Fragmentos de El tiempo de los asesinos, de Henry Miller, obra traducida por Roberto Bixio y revisada por Mercedes Fernández.
«Un artista adquiere el derecho de llamarse creador sólo cuando admite que no es sino un instrumento».
«El mundo no
quiere originalidad, quiere conformidad, esclavos, más esclavos. El lugar que
corresponde al genio está en el albañal, cavando zanjas, o en las minas y
canteras, donde su talento no será utilizado. Un genio en busca de empleo es
uno de los espectáculos más tristes del mundo. No encaja en ninguna parte,
nadie quiere saber nada de él. Es un inadaptado, dice el mundo. Y con esto le
cierran violentamente la puerta en las narices. Pero, ¿es que no hay entonces
sitio para él? Sí, siempre queda sitio en lo más bajo del fondo. ¿No lo habéis visto
nunca en el puerto, cargando bolsas de café o algún otro artículo «de primera
necesidad»? ¿No habéis observado qué bien lava los platos en la cocina de un
inmundo restaurante? ¿No lo habéis visto cargando maletas en una estación de
ferrocarril?».
«¡Qué
memorables, qué proféticas parecen ahora las palabras que arrojó a su amigo
Delahaye cuando éste exaltó la innegable superioridad de los conquistadores
germanos!: "¡Imbéciles!, detrás de sus chillonas trompetas y sus monótonos
tambores, se vuelven a su país a comer sus salchichas, creyendo que todo ha
terminado. Pero aguarda un poco y los verás militarizados de pies a cabeza, y
por mucho tiempo, bajo jefes hinchados de orgullo que no los soltarán más, van
a tragar todas las inmundicias de la gloria... Veo desde aquí el régimen de
hierro y locura que acuartelará la sociedad alemana. Y todo sólo para ser
aplastados al final por cualquier coalición!"».
«Dado que toda
palabra es idea», decía Rimbaud, «¡tiene que llegar el tiempo de un lenguaje
universal!... Esa lengua nueva o universal hablará de alma a alma y lo resumirá
todo, perfumes, sonidos, colores, uniendo todo pensamiento». La clave de este
idioma, está de más decirlo, es el símbolo, que sólo el creador posee. Es el
alfabeto del alma, prístino e indestructible. Gracias a él, el poeta, señor de
la imaginación y gobernante anónimo del mundo, se comunica, comulga con sus
camaradas. Con el fin de establecer este puente, el joven Rimbaud se entregó a
sus experiencias. ¡Y con qué éxito, pese a su repentina y misteriosa renuncia!
Desde más allá de la tumba sigue aún comunicándose, y cada vez más
poderosamente con el correr de los arios. Cuanto más enigmático nos parece, más
lúcida se hace su doctrina. ¿Paradójico? De ningún modo. Todo cuanto hay de
profético sólo puede revelarse con el tiempo y la contingencia. En este medio
vemos hacia atrás y hacia adelante con idéntica claridad; la comunicación se
convierte en el arte de instaurar en cualquier momento en el tiempo una
relación armónica entre pasado y futuro. Todos y cada uno de los materiales son
de la misma utilidad, siempre y cuando puedan ser convertidos en la moneda
eterna: la lengua del alma. En este reino no existen ni analfabetos ni
gramáticos. Sólo es necesario abrir el corazón, desechar todo prejuicio
literario... en otras palabras, revelarse. Lo que equivale, por supuesto, a una
conversión. Se trata de una medida radical que presupone un estado de
desesperación. Pero si todos los demás métodos fallan, como inevitablemente
suele suceder, ¿por qué no recurrir a esa medida extrema, la conversión? Sólo
en las puertas mismas del infierno asoma la salvación. Los hombres han
fracasado, en todos los sentidos. Una y otra vez han tenido que volver sobre
sus pasos, retomar la pesada carga y comenzar por enésima vez la empinada y
ardua ascensión hacia la cumbre. ¿Por qué no aceptar el reto del espíritu y
someterse? ¿Por qué no rendirse y hallar así acceso a una nueva vida? El
Antiguo está siempre esperando. Unos lo llaman el Iniciador, otros el Gran
Sacrificio…».
«No es extraño
que el siglo XIX esté lleno de figuras demoniacas. Basta pensar en Blake, en
Nerval, en Kierkegaard, Lautréamont, Strindberg, Nietzsche, Dostoyevski, todas
figuras trágicas, y trágicas en un nuevo sentido. Todos ellos atraídos por el
problema del alma, por la expansión de la conciencia y la creación de nuevos
valores morales. En el eje de esta rueda que arroja luz sobre el vacío, Blake y
Nietzsche reinan como dos deslumbrantes estrellas gemelas; su mensaje sigue
siendo tan nuevo que vemos en ellos las huellas de la insania. Nietzsche
reestructura todos los valores vigentes; Blake inventa una nueva cosmogonía.
Rimbaud está en muchos sentidos próximo a ellos. Es como una estrella fugaz que
aparece súbitamente, brilla en todo su esplendor y luego se precipita hacia la
Tierra».
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