«VIVARIUM» (2019) - LORCAN FINNEGAN

... una pareja de novios (Imogen Poots y Jesse Eisenberg), interesada en comprar una vivienda, es conducida por un extraño vendedor a Yonder, una urbanización en las afueras de la ciudad («ni lejos ni cerca sino en el lugar adecuado») donde todos los chalets son exactamente iguales, pintados del mismo color verde. «Yonder: hogares familiares de calidad. Para siempre», reza el cartel de la promotora. El vendedor les muestra la casa número 9, un hogar espacioso de varias plantas, con paredes interiores decoradas con alegres tonos pastel y cuadros con escenas que muestran la propia Yonder o el interior de la casa, y que incluso tiene un jardín en la parte trasera. En definitiva, una casa ideal dentro de un maravilloso entorno de casas ideales y exactamente iguales, ordenadas de manera racional y cuadriculada; un lugar perfecto para montar un proyecto de futuro, donde crear una familia y establecerse para siempre.
Lo que podría ser un paraíso bajo un cielo azul de nubes algodonosas (como algunos cuadros de Magritte que muestran una belleza perturbadora), no tarda en convertirse en un infierno para la pareja, atrapados en Yonder, un lugar, o más bien un no-lugar, gigantesco, laberíntico, repleto de casas con un número nueve a la entrada; un espacio tan ordenado como carente de vida donde la única compañía que tiene la pareja es la de un extraño bebé que un buen día aparece abandonado, como esos huevos que los cucos dejan en los nidos de otros pájaros. A medida que el tiempo va pasando y el bebé va creciendo, la relación de la pareja se irá deteriorando progresivamente.
Película irlandesa de tintes distópicos y a veces surrealistas, incluso de ciencia ficción (hay una subtrama que insinúa una presencia extraterrestre), sin renunciar a ciertas pinceladas humorísticas, donde una sucesión de originales puntos de giro mantiene al espectador atrapado. Una fotografía luminosa, sobreexpuesta a veces, con planos donde predominan las líneas rectas y la simetría, se encarga de conferir a Yonder un aspecto de enorme decorado.
Por debajo de su estructura más superficial se adivinan en la película otros temas más complejos que ponen en solfa ciertos valores asentados en la cultura occidental: la casi obligatoriedad de una relación de pareja (y con ella, la formación de una familia), la necesidad de un hogar donde establecerse (preferentemente una vivienda en propiedad y la consiguiente hipoteca), el trabajo como fuente de ingresos imprescindible para la supervivencia y para todo proyecto de futuro... Elementos interrelacionados que contribuyen a afianzar la estructura de la sociedad capitalista y a engrasar los mecanismos de su maquinaria, pero que implican al mismo tiempo una importante merma de libertad del individuo. Yonder es en ese sentido también una parábola: los individuos se obcecan a menudo en la persecución de sus sueños, lo cual puede estar bien (al fin y al cabo, la vida es esa persecución, independientemente de si se consiguen o no los sueños), pero a veces ese proceso conlleva la renuncia a muchas cosas probablemente más importantes...

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