FERNANDO SAVATER - "Rebelión en la granja" (Opinión publicada en "El País" el día 16/03/2010)
La civilización humana se basa en el maltrato de los animales. La polémica sobre los toros no revela acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de la compasión y la hipocresía.
Lo que diferencia el actual episodio del enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos en el Parlamento catalán de otras fases de ese cíclico y antiguo debate es que por primera vez parece plantearse efectivamente la abolición de las corridas de toros en una región española. De modo que lo que se discute -o se debería discutir- no es tanto si ese espectáculo es una fiesta artística, portadora de tales y cuales valores, o por el contrario una muestra de barbarie anticuada, sino si debe o no ser prohibida para todos, la acepten o la rechacen. Es perfectamente imaginable que haya personas que sientan desagrado y repugnancia por las corridas pero que consideren abusiva su prohibición; incluso puede haber aficionados contritos que, reconociendo su gusto por ellas, admitan la necesidad de suprimirlas para verse libres de tan pecaminosa tentación, siguiendo el criterio de Pérez de Ayala: "Si yo mandase en España, suprimiría las corridas... pero como resulta que no mando, no me pierdo ni una".
De modo que ahora el viejo debate alcanza un nivel efectivamente político, como también es político su trasfondo. No ha sido ciertamente Esperanza Aguirre la primera en politizarlo, como aseguran los que siempre miran la realidad con un ojo abierto y otro cerrado: aunque las argumentaciones escuchadas en el Parlament no sean de corte nacionalista, sin una motivación de fondo nacionalista no habría habido iniciativa popular ni probablemente ésta hubiera llegado al punto actual. Lo resume muy bien un chiste aparecido en La Razón: un litigante muestra un rehilete, con el palo decorado con el característico papel rizado rojo y gualda, explicando: "Esto es una banderilla; la parte de abajo causa heridas leves al toro y la parte de arriba hay que reconocer que ha causado esta comisión". Claro que mejor que el debate sea en último término político, pues para eso se lleva a cabo en un Parlamento, que moral, como absurdamente suponen algunos. ¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es! Como parece que había quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el Parlamento no está para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y respetando la libertad individual. Ahora, por lo visto, hay quien reclama del Parlament precisamente lo opuesto...
Lo digo porque en lo tocante a la moral, que es cuestión a la que he dedicado cierta perpleja atención durante bastante tiempo, no hay tanta unanimidad respecto al trato debido a los animales como algunas almas delicadas parecen suponer. Existen más razonamientos éticos en el cielo y en la tierra de lo que la filosofía de Peter Singer supone y no es lo mismo ser bueno que ser guay, aunque el matiz diferencial pueda resultar difícil de captar hoy en países como el nuestro. El repudio de la crueldad (no digamos "innecesaria", porque si fuese necesaria ya no sería crueldad) y del maltrato animal es moneda corriente en los moralistas desde Tomás de Aquino, pero en cambio hay menos unanimidad a la hora de establecer qué diferencia a esas prácticas perversas de otras formas del empleo humano de las bestias. Y ahí es donde esta discusión se hace desde un punto de vista teórico más sugestiva: ¿qué hemos hecho y qué hacemos con los animales?, ¿en qué medida la relación con ellos ha configurado nuestra civilización e incluso nuestra "humanidad"?
Para empezar a comprender estos asuntos es imprescindible retroceder bastante en el tiempo. Digamos hasta el comienzo de la historia. El desarrollo de la sociedad humana se basa desde el principio en la utilización de animales para nuestros fines: nos han servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ¡a la cazuela!"), de fuerza motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra (¡los escuadrones de Alejandro, los elefantes de Aníbal!), sus pieles curtidas nos han vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y nuestros rebaños (¡también formados por animales!) y -supongo que lo más humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espectáculos, nos han hecho zalemas como mascotas de compañía y han trinado en jaulitas a la espera de su alpiste. Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces aún vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosmética y hasta la astronáutica (¡Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar males mayores: el antropólogo Marvin Harris justificó que los aztecas se comiesen a sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mamíferos de talla suficiente para poder convertirse en fuente de proteínas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para el transporte o la carga. Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales.
