Publicado por Javier en La República Cultural
Título original: Mon oncle, 1958
Director: Jacques Tati
Guión: Jacques Tati, Jacques Legrange, Jean L’Hôte
Intérpretes: Jacques Tati, Jean-Pierre Zola, Adrienne Servantie, Alain
Bécourt, Lucien Fregis, Betty Schneider, Yvonne Arnaud
Fotografía: Jean Bourgoin
Música: Alain Romans, Franck Barcellini
País: Francia
Productora: Continental
Duración: 110’
Mi tío enfrenta dos mundos que transcurren paralelos, apenas separados por un muro medio derruido, el filo que separa el anverso y el reverso de una misma moneda. Un mundo burgués repleto de líneas rectas, cuyo color predominante es el gris, limpio, silencioso, ordenado, aséptico, dominado por una tecnología sofisticada que lo proyecta hacia el futuro, nueva y, con frecuencia, poco práctica. Es también el mundo de la formalidad y de la apariencia, de la supuesta felicidad a partir de la posesión material, de “lo que debe ser” antes de “lo que es”. A este mundo deshumanizado pertenece la casa de la familia protagonista, los Arpel, ese hogar vanguardista de color gris y formas geométricas, con dos ventanas circulares en lo alto a modo de ojos que todo lo ven, sometida a una tecnología que supuestamente hace la vida más fácil (la película irá revelando que a menudo sucede justamente lo contrario) y que contiene los cachivaches más extraños (no importa la función del objeto sino más bien la mera posesión de él). También pertenecen a este mundo la escuela y la factoría de plásticos donde trabaja el señor Arpel (el plástico como paradigma de los tiempos modernos).
Enfrentado a él está ese otro mundo proletario y viejo, el de los barrios, anclado en el pasado y dominado por la actividad y el ajetreo, repleto de niños traviesos perpetrando todo tipo de fechorías, y de perros buscándose la vida entre los cubos de basura, sucio, ruidoso, con trabajadores que rehúyen su faena siempre que pueden, hedonista en la medida de sus posibilidades, el mundo de los mercados y de las pasiones.
Monsieur Hulot (Jacques Tati), el protagonista desgarbado y larguirucho, ataviado con su sempiterna gabardina marrón y su sombrero, fumador de pipa, pertenece a este segundo mundo. Vive en una buhardilla de difícil acceso (inolvidable la secuencia en que vemos cómo consigue llegar a ella), situada en lo alto de un inmueble, y se desplaza en bicicleta. Su hermana, oronda mujer obsesionada por la limpieza, vive en esa periferia adinerada que queda al otro lado del muro, junto a su cuñado y el hijo de ambos, Gerald. El matrimonio Arpel está empeñado en rescatar a Monsieur Hulot y hacer de él un hombre de bien. Intentan casarlo, buscarle un trabajo decente, pero no hay manera. El hijo del matrimonio se escapa siempre que puede con su tío (con quien le une cierta complicidad fraternal) a esos barrios repletos de vida donde suceden todo tipo de aventuras. Otro tanto sucede con el pequeño perro salchicha con un trajecito a cuadros que la familia posee, que a la menor ocasión se marcha con cualquier hatajo de chuchos de barrio. Los niños y los animales, con su comportamiento anárquico, alejado de todo convencionalismo y movido por sus impulsos más primarios, son frecuentes en el universo Tati.
Mi tío no tiene demasiados diálogos, casi se podría decir que es una película muda, como esas de Chaplin que anteceden e influyen poderosamente en Mi tío (especialmente Tiempos Modernos). Sin embargo, y a diferencia de lo que suele ser habitual en el cine, es destacable la presencia del silencio como un elemento dramático más, también la abundancia de toda suerte de efectos sonoros.
La película está trufada de gags memorables: el de la comida en el jardín de la residencia, que comienza siendo un evento solemne y acaba degenerando en un caos (y que recuerda a una secuencia similar en la posterior El Guateque, de Blake Edwards); el del surtidor en forma de pez que hay a la entrada y que se activa solo cuando viene alguien “importante”; el que tiene lugar en la fábrica, cuando lo que debería ser una manguera se transforma en una serpiente interminable y después en una surrealista sarta de chorizos que terminará arrojada por un puente, como si de un crimen se tratase; o esa secuencia nocturna en que los rollizos Arpel se despiertan entre la noche y se asoman a las ventanas circulares de su casa, conformando con sus siluetas recortadas sobre la claridad un inesperado par de ojos.
La banda sonora (de Alain Romans y Franck Barcellini) es de esas que permanecen instaladas en la memoria de todo el que ha visto la película, asociada a esa visión idílica de “lo francés”.
Otras películas de Jacques Tati: Jour de fête, Les vacances de Monsieur Hulot, Playtime, Trafic.
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