LAS CIUDADES INVISIBLES
Italo Calvino
LAS CIUDADES CONTINUAS. 4
Me reprochas que cada relato mío te transporte al centro mismo de una ciudad sin hablarte del espacio que se extiende entre una ciudad y la otra: si lo cubren mares, campos de centeno, bosques de alerces, pantanos. Te contestaré con un cuento.
En las calles de Cecilia, ciudad ilustre, encontré una vez a un cabrero que azuzaba, rozando las paredes, un rebaño tintineante.
-Hombre bendecido por el cielo —se detuvo a preguntarme—, ¿sabes decirme el nombre de la ciudad donde nos encontramos?
-¡Los dioses sean contigo! —exclamé—. ¿Cómo puedes no reconocer la muy ilustre ciudad de Cecilia?
-Compadéceme —repuso—, soy un pastor trashumante. Mis cabras y yo a veces atravesamos ciudades pero no sabemos distinguirlas. Pregúntame el nombre de los pastizales: los conozco todos, el Prado entre las Rocas, la Cuesta Verde, la Hierba a la Sombra. Las ciudades para mí no tienen nombre; son lugares sin hojas que separan un pastizal de otro y donde las cabras se espantan en los cruces y se desbandan. El perro y yo corremos para mantener junto el rebaño.
-Al contrario de ti —afirmé—, yo sólo reconozco las ciudades y no distingo lo que está fuera. En los lugares deshabitados, cada piedra y cada hierba se confunden a mis ojos con todas las piedras y las hierbas.
Muchos años pasaron desde entonces; conocí muchas otras ciudades y recorrí continentes. Un día andaba entre esquinas de casas todas iguales: me había perdido. Pregunté a un transeúnte:
-Los inmortales te protejan, ¿sabes decirme dónde estamos?
-¡En Cecilia, y así no fuera! —me respondió. —Hace tanto que andamos por sus calles, mis cabras y yo, y no conseguimos salir…
Lo reconocí a pesar de larga barba blanca: era el pastor de aquella vez. Lo seguían unas pocas cabras peladas que ya ni siquiera hedían, tan reducidas estaban a la piel y los huesos. Mascaban papeles sucios en los contenedores de basura.
-¡No puede ser! —grité—. Yo también, no sé cuándo, entré en una ciudad y desde entonces no hago más que adentrarme por sus calles. ¿Pero cómo hice para llegar donde tú dices, si me encontraba en otra ciudad, muy lejos de Cecilia, y todavía no he salido de ella?
-Los lugares se han mezclado —dijo el cabrero—. Cecilia está en todas partes; en otro tiempo aquí debía de estar el Prado de la Salvia Baja. Mis cabras reconocen las hierbas que crecen en la mediana de las avenidas¨.
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