El problema de la dimensión política en los escritos de Kafka como una
cuestión metafísica y psicológica separada, ha sido descuidado por sus
biógrafos y críticos. La mayoría de ellos recuerda sus relaciones con los
círculos anarquistas de Praga, sin atribuirle significado alguno. Por otra
parte, numerosos comentaristas reconocen que uno de los temas fundamentales de
la obra de Kafka es la lucha del hombre contra la máquina burocrática en sus
múltiples aspectos.
Hurgando en el contenido de sus principales obras y a la luz de su
biografía, que es testimonio de su simpatía hacia las agrupaciones anarquistas,
se puede encontrar una relación que arroja nueva luz sobre su mundo espiritual.
Por supuesto que esta relación «política» es fragmentaria: el mundo de Kafka es
mucho más rico, más complejo y más polifacético como para que se lo pueda
trasmitir en una fórmula condensada, aislada.
El testimonio biográfico
De la época en que Kafka comienza a trabajar en la Caja de Seguros para
Obreros datan sus contactos con los círculos anarquistas o para-anarquistas de
Praga.
Según las referencias de Mijal Kasha, uno de los fundadores del movimiento
anarquista en Praga, y de Mijal Mares, en aquel entonces un jovencito
anarquista, Kafka participó en las reuniones anarquistas del «Mlodite Club», de
la organización antimilitarista y anticlerical de la asociación obrera «Viles
Kerber»; participó también en el movimiento anarcosindicalista checo. Ambos
testigos concuerdan en que Kafka mostraba gran interés por lo que se discutía
en las reuniones, pero nunca pidió la palabra ni participó de los debates.
Kasha, que lo estimaba muchísimo, solía llamado «Klidos», que significa algo así
como «el gigante pacífico».
Mijal Mares cuenta que, invitado por él, Kafka asistió a reuniones y
conferencias anarquistas. La primera de ellas fue una manifestación de protesta
por la sentencia de muerte al pensador y educador anarquista español Francisco
Ferrer. Kafka participó en la reunión que fue disuelta por la policía.
En el año 1912 Kafka participó también en la manifestación que se realizó
como protesta contra la imposición de la pena de muerte al anarquista Liabedz
en París. La demostración fue violentamente disuelta por la policía. Entre los
detenidos en aquella oportunidad se encontraba también Kafka.
Mares cuenta que Kafka leía con interés y simpatía los escritos de los
diversos teóricos y expositores anarquista s como Domela Niewenhuis, los hermanos
Reclus, Vera, Finger, Bakunin, Jean Grave, Kropotkin, por ejemplo.
Existen otros dos testimonios de las inclinaciones antiautoritarias de
Kafka y de su simpatía por los trabajadores oprimidos. En su conocida creación
«Carta al padre» (1919) califica la actitud de su progenitor en el comercio
como tiránica y lo acusa con las siguientes palabras:
«A tus empleados los llamabas ‘enemigos pagados’; y lo eran, pero aún antes
de que lo fuesen tú me parecías ser su enemigo que paga. (...) Es verdad que
exageraba, ya que sin más suponía que causabas a esa gente una impresión tan
terrible como a mí. (...) Pero a mí se me hacía insoportable el negocio, me
recordaba demasiado mi relación contigo. (...) Por eso, necesariamente tenía
que pertenecer yo al partido del personal».
Aquí encontramos un nexo entre la rebeldía frente al dominio paterno y la
rebeldía anarquista ante la fuerza económico-política imperante.
Es bien conocido el profundo odio que Kafka sentía hacia su trabajo en la
compañía de seguros, a la que tildaba de «nido de oscuros burócratas». No podía
soportar el sufrimiento de los obreros perjudicados y de sus desgraciadas
viudas, que eran introducidas en el laberinto jurídico-burocrático de la Caja
de Seguros Obreros. La frecuentemente citada frase, mencionada por Max Brod, es
una aguda y sugerente expresión de su manera de pensar: «Qué mansa es la gente;
llegan a nosotros con sus súplicas, en lugar de tomar la oficina por asalto y
destruirla, nos vienen a pedir misericordia». El espíritu anarquista de esta
frase — bajo la cual Bakunin agradecido estamparía su firma — es lo
suficientemente claro como para recordarnos la posición de Kafka frente a las
instituciones democráticas.
Max Brod dice que la estructura realista de muchos capítulos de «El
Proceso» y «El Castillo» tienen su origen en la oficina de seguros. Está fuera
de toda duda que este trabajo burocrático y la rebeldía de Kafka constituyen
una de las fuentes del espíritu libertario que traslucen sus escritos.
