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En formación de trío es como se ha producido la duodécima encarnación de Lagartija Nick, en los cuerpos de tres músicos excepcionales: Antonio Arias, esencia auténtica de la banda, componiendo sus crípticas letras, tocando el bajo y poniendo la voz; Víctor Lapido, excelente guitarrista (también guitarra de Grupo de Expertos Solynieve), y Eric Jiménez, descomunal batería (miembro también de Los Planetas). El cuarto miembro de lo que venía siendo la formación habitual, la bajista Lorena Enjuto, deja la banda tras su separación de Antonio Arias. A pesar de ello el sonido no se resiente lo más mínimo, y eso que no debe de ser nada fácil juntar a los Lagartija Nick, cuyos miembros tienen a la vez proyectos paralelos en ese hervidero de buena música que siempre ha sido Granada, a partir de aquel grupo seminal que fue 091. Músicos que colaboran entre sí, que se pasan de una banda a otra, que no le hacen ascos al flamenco, gracias, entre otras cosas, al ascendente del fallecido Enrique Morente, con el que ya colaboró Lagartija Nick en el memorable disco Omega, fusión tan inverosímil como grandiosa de flamenco y rock duro, todo un hito en la historia de la música española.
Zona de conflicto vio la luz el pasado 5 de abril y es un álbum que continúa en la línea del anterior disco, Larga Duración (2009), y dentro siempre de la órbita de permanente evolución de Lagartija Nick. Lo edita Chesapik y lo produce Paul Grau, en su propio estudio, Gismo7, en Motril, siendo ésta su tercera colaboración con ellos.
La música de Zona de conflicto hace que de inmediato tengamos la sensación de estar planeando, moviéndonos con las alas extendidas en una atmósfera onírica, en algún lugar entre la luz y la sombra, entre sonidos crudos y otros más diáfanos. Se abre con Mi vida anterior, una canción que alterna momentos de oscuridad con otros pasajes más luminosos. Habla de rupturas con el pasado, con los "restos del naufragio de mi vida anterior"; de ponerse "a salvo en el refugio, a salvo a la deriva". Pese a todo, parece una canción optimista, "hay ruido todavía", como si pese a todo la vida siguiera adelante y hubiera que pensar en la "resurrección de los cuerpos, de los objetos". El estribillo del tema, como en el resto del disco, se ve potenciado por los rifs lacerantes de Víctor Lapido.
Arenas es un tema oscuro, con una letra hermética en la que se habla de cómo "por el lateral de las dunas / arenas que afloran a la superficie / creando curiosas estructuras".
Tiempo de exposición, es una pieza de ritmo acelerado. En esta ocasión es David Fernández el que aporrea la batería (único invitado del disco). Habla sobre cómo el tiempo de exposición que algo (o alguien) pasa en el interior de una cámara oscura afecta (como una fotografía que ha de revelarse) a las imágenes resultantes. "Luz cenicienta, eco del big bang, débil transparencia, hay que subir más".
Zona de conflicto es la canción que da título al álbum, y es una de las más accesibles; también es, a mi juicio, de las mejores. Ahora la voz suena suave y hay hasta coros, mientras un teclado recorre toda la canción. Habla de enfrentamientos, de cómo "Nos volvemos letales y nocivos / en la zona de conflicto / potencialmente amables / fuera de la zona de conflicto "; nos previene contra los choques y es que "Lo más insignificante / tambien te puede hundir / y destrozarte en un instante / a cierta velocidad / Lo más neutro deja marcas / que no se pueden borrar / No hay nada inapreciable / a cierta velocidad".
Crimen, sabotaje y creación, es oscura, de guitarras crudas y letra impenetrable. Tras escucharla varias veces, me sigo haciendo la misma pregunta, ¿de qué va Crimen, sabotaje y creación?
Panorama nº 5 es otro tema luminoso. Se refiere a "eternos y continuos viajes, los enigmas y los desiertos", "esos mundos visitantes", ya sean recuerdos, intuiciones… Sugiere "dejarse llevar, sin buscar lo que ha de haber, abandonarse plenamente, sabiendo que se ve más, en un latido, en un resplandor, que se estremece en el interior, en un momento, en un temblor".
Warsawa, otra canción radiante. Propone una vuelta, "antes de que abran un hotel", a una Varsovia reciclada; una reconstrucción de la Varsovia de las fotografías, anterior a la invasión de los nazis.
Supercuerda, tal vez sea la mejor canción del disco. La teoría de las cuerdas se entrevera en esta letra "sideral". Y es que desde siempre a Antonio Arias le ha vuelto loco la astronomía. Claro ejemplo de su afición por ella es su disco en solitario, Multiverso, grabado en el observatorio de Calar Alto de Almería, con la ayuda inestimable de los habituales e itinerantes músicos granadinos, para despedir el Año Internacional de la Astronomía. En la original obra se mezclaba música, poesía y astronomía, con letras propias y otras elaboradas a partir de poemas de David Jou, Carlos Marzal, o el Premio Cervantes José Emilio Pacheco, entre otros. Cabe preguntarse, ¿cómo habría sido una colaboración entre Antonio Arias y otro aficionado a la astronomía llamado Antonio Vega? Nunca lo podremos saber, no al menos en este mundo.
Vuelo nocturno bascula, dentro de la misma canción, entre la sombra y la luz, mientras el sonido del viento barre la melodía. "Estrellas brillantes que se extinguen, el calor que sigue a la luz". Ese vuelo nocturno parece discurrir en una zona de transición entre la muerte y algo posterior. Enrique Morente debería haber cantado en este tema, pero su muerte malogró la idea.
Para los aficionados a la pintura añadir que la portada es un cuadro del pintor José Callado.
Lo único que me irrita de este disco es saber que, desgraciadamente para Lagartija Nick pero también para nosotros, no tendrá mayor repercusión y se perderá en el oscuro estante de alguna tienda de discos, como una estrella que agoniza hasta su extinción total. Y eso a pesar de que Lagartija Nick es una de las mejores y más originales bandas del desolado panorama español, capaz de arriesgar hasta el suicidio. Por suerte, hay ruido todavía.
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