“He de confesarte –le escribe a Albert Erskine en 1948– que a pesar de este estallido de correspondencia relativamente lúcido, estoy desmoronándome de un modo firme, constante e incluso bello: mi memoria olvida retazos a cada momento, y me paso las mañanas andando a gatas. [...] He llegado a un punto en que cada noche escribo cinco novelas en mi imaginación, las recuerdo perfectamente (signifique esto lo que signifique), pero soy incapaz de escribir una palabra.”
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