De la serie “Suicidios”
—Dormir es suicidarse un poco cada noche.
—Usted es soltero.
—¿Cómo lo sabe?
Llámanlo el sueño eterno. Como padezco
horriblemente de insomnio, pruebo.
Me suicido para que hablen de mí.
De la serie “Gastronomía”
Esa hormiga odiaba al león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.
De la serie “Epitafios”:
De un resignado:
Siempre abajo, no le cogió de nuevo.
De la serie
“Dos crímenes barrocos”:
Pienso,
luego soy, dijo el hombre famoso. Los árboles de mi jardín son, pero no creo que
piensen, con lo que se demuestra que el señor Renato no estaba en su sano
juicio y que lo mismo sucede con otros seres: mi suegro por ejemplo: es y no
piensa, o mi editor que piensa y no es. Y si lo ponemos al revés, tampoco es
cierto. No existo porque pienso ni pienso porque existo. Pensar es cierto,
existir es un mito. Yo no existo, sobrevivo, vivir —lo que se dice vivir— sólo
los que no piensan. Los que se ponen a pensar no viven. La injusticia es demasiado
evidente. Bastaría pensar para suicidarse. No; don Descartes: vivo, luego no
pienso, si pensara no viviría. Hasta se podría hacer un bonito soneto: Pienso
luego no vivo, si viviera, no pensara, señor…, etc., etc. Si para vivir se
necesitara pensar, estábamos lucidos. Pero, en fin, si ustedes están
convencidos de que así es, soy inocente, totalmente inocente ya que no pienso ni
quiero pensar. Luego si no pienso no soy y si no soy ¿cómo voy a ser
responsable de esa muerte?
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