«EL DESBARRANCADERO» (y III) - FERNANDO VALLEJO

Fragmentos de la novela de Fernando Vallejo, El desbarrancadero, galardonada con el Premio Rómulo Gallegos 2003 y publicada por Alfaguara:

«Los recuerdos son una carga necia, doctor, un fardo estúpido. Y el pasado un cadáver que hay que enterrar prontico o se pudre uno en vida con él».

«Los espejos son las puertas de entrada a los infiernos».

«La vida de un perro sin amo no tiene sentido».

«Y se equivoca el que crea que sigue viviendo en los hijos y que se realiza con ellos. ¡Ay, «se realiza»! ¡Tan ocurrentes en el lenguaje! ¡Qué se van a realizar, pendejos! Nadie se realiza en nadie y no hay más vida ni más muerte que las propias. De niño uno cree que el mundo es de uno; viviendo aprende que no. Los jóvenes tratando de desbancar a los viejos, y los viejos pugnando por no dejarse desbancar. A eso se reduce este negocio».

«De preñez en preñez, de parto en parto, poseída por una fina reproductiva que la impelía a amontonar hijos y más hijos en una casa de espacio finito regido no por la enmarihuanada mente de Einstein sino por el inflexible axioma de que un cuerpo no puede ocupar simultáneamente el lugar que ya ocupa otro, tratando de ajustar los doce apóstoles pero sin lograrlo porque también le nacían mujeres, entre niños y niñas la Loca pasó por el número doce y se siguió rumbo al veinte. A los doce hijos mi casa era un manicomio; a los veinte el manicomio era un infierno. Una Colombia en chiquito. Acabamos por detestarnos todos, por odiarnos fraternalmente los unos a los otros hasta que la vida nos dispersó».

«Comparando los despojos de mi hermano con los fríos resultados de la báscula llegué a una conclusión de física muy interesante: la Muerte pesa cada día menos y menos y menos. Hasta que, pues hay un umbral para todo, así como a cierta temperatura con sólo subirles una pequeñísima fracción de grado los sólidos se vuelven líquidos y los líquidos gases, en una diezmillonésima de segundo la pobre vida, que es nuestra forma optimista de llamar a la Muerte, se vuelve nada. Vivir, amigo, es irnos muriendo de a poquito, con aguardiente o sin él».

«Mi futuro está en manos de mi pasado, que lo dicta, y del azar, que es ciego. Y tocar el clavecín, como dijo Bach, es muy fácil: hay que pulsar la nota justa en el momento justo con la intensidad justa».

«¿Y para qué trajo entonces semejante chorro de hijos a este mundo sacándolos de la paz del otro, de la imperturbabilidad del notiempo, también llamado eternidad? ¿Para que giraran con el planeta estúpido trescientos sesenta y cinco días al ario durante años y años hasta que, gastada a más no poder la máquina, cansada, harta, volvieran humildemente al punto de partida, comidos por los gusanos o las llamas? Los hubiera dejado donde estaban. Lo que sobra sobra». 

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