De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular. ¿Que no sería hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptaríamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "¡Qué ricos son! ¿Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos. Pero, como señaló Valéry, "tout ce qui fait le prix de la vie est curieusement inutile". El asunto de fondo sigue siendo el mismo: ¿tenemos derecho o no?, ¿es crueldad o no?
La preocupación por el bienestar de los demás seres vivos obtuvo el patronazgo de notables ilustrados -Montaigne, Jeremy Bentham, Schopenhauer...- pero también el refrendo de algunos que mostraron humanitarismo con las bestias y bestialidad con los humanos: las primeras leyes europeas protoecologistas de protección de la Madre Tierra y de los animales fueron dictadas por el vegetariano Adolf Hitler. En cualquier caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la modernidad. A ella se deben medidas piadosas como el peto de los caballos de los picadores (impuesto por el dictador Primo de Rivera) o el suavizamiento de los obstáculos más peligrosos en la carrera del Grand National de Liverpool. No son desdeñables, pese a que ello implica que los animales van desapareciendo de nuestras vidas urbanas -circos, zoológicos- para hacerse sólo presentes virtualmente en los documentales de la televisión. Es una tendencia que continuará y que sin duda también acabará mañana afectando las corridas de toros, si no son abolidas. No revelan acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de dos instancias desconocidas en ella: la compasión y la hipocresía. Ambas, en su dialéctica perpetua, espiritualizan nuestra vida. Yo me quedo con el arrebato de Nietzsche en la plaza Carlo Alberto de Turín, abrazado llorando al cuello del viejo caballo fustigado por su cochero. ¿Síntoma de locura o comprensión abismal de la irreductible desdicha de existir?
Fernando Savater es escritor.
REBELIÓN EN LA GRANJA (MEJOR, "MOVILIZACIÓN") - por Javier Serrano Sánchez
http://lacomunidad.elpais.com/toros/2010/3/16/rebelion-la-granja
Una vez más nos encontramos ante lo que denominan un "intelectual" (hora es de empezar a redefenir conceptos como ése o como "terrorista") que utiliza todo su bagaje cultural y su buen nombre para justificar lo injustificable. Es el viejo recurso de recurrir, cuando no hay recursos, a recursos que otros utilizaron en el pasado. Pero, como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes:
La civilización humana se basa en el maltrato de los animales. La polémica sobre los toros no revela acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de la compasión y la hipocresía.
Lo que diferencia el actual episodio del enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos en el Parlamento catalán de otras fases de ese cíclico y antiguo debate es que por primera vez parece plantearse efectivamente la abolición de las corridas de toros en una región española. De modo que lo que se discute -o se debería discutir- no es tanto si ese espectáculo es una fiesta artística, portadora de tales y cuales valores, o por el contrario una muestra de barbarie anticuada, sino si debe o no ser prohibida para todos, la acepten o la rechacen. Es perfectamente imaginable que haya personas que sientan desagrado y repugnancia por las corridas pero que consideren abusiva su prohibición; incluso puede haber aficionados contritos que, reconociendo su gusto por ellas, admitan la necesidad de suprimirlas para verse libres de tan pecaminosa tentación, siguiendo el criterio de Pérez de Ayala: "Si yo mandase en España, suprimiría las corridas... pero como resulta que no mando, no me pierdo ni una".
