Estos son algunos de los "crímenes ejemplares" que Max Aub incluye en su obra, editada por Editorial Calambur:
Se mondaba los dientes como si no supiese hacer
otra cosa. Dejaba el palillo al lado del plato para, tan pronto como dejaba de
masticar, volver al hurgo. Horas y horas, de arriba abajo, de abajo arriba, de
derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de adelante para atrás, de atrás
para adelante. Levantándose el labio superior, leporinándose, enseñando sus
incisivos —uno tras otro— amarillentos; bajándose el inferior hasta la encía
carcomida: hasta que le sangró; un poco nada más. Le transformé la biznaga en
bayoneta, clavándosela hasta los nudillos.
Se atragantó hasta el juicio final. No temo verle
entonces la cara. Lo gorrino quita lo valiente.
¿Ustedes no han tenido nunca ganas de asesinar a un
vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo
hice en nombre de todos.
Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga a
hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin
cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, miré mi reloj seis
veces, descaradamente: no hizo caso. Creo que es una atenuante muy de tenerse
en cuenta.
Salimos a cazar patos silvestres. Me agazapé en el
tollo. ¿Qué me empujó a apuntar a aquel hombre rechonchito y ridículo, con sombrero
tirolés, con pluma y todo?
Le pedí el Excelsior
y me trajo El Popular. Le pedí
Delicados y me trajo Chesterfield. Le pedí cerveza clara y me la trajo negra.
La sangre y la cerveza, revueltas, por el suelo, no son una buena combinación.
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y
hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa.
Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar.
Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de
cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que
pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo.
Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí
la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar:
se le reventaron las palabras por dentro.
Me sacó siete veces seguidas a bailar. Y no valían
argucias: mis padres no me quitaban ojo. El imbécil no tenía la menor idea de
lo que era el compás. Y le sudaban las manos. Y yo tenía un alfiler, largo,
largo.
Resbalé, caí. La corteza de una naranja tuvo la
culpa. Había gente, y todos se rieron. Sobre todo aquella del puesto, que me
gustaba. La piedra le dio en el meritito entrecejo: siempre tuve buena
puntería. Cayó espatarrada, enseñando su flor.
Lo maté por idiota, por mal pensado, por tonto, por
cerrado, por necio, por mentecato, por hipócrita, por guaje, por memo, por
farsante, por jesuita, a escoger. Una cosa es verdad: no dos.
Matar, matar sin compasión para seguir adelante,
para allanar el camino, para no cansarse. Un cadáver aunque esté blando es un
buen escalón para sentirse más alto. Alza. Matar, acabar con lo que molesta
para que sea otra cosa, para que pase más rápido el tiempo. Servicio a prestar
hasta que me maten; a lo que tienen perfecto derecho.
De mí no se ríe nadie. Por lo menos ése ya no.
Va este microrelato como ejemplo.
ResponderEliminarMuy duro..
ResponderEliminarmuy duro...
ResponderEliminarhola boludo, buena instoria pero un poco loco estas..
ResponderEliminar