"ME ACUERDO" - JAVIER SERRANO

"La Pecera", cafetería del Círculo de Bellas Artes (Madrid)

342-Me acuerdo de una cita a ciegas que tuve con una chica a la que había conocido en un chat de internet. Fue en la cafetería del Círculo de Bellas Artes, un viernes. Acudí con algo de antelación sobre la hoja fijada, pedí un café y me puse a leer un libro. A este café se le conoce popularmente como “La Pecera”, ya que en el pasado la gente de a pie que pasaba por la calle miraba a través de sus cristales a los pudientes que podían permitirse el lujo de entrar. Hoy en día ya no es así, si bien es cierto que cobran un euro por entrar. Su interior es amplio y suntuoso, con cuadros enormes en las paredes, columnas, suelo de madera, grandes ventanales, una araña colgando de un techo decorado con trampantojos y hasta una escultura con el escorzo yacente de una mujer desnuda. No es raro toparse en esta pecera con famosos o personajes más o menos ilustres. Cuando ya había pasado un tiempo más que prudencial sin que ocurriera nada, supuse que la chica en cuestión —esa mujer de la que no conocía absolutamente nada de su físico— debía de estar sentada en alguna de las mesas, en una actitud parecida a la mía. Me dediqué entonces a observar a todas las féminas que estaban solas, intentando descubrir algún gesto delator. Al poco, ya me acercaba a una para hacerle la pregunta: “Perdona, ¿tú eres…?”. No. Regresé cabizbajo y ruborizado hasta mi asiento, a mi trinchera, mientras aquel “no” seguía reverberando entre los muros de la pecera. Luego hubo un segundo y hasta un tercer intento, todos ellos marrados, que contribuyeron aun más al enrarecimiento del ambiente. Cuando mi sentido del ridículo había rebosado ampliamente su límite, abandoné la cafetería y regresé a mi casa. Aquella noche, volví al mismo chat. No encontré la disculpa que buscaba, pero al menos conocí a otra chica que rápidamente me hizo olvidar el reciente varapalo. Después de un buen rato conversando y tras descubrir “misteriosas coincidencias”, me di cuenta de que se trataba de la misma chica, embozada tras otro seudónimo. Cuando saqué a relucir el episodio ocurrido en la cafetería, no le quedó más remedio que reconocer que efectivamente había sido ella la chica que me había dejado plantado. Luego hubo una excusa inverosímil, después reproches y acto seguido di por terminada la conversación. Tiempo después y casualmente, volví a coincidir varias veces con esa chica, siempre con alias tan diferentes como atractivos y que no tardaban en dejar traslucir ciertos “desórdenes psicológicos”. Sé que era ella porque nuestra conversación tendía a la repetición infinita, a un eterno déjà vu.

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