"EL EXTRAÑO CASO DE DR. JEKYLL Y MR. HYDE" - Robert Louis Stevenson


Extraído de "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde".
Traducción: Carmen García Trevijano.
Editorial Cátedra.


"Antes de mí han alquilado los hombres matones para la ejecución de sus crímenes, mientras quedaban a salvo sus propias personas y su propia reputación. Yo fui el primero que lo hizo para satisfacer sus placeres. Yo fui el primero que pudo continuar haciendo ostentación, ante la mirada pública, de una abrumadora carga de respetabilidad y despojarme al instante, como un chico de escuela, de estas prestadas prendas y zambullirme de cabeza en el mar de la libertad. Mas para mí, bajo el amparo de mi impenetrable manto, la seguridad era completa. Imagínate: ¡ni siquiera existía! Bastábame franquear la puerta de mi laboratorio, contar con uno o dos segundos para mezclar y apurar la droga que siempre tenía dispuesta, y Edward Hyde desaparecería como la huella del aliento en un espejo, cualesquiera que fuesen los actos que hubiera cometido; y en su lugar, tranquilamente acomodado en casa, avivando la llama de la lámpara de su estudio, estaría Henry Jekyll, un hombre que se podía permitir el lujo de reírse de toda sospecha...
Los placeres que me apresuré a buscar bajo mi disfraz era, como ya he dicho, indignos; no quisiera emplear un término más duro. Pero en las manos de Edward Hyde pronto comenzaron a girar hacia lo monstruoso. Cuando volvía de aquellas excursiones, con frecuencia quedaba sumido en una especie de pasmo ante mi vicaria depravación. Este familiar que yo, extrayéndolo de mi propia alma, produje con el exclusivo fin de satisfacer el placer a su antojo, era un ser inherentemente maligno y villano; todos sus actos y pensamientos giraban en torno a mí mismo; con bestial avidez, bebía el placer infligiendo al prójimo cualquier grado de tortura; despiadado como un hombre de piedra. Henry Jekyll quedaba a veces horrorizado ante las acciones de Edward Hyde; pero la situación estaba fuera de las leyes ordinarias, y relajó insidiosamente el poder de captación de la consciencia. Hyde, y sólo Hyde, era, después de todo, el culpable. Jekyll no empeoraba, pues una y otra vez se despertaba con sus buenas cualidades al parecer incólumes; incluso se apresuró, cuando fue posible, a deshacer el mal hecho por Hyde. Y así se adormeció su consciencia."

"Unir mi suerte a la de Jekyll era renunciar a aquellos apetitos a los que hacía largo tiempo que otorgué indulgencia y que finalmente había comenzado a mimar. Unirla a la de Hyde era renunciar a mil intereses y aspiraciones y tornarme, de una vez y para siempre, en un sujeto despreciado y sin amigos. El balance pudiera parecer desigual; mas aún había que tener en cuenta otra consideración; pues mientras Jekyll sufriría con plenitud de conocimiento el fuego de la abstinencia, Hyde ni siquiera se daría cuenta de todo lo que habría perdido. Por extrañas que fuesen mis circunstancias, los términos de este debate son tan antiguos y comunes como el hombre: en muy grande medida, los mismos incentivos y alarmas deciden la suerte de cualquier pecados que se enfrenta tembloroso a la tentación; y vino a ocurrirme lo que le ocurre a la vastísima mayoría de mis semejantes, que elegí la parte mejor pero que me faltó el vigor para mantener esa decisión.
Sí, preferí al anciano e insatisfecho doctor, rodeado de amigos y acariciando honestas esperanzas; y din un resuelto adiós a la libertad, a la relativa juventud, a la ligereza de movimientos, a la acelerada pulsación y a los secretos placeres de que gozaba bajo el disfraz de Hyde."

"Me senté en un banco al sol; el animal oculto en mí lamía sanguinolentas piltrafas del recuerdo, mientras el lado espiritual, levemente adormilado, prometía futura penitencia, mas sin decidirse a empezar. Después de todo, cavilaba yo, soy igual que los demás hombres, al comparar mi activa benevolencia con la lánguida crueldad de su negligencia. Y en el instante mismo en que este pensamiento de vanagloria pasaba por mi mente, me sobrevino una sacudida, acompañada de una horrible náusea y el más mortal de los escalofríos. Estos síntomas me dejaron en un estado de desvanecimiento, pasado el cual empecé a darme cuenta de un cambio en el temple de mis pensamientos, de una mayor audacias, de un desprecio del peligro y de que se desataban los lazos de la obligación. Bajé la vista; mis ropas colgaban informes de mis menguados miembros; la mano que se apoyaba en mi rodilla era velluda y sarmentosa. Una vez más era yo Edward Hyde. Un momento antes tenía garantizado el respeto de todos, era rico y amado, con la mesa puesta en casa para la cena... Y ahora era presa común del género humano, acosado, sin hogar, un notorio asesino, carne de horca."

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