¿Constituye la tendencia anarquista en la vida de Kafka una pasajera
expresión juvenil limitada a los años 1909-1912? Es cierto que después de 1912
Kafka dejó de participar en sus actividades con los anarquistas checos y
comenzó a demostrar un interés mayor por los círculos judíos y sionistas. Pero
debemos recordar sus charlas con G. Janusz, allá por el año 1920, no sólo
porque llama a los anarquistas checos «queridas y alegres personas (...) tan
cariñosas y fraternales que casi a la fuerza creemos en sus palabras», sino
porque las opiniones sociales y políticas que desarrolla están muy cerca del
anarquismo. Así, comenta con Janusz la no admisión de los poetas en la
República de Platón: «Los poetas proveen al hombre de nuevos ojos y de esta
manera intentan introducir una modificación en el mundo real. Por eso son
elementos peligrosos para el Estado, porque reclaman transformaciones. Pero el
Estado y sus fieles servidores tienen una sola y excluyente voluntad:
permanecer». Hay que interpretar que Kafka se considera él mismo como uno de
esos poetas que hace peligrar la permanencia del Estado.
Kafka define al capitalismo como un «sistema dependiente de relaciones en
que todo tiene jerarquía, todo está encadenado». Este es un pensamiento
típicamente anarquista en el que se subraya el carácter opresor y esclavista
del régimen vigente.
Su actitud escéptica frente al movimiento obrero es también una
consecuencia de la desconfianza que los anarquistas han demostrado frente a los
partidos políticos y sus instituciones.
En una oportunidad se encontró frente a una manifestación obrera que
portaba banderas y pancartas; su comentario a Janusz fue el siguiente: «Esta
gente está tan segura de sí misma, tan convencida de su justicia. Dominan la
calle y piensan que son los poderosos del mundo. Pero están equivocados: detrás
de ellos están preparados los secretarios, los funcionarios, los políticos
profesionales, todos estos modernos sultanes a quienes ellos preparan el camino
del poder. (...) La rebeldía se evapora y sólo queda el barro de la nueva
burocracia. La soga de la torturada humanidad está trenzada con los papeles de
la burocracia».
Sería extraño e incomprensible que las ideas políticas de Kafka no tuvieran
influencia sobre sus escritos porque sustancialmente el estrato anarquista es
uno de los signos centrales de sus grandes creaciones, cuentos, relatos y
alegorías.
De sus tres novelas más conocidas, «América» es la que está menos influida
por sus ideas libertarias. Sólo dos pasajes son una excepción en este sentido,
pasajes en los que se expresa la analogía entre el autoritario grupo de
oficiales de la marina, funcionarios y representantes estatales, y el obrero
que se queja por alguna injusticia. Kafka mismo describe este estado como «los
sufrimientos de un pobre hombre que es oprimido por los poderosos». La misma
circunstancia aflora en su «Lámparas nuevas», un hecho que sirve siempre como
demostración de las inquietudes sociales de Kafka. En este relato hace un
paralelo entre el abatido delegado de los obreros mineros, que viene a quejarse
de las lámparas que no funcionan y el «gentleman» de la administración que se
burla de su justa demanda. La profunda oposición entre el astuto sector
superior y la clase baja de la galería es la característica fundamental en este
relato. Otro hecho del mismo género encontramos en sus «Diarios». El
administrador de una compañía de seguros (similar a la conocida por Kafka)
echa, humillándolo, a un pobre obrero enfermo y desocupado que va en busca de
empleo. Toda la alharaca de las elecciones norteamericanas son calificadas por
Karl Rossman como una gran parodia, a la luz de la desconfianza anarquista en
el sistema electoral.
En su segunda novela, «El Proceso», surge el problema de la burocracia
autoritaria como uno de los temas fundamentales de la obra. Es cierto que en
«El Proceso» está subrayada la parte burocrático-jurídica del aparato estatal,
antes que la político-militar, que los anarquistas más combaten. Este hecho
puede ser fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que Kafka mismo fue un
burócrata de la justicia, trabajo que le producía náuseas.
Josep K., la candorosa víctima de «El Proceso» es detenido una mañana y
nadie puede explicarle la causa de su arresto. Es juzgado en un tribunal en el
que no se le permite apelar a los jueces de suprema instancia; que no reconoce
la defensa, aunque la tolera en parte; sus decisiones resultan incomprensibles;
los jueces no se dejan conocer, pronunciándose al final por un fallo que
ordena: «muera como un perro».
