ANDABAN EN SUS MANOS Y EN SU CABELLO ARROLLADO DE BRISAS
Cuando los pájaros que habían anidado en una de sus manos se asustaban, nos dábamos cuenta de que aún vivía.
Había pedido al médico que ya que se hallaba totalmente paralizado, le permitiese vivir, a partir de entonces, en una silla de ruedas a la intemperie: quiero serle útil a alguien, dijo trabajosamente.
Hasta el día en que comenzamos a verle sonreído, nos pareció que se había quedado ahí, en un silencio cavernoso: ese día empezó la construcción del nido.
Un mes después, presentimos su muerte: sin embargo, como su cuerpo no se descompuso, lo dejamos allí, en el campo, pues otra pareja había anidado en su cabello arrollado de brisas.
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