De modo que ahora el viejo debate alcanza un nivel efectivamente político, como también es político su trasfondo. No ha sido ciertamente Esperanza Aguirre la primera en politizarlo, como aseguran los que siempre miran la realidad con un ojo abierto y otro cerrado: aunque las argumentaciones escuchadas en el Parlament no sean de corte nacionalista, sin una motivación de fondo nacionalista no habría habido iniciativa popular ni probablemente ésta hubiera llegado al punto actual. Lo resume muy bien un chiste aparecido en La Razón: un litigante muestra un rehilete, con el palo decorado con el característico papel rizado rojo y gualda, explicando: "Esto es una banderilla; la parte de abajo causa heridas leves al toro y la parte de arriba hay que reconocer que ha causado esta comisión". Claro que mejor que el debate sea en último término político, pues para eso se lleva a cabo en un Parlamento, que moral, como absurdamente suponen algunos. ¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es! Como parece que había quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el Parlamento no está para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y respetando la libertad individual. Ahora, por lo visto, hay quien reclama del Parlament precisamente lo opuesto...
Lo digo porque en lo tocante a la moral, que es cuestión a la que he dedicado cierta perpleja atención durante bastante tiempo, no hay tanta unanimidad respecto al trato debido a los animales como algunas almas delicadas parecen suponer. Existen más razonamientos éticos en el cielo y en la tierra de lo que la filosofía de Peter Singer supone y no es lo mismo ser bueno que ser guay, aunque el matiz diferencial pueda resultar difícil de captar hoy en países como el nuestro. El repudio de la crueldad (no digamos "innecesaria", porque si fuese necesaria ya no sería crueldad) y del maltrato animal es moneda corriente en los moralistas desde Tomás de Aquino, pero en cambio hay menos unanimidad a la hora de establecer qué diferencia a esas prácticas perversas de otras formas del empleo humano de las bestias. Y ahí es donde esta discusión se hace desde un punto de vista teórico más sugestiva: ¿qué hemos hecho y qué hacemos con los animales?, ¿en qué medida la relación con ellos ha configurado nuestra civilización e incluso nuestra "humanidad"?
Para empezar a comprender estos asuntos es imprescindible retroceder bastante en el tiempo. Digamos hasta el comienzo de la historia. El desarrollo de la sociedad humana se basa desde el principio en la utilización de animales para nuestros fines: nos han servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ¡a la cazuela!"), de fuerza motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra (¡los escuadrones de Alejandro, los elefantes de Aníbal!), sus pieles curtidas nos han vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y nuestros rebaños (¡también formados por animales!) y -supongo que lo más humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espectáculos, nos han hecho zalemas como mascotas de compañía y han trinado en jaulitas a la espera de su alpiste. Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces aún vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosmética y hasta la astronáutica (¡Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar males mayores: el antropólogo Marvin Harris justificó que los aztecas se comiesen a sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mamíferos de talla suficiente para poder convertirse en fuente de proteínas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para el transporte o la carga. Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales.
De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular. ¿Que no sería hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptaríamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "¡Qué ricos son! ¿Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos. Pero, como señaló Valéry, "tout ce qui fait le prix de la vie est curieusement inutile". El asunto de fondo sigue siendo el mismo: ¿tenemos derecho o no?, ¿es crueldad o no?
La preocupación por el bienestar de los demás seres vivos obtuvo el patronazgo de notables ilustrados -Montaigne, Jeremy Bentham, Schopenhauer...- pero también el refrendo de algunos que mostraron humanitarismo con las bestias y bestialidad con los humanos: las primeras leyes europeas protoecologistas de protección de la Madre Tierra y de los animales fueron dictadas por el vegetariano Adolf Hitler. En cualquier caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la modernidad. A ella se deben medidas piadosas como el peto de los caballos de los picadores (impuesto por el dictador Primo de Rivera) o el suavizamiento de los obstáculos más peligrosos en la carrera del Grand National de Liverpool. No son desdeñables, pese a que ello implica que los animales van desapareciendo de nuestras vidas urbanas -circos, zoológicos- para hacerse sólo presentes virtualmente en los documentales de la televisión. Es una tendencia que continuará y que sin duda también acabará mañana afectando las corridas de toros, si no son abolidas. No revelan acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de dos instancias desconocidas en ella: la compasión y la hipocresía. Ambas, en su dialéctica perpetua, espiritualizan nuestra vida. Yo me quedo con el arrebato de Nietzsche en la plaza Carlo Alberto de Turín, abrazado llorando al cuello del viejo caballo fustigado por su cochero. ¿Síntoma de locura o comprensión abismal de la irreductible desdicha de existir?
