Regreso en el metro a casa. Sábado de madrugada, cuatro cervezas. Una pareja entra en el tren. Parece una pareja más, pero una rosa roja en una de las manos de la chica nos advierte de que están enamorados. Sin duda, el tipo la quiere, me digo. Y, sin embargo, al ver la rosa, una sola, me pregunto hasta qué punto la quiere. Hay hombres que se gastan fortunas en un ramo de rosas para su chica, cuantas más rosas más grande es su amor. Pero este tipo sólo ha comprado una. Voy solo y la mía es una lucidez de cuatro cervezas, o acaso no sea más que presunción. En cualquier caso, parecen bien avenidos, sonríen, bromean, él inclina de vez en cuando su cabeza sobre el hombro de ella. Y sin embargo una sola rosa. Ella está cansada y empieza a dormirse. Él se queda pensativo. Me fijo y descubro que en una de sus manos -las de él- hay un pétalo rojo. El tipo lo mira, ensimismado, juega con él. Pienso en un hindú o un chino con antenas de colores vendiendo rosas por los bares. El suelo del metro, la tapa de un contenedor de basura, un vaso de agua en el mejor de los casos... quién sabe donde aparecerá esa rosa mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario