(pág. 72)
Buenaventura Durruti |
[Cánovas Cervantes]
(pág.
85)
Recuerdo
que un día las autoridades confiscaron en nuestra imprenta las rotativas de
nuestro diario Solidaridad Obrera. Fue durante la República, ya no recuerdo por
qué razón. Por denuncias o instigaciones. El periódico fue clausurado y las máquinas
se subastaron judicialmente. Se presentaron muchos comerciantes a licitar. Pero
no los dejamos solos. También nosotros nos presentamos en la sala de subastas,
una veintena por lo menos, entre ellos Durruti y Ascaso. Durruti se levantó y
ofreció veinte pesetas por la rotativa. Era nada, prácticamente. Los
comerciantes se levantaron de un salto y gritaron: «¡Mil pesetas!», pero no
bien hizo su oferta el primero, sintió algo frío, de hierro, en las costillas,
y enseguida retiró su oferta, claro. Entonces le tocó el turno a Ascaso. Gritó:
«¡Cuatro duros!». Eran veinte pesetas otra vez. El que quería sobrepujarlo
sentía el revólver al lado y prefería callarse la boca. Por último no le quedó
al subastador otra alternativa: tomó el martillito y nos adjudicó la máquina
por veinte pesetas, un pedazo de pan.
Entre ayer y hoy no hay
comparación posible. Lo que hacemos en París, en la imprenta de la CNT en el
exilio, es una bagatela. Nos falta de todo, nuestras máquinas podrían venderse como
chatarra. Necesitamos un nuevo equipo. Claro que hoy trabajamos en la
legalidad, y trabajar en la legalidad significa tener que trabajar con hierro
viejo. Si tuviésemos a un Durruti, a un Ascaso, no sería difícil conseguir una
nueva imprenta. Sí, ¡ésa sería nuestra solución!
[Juan Ferrer]
(pág.
86)
Un
día los obreros de la cervecería Damm de Barcelona declararon la huelga porque
su salario era muy bajo. Los empresarios no cedieron y despidieron incluso a
algunos trabajadores. Entonces la CNT respondió con un boicot contra la cervecería.
Algunos dueños de bares no quisieron participar en el boicot. Siguieron
despachando cerveza Damm. Entonces los fueron a visitar Durruti y algunos
compañeros, aparecían en la puerta y destrozaban los escaparates, los vasos y
el bar. Pronto en todos los bares de Barcelona apareció un cartel que decía: «Aquí
no se despacha cerveza Damm». Después de unas semanas la cervecería pagó la
totalidad de los salarios, volvió a ocupar a los despedidos y negoció un nuevo
convenio con la CNT.
[Ramón García López]
(pág.
88)
Sí, los anarquistas siempre
hablaban mucho del amor libre. Pero eran españoles al fin y al cabo, y da risa
cuando los españoles hablan de cosas así, porque va contra su temperamento. Repetían
lo que habían leído en los libros. Los españoles nunca estuvieron a favor de la
liberación de la mujer. Yo los conozco bien a fondo, por dentro y por fuera, y
le aseguro que los prejuicios que les molestaban se los quitaron enseguida de
encima, pero los que les convenían los conservaron cuidadosamente. ¡La mujer en
casa! Esa filosofía sí les gustaba. Una vez un viejo compañero me dijo: «Sí,
son muy bonitas sus teorías, pero la anarquía es una cosa y la familia es otra,
así es y así será siempre».
Con Durruti tuve suerte. Él no
era tan atrasado como los demás. ¡Claro que él sabía también con quién estaba
tratando!
[Émilienne Morin]
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