Reseña publicada en www.larepublicacultural.es
Título
original: Återträffen (2013)
Dirección: Anna Odell
Intérpretes: Anna Odell, Sandra Andreis, Kamila Benhamza, Anders Berg,
Erik Ehn, Niklas Engdahl, Per Fenger-Krog, Robert Fransson, Sara Karlsdotter,
Henrik Norlén, Cilla Thorell, Malin Vulcano
Guión: Anna Odell
Fotografía: Ragna Jorming
Duración: 88’
País: Suecia
Productora: French Quarter Film
El reencuentro debe su
título al encuentro que muchos años después, en otoño de 2010, reúne a un grupo
de hombres y mujeres que compartieron sus años de escuela, cuando eran los
alumnos del noveno grado “C” de un colegio de Estocolmo.
En la primera parte del filme asistimos a lo que en principio parece que va
a ser una agradable fiesta llena de anécdotas y recuerdos, y bien lubricada con
alcohol, y que pronto se revela como un reencuentro lleno de tensión, donde uno
de los personajes, Anna (interpretado por la propia directora de la película,
Anna Odell), a quien nadie se acordó de invitar a la reunión, aparece inesperadamente
y comienza a reprochar a sus antiguos compañeros las intimidaciones, burlas y
acoso a que le sometieron durante aquellos primeros nueve años de vida escolar.
En la segunda parte, el personaje protagonista, artista dentro de la
película, trata de reunir a sus antiguos compañeros de colegio, de manera
individual o en pequeños grupos, con la excusa de mostrarles una película (la
primera parte de El reencuentro) y grabar sus reacciones, para
hacer con ello una suerte de documental.
¿Cine dentro del cine?, ¿ficción o realidad? En El reencuentro la
frontera que separa ficción y realidad es lábil, hasta el punto de que el
espectador no llega a saber si los actores son realmente actores o son
personajes reales haciendo una película, o si la primera parte de la película
es ficción y la segunda es documental, o si en la vida real la directora y
actriz protagonista, Anna Odell, sufrió realmente algún episodio de acoso
escolar durante su infancia. De hecho, hay una secuencia en la que un personaje
se encuentra con el actor que hace de él y entre ambos mantienen un interesante
diálogo sobre esta circunstancia. Por otro lado, está ese concepto, no menos
lábil, de la «realidad», ¿qué es la realidad?, ¿lo que veo yo?, ¿lo que ven los
demás? Un suceso puede percibirse de manera muy diferente, dependiendo del
punto de vista del observador, de su situación en la jerarquía social o de su
personalidad. Y eso por no hablar de cómo la memoria, o el instinto de
supervivencia, tiende a manipular el recuerdo de ciertos hechos del pasado para
hacerlos más «digeribles».
El reencuentro habla del
abuso escolar, de ese hostigamiento hacia algunos compañeros que son capaces de
perpetrar algunos niños («sólo éramos unos niños», se justifican los
personajes) y siempre dentro de esa jerarquía de la que habla Anna: los «guays»
y los «pringaos»; es decir, los que están arriba frente a los que están abajo,
un esquema simple que se acaba reproduciendo, de manera inexorable, en
cualquier grupo u organización social, más o menos grande. La directora
interpela al espectador, pues sabe que este ha asistido en su época de colegio
a episodios similares, bien como abusador, bien como víctima, o acaso como
cómplice silencioso, y le hace reflexionar sobre ello, le hace internarse en
los laberintos de la memoria y de la culpa, como ese perturbador plano
secuencia que aparece en la película, haciendo de hilo conductor, donde la
cámara avanza, en silencio, por los pasillos desiertos de una escuela.
¿Qué pasaría si algún día la situación se invirtiese? Anna no habla de
venganza, asegura que simplemente quiere que sus ex-compañeros sean conscientes
de todo el daño que le hicieron, y así aprender de ello. Además, ¿por qué nadie
la invitó a la reunión? Es interesante ver las reacciones de aquel grupo de tiernos escolares:
algunos han madurado y se sienten avergonzados del episodio, incluso alguno
pide disculpas; otros dicen que han olvidado, que no recuerdan; hay otros que
reconocen los hechos y no sólo no se arrepienten sino que los justifican, y el
espectador puede entrever cuál ha sido la evolución que han seguido sus vidas,
y cómo se han engarzado perfectamente en esa élite de «guays» a la que parecían
predestinados. Reacciones perfectamente humanas, como se ve, y que podrían ser
extrapolables a colectivos más grandes, ¿no hay en la biografía de cualquier
persona o en la historia de cualquier nación episodios más o menos lamentables
y que siguen ahí, en nuestra memoria (individual o colectiva), regresan una y
otra vez, y estamos condenados a gestionar esos recuerdos, a ratificar o a
rectificar ciertos hechos, ciertas conductas, a asumir o a intentar olvidarlos,
tal vez incluso pedir disculpas? Humana, y muy valiente, es también la reacción
de la protagonista al enfrentarse a su pasado y a sus maltratadores.
La capacidad de Anna Odell para remover conciencias ya había quedado
patente en su obra Unknown woman: 2009-349701, donde, tras fingir un estado
psicótico en plena calle, fue ingresada en un hospital psiquiátrico de
Estocolmo. La performance era su proyecto de graduación en la
escuela de Bellas Artes de Estocolmo.
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