La posición de Kafka frente a las leyes de Estado surge claramente en su
relato «El problema de nuestras leyes». Aquí describe un pueblo dominado por un
pequeño grupo de aristócratas que guardan en secreto las leyes cuya misma
existencia está puesta en duda. La observación cuasi-anarquista de Kafka es:
«Si surgiera un partido que diera por tierra no sólo con cada creencia y cada
ley sino también con la aristocracia, entonces todo el pueblo lo apoyaría».
La falta de leyes es suplantada en «El Proceso» por la presencia de una
poderosa organización jurídica que Joseph K. critica con indignación: «Una
organización que no sólo se vale de corruptos funcionarios, inspectores
imbéciles y jueces inquisidores —que en el mejor de los casos son moderados—,
sino que incluso el jefe máximo de la jerarquía jurídica se sirve de toda una
caterva de servidores, funcionarios, policías y demás ayudantes. Tampoco me abstendré
de decirle a esta poderosa organización ¡verdugos! qué significa, señores míos,
que personas que son jurídicamente inocentes son detenidas haciéndoselas objeto
de investigaciones absurdas».
«El Proceso» describe la máquina legal desde el punto de vista de las
víctimas, los hombres humildes y sumisos: una jerarquía burocrática, absurda y
de dura cerviz que no sabe de misericordias.
El Castillo
En «El Castillo» Kafka se ocupa directamente del problema del Estado, la
burocracia. El país que describe es una veraz versión de la cruda realidad, que
conoció y vivió en el Imperio austro-húngaro.
«El Castillo» opone la fuerza, el poder y el Estado al pueblo, que tiene su
símbolo en la aldea. Este castillo es pintado y representado como algo extraño,
hostil, que no permite su comprensión; constituye una especie de lejana y
caprichosa fuerza que gobierna al pueblo por medio de una tortuosa jerarquía de
burócratas de comportamiento absurdo, incomprensible, cursi.
En el capítulo V, Kafka nos describe una parodia tragicómica del mundo
burocrático; la turbación «oficial» que el autor define como ridícula alarma.
La absurda lógica interior de esta idea se descubre en toda su desnudez en las
siguientes palabras del alcalde: «¿Que si hay oficinas de control? Hay solamente
oficinas de control. Cierto que no están destinadas a descubrir fallos en el
sentido bruto de esta palabra, puesto que tales fallos no se producen, y aun
cuando alguna vez se produce un fallo, como en el caso suyo, ¿quién podría
decir definitivamente que es un fallo?». El alcalde de la ciudad nos recuerda
que todo el aparato burocrático está constituido tan sólo por oficinas que se
controlan unas a otras... pero en seguida agrega que en la práctica no hay nada
que necesite de un control. Por lo tanto, errores serios no se encuentran. Cada
oración niega la anterior, y en resumen se demuestra la estupidez oficial.
En el ínterin algo crece, se extiende e inunda; papeles, papeles de oficina
(como se expresa Kafka) con los que está trenzada la soga de la torturada humanidad.
Un mar de papeles colma la oficina de Sordini.
Pero la culminación de la alienación burocrática se traduce en las palabras
del alcalde que califica al aparato oficial como «una máquina autónoma que
funciona por sí misma». Aquí Kafka trata el íntimo y más inhumano de los
contenidos de la concepción burocrática: el proceso de alienación que
transforma una estructura de relaciones humanas en un objeto petrificado, en
una máquina ciega.
En «El Castillo» alude Kafka a la frecuente duplicidad de una serie de
héroes. Klam, por ejemplo, se parece a un águila cuando se lo observa en sus
funciones oficiales pero cuando este poderoso representante del castillo es
visto a través del ojo de la cerradura, se nos aparece como cualquier otro
burócrata: de estatura mediana, gordo, fumando y bebiendo cerveza, con bigotes
en punta y gafas. Así se nos revela el mismo castillo: por fuera impenetrable,
todopoderoso, pero mirado de cerca se ve que sufre no menos desgracias que la
aldea.
El lado corrupto y feo del poder del castillo, surge de la lectura del
capítulo Sordini-Amalia: la expulsión de la virginal muchacha, que no acepta
las proposiciones deshonrosas del funcionario.
