"Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, pág. 451:
"Años después Rodoreda escribiría una de las novelas más célebres, La plaça del Diamant, basada en parte en sus recuerdos de la guerra, pero entonces solo era una mujer un tanto a la deriva de sus propias experiencias personales.
La primera de todas, que le marcó para siempre, fue la relación que mantuvo, ya casada, desde 1931, con Andreu Nin, del que se enamoró perdidamente. Sólo el día en que conoció la muerte de éste, o su desaparición de Madrid, se atrevió a enfrentarse con la verdad, reveló la naturaleza de sus sentimientos a su marido, primo suyo, catorce años mayor y con el que se había casado con veinte años y medio forzada por la familia, y se separó de él, llevándose con ella a su hijo de diez años."
"Años después Rodoreda escribiría una de las novelas más célebres, La plaça del Diamant, basada en parte en sus recuerdos de la guerra, pero entonces solo era una mujer un tanto a la deriva de sus propias experiencias personales.
La primera de todas, que le marcó para siempre, fue la relación que mantuvo, ya casada, desde 1931, con Andreu Nin, del que se enamoró perdidamente. Sólo el día en que conoció la muerte de éste, o su desaparición de Madrid, se atrevió a enfrentarse con la verdad, reveló la naturaleza de sus sentimientos a su marido, primo suyo, catorce años mayor y con el que se había casado con veinte años y medio forzada por la familia, y se separó de él, llevándose con ella a su hijo de diez años."
Y en la pág. 452:
"Durante muchos años, en su exilio ginebrino, luchó Rodoreda por abrirse camino como escritora, cosa que no logró plenamente hasta que un libro suyo, titulado en un principio Colometa y más tarde Plaza del Diamante, no se tropezó en 1960 con dos escritores catalanes, también exiliados, que habían regresado a España hacía más de una década: Xavier Benguerel, autor de múltiples páginas sobre la guerra, como los cuentos que recogió en Sense retorn o las novelas Els vençuts, El desaparegut o Els fugitius, de un catolicismo a lo Mauriac, y unas Memòries, 1905-1940, fundamentales para conocer estos años en la cultura catalana, y Joan Sales, un joven que en 1936 no era más que un ferviente comunista catalanista.
Éste, ya en los años cincuenta, dirigía una colección en Barcelona, "El Club dels Novel-listes", a través de la cual, y por indicación de Joan Fuster, jurado del Premio Sant Jordi que había rechazado Colometa (en el que también estaba Pla), conoció a su autora (que había) vuelto ya a España de visita en 1949) y entabló tratos con ella, con miras a la publicación de aquella novela sobre los años de la guerra, a la que él cambió el título.
Pasados los años, fueron muchos los que reprocharon a Sales sus injustificadas y drásticas intervenciones en los manuscritos de los autores que publicó, que modificaba, cortaba o alargaba según creía conveniente. "Quiero pertenecer -sostenía éste al final de su vida-, a la escuela fundada por el editor de Mark Twain. Era un hombre tan interesado por la literatura como por los lectores. Tenía enmarcadas en lugar preferente de su despacho dos cartas que le habían dirigido dos autores. Una decía, aproximadamente: "Señor editor, estoy desolado con los cambios que ha hecho usted en mi manuscrito. Todo ha acabado para mí y me suicido". La firmaba un desconocido. La otra decía: "Señor editor, dejo en sus manos mi manuscrito. Haga con él lo que crea más necesario. Atentamente...". La firmaba Mark Twain..."
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