Publicado por Javier Serrano
Themroc es el título de una de esas películas raras que en el momento de su estreno, 1972, pasaron desapercibidas y que sin embargo permanecen en la historia del cine como rara avis, uno de esos filmes extraños que se instalan en la memoria del espectador y vuelven una y otra vez.
Lo primero que sorprende en la película es el idioma utilizado, la lengua inventada que usan todos los personajes para comunicarse, unos diálogos imaginarios que podemos entender por el contexto. Tampoco hay música en toda la cinta.
Themroc (Michel Piccoli) es un empleado poco cualificado que se dedica a la pintura de brocha gorda. Vive en una casa con su severa madre y una hermana procaz (Béatrice Romand) que se pasea medio desnuda por el hogar. Su rutina diaria es como la de muchos habitantes en París y en toda gran ciudad: de casa al trabajo, del trabajo a casa, ganar dinero para consumir... y todo ello dentro de un circuito cerrado que se retroalimenta. Se levanta a las seis de la mañana, se desplaza al trabajo en bicicleta y en metro (secuencias grabadas sin permiso alguno), es uno más entre las hordas de trabajadores que se desplazan a diario, cabizbajos, hacia el yugo de sus centros de trabajo, tiene también, como todos los demás, deseos sexuales que la moral imperante le obliga a reprimir... en fin, Themroc es un ciudadano normal. Sin embargo, cierto día ocurre un incidente en su trabajo que hace que se meta en un cuarto de baño y allí experimente una sorprendente epifanía: dentro del reducido váter, empieza a sentirse como un animal encerrado en una jaula y comienza a proferir espantosos y desgarradores alaridos, perceptibles incluso por un personaje desconocido que aparece en un plano inserto y que no es otro que el propio director y guionista de la película, Claude Faraldo, que percibe la llamada casi animal e incluso responde a ella.
A partir de aquí, el filme experimenta un giro brutal y el protagonista cambia de actitud: Themroc deja de ser el empleado sumiso, obediente y que reprime sus deseos, y se convierte en un ser primario, rebelde, que solo emite gruñidos para comunicarse, que no duda en usar la fuerza para conseguir sus deseos y que no reprime sus impulsos sexuales, como puede comprobar de manera placentera una de las secretarias de su trabajo. Themroc es un nuevo hombre que ya no volverá al trabajo, una suerte de ser primitivo que recoge unos escombros en la calle y con ellos construye en su casa un muro que la aísla del exterior, y acto seguido derriba con una maza un muro interior que comunica su hogar con un patio de vecindad, arroja los muebles (televisión incluida) por el recién estrenado hueco. La casa se convierte en una caverna desde la que puede bajar al exterior a través de una escala, y donde todo lo que ocurre en su interior, incluida la relación incestuosa con su hermana, queda expuesto a la mirada entre sorprendida y divertida de todo el vecindario. Como es previsible, la anárquica conducta de Themroc no es tolerada por la sociedad biempensante, que envía a sus mamporreros a poner orden. Llega la policía, los antidisturbios... y también la prensa; se lanzan gases («hash proletarian» se lee en la caja de gases), se intenta acceder a la vivienda, se dispara una ametralladora... pero no solo todo intento resulta inútil (los policías, como tentáculos del poder, aparecen retratados de modo humorístico, bigote incluido), sino que incluso algunos vecinos comienzan a sumarse a la causa, como esa vecina (Francesca Romana Coluzzi) que también derriba su muro y se enfrenta a los policías; se trata de una revuelta amoral, divertida, anárquica, partidaria del amor y del sexo libre, sin importar si tu compañero en el lance carnal es de tu propia familia o de tu mismo sexo, porque lo que realmente importa es el deseo.
Una noche Themroc sale a la calle, como un animal hambriento, y captura un par de policías. Regresa al hogar con ellos, le regala uno a su vecina y se queda con el otro. Ambos policías son cocinados y comidos por los rebeldes, pulverizando así otro tabú más, el del canibalismo.
La cinta termina con una secuencia llena de sexo en la que los sublevados tienen sexo de una manera animal, salvaje, profiriendo gritos, alaridos que se escuchan por todo el patio, mientras un vecino grita y destroza su amado y cuidado coche con una maza, berridos cuyo eco se va extendiendo por todo París, rebotando entre las modernas construcciones que amenazan con arrasar las viviendas proletarias.
Claude Faraldo nació en una familia humilde y realizó todo tipo de trabajos alimenticios (camionero, repartidor...) antes de poder hacer sus películas contestatarias, transgresoras... Se jacta de no tener una cultura, una formación intelectual. Themroc se parece a parte de su biografía: durante una huelga abandonó el partido en el que militaba y más tarde dejó el trabajo, y anduvo por ahí, deambulando, viviendo en libertad.