La propensión de Kafka a descubrir el rostro de la pequeñez, la mediocridad
y la inmoralidad que están tras la magnífica fachada del Estado, tiene también
su expresión en otros escritos. En «El Proceso» nos pinta a un juez que ocupa
con descaro su estrado judicial, pero por las declaraciones de Leni nos
enteramos de que en realidad está sentado sobre un simple banquillo de cocina
cubierto por una vieja manta; el antiguo y respetado Código en el vacío recinto
de justicia resulta ser una colección de fotografías de relatos pornográficos.
El mismo motivo lo encontramos en una cantidad de retratos de Kafka, como por
ejemplo «Poseidón»; en éste el dios del mar se nos aparece como un burócrata
mediocre, que sentado a su mesa de trabajo se dedica a efectuar simples
operaciones de aritmética.
«El Castillo» trata el problema de la impotencia del hombre frente a la
diabólica farsa, a la pedantesca, a la complicada, brutal y ridícula táctica
del omnipotente aparato de gobierno. No sólo Kafka, como un extraño y un
«perturbador», sino todos los que protestan contra el poder son triturados sin
misericordia por la «máquina», no por medio de un golpe mortal directo sino con
lentitud, indirectamente y con astucia, absorbiéndoles la médula de sus huesos.
En esta novela se ataca al poder político y burocrático como tal. Igual que los
pensadores anarquistas, no critica una forma determinada de Estado sino su
esencial y universal contenido y significado: el poder institucional
jerárquico.
Pero este análisis de «El Castillo» y «El Proceso» puede ser considerado
como parcial si no agregamos que la actitud de Kafka y de Joseph K. frente a la
autoridad no consiste sólo en una pura rebeldía; encontramos también en esta
actitud cierta reverencia temerosa, es un esfuerzo por ser reconocido. Esta
situación ambivalente la encontramos en la actitud de Kafka frente al padre y
en su relación con la misma autoridad divina.
En la colonia penitenciaria
Entre los relatos cortos de Kafka, el más significativo desde el punto de
vista político es «En la colonia penitenciaria»: un vigoroso grito de protesta
contra la bestial autoridad y la falsa y extraña justicia.
Con frecuencia se ha opinado que a través de este relato previó los campos
de concentración nazis. Pero Kafka pintó una determinada realidad de su época:
el colonialismo francés. Los comandantes y oficiales de la prisión son franceses
que «no quieren olvidar su hogar»; los sumisos soldados, los obreros-peones y
la víctima condenada a muerte, son nativos que «no entienden una palabra de
francés». Kafka introduce el trasfondo colonial para subrayar la brutalidad de
determinados gobernantes. Este poder autoritario es más brutal que el que
encontramos en «El Castillo» y «El Proceso».
En su obra «En la colonia penitenciaria», Kafka nos habla de la cruel
venganza de un poder iracundo. Un desgraciado conscripto es condenado a muerte
por no cumplir con las órdenes y por faltarle el respeto a sus superiores. Fue
encontrado en falta en un irrisorio deber: saludar cada hora de la noche la
puerta de su cuarto; al recibir de su capitán un fustazo en la cara, tiene este
soldado la osadía de rebelarse contra la autoridad, y faltando toda
responsabilidad de defensa de acuerdo con el reglamento de disciplina de los
oficiales, es condenado a morir por medio de una máquina de tortura que graba
en su cuerpo: «¡Respeta a los que están delante de ti!». Pero esto no es lo
esencial de su relato, pues si tan sólo fuera ése el contenido no habría
diferencia alguna entre el relato de Kafka y centenares de otros relatos sobre
presidios y correccionales. La figura central de «En la colonia penitenciaria»
no es el investigador ni el penado, el oficial o el comandante, sino la
máquina.
El relato gira alrededor de la máquina infernal, su origen, su papel y su
significado. La máquina, según las palabras del oficial, se convierte con el
tiempo en un fin en sí misma. La máquina no existe para infligir el castigo al
hombre, sino que el hombre está destinado a la máquina, para servirle como
alimento, con su cuerpo, a fin de que pueda grabar sobre él un estético texto
con letras de sangre, decorado con flores y otros ornamentos. Hasta el oficial
sirve a la máquina, pues al final cae él mismo víctima del Moloch que no
satisface su hambre.
Kafka vuelve nuevamente a las raíces del problema: el proceso de alienación
que convierte al objeto, a la creación humana, en un amo opresor, autónomo y
extraño. La máquina domina al hombre y lo destruye en vez de prestarle ayuda y
servirle.
¿A qué máquina devoradora de víctimas propiciatorias se refería Kafka? El
relato «En la colonia penitenciaria» fue escrito en octubre de 1914, tres meses
después del estallido de la Primera Guerra Mundial.
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