A continuación, unos fragmentos de Si una noche de invierno un viajero (Ediciones Siruela), esa novela-juego de Italo Calvino que en realidad son diez novelas:
«Las novelas largas escritas hoy acaso sean un contrasentido: la
dimensión del tiempo se ha hecho pedazos, no podemos vivir o pensar sino
fragmentos de metralla del tiempo que se alejan cada cual a lo largo de su
trayectoria y al punto desaparecen. La continuidad del tiempo podemos encontrarla
sólo en las novelas de aquella época en la cual el tiempo no aparecía ya como
inmóvil y no todavía como estallando, una época que duró más o menos cien años,
y luego se acabó»
«Bastan esos ojos un poco pesados y un poco acuosos para darme a
entender que el drama que ha habido entre ellos no ha acabado aún: él sigue
viniendo todas las noches a este café para verla, para dejarse abrir de nuevo
la vieja herida, y quizá para saber quién es el que la acompaña a casa esta
noche; y ella viene todas las noches a este café quizá aposta para hacerlo
sufrir, o quizá esperando que el hábito de sufrir se vuelva para él un hábito
como cualquier otro, adquiera el sabor de la nada que le empasta la boca y la
vida desde hace años»
«—Y todos los miércoles la damisela perfumada me da un billete de cien coronas
para que la deje sola con el detenido. Y el jueves las cien coronas se han ido
ya en cerveza. Y cuando ha terminado la horade la visita la damisela sale con
el tufo de la prisión en su traje elegante; y el detenido vuelve a la celda con
el perfume de la damisela en sus ropas de presidiario. Y yo me quedo con el
olor a cerveza. La vida no es más que un intercambio de olores.
—La vida y también la muerte, puedes jurarlo —terció otro borracho,
cuya profesión era, como me enteré en seguida, sepulturero. —Yo con el olor a
cerveza trato de quitarme de encima el olor a muerto. Y sólo el olor a muerto
te quitará de encima el olor a cerveza, como a todos los bebedores a quienes me
toca cavarles la fosa.
He tomado este diálogo como una advertencia a estar en guardia: el
mundo se va deshaciendo e intenta arrastrarme en su disolución»
«—Hay una línea fronteriza: a un lado están los que hacen los libros,
al otro los que los leen. Yo quiero seguir siendo una de las que leen, por eso
tengo cuidado de mantenerme siempre al lado de acá de esa línea. Si no, el
placer desinteresado de leer se acaba, o se transforma en otra cosa, que no es
lo que yo quiero. Es una línea fronteriza aproximada, que tiende a borrarse: el
mundo de los que tienen que ver profesionalmente con los libros está cada vez
más poblado y tiende a identificarse con el mundo de los lectores. Cierto que
también los lectores se vuelven más numerosos, pero se diría que los que usan
los libros para producir otros libros crecen más que aquellos a quienes les
gusta leer libros, sin más. Sé que si cruzo esa frontera, aunque sea ocasionalmente,
por casualidad, corro el riesgo de confundirme con esa marea que avanza; por
eso me niego a poner los pies en una editorial, ni siquiera unos minutos»
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