... el siguiente texto fue publicado por Vicente Verdú en El País, el 5 de julio de 2001. Indaga sobre la posibilidad o no de seguir escribiendo y leyendo novela en nuestros días...
¿VIVIR O LEER NOVELAS?
Pronto la modernidad de
un país se determinará por su menor o mayor afición a leer novelas. Del mismo
modo que los nuevos medios, desde el teléfono móvil a internet, han
transformado la antigua comunicación escrita, también la novela ha sufrido su
decadencia. Ahora a los novelistas les queda una de dos: o escriben muy bien y
sería igual el género que eligieran, o escriben sin singularidad y se ven
forzados a procrear alguna trama de intriga con la que justificar la existencia
y longitud del libro. Tener esto presente puede ayudar a explicar el copioso
número de novelas contemporáneas españolas donde se comete un crimen y el texto
se consagra, sin otro logro, a desvelar el nombre del asesino.
No exagerando, podría
decirse que la más común justificación de la novela tipo -con aspiración de
best seller+- es un argumento policiaco, se trate de una acción ambientada en
la contemporaneidad, en la postguerra española, en una dictadura
latinoamericana o en los romanos. Los autores de novelas, a primera vista
individuos de comportamiento normal, con hábitos y gustos de nuestro tiempo, se
transfiguran en sujetos al menos del siglo XIX cuando abordan el empeño de
'hacer literatura'. Son, en el discurrir cotidiano, personas que van al cine, que
visten en Massimo Dutti, conducen un coche y manejan internet, pero cuando se
trata de la literatura tienden a investirse del 'artista obsoleto'. Y no es eso
lo peor: lo peor es que escriben novelas, novelitas o novelones, que se siguen
considerando artículos alienables con la novedad, se expenden en mesas donde se
anuncian como 'novedades' y los consumidores las compran en el engaño de que
pertenecen a una oleada flamante. El malentendido que sigue rigiendo en España
-relativamente aislada del mundo intelectual por su padecer
político/terrorista- se irá deshaciendo, pero por el momento vivimos, a través
del éxito de la novela (mala, regular o buena), un particular anacronismo que
recuerda los retrasos del franquismo.
Hoy, en países con
sentido crítico actualizado y con algún debate no necesariamente vasco, resulta
más notorio que la novela es un quehacer desfallecido. Nuestros mejores
novelistas -dos o tres- lo saben y lo proclaman cuando se les atiende. Casi
todo lo interesante que puede ofrecer hoy una novela pertenece a otro género:
al ensayo, a la autobiografía, al diario, al cine, a la antropología, a la
filosofía. Cuando se argumenta aún que en la novela 'cabe todo' es que,
efectivamente la novela se encuentra vacía. ¿Contar una historia? Todavía hay diversos
novelistas que alardean de que su máxima pasión, su vocación sagrada, lo que de
verdad les mueve es contar historias. Que se hagan guionistas. Si conserva
algún sentido ejercer la episodiología es, din duda, el estilo; si tiene algún
sentido escribir es producir algo que sólo se pueda decir por la escritura. Las
historias las cuenta mucho mejor el cine, el vídeo, la televisión, los comics,
incluso.
Los novelistas que siguen
siendo novelistas ante todo 'para contar historias' persisten gracias a la
gente que no tiene historia. Todos los demás, progresivos habitantes urbanos de
biografía cambiante, de empleos nómadas, de residencias portátiles, de amores
mutables, no irán necesitando el auxilio de esas páginas. O les proporcionan
argumentos que ya conocen en vivo o reconocen que les están mintiendo con un
género muerto. La literatura, antes y ahora, sólo se legitima en la
escritura-escritura, pero antes la novela podía reemplazar informaciones
inexistentes, aventuras irrealizables, amores ilícitos y visiones que la moral
vedaba. Poco a poco, en los países más abiertos y dinámicos, la demanda de no
ficción gana terreno, sin embargo, a la ficción, porque es la existencia de
realidad de lo que cada vez carece más la cultura capitalista. Demanda pues de realidad,
de criterios para dilucidar y no de falsas intrigas. Y también, claro está,
demanda de literatura auténtica, sin trucos o enredos, para degustar la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario