Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.
Conversación con Léo Gillet:
Conversación con Léo Gillet:
«Hubo alguien que desempeñó un papel muy importante en el momento en que
empecé a publicar mis libros. Conocía a un personaje del que voy a intentar
darle un pequeño retrato. Puedo incluso decirle su nombre, no tiene el menor
interés, se llamaba Lacombe y andaba por el Barrio Latino, era un señor que
tenía una perilla así, que era manco —había perdido un brazo en la guerra de
1914— y un gran conocedor de la lengua vasca. El mismo no había escrito nada,
salvo algunas comunicaciones en su juventud. Era muy rico, no hacía
absolutamente nada, y tenía un conocimiento extraordinario del francés. Era un
maniaco: por ejemplo, asistía con frecuencia a los cursos de la Sorbona y, si
un profesor cometía una falta de francés, ¡protestaba en la sala! [Puñetazo en
la mesa, risas.] Era exactamente el hombre que yo necesitaba y, como éramos los
dos unos desocupados, nos veíamos con frecuencia. Era un gran conocedor de la
lengua francesa, pero, como le he dicho, aparte de sus comunicaciones sobre la
lengua vasca, no había escrito nada. Tenía una biblioteca notable. Además, era un
erotómano, tenía una biblioteca extraordinaria al respecto, de la que citaba
cosas inauditas. Abordaba a todas o a casi todas las mujeres en la calle y su
diversión era hablar con las prostitutas. Y lo que me divertía enormemente era
que corregía a las prostitutas las faltas de francés que cometían. [Risas.] Y
puede parecer idiota, puede parecer ridículo, pero aquel hombre tuvo sobre mí
una influencia extraordinaria. Cuando terminé definitivamente ese Breviario
de podredumbre, dije al señor Lacombe: «Tengo que enseñarle mi libro».
Dijo: «Bah, si se empeña...». Nos dimos cita en un café, me presenté con mi
manuscrito. Le leí una página y se quedó dormido. Comprendí que no había nada
que hacer. Me habría gustado que lo hubiera examinado detenidamente: se negó.
Pero hasta cierto punto, le debía, le debo, ese libro. Con su manía de
reflexionar sobre las palabras, de corregir a todo el mundo, incluso a los
profesores, contribuyó a lo que he llamado la conciencia del acto de escribir.
Eso era precisamente lo que yo no tenía... y que sólo está profundamente
desarrollado en Francia. Sólo en Francia es algo en verdad sagrado escribir».
«Pregunta en la sala: ¿Qué piensa usted del suicidio?
Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el
fondo poder suprimirse. El propio suicidio es un acto extraordinario. Así como
llevamos, según Rilke, la muerte en nosotros, llevamos también el suicidio. El
del suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría: Me disculpo
por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho que sin la idea del suicidio
me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable
tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra
voluntad. Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es
un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin
saber por qué. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que
podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de
que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es una idea exaltante»
(…) «No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos.
Esa idea es exaltante. Te permite soportarlo todo. Es una de las mayores
ventajas que se le han brindado al hombre. No es complicado. Yo no abogo por el
suicidio, sino solo por la utilidad de esa idea. Es necesario incluso que se
diga a los niños en la escuela: «Mirad, no os desesperéis, podéis mataros
cuando queráis». [Risas] Pero eso es verdad. No por ello se matará la gente, no
por ello habrá más suicidios».
Conversación con Fernando Savater:
La utopía es, por así decirlo, el problema de un poder inmanente y no
trascendente a la sociedad. ¿Qué es el poder, Cioran?
Creo que el poder es malo, muy malo. Soy resignado y fatalista frente al
hecho de su existencia, pero creo que es una calamidad. Mire usted, he conocido
a gente que ha llegado a tener poder y es algo terrible. ¡Algo tan malo como un
escritor que llega a hacerse célebre! Es lo mismo que llevar un uniforme;
cuando se lleva uniforme ya no se es el mismo: bien, pues alcanzar el poder es
llevar un uniforme invisible de forma permanente. Me pregunto: ¿por qué un
hombre normal, o aparentemente normal, acepta el poder, vivir preocupado de la
mañana a la noche, etcétera? Sin duda, porque dominar es un placer, un vicio.
Por eso no hay prácticamente ningún caso de dictador o jefe absoluto que
abandone el poder de buen grado: el caso de Sila es el único que recuerdo. El
poder es diabólico: el diablo no fue más que un ángel con ambición de poder,
luego ni un ángel puede disponer de poder impunemente. Desear el poder es la
gran maldición de la humanidad».
Cioran, usted ha hablado frecuentemente del hastío. ¿Qué papel ha
desempeñado en su vida el hastío, el tedio?
Puedo decirle que mi vida ha estado dominada por la experiencia del tedio. He
conocido ese sentimiento desde mi infancia. No se trata de ese aburrimiento que
puede combatirse por medio de diversiones, con la conversación o con los
placeres, sino de un hastío, por decirlo así, fundamental y que consiste
en esto: más o menos súbitamente en casa o de visita o ante el paisaje más
bello, todo se vacía de contenido y de sentido. El vacío está en uno y fuera de
uno. Todo el Universo queda aquejado de nulidad. Ya nada resulta interesante,
nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo,
monótono; es la revelación de la insignificancia universal, es la certidumbre
llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede,
de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe
ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos. A causa de esta experiencia
—no constante, sino recurrente, pues el hastío viene por acceso, pero
dura mucho más que una fiebre— no he podido hacer nada serio en la vida. A
decir verdad, he vivido intensa-mente, pero sin poder integrarme en la
existencia. Mi marginalidad no es accidental sino esencial. Si Dios se aburriese,
seguiría siendo Dios, pero un Dios marginal. Dejemos a Dios en paz. Desde
siempre, mi sueño, ha sido ser inútil e inutilizable. Pues bien, gracias al hastío
he realizado ese sueño. Se impone una precisión: la experiencia que acabo de
describir no es necesariamente deprimente, pues a veces se ve seguida de una
exaltación que transforma el vacío en incendio, en un infierno deseable...»
No hay comentarios:
Publicar un comentario