Si madrugas y pasas por Plaza Elíptica puedes verlos. No ha despuntado el día y ya se reúnen en torno a la cafetería Yakarta. Estoy hablando de las decenas de desempleados que esperan allí, parados y con rostro grave, a que alguien venga y les contrate por unas horas, tal vez por el día entero. ¿En qué estarán pensando estos parias del siglo XXI? La crisis ha provocado que cada día haya más y que madruguen más también. A la inversa, los jornales que se ofrecen tienden cada vez más a la baja. Diferentes lenguas, negros, blancos, latinoamericanos, del este... hermanados por la necesidad y la ausencia de papeles. Me recuerdan estampas de otro siglo en este país, en el campo, cuando se hacía algo parecido con los jornaleros que iban a faenar. Ahí están, esperando como putas. Me pregunto qué criterio seguirán los pistoleros para contratarlos en Yakarta. Tal vez el pistolero baja de su coche, se acerca hasta alguno de ellos -uno que sea fuerte y de aspecto saludable- y le abre la boca para comprobar el estado de sus dientes. Si llegan a un acuerdo se lo llevará -¿adónde?- ante la atenta mirada de sus compañeros-contrincantes que habrán de seguir esperando -esperar, esperar...-, maldiciendo su suerte.
En esta plaza con forma de huevo, cerca de esa cafetería de nombre tan exótico como sugerente -Yakarta, ¡Yakarta!-, se trafica con brazos, pero también con almas, con sueños... pues en este mundo todo se puede comprar y vender, todo -y todos- es susceptible de ser prostituido.
Terminada la jornada, cuando ya no hay sol, los que hayan tenido suerte regresarán a sus respectivas casas, a sus pisos compartidos, cabizbajos y en silencio, tan doblados por el trabajo que no tendrán ganas de pensar en si era esto lo que imaginaron cuando estaban en sus países. Sólo se preguntarán, supongo, si mañana también habrá suerte, si estarán en racha. Los que no trabajaron en todo el día, seguro que mañana también vuelven a Yakarta, un poco más temprano si puede ser.
En esta plaza con forma de huevo, cerca de esa cafetería de nombre tan exótico como sugerente -Yakarta, ¡Yakarta!-, se trafica con brazos, pero también con almas, con sueños... pues en este mundo todo se puede comprar y vender, todo -y todos- es susceptible de ser prostituido.
Terminada la jornada, cuando ya no hay sol, los que hayan tenido suerte regresarán a sus respectivas casas, a sus pisos compartidos, cabizbajos y en silencio, tan doblados por el trabajo que no tendrán ganas de pensar en si era esto lo que imaginaron cuando estaban en sus países. Sólo se preguntarán, supongo, si mañana también habrá suerte, si estarán en racha. Los que no trabajaron en todo el día, seguro que mañana también vuelven a Yakarta, un poco más temprano si puede ser.
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