Fernando Savater es escritor.
REBELIÓN EN LA GRANJA (MEJOR, "MOVILIZACIÓN") - por Javier Serrano Sánchez
http://lacomunidad.elpais.com/toros/2010/3/16/rebelion-la-granja
Una vez más nos encontramos ante lo que denominan un "intelectual" (hora es de empezar a redefenir conceptos como ése o como "terrorista") que utiliza todo su bagaje cultural y su buen nombre para justificar lo injustificable. Es el viejo recurso de recurrir, cuando no hay recursos, a recursos que otros utilizaron en el pasado. Pero, como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes:
1-Que por primera vez se empiece a debatir -tímidamente, no nos engañemos- sobre "la fiesta" (ya casi suena pijo este vocablo), demuestra la cerrazón que ha existido siempre en torno a este tema. Es más, la sola posiblidad de "debatir" ha asustado a unos cuantos que, por si acaso, han declarado (sin debate) "la fiesta" "BIC" ("bien de interés cultural"), no confundir con VIP, que también.
2-Si bien en Canarias "la fiesta" está prohibida desde hace tiempo, lo que parece realmente hiriente es que haya sido Cataluña quien abriera la Caja de Pandora. Yo soy de Madrid, pero me lo estoy pensando. En cualquier caso, no me parece, ni mucho menos, un debate entre nacionalismos, español y catalán. No. En Madrid, en Canarias, en toda España, en todo el mundo hay gente que se opone a "la fiesta", y en general a cualquier matrato gratuito a cualquier ser vivo.
3-¿Por qué nos da miedo debatir? A mí todo lo que sea exponer puntos de vista, argumentar, me parece positivo. Es más, propongo ya un segundo debate a nivel nacional: ¿monarquía o república?
4-Sobre el uso que se ha dado a los animales. Sin necesidad de remontarse muy atrás, es obvio que existen diferencias entre matar a un animal sin ningún motivo y matar a un animal para alimentarse con él (lo que en la calle, no sé si en los foros de intelectuales y filósofos, se denomina "supervivencia"). Es cierto que se ha utilizado su fuerza de trabajo para conseguir ciertos fines (como también se utilizaron esclavos), también que se les ha alimentado y dado cobijo. Que se les ha usado para experimentos científicos que han hecho avanzar la ciencia y la medicina, pero no es menos cierto que no se les mata porque sí y en número indiscriminado. Es cierto que sus pieles nos han salvado del frío en aquellos días en que no había con qué abrigarse y era, una vez más, una cuestión de supervivencia (nada que ver con los abrigos de pieles de esas señoras que vemos en los cosos taurinos).
5-"No se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular". Si hubiera que introducirla, es obvio que no lo permitiríamos ¿verdad? En cuanto a su secularidad, también era secular el sacrificio de animales o de personas en otros tiempos y en otras culturas. También es secular la ablación de clítoris y la pena de muerte. Lo fue también la Inquisición en España, o incluso en nuestros días sigue siendo secular nuestra viril violencia de género, porque quién en nuestra piel de toro no le ha cascado alguna vez dos hostias a su parienta (algo habrá hecho). En fin, ejemplos no faltan.
6- "Hay que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales". Es cierto que, como se ha visto, un cierto grado de utilización de los animales (en ocasiones con crueldad) ha sido habitual en la civilización humana. Esta afirmación y el reconocimiento de nuestra condición de animales crueles, debidamente generalizada, lo justifica todo: la guerra, la esclavitud, los genocidios, los asesinatos...
