No recuerdo el nombre del asesinado. Pero al día siguiente lo llevaron a enterrar. Y el asesino -que aún no había sido descubierto- se sumó a la comitiva silenciosa y enlutada. Una hora de sol y llegaron al cementerio. Enterraron el cadáver. Terminaron los discursos. Y lloró el criminal. Mas, lloró tanto, tanto que todavía... Con el agua de sus lágrimas el abogado le lava su puñal.
Excelente cuento, con valores leterarios incomparables
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