... La pieza rara es un relato breve de Robert Walser, traducido por Juan José del Solar e incluido en el volumen Vida de poeta (Editorial Alfaguara)...
Conozco a un
escritor que, tras varias semanas de esforzarse inútilmente por dar con algún
tema apropiado, tuvo al final la divertida idea de organizar un viaje de
exploración debajo de su cama.
El resultado
de la temeraria y peligrosa empresa fue, no obstante, como hubiera podido
predecírselo todo el que la hubiera intentado, igual a cero.
Desilusionado
y sin ánimos, nuestro emprendedor espíritu tuvo que levantarse otra vez del
suelo sobre el que se había echado, lamentando vivamente no haber descubierto
el más leve indicio de un tema interesante y digno de mención.
«¿Y ahora qué
hago? ¿Cómo, Dios mío, me ganaré en el futuro el mezquino y frugal pan
cotidiano?», preguntóse lleno de angustia y de preocupación.
Y mientras
cavilaba de este modo, buscando cómo salir de las tinieblas espirituales que lo
rodeaban por todas partes, vio de pronto, ante sus narices, un espectáculo tan
insólito e interesante como nunca hubiera osado esperar que vería en su vida.
En la pared
gris, negra y cubierta de moho, había un viejo clavo herrumbroso del que
colgaba un paraguas.
—¡Pero qué
veo! —exclamó el entusiasmado escritor en voz alta y muy contento—. ¡Es
increíble! ¡Por la inmortalidad de mi alma que he encontrado el más bello y
sugerente de los temas!
Sin detenerse
a reflexionar un solo instante ni darse tiempo para rascarse debidamente la
cabeza —cosa que solía hacer muy a gusto siempre que se ponía a trabajar—, se
acercó al escritorio, se sentó, cogió con fervor la pluma y escribió rápidamente
lo que sigue:
«He visto algo
inaudito, algo extraordinario en su género.»
»No tuve que
ir muy lejos. La rareza estaba cerquísima.
»Me hallaba en
mi habitación, pensativo, cuando de pronto vi algo harto de la vida que colgaba
de algo cansado de vivir.
»Era un viejo
clavo cansado que colgaba ya casi fuera de su agujero, incapaz de sostenerlo, y
del que a su vez colgaba un paraguas igualmente viejo y desgastado.
»Ver cómo un
objeto viejo y pesaroso se aferraba a otro objeto viejo y pesaroso, ver y
observar cómo un ser caduco colgaba de otro ser caduco como dos mendigos que se
abrazaran en su fría y desesperanzada desolación, a fin de perecer muy juntos
los dos, listos para morir en cualquier momento.
»Ver cómo una
cosa débil servía de apoyo en su debilidad a otra cosa débil, antes de colapsar
definitivamente en su propia impotencia, y cómo un objeto lamentable, en su
deplorabilísima condición de objeto lamentable, ofrecía un ínfimo apoyo a otro
no menos lamentable, al menos hasta que le llegase el final también a él: todo
aquello me conmovió y emocionó profundamente, y no he vacilado en anotarlo
aquí».
El escritor se
detuvo. Mientras escribía, la mano se le había endurecido por el frío, pues no tenía
suficiente dinero para poder calentar la habitación.
Fuera, las
calles de la capital eran barridas por un gélido viento de diciembre. Nuestro
escritor contempló mecánicamente lo que había escrito, apoyó la cabeza en su
mano y suspiró.
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