En "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, en la pág. 483 se puede leer lo siguiente:
"El final de la guerra le sorprendió en Cox, según su último biógrafo, Eutimio Martín. Según Alberti, en Monóvar. ¿O quiso decir Elda? Se hallarían ambos en el campo de aviación de este pueblo alicantino. La multitud se movía confusa. Los fascistas se encontraban ya a pocos kilómetros. Todos querían escapar. La evacuación era imposible para las masas. Los barcos prometidos ni llegaban ni llegarían. La solución aérea solo les estaba reservada a unos pocos privilegiados. Hernández vagaba errático entre la gente. Le descubre Alberti. Llevaban sin hablarse más de dos años, desde aquel lejano otoño de 1936, cuando Hernández, que venía del frente, recaló por el palacio de los Heredia Spínola donde tenía su sede la Alianza de Intelectuales, que presidía Bergamín. Hernández vio en una mesa los restos de un banquete, y se indignó porque mientras los milicianos pasaban penalidades en las trincheras, allí corría el vino a discreción. El poeta, colérico, escribió en aquella misma sala en un encerado: "Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta". La única mujer presente, María Teresa León, se dio por aludida, se lanzó sobre Hernández y le propinó un puñetazo que le tiró de espaldas y le rompió un diente. Dejaron de hablarse. Ese día en Monóvar (o en Elda) Alberti le pidió disculpas como solo podía pedirlas un caballero español: "Ya sabes, Miguel, cómo son las mujeres". A continuación añadió: "Pero si quieres puedes venir con nosotros, en el avión que nos llevará a África". Miguel Hernández rehusó secamente. Dijo, "yo me vuelvo a mi pueblo...". El avión, pilotado por el jefe de la aviación republicana, Hidalgo de Cisneros, era el de Pasionaria, quien al descubrir que subirían también a él los Alberti, masculló con indiscreto disimulo a un edecán, como en el aparte de una obra de teatro: "¿Qué hacen aquí estos piquitos de oro?"; era como llamaba ella a los intelectuales. O sea, por ella, los hubiese dejado en tierra. Todo esto lo contó el propio Alberti a unos amigos, ya en España, al regreso del exilio, pero jamás quiso hablar de ello en su frondosa Arboleda perdida."
Y en la pág. 486 de la misma obra:
"El final de la guerra le sorprendió en Cox, según su último biógrafo, Eutimio Martín. Según Alberti, en Monóvar. ¿O quiso decir Elda? Se hallarían ambos en el campo de aviación de este pueblo alicantino. La multitud se movía confusa. Los fascistas se encontraban ya a pocos kilómetros. Todos querían escapar. La evacuación era imposible para las masas. Los barcos prometidos ni llegaban ni llegarían. La solución aérea solo les estaba reservada a unos pocos privilegiados. Hernández vagaba errático entre la gente. Le descubre Alberti. Llevaban sin hablarse más de dos años, desde aquel lejano otoño de 1936, cuando Hernández, que venía del frente, recaló por el palacio de los Heredia Spínola donde tenía su sede la Alianza de Intelectuales, que presidía Bergamín. Hernández vio en una mesa los restos de un banquete, y se indignó porque mientras los milicianos pasaban penalidades en las trincheras, allí corría el vino a discreción. El poeta, colérico, escribió en aquella misma sala en un encerado: "Aquí hay mucho hijo de puta y mucha puta". La única mujer presente, María Teresa León, se dio por aludida, se lanzó sobre Hernández y le propinó un puñetazo que le tiró de espaldas y le rompió un diente. Dejaron de hablarse. Ese día en Monóvar (o en Elda) Alberti le pidió disculpas como solo podía pedirlas un caballero español: "Ya sabes, Miguel, cómo son las mujeres". A continuación añadió: "Pero si quieres puedes venir con nosotros, en el avión que nos llevará a África". Miguel Hernández rehusó secamente. Dijo, "yo me vuelvo a mi pueblo...". El avión, pilotado por el jefe de la aviación republicana, Hidalgo de Cisneros, era el de Pasionaria, quien al descubrir que subirían también a él los Alberti, masculló con indiscreto disimulo a un edecán, como en el aparte de una obra de teatro: "¿Qué hacen aquí estos piquitos de oro?"; era como llamaba ella a los intelectuales. O sea, por ella, los hubiese dejado en tierra. Todo esto lo contó el propio Alberti a unos amigos, ya en España, al regreso del exilio, pero jamás quiso hablar de ello en su frondosa Arboleda perdida."
Y en la pág. 486 de la misma obra:
"Todos sus biógrafos se muestran de acuerdo en que el poeta, desde el momento en que se vio libre, cometió erro tras error. En vez de salir de España o guardarse en sitio en que no lo conocieran, se dirigió, contra todo consejo, contra toda prudencia, a su pueblo, Orihuela. Y allí, como Lorca por los suyos, fue detenido por sus paisanos, y devuelto a Madrid. Quien haya leído la denuncia que el alcalde escribió en su día, sentirá lo que es el asco en su más aguda manifestación. (...) Fue juzgado y condenado a muerte. Cossío se movilizó de inmediato y con José María Alfaro y Sánchez Mazas, a la sazón ministro, le visitaron en la cárcel para tranquilizarle. Mientras pesó sobre él esa pena de muerte, Miguel dio muestras de extraordinaria entereza. Basta con leer sus cartas de entonces. Al cabo de unas semanas, y por intervención directa de Sánchez Mazas que solicitó personalmente la clemencia a Franco ("pero, ¿es un buen poeta?" parece que le preguntó quien no quería otro Lorca entre sus crímenes), su pena fue conmutada por la de doce años de prisión menor, lo que fundamentaba la esperanza de conseguir pronto la libertad. Pero tampoco entonces tuvo suerte y empezó para él un penoso peregrinaje por la cárceles españolas: desde la de la calle del Conde de Toreno, en Madrid, se le trasladó al Reformatorio de Adultos de Palencia, de aquí a la Sección de Transeúntes de la prisión de Yeserías y de ésta al penal de Ocaña. De aquí pasaría a la de Alicante, donde, pese a las solicitudes de que se le trasladase a un hospital, murió a causa de una grave afección pulmonar. Corría el año 1942 y fue aquella triste muerte como un tributo más de la poesía a la guerra, de las letras a las armas."
No hay comentarios:
Publicar un comentario