En un lugar llamado Barichara, en Colombia, tuve la oportunidad de probar un plato de lomitos con hormigas. Mientras sentía el crujido en el interior de mi boca, pude contemplar sus cuerpos -una especie de ocho de un marrón rojizo, con una longitud como el ancho de las puntas del tenedor- alrededor de la carne, flotando sobre la salsa oscura. Si no fuera porque estaban fritas se diría que eran ellas las que estaban comiendo el lomito. Aquella fue mi primera vez, también la única, con las hormigas.
No mucho tiempo después, una noche, tuve un sueño con ellas. Esta vez era yo el que era devorado atrozmente. Desperté. No sentía una de las piernas, como si me la hubiesen amputado. En el aire un olor, como el de la carne echada a perder. Alargué mi mano y, afortunadamente, allí seguía.
Desde aquel día en Barichara, nada ha vuelto a ser igual. ¿Cómo explicar, por ejemplo, el origen de ese cosquilleo extraño que empieza por el estómago y que luego se va extendiendo por todo el cuerpo? Ese picor incesante puede durar toda la noche, incluso prolongarse al día siguiente. Por suerte, no siempre ocurre así. De vez en cuando disfruto de periodos de calma, de noches como las de antes, en las que no pasa nada y en las que consigo dormir plácidamente, boca arriba, con una mano sobre el ombligo. Al llegar la mañana no recuerdo haber soñado. Y, sin embargo, basta un punto negro sobre la piel, el más diminuto lunar...
No mucho tiempo después, una noche, tuve un sueño con ellas. Esta vez era yo el que era devorado atrozmente. Desperté. No sentía una de las piernas, como si me la hubiesen amputado. En el aire un olor, como el de la carne echada a perder. Alargué mi mano y, afortunadamente, allí seguía.
Desde aquel día en Barichara, nada ha vuelto a ser igual. ¿Cómo explicar, por ejemplo, el origen de ese cosquilleo extraño que empieza por el estómago y que luego se va extendiendo por todo el cuerpo? Ese picor incesante puede durar toda la noche, incluso prolongarse al día siguiente. Por suerte, no siempre ocurre así. De vez en cuando disfruto de periodos de calma, de noches como las de antes, en las que no pasa nada y en las que consigo dormir plácidamente, boca arriba, con una mano sobre el ombligo. Al llegar la mañana no recuerdo haber soñado. Y, sin embargo, basta un punto negro sobre la piel, el más diminuto lunar...
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