La primera edición de Acero de Madrid, que llevaba una hermosa cubierta del gran grafista Mauricio Amster y estaba ilustrada con unos dibujos negros, goyescos y solanescos de Eduardo Vicente, fue saludada con generosidad por Antonio Machado, sensible tal vez a las partes más poéticas del libro.
Le diferencia de la novela de Foxá el hecho de que Herrera Petere renunciara a un hilo argumental, dejándolo todo como un libro muy próximo a lo versicular profético o celebratorio, y pese a que, a la postre, sus recursos literarios resulten algo ramplones condenándola al peor infierno literario: el de las buenas intenciones. Se la premiaron con el Premio Nacional que la víspera le había sido otorgado a Gil-Albert por su libro Son nombres ignorados, del que fue fulminantemente despojado en veinticuatro horas por los responsables comunistas del ministerio del ramo. Pesaron en esta decisión, a partes iguales, dos hechos: que Herrera Petere era comunista y que Gil-Albert era homosexual.
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