Un ladrón de bragas anda suelto en La Coruña. Día tras día, en el grupo de viviendas sociales de María Pita y a plena luz del día, desaparecen bragas de los tendales. La mayoría de las mujeres están indignadas: robar sus prendas más íntimas es casi como robarles la virginidad, aseguran. Otras, por el contrario, creen ver en todo esto un romántico acto de piratería y, de un modo discreto, dejan al sol sus mejores prendas. Se habla ya de un hombre, un depravado de entre 30 y 40 años, con gorra y melena, pero lo cierto es que no ha sido atrapado. Las mujeres han dispuesto trampas para cazarlo: sensuales tangas en los tendales más altos, junto a alarmas en forma de latas atadas a las cuerdas, pero no ha habido manera: el ladrón se ha hecho con su preciado botín con la ayuda de una cuerda y un garfio. A los jóvenes el caso les indigna: no les hace ninguna gracia que roben, que ultrajen a sus madres, a sus hermanas, a sus novias: no importa si es del barrio, amenazan, "si lo cogemos le cortamos los huevos". Mientras se estrecha el cerco, los hombres del barrio -como siempre en su papel de hombres- vociferan: robarles las bragas a sus mujeres es como violarlas delante de sus narices. Se sienten traicionados, hablan de organizarse y de hacer guardias; y eso a pesar de que probablemente el ladrón de bragas sea uno de ellos, un trabajador como otro cualquiera del barrio; alguien que disfruta con el riesgo de verse sorprendido, y que luego, al llegar a casa, secretamente acercará el trofeo hasta su nariz, dejará que la prenda acaricie sus mejillas; gozará, al menos de una manera simbólica, del cuerpo de una desconocida... y luego volverá al tajo.
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