuelve la eternidad un bien
lejano, inaccesible. De ahí que los espíritus demasiado emprendedores posean
perspectivas tan limitadas, de ahí la mediocridad de su pensamiento y de sus
actos. Y, a pesar de que yo no opongo al trabajo ni la contemplación pasiva ni
el ensueño vaporoso, sino una transfiguración desgraciadamente irrealizable,
prefiero sin embargo una pereza que lo comprende todo a una actividad frenética
e intolerante. Para despertar al mundo hay que exaltar la pereza. Porque el
perezoso tiene infinitamente más sentido metafísico que el agitado».
Perfecto!!!
ResponderEliminarNo pudo dar mas en el clavo.
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