7-"¿Tenemos derecho o no?". Yo no, pero el señor Savater y otros amantes de los animales, como el señor Sánchez Dragó y otros, por lo visto, sí. "¿Es crueldad o no?". Señor Savater, como aficionado que es a los caballos, señor Sánchez Dragó, como aficionado que es a los gatos (hasta el punto de haber escrito un libro sobre su gato que no pierde oportunidad para regalárselo a sus amigos), prueben a clavarle una espada a un caballo, a un gato, de manera tal que le atraviese el corazón y tras su agonía caiga fulminado. ¿Es cruel o no? Añadamos una banda de música, unos pasodobles, unos puros y una bota de vino. ¿Es menos cruel?
8-Si me da a elegir entre "compasión" e "hipocresía", me quedo con la primera, y eso a pesar de que en su texto "compasión" suena a un valor negativo, a algo despreciable y a erradicar. No se engañe, señor Savater, esos que como yo están en contra de "la fiesta" también están en contra de los zoos y los circos, del maltrato en los mataderos, en las granjas avícolas industriales o en las granjas de pieles, de la caza, de fiestas nacionales salvajes y anticuadas... Pero también, señor Savater, estamos contra todo tipo de esclavitud, de pena de muerte, de terrorismo o de maltrato humano (de género o degenerado).
Yo creía que no se podía reproducir así por las buenas e integramente, y a mayor gloria del blog propio, un artículo de Fernando Savater publicado en El País, y que ha sido muy leido y comentado por los lectores, creía que existía alguna cosa así como las leyes de propiedad intelectual, de las que usted, como escritor en ciernes, quizá debería saber algo, pero veo que estaba equivocado.
ResponderEliminarMe ha chocado mucho, y por eso escribo este comentario, el primer párrafo del suyo, ese tan crítico con que los intelectuales utilizen todo su potencial reflexivo y su bagaje cultural para justificar lo que usted previamente define como injustificable: "Una vez más nos encontramos ante lo que denominan un "intelectual" (hora es de empezar a redefenir conceptos como ése o como "terrorista") que utiliza todo su bagaje cultural y su buen nombre para justificar lo injustificable", pero hombre de Dios, si ese parrafo es por si solo una refutación de todo lo que usted escribe a continuación, ¿o es que usted no utiliza todo su bagaje cultural, su buen nombre, y hasta su perfil de google para no abrumarnos demasiado a los improbables lectores de su blog?. Puestos a "redefenir" (sic) conceptos, así a vuelapluma, yo le propongo estos dos que se contraponen como el yin y el yan, como la velocidad y el tocino: "intelectual guay", que es aquel que no utiliza todos sus recursos para convencer a los demás de sus posturas injustificables para no abusar, es el que solo utiliza algunos obuses, un par de morteros y un trabuco vetusto de su batería de argumentos, y que además, a la hora de los pildorazos reparten caramelos como una piñata para no hacer mucha pupita a los lectores, y, aquí viene la bomba con su contrario, "intelectual terrorista" (y abusón) que es aquel que utiliza sin piedad todo su terrorífico arsenal de argumentos (que podríamos calificar sin complejos de argumentos de destrucción masiva), y todo su bagaje cultural por tierra mar y aire, para comerles el coco a los niños buenos que saben perfectamente lo que es o no es justificable porque ellos sobreviven en su torre de marfil con un par de zanahorias al día, vueltos de espaldas a la realidad mas cruda y dura, y probablemente algo empachados con su parte alícuota de la bondad universal.
Decida usted mismo, pero seguro que sus lectores y lectoras le agradecerán sinceramente que cuando se ponga de nuevo a las teclas para refutar nada menos que a Fernando Savater, ponga usted, sin complejos, toda la carne en el asador, que el enemigo es duro de pelar, y las batallas intelectuales suelen ser mas incruentas que las de verdad.
Saludos