Themroc es el título de una de esas películas raras que en el momento de su estreno, 1972, pasaron desapercibidas y que sin embargo permanecen en la historia del cine como rara avis, uno de esos filmes extraños que se instalan en la memoria del espectador y vuelven una y otra vez.
Lo primero que sorprende en la película es el idioma utilizado, la lengua inventada que usan todos los personajes para comunicarse, unos diálogos imaginarios que podemos entender por el contexto. Tampoco hay música en toda la cinta.
Themroc (Michel Piccoli) es un empleado poco cualificado que se dedica a la pintura de brocha gorda. Vive en una casa con su severa madre y una hermana procaz (Béatrice Romand) que se pasea medio desnuda por el hogar. Su rutina diaria es como la de muchos habitantes en París y en toda gran ciudad: de casa al trabajo, del trabajo a casa, ganar dinero para consumir... y todo ello dentro de un circuito cerrado que se retroalimenta. Se levanta a las seis de la mañana, se desplaza al trabajo en bicicleta y en metro (secuencias grabadas sin permiso alguno), es uno más entre las hordas de trabajadores que se desplazan a diario, cabizbajos, hacia el yugo de sus centros de trabajo, tiene también, como todos los demás, deseos sexuales que la moral imperante le obliga a reprimir... en fin, Themroc es un ciudadano normal. Sin embargo, cierto día ocurre un incidente en su trabajo que hace que se meta en un cuarto de baño y allí experimente una sorprendente epifanía: dentro del reducido váter, empieza a sentirse como un animal encerrado en una jaula y comienza a proferir espantosos y desgarradores alaridos, perceptibles incluso por un personaje desconocido que aparece en un plano inserto y que no es otro que el propio director y guionista de la película, Claude Faraldo, que percibe la llamada casi animal e incluso responde a ella.
A partir de aquí, el filme experimenta un giro brutal y el protagonista cambia de actitud: Themroc deja de ser el empleado sumiso, obediente y que reprime sus deseos, y se convierte en un ser primario, rebelde, que solo emite gruñidos para comunicarse, que no duda en usar la fuerza para conseguir sus deseos y que no reprime sus impulsos sexuales, como puede comprobar de manera placentera una de las secretarias de su trabajo. Themroc es un nuevo hombre que ya no volverá al trabajo, una suerte de ser primitivo que recoge unos escombros en la calle y con ellos construye en su casa un muro que la aísla del exterior, y acto seguido derriba con una maza un muro interior que comunica su hogar con un patio de vecindad, arroja los muebles (televisión incluida) por el recién estrenado hueco. La casa se convierte en una caverna desde la que puede bajar al exterior a través de una escala, y donde todo lo que ocurre en su interior, incluida la relación incestuosa con su hermana, queda expuesto a la mirada entre sorprendida y divertida de todo el vecindario. Como es previsible, la anárquica conducta de Themroc no es tolerada por la sociedad biempensante, que envía a sus mamporreros a poner orden. Llega la policía, los antidisturbios... y también la prensa; se lanzan gases («hash proletarian» se lee en la caja de gases), se intenta acceder a la vivienda, se dispara una ametralladora... pero no solo todo intento resulta inútil (los policías, como tentáculos del poder, aparecen retratados de modo humorístico, bigote incluido), sino que incluso algunos vecinos comienzan a sumarse a la causa, como esa vecina (Francesca Romana Coluzzi) que también derriba su muro y se enfrenta a los policías; se trata de una revuelta amoral, divertida, anárquica, partidaria del amor y del sexo libre, sin importar si tu compañero en el lance carnal es de tu propia familia o de tu mismo sexo, porque lo que realmente importa es el deseo.
Una noche Themroc sale a la calle, como un animal hambriento, y captura un par de policías. Regresa al hogar con ellos, le regala uno a su vecina y se queda con el otro. Ambos policías son cocinados y comidos por los rebeldes, pulverizando así otro tabú más, el del canibalismo.
La cinta termina con una secuencia llena de sexo en la que los sublevados tienen sexo de una manera animal, salvaje, profiriendo gritos, alaridos que se escuchan por todo el patio, mientras un vecino grita y destroza su amado y cuidado coche con una maza, berridos cuyo eco se va extendiendo por todo París, rebotando entre las modernas construcciones que amenazan con arrasar las viviendas proletarias.
Claude Faraldo nació en una familia humilde y realizó todo tipo de trabajos alimenticios (camionero, repartidor...) antes de poder hacer sus películas contestatarias, transgresoras... Se jacta de no tener una cultura, una formación intelectual. Themroc se parece a parte de su biografía: durante una huelga abandonó el partido en el que militaba y más tarde dejó el trabajo, y anduvo por ahí, deambulando, viviendo en libertad.
FILMOGRAFÍA:
1966: La jeune morte.
1971: Bof! Anatomía de un repartidor.
1972: Themroc, el cavernícola urbano.
1974: Tabarnac.
1975: Les fleurs du miel.
1979: Deux lions au soleil.
1985: Deseo oculto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario