«EL TIEMPO DE LOS ASESINOS» (y III) - HENRY MILLER

Fragmentos de El tiempo de los asesinos, de Henry Miller, obra traducida por Roberto Bixio y revisada por Mercedes Fernández.

«Y hablando del fin, no puedo dejar de recordar las palabras de Arniel sobre la repugnancia que le produce el estilo de Taine. «No despierta absolutamente ningún sentimiento; es un mero instrumento de información. Imagino que algo así será la literatura del futuro, la literatura à l'americaine, lo más distinta posible del arte griego, ofreciéndonos álgebra en lugar de vida, la fórmula en vez de la imagen, los efluvios del crisol en lugar de la divina locura de Apolo. La visión fría reemplazará a las alegrías del pensamiento y veremos la muerte de la poesía, desollada y disecada por la ciencia».
 
«Los rebeldes sólo crean nuevas formas de tiranía».

«¿Cómo conocer el esplendor y la plenitud de la juventud si nuestras energías se consumen combatiendo los errores y las falsedades de padres y antepasados? ¿Es que la juventud tiene que derrochar sus fuerzas abriendo las garras de la muerte? ¿Su única misión sobre la tierra es rebelarse, destruir, asesinar? ¿Su único destino es ser ofrecida en holocausto? ¿Y los sueños de la juventud? ¿Han de ser siempre considerados desatinos? ¿Han de estar siempre poblados sólo por quimeras? Los sueños son los retoños y los brotes de la imaginación y tienen también derecho a una vida pura. Sofocad o deformad los sueños de la juventud y destruiréis al creador. Cuando no ha habido verdadera juventud no puede haber madurez verdadera. Si la sociedad ha llegado a ser una colección de deformidades, ¿no es ello el fruto de la obra de nuestros maestros y educadores? Hoy, como ayer, la juventud que quiere vivir su propia vida no tiene dónde ir, dónde vivirla, a menos que, recogiéndose en su crisálida, cierre todas las aberturas y se entierre viva. La concepción de nuestra Madre Tierra como «un huevo que contiene todo lo bueno», ha sufrido un cambio radical. El huevo cósmico contiene una yema podrida. Tal es la concepción actual. Los psicoanalistas han seguido la pista del veneno hasta la matriz, pero ¿con qué provecho? En mi opinión, gracias a este profundo descubrimiento, se nos autoriza a pasar de un huevo podrido a otro. Si lo creemos, es verdad, pero creamos o no, es un puro infierno, sin atenuantes. Se dice de Rimbaud que «desdeñó las más grandes satisfacciones de nuestro mundo». ¿No hemos de admirarlo por eso? ¿Por qué ir a engrosar las filas de muerte v podredumbre? ¿A qué engendrar nuevos monstruos de negación y futilidad? Que la sociedad se encargue de su propio cuerpo putrefacto. ¡Tengamos un nuevo cielo y una nueva tierra! Ese era el sentido de la obstinada rebelión de Rimbaud».

«La crisis moral del siglo XIX no ha hecho más que ceder su lugar a la bancarrota espiritual del siglo XX. Es, sin lugar a dudas, «el tiempo de los asesinos». La política se ha convertido en un negocio de pistoleros. Los pueblos marchan en el cielo pero no cantan hosannas; y los de abajo marchan hacia las colas del pan. «C´est… l´aube exaltée ainsi qu´un peuple de colombes…»

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